Capítulo 10: Instituto.

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Lo que restó del mes fue un completo borrón en sus recuerdos. Todos los días sin falta, entrenaba sin parar tratando de olvidar todo el lío en el que se había metido en tan poco tiempo, memorizaba las costumbres de los Nefilim. Era arduamente necesario que aprendiera (obligada) las leyes de la Clave. Por días enteros, Tessa la instruyó en todo lo referente al combate; velocidad, agilidad, fuerza e inteligencia.

«Debes ser la mejor», le había dicho Tessa «así no tendrán con que atacarte».

No volvieron a tocar el tema de su madre, pero notó que hubo cierto cambio de parte de ambas. Tessa era mucho más paciente, cariñosa (más de lo normal) y Adrienna se esforzaba en formar un vínculo más que profesional. Aunque intentara negarlo, esperaba cierto acercamiento entre las dos.

Tal vez se debía al hecho de que había pasado demasiado tiempo sola. Con los años, había aprendido que la soledad estropeaba la mente, quería dejar de sentirse vacía, así que intentó convertirse en la nieta perfecta. O lo que sea que Tessa quisiera.

No era una tarea fácil, con el déficit de atención atacando sin piedad, siempre se desconcentraba en las clases. También decidieron que si querían ser algo parecido a familia, debían conversar un poco más. Fue un acuerdo silencioso.

Al principio fue duro, dudó en contarle algunas cosas que seguían persiguiendo su ser, pero pronto se ayó a sí misma queriendo contarle absolutamente todo; aunque algunas cosas terminó por guardarlas. No deseaba revivir ciertos eventos.

Tessa, quien se había mostrado de lo más paciente las últimas semanas, se mostró sumamente comprensiva e intentó ayudarla en partes que ni la misma Adrienna sabía explicar. La acompañó en cada segundo, la consoló, y cuando su voz se rompía, lloraba a su lado.

Estaba rota, llena de una irá inconmensurable, pero Tessa le hizo entender que debía soltar todo lo que llevaba reteniendo desde hace mucho tiempo. Le demostró que no todo estaba perdido, que el dolor no era lo único que era capaz de sentir.

Nunca se había sentido tan en paz.

Pero, como todo lo bueno, no dura para siempre.

Una mañana, mientras entrenaba sin parar y destrozaba los maniquíes que la castaña se había molestado en conseguir, Tessa llegó con una mujer desconocida. Era imponente, con porte elegante y ropa oscura típica de los hijos de Raziel. Miraba sus movimientos con poco interés, hablaba con Tessa y hacía comentarios sarcásticos que lograban escuchar. Al final, solo se dio la vuelta (sin antes echarle una mirada evaluativa) y salió del campo de visión.

—¿Quién es? —le preguntó a Tessa

La mujer la miró con ojos cansados.

—Una conocida, cariño. Deseaba ver tus avances.

—¿Es enviada de la clave? —Sus ojos se volvieron unas rendijas al solo imaginarlo— ¿Qué es lo que diremos cuándo me aparezca en Idris? No soy parte de ninguna familia. No tengo formación real. Sospecharán de mí.

—No lo harán —dijo mientras ambas caminaban por el jardín. Su cuerpo estaba sudado y lleno de rasguños, pero Tessa lo ignoró y la tomó del brazo—. Me encargaré de todo. Lo prometo.

Una semana después, Adrienna se hallaba con sus maletas al pie de la escalera.

Sentía una enorme sensación de incertidumbre. Era consciente de que aquella burbuja de felicidad que ambas mujeres habían creado, tendría que explotar, pero no creyó que tendría que renunciar a ella tan rápido. Deseaba pasar más tiempo con Tessa, que le contara historias del viejo mundo y la estabilizara cuando parecía perder el control.

Se había encariñado con la mujer, su abuela, aunque aún no se atrevía a llamarla de la manera que ella tanto deseaba.

Le resultaba escalofriante.

—Te mantendrá a salvo —Trató de consolarla, pero la tristeza seguía presente en su expresión facial.

No. La despedida no era fácil.

—Nadie puede protegerme —le dijo—. Solo yo puedo.

Tessa soltó algunas lágrimas.

—Siento que sea así —le explicó—. Pero no puedo pasar más tiempo en el mundo mortal. Mi tiempo se ha terminado.

—¿Te volveré a ver? —preguntó con incertidumbre. Su boca se hallaba reseca y el cuerpo lo tenía entumido, rígido.

Tessa le regaló una sonrisa sincera. Era cálida, llena de una silenciosa promesa que esperaba que lograra cumplir. Una promesa que muy probablemente, jamás olvidaría.

—Siempre que me necesites, yo estaré allí.

Trató de contener las ganas de gritar, quería quedarse con ella, quería permanecer a su lado a pesar del peligro que aquello acarreaba. Porque, si ella le había cuidado en la casa solariega de los Herondale como lo que eran, abuela y nieta, ¿quién más querría cerca a una chica cómo lo era ella? ¿Quién desearía tenerla cerca? Absolutamente nadie.

Dio unos cuantos pasos, vacilantes hacia Tessa, pero se detuvo sin saber que más hacer.

Tessa se encargó de acortar la distancia, dándole un enorme abrazo lleno de cariño. Al principio, fue extraño y sumamente raro. Sus brazos le habían rodeado con amor, con cariño y alguna clase de anhelo maternal que jamás había vislumbrado en nadie.

¿Qué era ese extraño sentimiento que empezaba a llenar su pecho? ¿Qué era ese cálido viento que parecía acariciar su rostro?

Era desconocido, pero Adrienna le gustaba no sentir aquel vacío que llevaba cargando en su pecho desde hace mucho tiempo atrás.

—Cuídate —le mumuró en su oído, y entendió que Tessa Gray era la mejor abuela que jamás pudo haber tenido. Estaba agradecida de tenerla, y no estaba dispuesta a renunciar a una mujer tan especial como lo era ella.

Unas horas después, en cuanto las despedidas hubieron terminado y ella, junto con la misma mujer que la había ido a ver, cruzaron un portal y cayeron en el pavimento de un callejón. Sabía que no había marcha atrás desde que atravesó ese portal, y algo le decía que su vida estaba apunto de cambiar.

La mujer que anteriormente se había presentado como Maryse Lightwood, consultó un reloj de bolsillo y la miró con cierta inquietud.

—Andando.

Adrienna no dijo nada, solo se limitó a seguir ha Maryse. Se dejó guiar por las intrincadas calles de... Nueva York. Solo pararon cuando pararon enfrente de una catedral gótica en óptimas condiciones y de bella estructura. Notó por la neblina que parecía cubrirla, que llevaba un glamour que se encargaba de alejar a los mortales comunes.

—Es hermosa —mencionó despistada, mientras veía los alrededores. Le era imposible el ignorar que estaba muy cerca de Long Island, en donde se encontraba el Campamento mestizo.

Maryse solo la miró de reojo, sin inmutarse.

Ambas se acercaron a las puertas del Instituto, pero antes de poder entrar, la mujer la tomó del brazo y se acercó con gesto intimidante. Automáticamente, su postura tranquila cambió a una alerta y jaló del brazo con el que la sostenía.

Podía ver los ojos ajenos brillar con perspicacia, eran increíblemente azules.

—Antes de entrar, quiero dejar algo en claro —le dijo en un murmullo bajo, amenazante—. No sé exactamente quien eres o de donde provienes, pero si haces algo extraño o medianamente sospechoso, no me tentaré el corazón a la hora de regresarte a Idris. La Clave estará feliz de tenerte.

Ni siquiera se inmutó ante el tono de voz, podía notar que era una mujer apasionada. Por la forma en que se herguía y mostraba sus garras, solo podía ver que intentaba proteger a sus cachorros.

Se preguntó si sería así, si tendría hijos que proteger.

Adrienna ladeó la cabeza y miró fijamente a sus ojos, intentaba entender lo que la mujer quería darle a entender.

Maryse era una mujer muy hermosa, de cabello negro y ojos azules. No era muy alta, pero si lo suficiente como para dar golpes certeros y bien estructurados. Le gustaba su determinación y convicción, pero no dejaba de ser una simple mortal que empezaba a fastidiarla.

—Le advierto que no suelo tolerar faltas de respeto, le aconsejaría soltarme y alejarse lo más rápido posible —exigió con voz calmada, pero incluso así, cualquier expectador sentiría como su aura se oscurecía hasta tomar un tono abrumador, asfixiante. Maryse no tuvo más remedio que retroceder—. Mientras no se metan conmigo, le aseguro que todo estará en orden.

Maryse la miró unos cuantos segundos, insegura. Al final, dudando y mirándola de reojo, colocó su mano en la puerta y soltó un suspiro rendida.

—En nombre de la Clave y el Ángel Raziel, pido entrar al santuario de los cazadores de sombras.

Ni bien terminó, la puerta dio una sacudida y varios espirales se formaron en la madera. Adrienna ni siquiera se tomó la molestia de fingir sorpresa, por lo que decidió mostrarse obedientemente alejada, y solo hasta que Maryse se deslizó por el marco de piedra, se permitió echar un vistazo.

Era un lugar grande y con columnas (nada cerca a las del palacio de su padre). Era una belleza arquitectónica, pero no tuvo mucho tiempo de ver. Tan pronto como entraron Maryse se encaminó hasta un elevador bastante antiguo. No era como los que habían en la actualidad del siglo XXI. No. Éste era de reja y aquello le hacía recordar sus tiempos de juventud, cuando iba de paseo del brazo de su madre.

Suspiró cuando ambas estuvieron dentro de la máquina. Ni siquiera se miraron y el silencio incómodo era palpable.

—Éste es el Instituto de Nueva York, en donde te hospedarás hasta que cumplas la mayoría de edad y llevarás acabo tu entrenamiento oficial como cazadora de sombras —comenzó a hablar mientras se aventuraban por los pasillos. Si tan solo supiera que no tenía quince años—. Entrenarás, estudiarás y aprenderás todo lo que necesites saber para tú formación como Nefilim. Se te dará el equipo necesario y te ayudaremos a encontrar tus fortalezas y a remediar tus errores.

Quiso rodar los ojos, pero la vista de una bola de pelos acercándose entre sus piernas, le hizo ignorar su discurso. El gato se detuvo enfrente de ellas y se quedó rígido cuando vio a la hija de Hades.

Maryse pareció notar la presencia del felino.

—Se llama Iglesia —Se tomó el tiempo de explicar—. Él te ayudará cuando no puedas orientarte o no encuentres el lugar que busques.

Sí... no lo creía. Ése gato parecía querer enterrarle sus garras en vez de ayudarla, pero era tan normal en su vida que lo dejó pasar y solo se encogió de hombros ante las palabras de la mujer. Era obvio que el gato jamás le ayudaría.

—¿En dónde me quedaré? —Con todo el asunto del viaje, había olvidado que necesitaba un lugar en donde descansar y reclamar como su espacio.

Solía ser muy terrirorial, aunque sonara extraño.

—Primero te mostraré el Instituto para que no te pierdas y puedas explorarlo con seguridad —ordenó sin buscar respuesta alguna de su parte, parecía estar acostumbrada a dar órdenes—. Tus pertenencias ya deben estar en tu nueva habitación.

—Excelente —murmuró.

—Sígamos.

Pasamos por las más de doscientas habitaciones que contenía la catedral, visitaron la enfermería y la cocina, el comedor con muchísimas sillas que estaban acomodadas para los Nefilim. Entraron a la biblioteca, en donde conoció a Hodge Starkweather; quien era el instructor y profesor de historia que la orientaría cuando lo requierese. La llevó a la sala de entrenamiento que estaba encantadoramente bien equipada, y después fueron al invernadero que estaba repleto de plantas medicinales que el mismo Hodge usaba para sus tisanas.

A veces se preguntaba que tan especial era Idris como para que todo cazador de sombras hablara de ella como si fuera una especie de santuario. Adrienna no pudo evitar pensar que le gustaría tener un santuario para ella misma, un lugar en donde nadie pudiera encontrarla o molestarla. Había momentos en los que necesitaba de paz y tranquilidad, pero en un mundo de dioses, titanes, monstruos, ángeles, subterráneos y demonios, parecía casi imposible.

—Ésta será tu habitación mientras te hospedas para tu entrenamiento —anunció al final del recorrido—. Está equipada con todo lo que necesitarás, pero si necesitas más cosas o deseas cambiar algo, infórmame y conseguiré lo que necesites.

Maryse se hallaba un tanto acalorada por los muchos pisos en los que tuvieron que pasar, pero Adrienna se encontraba tan fresca y "animada" como al principio. Sacó una llave de su bolsillo y abrió la puerta, el interior era frío e inhóspito como cualqueir lugar que vieras. No le molestaba en lo más mínimo la frialdad de la habitación, pero añoraba la habitación que le había otorgado Tessa en la casa solariega de los Herondale.

Maryse le entregó la llave y se encargó de guardarla en el interior de su chaqueta de cuero.

—La cena es a las nueve, te agradecería que ésta noche asistieras y seas puntual. Debo presentarte a los demás residentes —murmuró lo último, la miró unos segundos y apartó la mirada sin decirle nada—. Si necesitas algo, no dudes en consultarlo.

—Por supuestob—afirmó encogiéndose de hombros—. Trataré de ser puntual.

Maryse asintió, se dio la vuelta y desapareció al final del pasillo.

Miró a su alrededor, en todo lo que llevaba allí no había visto a ni un solo ser viviente (sin contar a Iglesia, Maryse y Hodge). La catedral estaba limpia, pero era sumamente solitaria y le recordaba un poco al Inframundo. Lo único que las diferenciaba, era que no tenía fantasmas recorriendo los pasillos y era mucho menos oscuro. Era habitable.

Aunque no se confiaba respecto a los fantasmas.

Al entrar a su nueva habitación, la oscuridad y sombras parecieron cubrirla de pies a cabeza, terminando por hundirla en las penumbras.

—Dulce, dulce hogar.

Cuando ya se había encargado de acomodar todas sus pertenencias, hizo tronar los dedos y la habitación fue iluminada por unas cuantas velas.

—Mucho mejor —suspiró.

Por más que fuera una hija de Hades y heredera de un legado maldito, no era muy fan de la oscuridad. La irritaba con demencia.

Recordando donde estaba la cocina, a las nueve en punto hizo un viaje sombra en el pasillo. Se escuchaban varias voces hablando, pero solo pudo reconocer la de Maryse.

(…)

Era hora de la cena y Maryse estaba hablando de una chica que había llegado ese mismo día al Instituto. No la había visto, pero sabía que en unos cuantos minutos probablemente llegaría.

—Se llama Adrienna y se quedará a nuestro cuidado. He hablado con la Clave y está de acuerdo —Informó Maryse, mientras tomaba una cazuela llena de un olor exquisito—. Estará bajo nuestro cuidado hasta que decida irse o permanecer en el Instituto. Será su decisión.

Alec frunció el ceño.

—¿Por qué en éste Instituto? Hay muchos en los que pudo haber sido recibida —preguntó.

Lo observó con la ceja alzada y se recargó en su silla. No se sentía con el derecho de opinar, porque el mismo había llegado de la misma forma. Además, en este momento no le apetecía.

—Porque su madre fue una amiga mía —declaró con frialdad, y los miró como si fueran un montón de cachorros a los que entrenar.

Max estaba al lado de su madre, jalando su blusa para reclamar su atención. Maryse se limitó a acariciar su cabeza y darle un jamón para que comiera. El niño corrió al lado de Jace y se sentó en la silla continúa, feliz de haber recibido un premio.

—¿Y a todo esto, quién era su madre? —preguntó Isabelle, aunque no parecía importarle mucho porque estaba mirando sus uñas con aire crítico.

—Adelaine Ravenfox —contestó Robert—. Una antigua miembro de la cónclave.

Isabelle abrió la boca impresionada y Jace no pudo evitar poner atención a lo que se hablaba.

—Vaya suerte —Jace se burló, pero guardó silencio en cuanto Maryse le miró con aire acusador.

—¿No habían muerto todos en el incidente? —preguntó Alec, normalmente no le interesaba mucho lo que pasara fuera de la familia, pero había cierta curiosidad en su tono de voz.

—Se creía que sí. Hasta que encontraron a la pobre chica desmayada y malherida entre los escombros; fue un desafortunado accidente que cobró vidas y una suerte que siguiera con vida —aclaró Hodge, quien se había mantenido ajeno a la conversación.

—Con toda su familia muerta, tal vez lo mejor hubiera sido que muriera —mencionó Jace, quien jugueteaba con una daga—. Hubiera sido lo mejor.

Isabelle le dio un codazo.

—Nada de jugar con armas en la mesa, Jace —lo regañó su madre—. Lo que dices es un comentario fuera de lugar.

—Es insensible —regañó Robert, con los ojos duros. Pero Jace ya no estaba poniendo atención a lo que decía—. No comentarás nada de ésto ante nuestra invitada.

Notó que a unos cuantos metros, recargada en la puerta y escuchando toda la conversación, estaba una chica de cabello negro como la noche y unos grandes ojos azules de mirada inquietante. Estaba escuchando con suma atención y parecía disolverse entre las sombras. Tal vez por ello es que no la había notado antes, parecía ser silenciosa y su semblante era inexpresivo.

Jace no pudo evitar pensar que era la chica más hermosa que había visto, con el cabello atado en una trenza y una postura muy distinguida.

«Parece un hada», pensó Jace.

Los ojos de ella se posaron en él y por un momento no pudo respirar de manera correcta. Era bonita, no de un tipo de belleza dulce o delicada; era de manera cruda, con el cuerpo cincelado en piedra y las facciones finas de una dama de alta categoría.

En ese momento no lo sabía, pero aquella chica iba a hacer grandes cambios en su vida que muy probablemente cambiarían el mundo de las sombras.

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Pregunta del día:

¿Con quién quieren que Adrienna comience una relación?

Si no comentan, puede que actualice hasta en un mes xD

Atte.

Nix Snow.

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