Capítulo 18: Dios del Inframundo.

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Hades se encontraba furioso.

Por más que intentara tranquilizarse, no le era posible. No sin su amada esposa, Perséfone.

Siempre fue catalogado como uno de los dioses más sádicos, distinguible por su apetito voraz e insaciable por las almas que iban llegando a su Reino.

¿Pero de qué sirve todo eso, si su signo de poder había sido robado? Habían robado su yelmo de oscuridad y estaba dispuesto a hacer lo que sea con tal de recuperarlo, pero ni siquiera su hija había logrado traerle al ladrón.

«Ese Jackson», había dicho en cuanto se enteró de su existencia «no hay nadie más. Fue él. Tráeme al chico».

Su hija no había tenido más remedio que traerle a quien pedía, pero mientras más pasaba el tiempo, más se impacientaba.

—Mi señor.

Tánatos estaba al lado de su trono, listo para cualquier indicación de su parte. A primera instancia se veía demasiado joven e inexperto, pero mientras más lo veías, se podía notar la edad que cargaba en sus hombros.

—Tánatos —lo llamó fríamente.

—Lady Adrienna está aquí.

—Hacerla pasar.

Una joven de piel pálida, grandes ojeras y cabello azul (como el que lo caracterizaba cada vez que se molestaba), entró a la sala.

Sintió su párpado inferior temblar. Su hija estaba allí, con su inconfundible chaqueta de cuero y sus botas altas.

—Así que... —comenzó Hades— ¿...ya decidiste que harás?

Adrienna se encogió de hombros, desinteresada.

—Estuve pensando, padre…

—Escucho lo que dices, hija mía, pero no encuentro una solución a la misión que te encomendé.

Su hija lo miró con ojos fríos, tan violetas como recordaba. A diferencia de él, su hija había heredado rasgos más afilados, difíciles de digerir. Pero para su suerte llevaba miles de años en el mundo, era el dios del Inframundo, la apariencia de su hija podría intimidar a los mortales, pero no a él.

Solo a veces, Hades se preguntaba si su hija permanecería allí todo lo que le restaba de poder. Se preguntaba si ella caería con él, o si lucharía a su lado hasta el final.

—Tuve un sueño —Le dijo Adrienna y sus fosas nasales se dilataron como las de una serpiente—. Uno que probablemente podría interesarle.

—Escucho.

—¿Sabe sobre el arte de la guerra, padre?

Y fue allí cuando Hades comenzó a mirar su situación de diferente manera.

No todo estaba perdido.

(…)

Nueva York era un lugar sucio, con gente igual de inmunda.

Hades nunca apreció ese mundo que llamaban moderno. Ya no era tan brillante como lo era antes.

Las personas se destrozaban entre sí por un montón de baratijas inservibles, listos para entrar a los Campos de Castigo que tantos dolores de cabeza le causaban. No eran más que un mero reflejo de lo que fueron antes; seres ignorantes, pero con gran astucia y perspicacia.

Ahora solo eran un ultraje de lo que alguna vez fueron.

En un viaje sombra, Hades apareció en el lugar exacto en el que deseaba estar. No fue difícil pasar las salvaguardias del Instituto de la ciudad, su poder era más grande que el de un ángel; criaturas sumamente pequeñas que están compuestas de sosas y afelpadas plumas.

En vez de su corona de huesos, esa tarde, había decidido que no era necesario verse tan distinguido como solía estar siempre que podía; aunque no por ello se rebajaría a usar ropa corriente como la mortal. Era un dios, debía vestir como un dios.

Uno modesto, por supuesto.

Se llevó vaqueros negros, hechos de las almas de sus víctimas en antiguas guerras. Su camiseta, igualmente negro, estaba echa de los sueños jamás cumplidos. Y, por otra parte, llevaba una chaqueta de cuero, café oscuro para no ser repetitivo; solo que esta estaba hecha de la sangre de los caídos, de los que jamás encontrarían la paz mientras el siguiera con vida.

Estaba aceptable.

La biblioteca del Instituto estaba llena de libros. El lugar justo para un ratón de biblioteca como lo era su hija.

Era un sala circular, habían dos pisos y estaba lleno de estanterías. Debía de estar en una torre de la catedral, porque de otra forma no tendría mucho sentido que estuviera en forma circular. En el centro de todo estaba un escritorio tallado con ángeles. Justo el estilo que le gustaba, aunque creía fielmente que los ángeles estaban de más.

Toda la sala estaba llena de sillas para leer, sillones y un montón de objetos que no llamaban su atención en lo absoluto. Había ido a ese sitio por una sola razón, no pensaba quedarse mucho tiempo.

Mientras se sentaba en el escritorio, notó que había cierta energía en el sitio. Habían almas, lo sentía. Había sufrimiento en ese lugar.

Ayuda.

Sácame de aquí.

Ayuda.

¡Ésto es un error!

Por favor...

No tengo miedo. No tengas miedo...

¡Error! ¡Error!

¡Cállense! ¡Guarden silencio!

Soltó un bufido. Todos eran una molestia.

Con un ademán de manos, todo se quedó en silencio y pudo relajarse con mayor seguridad.

—Lo estuve esperando.

Una mujer, morena y de cabello negro como la tinta, estaba en la puerta. Era alta y con cuerpo ejercitado.

Debía ser uno de ellos a juzgar por sus brazos expuestos, que se encontraban llenos de runas oscuras que deformaban su cuerpo.

Un Nefilim.

Hace mucho que no veía a uno con vida. Tal vez setenta años, si no recordaba mal.

Hades la miró con ojos oscuros, llenos de locura.

Maryse llevaba meses esperando la llegada de aquel hombre, el hombre que se había encargado de traer a aquella chiquilla de cabello negro y ojos hipnotizantes. Enfrente de ella, estaba un hombre alto, de contextura fuerte y varonil, cabello negro y ojos igual de oscuros como un foso sin fondo.

Era difícil permanecer con la mirada puesta en él sin que sus piernas flaquearan con el más puro de los terrores. Se obligó a llenarse de valor. No demostraría temor.

Ni siquiera por un dios.

Hades sonrió, y Maryse se estremeció con sudor frío recorriendo su espalda. Era algo demasiado... difícil de explicar.  La sonrisa era algo afilado, como si pudiera cortar con tan solo sonreír.

Él sabía lo que sentía, pudo notarlo. Pero no parecía especialmente interesado en lo que sentía.

—Pensé en venir antes —dijo Hades—. Pero veo que estaba impaciente, ¿no es así, señora Lightwood?

—Dejemos las formalidades de lado. Ambos sabemos a que ha venido.

La sonrisa de Hades no flaqueó.

—¿Debería estar sorprendido?

Maryse odió su comportamiento. Era como si nada de lo que hiciera o dijera pudiera afectarlo, como si estuviera seguro de lo que estaba haciendo.

Lo detestó.

—Su hija —su voz resonó en todo el salón—. ¿Por qué la envió a este lugar? ¿Por qué dejó que viniera?

Se encogió de hombros. No parecía interesado con la conversación.

Maryse apretó los puños.

—Ella quería saber sobre este mundo—Jugó con un lápiz, para después volverlo un montón de astillas con un pequeño apretón—. Su otro mundo.

—Miente —exclamó con ferocidad—. No es su mundo. Mucho menos el suyo. No tienen el mínimo derecho a…

Todo pasó demasiado rápido, ni siquiera sus runas de velocidad la ayudaron a localizar lo que sucedió tan rápidamente. Algo se estrelló contra su cuello y la hizo estrellarse contra la pared.

Al levantarse con la respiración agitada y las manos llenas de cristales rotos, supo que había cruzado una línea de impertinencia en contra de un dios.

Maryse ya no pudo evitar su expresión de pánico.

Él estaba allí, en el mismo sitio, con los ojos clavados en Maryse. Ni siquiera parpadeaba. Su semblante era frío, sin ninguna mota que dejara ver algún sentimiento.

—No estoy aquí para ser llamado mentiroso, pequeña Nefilim —Su voz sonó antigua, dura y como el filo de una espada, era completamente aterradora—. He venido porque mi hija siente aprecio por este lugar —Sus ojos miraron el sitio con asco, mientras se levantaba del escritorio.

Maryse sintió un nudo en la garganta mientras tomaba la espada que llevaba en su bota baja, parecía ser que el hombre ni siquiera había notado su movimiento.

—¿Y qué es lo que espera? —preguntó con desprecio.

Sus ojos se clavaron en ella.

—Nada de lo que se negará, se lo aseguro.

Y mientras Hades se acercaba a ella, su cuchillo fue lanzado hacia el otro lado de la sala, cayendo lo suficientemente lejos como para no poder tomarlo en caso de que la atacara. Estaba desarmada. Indefensa ante un dios que aún no lograba identificar.

No tuvo ni siquiera el tiempo de gritar para que Robert entrara, cuando el hombre se acercó a pocos milímetros de su rostro.

Su respiración se cortó y su corazón se aceleró con el terror bullendo en su sangre.

—¿Qué buscas? ¿Quién eres?

El hombre le sonrió malignamente.

«Un demonio», pensó Maryse «es un demonio».

—No —dijo el hombre—. Hades. Mi nombre es Hades.

Y toda esperanza de vencerlo se disipó en un estallido de oscuridad.

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Pregunta del día:

¿Se dan cuenta que para esta historia, todo está transcurriendo demasiado fácil para Adrienna? Dicen que en la calma, después hay destrucción :v

Cincuenta votos y veinte comentarios para actualizar ;)

Atte.

Nix Snow.

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