Capítulo 2: Sombras del pasado.
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Cuando Adrienna llegó al hogar de su padre por primera vez, fue extraño.
No sabía que lugar era. Todo era deprimente y estaba lleno de fantasmas y esqueletos, por lo que, siendo solo una niña, su padre tuvo que explicarle muchas cosas que no entendía o ignoraba.
Le dijo que estaba en el Inframundo, que no era hija de un respetado político, como había creído por mucho tiempo. No, nada de eso. En realidad era hija de Hades, el dios del Inframundo y señor de los muertos.
Al principio fue difícil adaptarse. El hablar con los muertos le incomodaba, aprender a invocarlos cuando los necesitaba también era extraño, pero con el tiempo todo se fue volviendo más "normal" para la menor.
Todo era tan extraño y familiar para ella, que llegó un punto en el que su mente se quedó en blanco. Era como si su cerebro fuera mudo ante todo lo que la rodeaba. Ya no había nada de sorpresa cada vez que conocía algo nuevo.
—Eres especial —Le decía su padre, sentado en su trono del Inframundo, el cual estaba hecho de esqueletos humanos y su túnica estaba llena de almas.
—¿Soy especial cómo mis hermanos? —preguntaba inocentemente. Curiosa.
Cuando su padre estaba en la sala del trono, Adrienna solía sentarse un escalón más abajo de él, en el piso. Él solía decir que en la antigüedad, cuando habían Reyes y Reinas, los Príncipes se sentaban a los pies de los monarcas, remarcando su estirpe divina.
Realmente, a la pelinegra no le interesaba estar en la sala de tronos, le aburría y solía estar allí cuando era estrictamente necesario. Algunas veces, con suerte, padre le relataría alguna historia, o le contaría como seguía su familia.
Era un círculo vicioso que no parecía tener fin alguno.
Hades le miró a los ojos y las cuencas vacías parecieron analizarla.
—Eres mucho más especial de lo que alguna vez serán tus hermanos.
En su momento no entendió a que se refería (solo tenía seis años), pero como había dicho muchas veces atrás, con el tiempo, uno crece y entiende lo que antes era difícil de comprender.
La parte que Adrienna más odiaba del castillo de su padre, eran las discusiones y malas miradas de su madrastra. Perséfone.
—¡Como osas traer a tu bastarda aquí! ¡Al castillo! —Recordaba que gritó aquello con tanta ira la primera semana de su estadía en el castillo, que le fue casi imposible no notar la presencia divina de una mujer alta y de ojos furiosos.
Perséfone le había visto deambular por el castillo invocando muertos y jugando con su no-tan-muerto perro, quien su padre había llamado de los campos de Asfodelos para que le hiciera compañía a la menor.
—Porque puedo, y debo —contestó un impasible, pero tenso Hades—. Su poder crece con cada día y no puedo dejarla a su suerte, morirá si no se le enseña a controlarlo.
—¿Y no podías dejarla en otro castillo? ¡Pudiste pedirle ayuda a Tánatos! ¡Su obligación es darte pleitesía! ¡Incluso Hécate pudo haberse encargado de tu pequeño engendro!
Los ojos de Hades brillaron y llamas parecieron sobresalir en su mirada.
—Es mi hija —gruñó con voz de ultratumba—. No la dejaré con unos desconocidos. Yo le enseñaré.
—Papà? —preguntó Adrienna en Italiano cuando lo vió discutir con una hermosa mujer de piel pálida y ojos brillantemente multicolor.
La menor iba descalza, con las manos apretadas contra su blusa holgada de color negro. Toda su ropa era negra allá abajo, en el Inframundo. Se acercó al señor de los muertos y lo jaló de la túnica en cuanto vió que no le hacía caso.
Hades la volteó a ver con expresión frustrada, pero Adrienna ya no lo miraba, en cambio, admiraba a la mujer de cabello negro que era muy alta. Su rostro parecía haber sido cincelado por los dioses, pero se veía furiosa.
—Adrienna —La llamó Hades, se notaba que estaba tenso y no apartaba la mirada de la mujer—, te dejé con Loki, ve a jugar con él.
Adrienna los miró a ambos mientras retorcía sus manos entre sí, la tensión entre ambos era palpable. Su mirada era calculadora para un simple niña. Miró a la mujer y decidió hablar.
—Me aburrí —Se limitó a decir mientras se acercaba a Hades y se colgaba de su túnica.
Incluso en la oscuridad de su mirada, Adrienna pudo ver como quería sonreír, pero parecía querer evitarlo.
—¿Quién es ella? —preguntó en un susurro hacia su padre. La mujer la miró y sintió como clavaba sus ojos en cada uno de sus movimientos— Es muy bonita, ¿de grande puedo ser como ella?
Nadie dijo nada por unos cuantos segundos, pero supo que probablemente aquello sería el inicio de algo, aunque no sabía si para bien, o para mal.
La mujer miró seriamente, parecía querer ver algo en la niña flacucha y de cabello oscuro.
—Adrienna, te dije que te fueras —dijo su padre con el ceño fruncido, se cruzó de brazos y volteó a verla.
La menor no se dejó intimidar bajo ninguna circunstancia. No era ningún esqueleto que su padre mangoneaba como le placia. No, por supuesto que no.
Adrienna frunció el ceño, lista para hacer un berrinche.
—No quiero —ordenó, y se cruzó de brazos—. Quiero jugar contigo, ahora.
Su padre no pareció muy contento.
—Estoy ocupado —Le respondió irritado—. Dile a alguno de los esqueletos que juegue contigo.
La pelinegra hizo un puchero adorable, lista para lloriquear. Levantó la mirada para ver directamente a los ojos de su padre, quien era enormemente más alto.
—Es aburrido jugar con ellos, —Se quejó— siempre me dejan ganar.
Hades estaba apunto de decir algo al respecto, tal vez algo despectivo (como siempre hacía la mayoría de las veces), pero la voz de la mujer lo distrajo.
—Es igual de obstinada que tú —declaró con voz irritada mientras la analizaba con la mirada, hizo una pausa de unos cuantos segundos para después voltear a ver a su padre—. Se parece a ti.
Hades la miró fijamente. Aquella mirada era profunda, cargada de mil sentimientos que no lograba entender. Vagamente, Adrienna distinguió que era la misma que le lanzaba a su madre en algunas ocasiones. La diferencia era que aquella parecía ser más profunda, mucho más fuerte e intensa.
—Lo sé.
La mujer volvió a mirarla por unos segundos y después miró a Hades con expresión cansada.
—Solo..., procura mantenerla alejada de mí —murmuró, los miró una última vez y después se dió la vuelta, marchándose lejos de ambos.
Cuando sus tacones dejaron de escucharse, fue cuando Hades pareció volver a respirar.
—Papà. —dijo jalándolo de la túnica. Fue allí cuando volvió a mirarla y le sonrió de lado.
Se sorprendió cuando la cargó en brazos, pero no rechistó nada al respecto. Lo abrazó del cuello y se dejó llevar.
—Eres más especial de lo que creía. —dijo en un murmullo, pero la menor lo dejó pasar.
—¿Podemos jugar? —preguntó removiéndose entre sus brazos.
Hades suspiró.
—¿A qué quieres jugar?
Sus ojos brillaron.
—¡Mitomagia!
Algunas veces, se desearía volver al tiempo en que se fue feliz. En donde no habían presiones, ni mucho menos, diferencias. No había conciencia de la realidad. No había dolor. Ni soledad.
No habían palabras dolorosas. Ni furias dispuestas a asesinarte.
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Espero que les haya gustado el capítulo. ¿Qué opinan? ¿Va bien la historia? ¿O bastante cliché?
Pronto llegará la parte en la que ya es adulta xD, sin nada más que decir, ¡voten y comenten! ¡Me ayuda a seguir publicando más capítulos!
Nos leemos pronto, desconocidos.
Atte.
Nix Snow.
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