Capítulo 2: Cita.

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Capítulo dedicado a akral- quien fue la primera en comentar el capítulo anterior :)

Para cuando el chico volvió con su desayuno, Alec ya estaba más relajado.

Fulminó con la mirada a Malcolm como si hubiera hecho algo terrible que ella no había notado, pero Adrienna se enfocó en ignorar este hecho. No quería pelear por algo que no le importaba.

—Aquí están sus desayunos —dijo Malcolm, trayendo una enorme bandeja en la que cabía todo y no parecía estar esforzándose en ello. Fue bastante impresionante para una simple hada.

Dejó su taza de café en sus manos y por accidente rozó sus dedos. Fue una sensación helada, lo que en realidad era extraño porque el café estaba muy caliente. Pero no es como si le importara mucho, estaba acostumbrada a las temperaturas extremadamente bajas. Tampoco le importó la mirada llena de interés que pareció darle el tal Malcolm.

—Así qué... —comenzó Jace con una mirada traviesa, había tomado un pedazo de tocino con el que señalaba a Malcolm. Fue una vista extraña, la blandía como si fuera una daga y pudiera apuñalarlo con ella. Adrienna no lo dudaba— ¿Trabajas aquí desde hace mucho tiempo? Nunca te había visto.

El chico no pareció molestarse por su pregunta.

—Hace poco —admitió, y tenía razón. Nunca lo había visto en Taki's—. Mi hermana trabaja aquí. Estoy seguro que la conoces.

Señaló al otro extremo del establecimiento, donde se encontraba el hada con la que Jace llevaba coqueteando cada vez que iban a Taki's.

Quiso reírse de su suerte. Adrienna le sonrió a Jace con los dientes expuestos y volteó a ver al chico. De más cerca, parecía aún más guapo. Ni siquiera le molestó su extraño color de piel, o el hecho de que no tenía iris.

—Eres guapo —Señaló la hija de Hades, ladeando la cabeza mientras lo miraba con curiosidad—. ¿Aún está en pie el número de teléfono?

Le sonrió con picardía. Había maldad en su mirada, el tipo de perversión que haría huir a un mortal común y corriente. Pero Adrienna no era una mortal, apenas y había convivido con ellos sus primeros años de vida y solía frecuentarlos tan poco, que apenas y se daba cuenta de su existencia.

—Si así lo quieres —ronroneó muy cerca de su rostro. Jace e Izzy notaron que Alec parecía estar apunto de saltar de su asiento—. Su orden va por la casa.

Alec rió sarcásticamente.

—Vaya, hombre. Gracias —gruñó con sarcasmo.

Malcolm le echó una mirada furtiva, pero decidió que lo mejor era ignorarlo. No era nada bueno provocar a un Cazador de Sombras. Podía salir bastante mal. Aunque definitivamente, las hadas también tenían lo suyo.

—Nos vemos, bonita.

Le entregó un papel en el que había unos cuantos números anotados y le guiñó el ojo antes de seguir con su trabajo. La hija de Hades le sonrió de vuelta y asintió en su dirección, exactamente en la forma que sabía que un chico se volvería loco. Guardó el papel en su bolsillo y bebió del café que le había entregado. Era delicioso. Notó que llevaba canela extra y sonrió por el pequeño detalle.

Los tres chicos se le quedaron mirando.

—¿Acaban de coquetear en nuestras narices? —preguntó Izzy, parecía bastante impresionante—. Y yo que creía que era descarada.

—Nunca creí que llegaría este día —admitió Jace. Parecía tener el orgullo tatuado en los ojos—. Los niños crecen tan rápido.

Adrienna rodó los ojos. Hubiera contestado algo sarcástico, pero Alec se le adelantó.

—Debes estar bromeando —apretó los dientes y su ceño estaba profundamente fruncido—. Es un subterráneo. No podemos relacionarnos con criaturas mágicas. Está en la ley.

—Bueno, no es como si nunca hubiera pasado algo similar —Se encogió de hombros, como si el tema no importara en lo absoluto—. Tus hermanos siempre están saliendo con subterráneos y no veo que alguien diga algo.

—Está mal visto —discutió Alec.

Pero Adrienna nunca cedería.

—No voy a casarme —rodó los ojos con fastidio—. El chico es sexy, tengo derecho a liberar tensión. ¿Está mal querer un poco de diversión?

Alec la miró con incredulidad, como si no creyera lo que estaba diciendo.

—Chicos... —empezó Izzy, tratando de acabar la pelea.

—No puedes acercarte a ese hada, Jenna —sentenció el moreno, olvidando su desayuno e hirguiéndose en su lugar. Por primera vez en meses la llamó por su apodo—. ¿Por lo menos te estás escuchando? ¡Es algo absurdo!

—No debería importarte, no he hecho nada malo ni pienso llevar las cosas tan lejos. ¿Es tan difícil confiar en mí?

—No irás —dijo con confianza en sus palabras. Era como si creyera que Adrienna iba a cumplir sus órdenes al pie de la letra, aunque en realidad solo le dió más ganas de salir con el chico—. Soy el líder del grupo. Soy el mayor y debes seguir mis órdenes.

—La vida laboral y personal son un tema muy distinto —aclaró sin alterarse ni un poco mientras bebía de su café negro—. Así que no tienes fundamentos válidos, niño Lightwood.

Alec apretó los puños, como si quisiera golpear a alguien.

—No saldrás con él.

—¿Por qué no?

—Porque...

No dijo más. Fue como si toda su furia se drenara y su rostro se quedó del color de la cal, como si él mismo no entendiera sus motivos. Estaba tan blanco que toda su tés morena despareció por unos cuantos segundos.

Abrió la boca como si estuviera apunto de explicarse, pero volvió a cerrarla sin decir ni una sola palabra.

—Eso creí —murmuró Jenna con arrogancia.

Jace ni siquiera se alteró por la reciente discusión. Solo los miraba con aparente diversión mientras devoraba su desayuno con avidez, era como si pensara algo cómo: «Estos niños de ahora». Y tomando su ejemplo, Izzy había empezado a beber de su zumo de naranja. También parecía divertida por el asunto, pero en cuanto su hermano se quedó callado, ella lo miró con la expresión iracunda.

Fue algo de hermanos. Y por unos cuantos segundos, Adrienna sintió la ponzoña de la envidia deslizándose por su garganta. Extrañaba a sus hermanos. Los extrañaba con locura y la idea de que ellos no la recordaran, le dolía como el infierno.

Sus ojos se perdieron en la mesa por unos cuantos segundos.

Recordar siempre era doloroso.

—¿Ya dejarán de discutir? —preguntó Jace, regalándoles una mirada divertida— En serio quisiera comer sin tener que escucharlos discutir sobre quien parece tener más éxito entre los subterráneos.

Él tenía un punto. No dijo nada más, se limitó a encogerse de hombros y comer sus waffles con canela. No tenía la fuerza para decir nada más. No en ese momento. No cuando había recordado a sus pequeños hermanos y el dolor quería deslizarse en sus facciones, pero no lo permitió y se obligó a guardar la compostura.

«Eres fuerte», pensó, se lo había dicho su antigua amiga del campamento mestizo. Había sido hace tanto tiempo... Pero jamás podría olvidar sus palabras.

Era cierto. Fue fuerte y seguía siéndolo. Seguiría luchando aunque se cayera a pedazos en el camino.

Recordaba como Ingrid, su antigua amiga, había lucía muy sorprendida cuando le contó su pasado. El pasado que tanto la atormentaba.

«Nunca había escuchado nada igual. Pero sé que yo no podría vivir con algo así», le dijo Ingrid.

«Ese dolor... supongo que cada uno tiene que pasar por su propio infierno».

Adrienna había tenido que estar en su infierno por más de setenta años, y empezaba a cansarse.

Alec se encargó de mirar su plato con la mirada ausente. Solo lo miró por unos cuantos segundos más, pero fue suficiente para darse cuenta de que Alec no parecía querer admitir lo que ella había notado desde hace mucho tiempo atrás.

Sintió una punzada de decepción.

(…)

Esa noche Adrienna tenía una cita.

Había estado hablando con Malcolm por toda una semana, se mandaban mensajes de texto y tenían llamadas telefónicas que duraban algunas horas. En toda esa semana, Alec se la pasó encerrado en su habitación, solo saliendo para entrenar y comer.

Ignorando la actitud del Lightwood, Malcolm había demostrado ser alguien bastante agradable y parecía entender su extrañísimo humor negro. Además de que aceptaba su sarcasmo sin control, lo que le agregaba varios puntos a su favor.

Toda la semana sintió la mirada de Alec punzando en su nuca, como si pensara que en cualquier minuto sacaría a Malcolm de su bolsillo y se lo restregaría en la cara.

A veces se hallaba pensando que los mortales eran extrañísimos. Sus comportamientos de celos eran muy diferentes a lo que una vez fueron. Recordaba que una vez, en el colegio al que iba con sus hermanos, dos chicos se pelearon por una chica; esta ni siquiera se enteró de la pelea, pero no impidió que a la semana siguiente comenzara a salir con el ganador. Ambos desfilaron por el colegio de la mano mientras que él miraba a todos con claro orgullo. Era como si dijera «mirad mi premio».

Se prometió que jamás saldría con un estúpido así.

Esa noche, su único problema parecía ser que no podía elegir un conjunto perfecto.

—No sé que ponerme —Se dejó caer en su cama mientras solo tenía puesto una bonita lencería con encaje. Izzy la miró con ambas cejas alzadas—. No me mires así. No es que me importe. Solo no sé que se supone que debo de usar en una cita —refunfuñó de mal humor.

—¿Se supone que debo decirte que seas tú misma?

—Da igual si soy yo misma —bufó ante sus palabras—. Él querrá sexo y yo querré pasar un buen polvo. ¡Da igual si voy con vaqueros y botas! Al final terminaremos demasiado cansados como para notar que ropa traíamos.

—Ni de broma te vas con ropa común—la regañó mientras se metía en su clóset—. Es una cita, no una misión para cazar demonios Raum. Debes verte despampanante.

Se encogió de hombros y se hundió más en su suave cama. Adoraba el contacto con su cuerpo medio desnudo.

—¿Debería usar un vestido?

—Sería lo convencional —admitió una Izzy pensativa—. Creo que deberías usar ese vestido negro que compraste la semana pasada. Te hará sacar un trasero de infarto y unos pechos igual de impresionantes.

—Por eso lo compré —sus ojos recorrieron su clóset, topándose con la tela de seda. Se acercó a la morena y tomó un par de tacones negros que le parecían adecuados para el vestido—. Me hace ver aún más perfecta de lo que soy.

Se metió en el vestido que Izzy le tendió y tomó su tiempo para acariciar la fina tela. Era de seda, del tipo que muchas querrían usar, pero al mismo tiempo odiarían por ser demasiado difícil de ajustar al cuerpo; le quedó como un guante, y cuando salió del baño, Izzy abrió la boca con sorpresa.

La ignoró y se colocó las sandalias de punta cuadrada con muchos cordones que la hicieron ver un poco más alta de lo que era.

—¡Estás guapísima! —exclamó la morena—. Por el Ángel, eres demasiado buena para Malcolm. ¡Estás como para envolverte y después comerte!

—No exageres —rodó los ojos mientras se veía en el espejo de cuerpo completo.

Se veía como una hija de Hades. Un sentimiento de orgullo la lleno de pies a cabeza.

—No lo hago. Alec se quedará con la boca abierta cuando te vea.

La miró con las cejas alzadas y las manos en las caderas.

—¿Y por qué se molestaría en verme?

Izzy le lanzó una mirada traviesa.

—Porque cree que eres caliente.

Lo dijo como si estuvieran hablando del clima, así que no pudo evitar reír con Isabelle.

Fue un momento muy bonito, como si ambas fueran adolescentes normales y estuvieran hablando de chicos. Se permitió relajarse por unos minutos porque se dio cuenta que eso era lo que necesitaba para sentirse bien. O al menos eso pensó al recordar la extraña semana que había tenido.

La sensación de que algo estaba pasando no se fue de su estómago, pero se obligó a disfrutar el momento.

—No están mis dagas —Se quejó la hija de Hades—. Debí dejarlas en la sala de entrenamiento.

Izzy la miró con extrañeza.

—¿No llevabas también tu espada?

—Izzy, cariño, debes saber que una mujer debe ir bien preparada para absolutamente todo. Pueden atacarte en cualquier segundo —le dijo mientras tomaba un bolso negro que combinaba con su atuendo y se arreglaba el cabello en un moño desordenado. Se veía muy bien.

—Lo entiendo.

—Gracias por todo, Izzy.

Le sonrió a la morena antes de salir de la habitación en busca de sus dagas.

Se tomó el tiempo de vagabundear por el Instituto a muy altas horas de la noche. Era sábado y debían ser casi las ocho porque no se veía ningún alma en los pasillos. Al final decidió hacer un viaje sombra y en cuestión de segundos estuvo frente a su casillero en la sala de entrenamiento.

Hurgó entre todas sus cosas y tomó las dagas que brillaban por la luz de los faros naranjas. Éstas eran distintas a las de sus amigos, pero se encargaba de usar la niebla para que vieran lo que ellos creían conveniente. Unas dagas comunes y corrientes, o así eran para los demás cuando en realidad eran de Hierro Estigio, un metal oscuro que se forjaba en el Inframundo y después se enfriaba en el Río Estigio. Solo Hades y sus hijos usaban este tipo de metal, al igual que los dioses que vivían en las profundidades del vacío.

Los monstruos le temían a este brutal metal mucho más de lo que le temían al Bronce Celestial u Oro Imperial.

—¿Qué haces aquí...?

Volteó a la derecha y allí estaba Alec, con una espada en una de sus manos y el torso descubierto. Ni siquiera tenía puesta su ropa de entrenamiento (solo llevaba unos pantalones negros que le sentaban de maravilla), y estaba bañado en sudor que se deslizaba por su abdomen marcado.

—Hola Alec —lo saludó sin dejar ver lo complacida que estaba por la exquisita vista de su abdomen descubierto—. ¿Has estado entrenando? Pareces agotado, deberías terminar. Es muy tarde.

Sus ojos estaban abiertos como platos y no pareció escucharla.

—¿Por qué tienes puesto...? —le preguntó Alec mientras contenía el aliento, sus mejillas estaban rojas y se dio cuenta que no se debía al entrenamiento— Te ves...

—¿Bien? —preguntó con una ceja alzada y los brazos cruzados en el pecho— Sí, lo sé. Pero debo irme.

Sus ojos que habían tomado un matiz oscuro parecieron centellear y notó el peligro que Alec podía infundir. Era como una clase de ser oscuro del fondo del tártaro.

La idea la excitó.

—¿A dónde irás? —preguntó con tono peligroso. El veneno en cada palabra.

—Saldré con un amigo —Se atrevió a decir, tratando de no entrar en alarma con su mirada asesina clavada en su cuerpo—. Nada importante.

—A juzgar por tú vestido, parece ser más que un amigo.

Ignoró el cosquilleo que sintió en el estómago cuando Alec se cruzó de brazos y sus biceps parecieron explotar. Era una vista demasiado tentadora.

Tragó en seco. Su garganta se sentía demasiado áspera.

—Un amigo —repitió, dejando el asunto zanjado mientras cerraba su casillero y se disponía a salir tranquilamente de la sala de entrenamiento. No quería alterarlo más—. No es como si fuera un crimen ponerme un vestido. Es cuestión de moda.

Hubo un movimiento a su espalda y un borrón negro se posicionó enfrente de ella. Alec le bloqueó el paso con su brazo apoyado en los casilleros, estaba justo en la línea de su rostro. Se había movido muy rápido, y aunque lo había notado moverse, no pensó que él querría detenerla.

Sus ojos azules estaban fríos y oscos.

-No irás así.

-Haré lo que me plazca.

-No irás -gruñó enfadado-. ¿En serio intentas ir con esa hada?

No le gustó la manera en que habló de él, fue de una manera despectiva y poco respetuosa. Como si fuera alguna clase de animal que no merecía respeto alguno, o como si fuera algún tipo de criatura rabiosa.

«¿Él la miraría así, si su supiera quién era en realidad?», pensó con amargura.

«¿La menospreciaría por no ser totalmente de su querida especie?»

Por supuesto que me odiará.

Lo miró como si no lo conociera. Cómo si aquel chico que se sonrojaba y tartamudeaba cuando hablaba con ella ya no existiera. Sinceramente, ya no creía conocerlo. Ambos eran dos conocidos que habían pasado tiempo juntos, pero que con el tiempo habían terminado distanciándose y alejándose el uno del otro.

Ya no conocía al Alec que tenía delante de ella.

-No intentes mangonearme. Soy parte de tu equipo, pero no significaba que puedas opinar en mi vida.

Sus mejillas se pusieron rojas como dos manzanas apetitosas, y no era por la vergüenza. Pudo sentir su rabia en cuanto su aura se oscureció poco a poco.

-No me importa lo que hagas con tu vida -dijo con desprecio-. Me importa que ensucies el apellido Lightwood.

-¿Intentas chantajearme? -preguntó con irritación.

-No. Intentó acerte entrar en razón -gruñó-. No puedes andar por el submundo creyendo que puedes romper las reglas. ¡Está tan mal como intentar hacerte amigo de un brujo!

Aquello, sin lugar a dudas, la irritó de manera alarmante.

Ella sabía que los Cazadores de Sombras se creían mucho mejor que los demás. Pavoneándose por su sangre angelical corriendo por sus venas, creyendo que eran mejores que los demás por ser de una familia antigua y llena de guerreros famosos y letales. Pero era una estupidez.

«¿Por qué debían ser tratados como mejores?», pensó.

«Solo son pequeños mortales que al haber tenido la suerte de nacer como Nefilim, se creen mejor que las otras hormigas».

No son más que polvo y sombras. Pero no parece importarles. Tenían tan poco aprecio por su vida que la llenaba de irritación y desprecio. Sí, ella era parte Nefilim. Sí, ella no era la indicada para hablar de la muerte. Pero ella sabía muy bien que las costumbres y pensamientos de la Clave eran incorrectos. ¡Había visto infinidad de personas que tenían pensamientos similares y solo los llevaba a su terrible final!

La Clave estaba corrupta, enlodada y llena de grietas por doquier. ¿Y quién era ella para decirles lo contrario? Ella no fue criada para ser una Cazadora de Sombras. Fue hecha y sumergida en el Estigio para detener las amenazas potenciales en el Inframundo.

Ella era el principio del orden, y el final del caos.

La rabia la cegó por unos cuantos segundos que parecieron ser cruciales, y parecieron ser suficientes para dar un paso hacia Alec con porte amenazante. Porque, por el Hades, ¡su abuela era una bruja! Jamás pensaría algo tan despectivo contra su sangre. No cuando tenía tan poca familia y ésta parecía disminuir con cada día que pasaba.

-Mira, Alec. No me vengas a hablar con tú falsa y estúpida preocupación. Ambos sabemos que me detestas, y si es así, es porque no puedes aceptar unos estúpidos sentimientos que crees que te hacen débil.

»¡Si no me vas a decir nada más, quiero que te apartes de mi camino y me dejes tranquila! ¡Es mi puta vida y yo haré lo que se me venga en mis jodidos ovarios! Capisci?

Hubo una pausa en la que Alec pareció sorprendido. Su rostro se puso igual de pálido como aquella vez en el restaurante de Taki's. Aunque tampoco le importó mucho.

Dió un paso aún lado y estuvo apunto de salir, antes de que Alec decidiera que quería ser el último en hablar.

-Si sales de esa puerta. Sabré que te importa más ese subterráneo que tú familia.

Le dolió que la mirara así, con tanta decepción. Cómo si ya no la conociera y creyera que podía juzgarla. Él no podía juzgarla, él no la conocía. Alec no sabía por todo lo que había pasado todos esos años, no tenía el mínimo derecho de retratarla como el ser más despreciable del mundo.

Estaba cansada de que creyeran que debía de comportarse de una manera, una en la que creían correcta y que debía seguir al pie de la letra. Por primera vez en años, tuvo las agallas para decir lo que en realidad quería hacer, y no dejaría que un niño celoso y enojado se interpusiera en su camino. Era su vida, su problema.

Ella era libre de hacer lo que quisiera, y se encargó de dejárselo en claro cuando lo miró con los ojos oscurecidos de la rabia contenida que amenazaba con salir y pulverizarlo.

«Mortal insolente»

-Resulta que mi familia está muerta, y no creo que eso cambie porque creas que puedes manipularme. Idiota. -contestó con tono agrio y distante.

Se dió cuenta, con pesar, que no era del todo mentira.

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Pregunta del día:

¿Sabían qué en el próximo capítulo ahora sí empieza la trama del ladrón del rayo? ¡Estoy tan ansiosa de que llegue el momento!

¿Fue muy malo el capítulo?

Vestido en multimedia.

Sandalias.

Dagas de Hierro Estigio.

Atte.

Nix Snow.

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