Capítulo 17: Narciso.

♠️♠️♠️

Esa misma noche, después de haber pasado toda la tarde con Luke, logró sacarle algunos datos amargos sobre los dioses, marcando aún más la línea que había entre él y los olímpicos.

A pesar de estar cansada, para Adrienna los sueños de mestizo nunca parecen dar algún aviso, así que terminó teniendo uno de ellos.

Apareció en una habitación oscura, con paredes manchadas de azul fosforescente y unas cuantas calaveras pintadas. Había un tocador cuidadosamente ordenado y una cama con dosel color negro.

Al principio no se dió cuenta, pero en cuanto sus ojos se adaptaron a la oscuridad, notó que estaba en su habitación del Inframundo.

Frunció el ceño mientras se veía las manos, se acercó a su espejo de cuerpo completo y pudo verse con mayor claridad: Allí estaba su típico cabello azul, flameando como una fogata. Incluso podía sentir como las brasas caían, manchando el piso. La ceniza ni siquiera la tocaba, se limitaba a caer y a desvanecerse casi inmediatamente.

No se quemó.

Nunca se quemaba, ni siquiera con una fogata normal.

Exhaló buscando mayor comodidad. De pronto había sentido una leve incomodidad que no dejaba de atormentarla. Algo no parecía ir bien. Algo iba mal.

Sintió un hoyo en su pecho. Algo demasiado profundo que no podía ver.

Dolía.

Caminó por el espacio tratando de hallar la fuente de todo lo que captaba, y fue allí cuando logró captar algo. Se sentía como cuando alguien ajeno te miraba y se quedaba allí, observándote en silencio.

Algo o alguien la estaba mirando.

Volteó y pudo ver a Hécate. Llevaba una corona de espinas y sus ojos verdes, como un par de esmeraldas, estaban clavados en su rostro. Su aura esmeralda la rodeaba como una niebla y su cabello negro estaba recogido en una trenza larga que bifurcaba en rosas secas, ennegrecidas por el tiempo. Su túnica marrón se arrastraba y llevaba un montón de cadenas en los brazos, junto con un juego de anillos de plata.

Era hermosa como cualquier dios (titánide, en realidad), su piel era pálida como la de un muerto y no parecía tener una edad fija, como si envejeciera y rejuveneciera en cada segundo.

Era difícil saber cual era su expresión, siempre parecía tener el mismo rostro taciturmo.

—Princesa de la oscuridad —la llamó.

Había algo pesado en la habitación, como si algo malo estuviera pasando. Hace mucho tiempo no la llamaban con aquel título, por lo cual fue como escuchar que hablaban con alguien ajena a sí misma.

Ya no era la misma de un par de años, no después de todo lo que había sucedido con anterioridad. Ni siquiera era capaz de volver a New York y caminar por sus calles sin sentir culpa. Una parte de ella estaba completamente segura de que en cualquier esquina saltaría un cazador de sombras e intentaría regresarla al Instituto.

Adrienna se tensó.

—¿Para qué me habéis invocado, Señora Hécate?

Sus ojos sin brillo, la miraron con frialdad; los mismos ojos que parecían haber vívido absolutamente todo. Era lo suficientemente mayor para saber que todos los dioses tenían la misma mirada.

—Vuestro deber no ha terminado.

Contuvo la respiración. ¿Cómo es que sabía de su misión?

—¿Os referís a la orden de vuestro señor feudal? —preguntó mientras caminaba hacia Hécate. Permanecía cerca del ventanal que daba a los Campos de Castigo, y al acercarse, se dió cuenta que había algo extraño en su figura. Era como si intentara mantener la mayor distancia.

—No habéis tomado el camino que las Moiras trazaron para usted, di Angelo. Los dioses están molestos.

Su pecho empezó a agitarse, lo que decía no tenía sentido, ¿desviarse del destino? ¿A caso se escuchaba? ¡No se puede escapar del destino! Lo que está destinado a pasar, solo sucederá.

No hay punto intermedio.

La mirada de Hécate se volvió casi asfixiante, y sus ojos... había visto esos ojos antes.., los había visto en...

Pero la imagen se desvaneció tan rápido como llegó y no pudo saber nada más.

—Los dioses pueden irse al tártaro —dijo Adrienna. Se escuchó un trueno que retumbó por todo el Inframundo, pero ni siquiera le importó. ¿Cuánto daño podrían hacerle? Ya estaba rota y sola. Nada podía ser peor que el exilio—. Puedes decirles por mi parte, que son un montón de incompetentes. ¡Pelearse por un estúpido rayo robado! Que madurez.

Hécate no pareció escucharla del todo, como si solo estuviera allí para hablar, pero no para recibir alguna contestación.

Frunció el ceño. ¿Por lo menos estaba allí? ¿O solo era una alucinación?

—¿Me escuchas, brujita? —preguntó, siguió de pie sin recibir respuesta. Bufó exasperada mientras se cruzaba de brazos— ¡Ni siquiera estás aquí! Así no se puede tener una conversación medianamente decente. Que ridiculez de parte de los dioses, enviar una mensajera sin poder...

—No los provoques, semidiosa.

La frialdad de su voz le hubiera hecho estremecerse, pero llevaba toda una vida viviendo con un dios de terrible humor por las mañanas. No tenía nada que envidiar de su tono al hablar. Su madrastra daba más miedo que ella, y aquello era decir mucho.

Hécate la miró fijamente, como si su presencia en el lugar la llenara de aburrimiento.

—Prepárate. Él está cerca.

—¡De qué hablas! —exclamó frustrada, pero ya se había ido y no quedaba nada más que una capa de polvo negro en el piso lustrado— Genial, más suciedad.

Intentó caminar lejos del polvo, pero antes de poder hacerlo, pareció absorverla. Fue allí donde una nueva imagen llegó. En vez de su deprimente y oscura habitación, todo fue remplazado por dorado y blanco. Una combinación nada apta en sus pensamientos.

Sintió ganas de vomitar. El blanco le parecía asqueroso.

—Por los dioses —murmuró horrorizada. ¡El blanco era tan claro! ¡Tan inmaculado! ¡Lo odiaba!—. ¡Quien se ha atrevido a traerme aquí! ¡Exijo una respuesta!

—Pido una disculpa, pequeña semidiosa.

Al darse la vuelta vió a un chico alto, rubio y bronceado que llevaba un par de vaqueros negros y una chaqueta que decía «Los pumas», su sonrisa era blanca y recta, como la de un modelo. Su cabello era completamente rizado y por un momento pensó que era Luke, pero mucho más resplandeciente.

Parpadeó varias veces.

—¿Apolo? —preguntó desconfiada.

Apolo le sonrió como si fueran viejos amigos.

Adrienna tuvo la necesidad de lanzarlo por el monte Olimpo para ver si era cierto que los dioses no podían morir de una caída, pero rápidamente se arrepintió. No necesitaba a un dios de enemigo.

—Hermoso Narciso —Le sonrió y casi se quedó ciega—. Tanto tiempo sin vernos.

—Hubiera preferido que siguiera así.

—Tan bellamente agria como te recordaba —Se acercó con las manos en sus bolsillos. Llevaba unos lentes de sol y no dejaba de despeinarse el cabello, pero mientras más lo hacía, Adrienna más notaba que nunca se desacomodaba.

Fue allí, en el limpio e iluminado jardín del Olimpo, donde Adrienna conoció la envidia.

—¿Para qué me trajiste? —preguntó sin pelos en la lengua, mientras tocaba una estatua de una mujer desnuda.

El jardín estaba repleto de flores, flores que al acercarse, se marchitaban o parecían querer arrancarse del suelo que pisaba. Siendo hija de Hades, era una vista de lo más normal.

Apolo se encogió de hombros, convencido de que no necesitaba una excusa para llevarla a su palacio en medio de sueños.

—Nada en especial.

Entrecerró los ojos, perspicaz.

Un dios jamás hacía absolutamente nada sin alguna fuerte razón. Adrienna se moría de curiosidad, aunque no lo demostrara.

—Entonces supondré que puedo marcharme.

Se encogió de hombros, nuevamente.

—No lo creo.

—¿Por qué no?

Los ojos de Apolo brillaron con intensidad.

—Creo que estarás interesada con la información que puedo proveerte.

—¿Qué información?

Apolo sonrió como un niño.

Detestaba admitirlo, pero su sonrisa hizo tal contraste con su vestimenta oscura, que lo hizo ver demasiado inrresistible. Su sonrisa malvada resultaba demasiado encantadora para una simple hija de Hades.

Frunció el ceño alejando sus pensamientos incoherentes.

—¿Y qué con ello?

Él le sonrió con más ganas, dejando ver unos dientes demasiado grandes y blancos. Perfectos para...

Bueno, ya saben.

—Resulta, hermosa Narciso —remarcó el horrendo apodo que le había colocado mientras se acercaba su espacio personal, tomando de su aire y haciendo que tuviera que recargarse en la enorme fuente detrás de sí—, que puedo ayudarte con tu pequeña misión —Parecía que daba por hecho lo que Adrienna estaba por hacer—. No querrás que los dioses se enteren de lo que tratas de hacer, ¿no lo crees? Sus ojos están demasiado ocupados para observar el mundo mortal con demasiado cuidado, así que resulta fácil que algunas cosas se les escapen.

—¿Qué sabes? —preguntó Adrienna con exaltación, lista para sacar su espada de Hierro Estigio y cortarle algunos cabellos. Apolo aspiró su aroma, rozó con sus dedos su pómulo, casi con anhelo— ¿Crees que creeré que sabes lo que estoy haciendo sin una sola prueba? Por favor, no me hagas reír.

Pero su expresión no tenía burla, solo tenía una amenaza silenciosa. Lo estaba retando a terminar su acusación, pero para su suerte, no parecía querer decirlo en voz alta.

Fue un instante pequeño, demasiado minúsculo para notarlo, pero Adrienna fue muy rápida para captar todo.

Los ojos de Apolo, tan azules como el cielo despejado, se ensombrecieron por unos cuantos segundos casi imperceptibles. Fue como si una sombra cubriera su rostro en su totalidad y se encargara de darle un aura seductor, casi macabro que le pareció embriagador.

No lo había notado antes, pero se dio cuenta que Apolo era más atractivo de lo que aparentaba ser. En realidad, parecía ocultar algo más... oscuro en su interior.

Tuvo curiosidad de averiguar que ocultaba, pero al estar tan ocupada con la misión que su padre le confirió, rápidamente supo que tendría que averiguarlo después, cuando estuviera lo suficientemente tranquila y dispuesta a averiguar sobre la vida del dios del sol.

Pero si de algo estaba segura, era que jamás se quedaba con la duda sobre cualquier cosa que lograba captar su atención.

—¿Segura? —preguntó recuperando su actitud juguetona, sus narices rozandose. Adrienna tuvo que hacer acoplo de toda su voluntad para no alejarlo de una patada, necesitaba saber lo que parecía querer decirle— Porque estoy seguro que querrás saber sobre algo en especial.

No quiso aceptarlo, pero la curiosidad picó en su nuca.

¿Qué más daba? Probablemente se terminaría enterando y prefería no ser la última en hacerlo. De cualquier forma, no podía ser tan malo.

Fue allí donde se permitió admitir que se equivocó.

♠️♠️♠️

¡OMG!

¡APARECIÓ APOLO BITCHES! ¡NUESTRO BEBÉ!

¿Qué les pareció el capítulo? ¿Se lo esperaban?

Les tengo una sorpresa en el próximo capítulo, ¿quieren una pista? Involucra a cierto dios de la muerte xD

Atte.

Nix Snow.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top