Capítulo 1: Susurros.

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Adrienna recuerda cuando su madre vivía.

Eran tiempos llenos de colores y risas. Una montaña rusa de emociones que vagamente lograba recordar cuando se concentraba.

Solían ir a museos, a veces a puentes tan altos y con vistas tan hermosas que te hacían delirar, otras veces, se quedaban en casa a jugar el extraño, pero divertido juego que tanto le gustaba a Nico.

Él siempre ganaba en Mitomagia.

—¡Yo gané! —gritaba Nico con una sonrisa gigantesca, y las féminas no podían hacer nada más que sonreír por su alegría.

Pero todo lo bueno siempre termina, uno crece y las tragedias llegan.

La primera vez que supo que alguien moriría fue cuando cumplió seis años. Tenía un perro, era muy tierno y su nombre era Loki. Era cariñoso, le seguía a todas partes y era su mejor amigo.

El único amigo que jamás la traicionó.

Sentir que alguien va a morir no es saberlo y ya, la realidad es que sientes una presión en el pecho al ver a el sujeto que va a morir y el temor llega a tu cuerpo. Es allí cuando debes saber que algo está mal, que algo está fuera de lo normal y algo malo se aproxima.

Lo triste de todo es que no puedes hacer nada porque solo tienes seis años. Nadie creerá que tienes una rara seguridad de que tu perro está por morir. Con suerte te tacharán de loco y te encerrarán en un psiquiátrico al contarles que las sombras rodean a alguien y que su aroma desprende algo parecido a la putrefacción.

Así que desde ese día, se prometió que le daría todo el amor que jamás volvería a darle, cada vez que podía abrazaba a Loki. Para una niña, despedirse de su primer mascota es como pedirle que destruya su iPhone 12. No quería que se fuera, pero cuando sabes que alguien va a morir, no hay nada que hacer al respecto.

—¿Por qué no dejas un rato a Loki, cariño? Debe estar cansado —dijo su mamá, la miraba con esa mirada de amor y cariño que solía darles siempre que podía.

Adrienna la miró a los ojos mientras cargaba a Loki entre sus manos.

Sus pequeñas manos eran pálidas y sus venas azules sobresalían como la tinta en cobre.

—No quiero.

—¿Por qué no?

—Es que lo voy a extrañar mucho —contestó en voz baja—. Loki es un buen perrito, mami.

Esa vez, su madre la miró a los ojos de manera distinta, como si ella supiera algo que ignoraba. La tomó en brazos y entre las dos abrazaron a Loki con fuerza, con temor de que se fuera. Maria no dijo nada más. No desmintió sus infantiles, pero tétricas palabras. No dijo nada más al respecto y el tema quedó en el olvido.

Se limitó acariciar su cabello hasta quedarse dormida.

Una semana después, Loki murió atropellado cuando salía a jugar en el jardín, seguramente había sido algún borracho manejando por las calles. En cualquier caso, todos lamentaron la perdida de Loki y su madre no mencionó nada al respecto, aunque ese mismo día, padre se apareció en casa.

Cualquier niña normal diría que vive con ambos de sus padres, pero para Adrienna era de lo más normal que su padre solo los visitara en ocasiones especiales o cuando se le apetecía al mayor. Nunca era muy cariñoso, tampoco hablaba mucho de dónde residía cuando no estaba con ellos, pero siempre les traía regalos y para una niña de siete años, era más que suficiente para no hacer muchas preguntas.

Ese día ni siquiera saludó a los hermanos, solo fue directamente al despacho en el que los padres solían hablar.

Nico y Adrienna jugaban en la sala cuando mamá salió y los miró apoyada en la pared. Les sonrió y la miró con los ojos brillosos.

—Adrienna, cariño. Ven aquí.

La miró mientras dejaba de jugar y Nico seguía con lo suyo. Se acercó a la mujer y ésta la cargó en sus brazos.

—Mami, ¿qué pasa?

Maria le miró el rostro con atención, como si memorizara algo que desconocía, y le sonrió, pero esa vez era diferente a las anteriores; sus ojos brillaban de manera extraña y su mirada parecía apagada.

—Nada cariño, solo, tu papá quiere verte —Le dijo mientras se acercaban al despacho, su voz se escuchaba ahogada.

—¿En serio? —preguntó con curiosidad, padre siempre jugaba con ellos cuando estaba en casa— ¿Podemos jugar?

—Si cariño, pueden jugar —Al ver a su padre, no logró ver las lágrimas silenciosas que empezaba a deslizarse por las mejillas de su madre.

Su pequeña estaba creciendo demasiado rápido. Demasiado fuerte.

Al igual que su poder.

—¡Sí! —gritó Adrienna con una sonrisa alegre.

¡Cuanto adoraba que su padre jugara con ella! ¡Cuanto esperaba para que él llegara y la tomara en brazos como siempre hacía!

Ambas entraron al despacho. El lugar estaba en penumbras y cuando llegó delante de su padre, supo que algo no iba bien. Hades estaba sentado en la silla del escritorio, se puso en pie y se acercó a su pequeño cuerpo.

Se puso a su altura y la miró a los ojos con mucha atención. A diferencia de los suyos, los de su padre eran brillantes, muy oscuros y llenos de secretos; como si de alguna manera hubiera visto tantas cosas, que ya nada podía sorprenderle. Se veían antiguos, pero siempre que sus ojos vacíos llenos de locura cruzaban con los de Adrienna, estos miraban con amor. Con una clase de cariño y melancolía mezclados en una combinación perfecta que le encantaba a la menor.

En ese entonces no comprendía esa mirada, pero con los años, Adrienna logró entender el significado.

Él mostraba pesar. Dolor por el futuro que tendría que vivir a su lado.

—Adrienna —llamó con rostro impasible—, tu madre me ha contado que te has portado muy bien.

Los ojos violetas brillaron cuando la cargó en brazos y Hades se sentó en la silla de piel color café. La sentó en sus piernas y Adrienna meció sus pequeños pies de lado a lado.

—¡Sí, papi!

—Me contó que pasó algo especial contigo —mencionó haciendo una pausa, sus ojos se oscurecieron—. Dijo que pudiste ver algo en Loki.

Automáticamente, su semblante se volvió triste.

—Loki murió.

—Lo sé, y también sé que viste algo en él.

La niña lo miró por unos cuantos segundos. Hizo la cabeza hacia un lado y apretó sus piernas entre sí.

—Ví algo en Loki —Le susurró como si fuera un secreto que nadie debía saber—. Ví una... Cosa negra. Lo estaba... Jalando.

Hades la tomó del mentón y le acarició la cabeza con mucha delicadeza.

—¿Qué más viste en él? —preguntó con cautela.

Sus pequeños ojos brillaron llenos de lágrimas al recordar lo que veía.

—Veo c-cosas malas, papi. Cosas que me gritan —tartamudeó y las primeras lágrimas cayeron—. Ya n-no quiero verla-as. Me dan miedo.

El hombre se limitó a tomarla de las axilas y recargarla en su pecho mientras acariciaba su cabello.

—¿Sabes lo qué eso significa?

No se había dado cuenta que su madre se había ido mientras ambos hablaban, pero en ese entonces, Adrienna no le tomó mucha importancia.

Su madre sabía cosas... Cosas que en un futuro, probablemente la hubieran salvado de su terrible futuro.

Adrienna negó con la cabeza ante la pregunta que su padre. Los ojos de Hades brillaron y pudo ver una gran llama brillar en ellos.

—¿Te gustaría venir conmigo?

—¡Sí! —exclamó mientras dejaba su lado lloroso. Rió y aplaudió contenta de aquello. ¡Iría con su papá! ¡Iría al lugar que siempre iba cuando no estaban juntos!

Hades rió y fue la primera vez que su hija lo vió sin su máscara de indiferencia, sin su fachada de hombre fuerte y descolorido. La melancolía de Hades se había disipado, dejando una llama de calor en su pecho.

Se levantó y la cargó en sus brazos como su mamá siempre hacía.

—Entonces hay mucho que empacar, cariño.

En ese entonces no sabía que aquello solo sería el inicio de todos sus problemas.

La segunda vez que Adrienna averiguó que alguien moriría, fue cuando observó con atención a la vecina de al lado; era anciana, de setenta y muchos años, y tenía varios problemas respiratorios.

Cuando pasaban por la fachada de la casa, veían a la señora sentada en su silla que rechinaba con cada movimiento. Las sombras se movían y sacudían a su alrededor con fuerza, un olor fuerte y nauseabundo se deslizaba por las paredes de concreto, llegando a cualquier lado al que iba. Fue allí cuando se dió cuenta que ella no duraría mucho más tiempo.

—Ella no está bien —mencionó Adrienna una tarde en la sala de estar. No dejaba de darle vueltas al asunto y temía volverse loca con tantos pensamientos.

—¿Quién no está bien? —preguntó una extrañada y joven Bianca. Si cabello castaño estaba atado en una coleta desordenada, llevaba una camiseta enorme, de color naranja oscuro.

Adrienna la miró con los ojos carentes de sentimientos y suspiró mientras la miraba sin parpadear.

Últimamente, Bianca había comenzado a notar como su hermana, cada vez, parecía menos viva. Estaba cada vez menos consciente de lo que la rodeaba, y me preocupaba.

—La Sra. Collins.

Ella le miró con los ojos entrecerrados.

—Ella estaba bien esta mañana —dijo Bianca, como si fuera una tonta y no entendiera las cosas de manera clara.

—Lo sé —respondió mientras coloreaba el dibujo que había estado haciendo esa misma mañana. Casualmente, era el dibujo de una copa de sangre.

Tres días después, la Sra. Collins murió por un paro cardíaco. Nadie mencionó nada del tema por respeto, pero la pelinegra sabía que Bianca se asustó, y fue allí donde inició el temor contra su persona. Evitaba mirarla a los ojos y solo le hablaba lo necesario, como si su poder fuera contagioso.

A fin de cuentas, en ese entonces era mortal y sus poderes no siempre se activaban a tiempo.

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Atte.

Nix Snow.

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