Capítulo 1

Abrió sus ojos de golpe, su respiración era agitada y algunas gotas de sudor perlaban su frente. Se sentó en la cama llevando su mano izquierda a su corazón intentando calmar su desenfrenado latir mientras apretaba las sábanas oscuras con su mano derecha. Cerró sus ojos al intentar calmar poco a poco su respiración, una vez que lo consiguió volvió a abrir sus ojos mirando como el sol se colaba por la ventana.

Se paró dirigiéndose al baño listo para tomar una ducha. El agua relajaba sus músculos tensos por la mala noche que había sufrido. Salió del baño y se vistió con unos pantalones negros y playera gris de manga larga. Se quedó viendo a la ventana admirando el paisaje mientras secaba su largo cabello azabache, ladeó su rostro hacia la derecha mirando el mueble pegado a la pared, con pasos lentos se acercó hasta quedar frente al mueble con su mirada puesta en el collar del rubí; dejó de secarse el cabello dejando que cayera un poco hacia el frente mientras tomaba el collar soltando un suspiro. Dio la vuelta al dije del rubí mirando aquel símbolo extraño, pasó su pulgar por él soltando –de nuevo– un suspiro.

Miró hacia el espejo que se encontraba encima del mueble dejando encima de la madera la toalla para después colocarse el collar, tomó una liga y se ató el cabello dando por concluida su preparación. Se quedó mirando un rato su reflejo, parpadeando dos veces sin quitar la mirada de su rostro como si fuera lo más interesante del mundo. Al tercer parpadeo no se miró a sí mismo, miró otro rostro, alguien parecido a él, con esa piel pálida y cabello azabache, pero tenía los ojos carmesí en vez de amatista como él y se le notaba que tenía más edad.

Debido a la impresión volvió a cerrar los ojos dando un paso hacia atrás llevando una mano a su rostro tallando sus ojos, cuando apartó su mano y abrió los ojos ese rostro había desaparecido, de nuevo era él reflejado en el espejo. Sacudió la cabeza y bajó hacia la cocina tomando una manzana. Fue a la entrada poniéndose los zapatos saliendo de la casa después.

El ruido habitual se hizo presente, varios ya estaban haciendo sus tareas diarias, espadas chocando por allá, risas por otro lado, regaños por el otro extremo. Una monotonía.

— ¡Dimitri! —giró su mirada hacia la chica que lo había llamado.

—Rina...

Una chica de 18 años, con el cabello corto hasta la mitad del cuello de un rubio tan claro que a veces podría parecer blanco, con unas orejas de zorro en él; ojos ámbar brillante con un rasgo un poco animal, piel blanca como la leche, vistiendo unos pantalones de mezclilla cortos y una blusa blanca algo rasgada igual que sus pantalones y unas sandalias igualmente blancas, se acercaba a paso tranquilo mientras meneaba las cinco colas igualmente rubio-blanco demostrando su emoción.

— ¿Por qué la cara larga? —dijo al momento de quedar frente a él.

— ¿No deberías ocular eso? —señaló las orejas y colas de la chica.

—Hoy no quise hacerlo, hace un día hermoso. —esbozó una sonrisa que despareció al cabo de unos segundos al notar la expresión ida de su amigo. — ¿Otra vez esa pesadilla?

—No la considero una pesadilla. —se dio la vuelta para rodear la cabaña hacia el lago seguido de Rina.

—Despiertas espantado y agitado, eso es una pesadilla. —se sentó en la roca junto a él.

—Al principio pensé que era una pesadilla o un sueño pero ahora no lo siento como tal. —miró la manzana que tenía en sus manos. —Siento que ya he visto a esas personas, que las conozco de algún lado. Es como, si supiera que algo falta, siento como un vacío al momento de despertarme.

—Como si hubieras olvidado algo.

—Sí, algo así. —le dio una mordida al manzana.

Rina miró con preocupación a su amigo, cada mañana lo veía así, pensativo, cabizbajo, ido. Notaba que esos sueños le hacían mal, que cada vez se demacraba al no obtener las respuestas que buscaba y ella no podía hacer nada para ayudarle. No era como él a fin de cuentas, ella solamente tenía la mitad de la sangre de un sub-demonio y él era un demonio como tal, ella no podía ayudarle aunque quisiera, tal vez se trataba de algo de su raza que ella no entendería nunca.

—Debes de darme la fórmula que usas para que tu cabello crezca así. —quiso cambiar de tema para distraerlo, lo cual funcionó ya que escuchó una risa por parte de Dimitri.

—Ya te he dicho que no uso nada, solamente crece.

—Sigue sin convencerme, no es normal que pasara de estar a la altura de tus hombros hasta la cintura en una semana, es muy rápido a mi parecer.

Dimitri rio contagiando a Rina, terminó su manzana lanzando el hueso al lago donde un pez grande lo atrapó.

—Al fin los encontré, chicos. —dijo un chico de tez apiñonada, cabello color chocolate y ojos verde oscuro sentándose a un lado de ellos.

— ¿Qué ocurre, Eiden? —preguntó Dimitri mirando al recién llegado.

—El señor Alec nos anda buscando para que vayamos a entrenar, está enojado.

— ¿Cómo puede estar enojado tan temprano? Apenas nos acabamos de despertar. —comentó Rina riendo.

—Enserio está enojado, me lo encontré y me gritó. —hizo una cara de espanto algo exagerada haciendo que sus dos amigos rieran.

—Entonces es mejor ir, no es bueno cuando se enoja. —comentó Dimitri parándose siendo imitado por los otros dos.

—Supongo que debo esconder esto, no quiero que me regañe. —de la bolsa de su pantalón sacó una hoja de un árbol llevándola a sus orejas ocultándolas, hizo lo mismo con sus colas, ahora parecía ya una chica común y corriente.

Los tres emprendieron su camino por el campamento hacia lo que sería el otro extremo del lago donde se encontraban varios chicos practicando pelea con espada, lanzas y arco. Un hombre se acercó a ellos con expresión seria.

— ¿Dónde estaban? La práctica empezó hace media hora.

—Acabamos de terminar de hacer una tarea que nos habían encargado, no volverá a pasar. —habló Dimitri para que no pasara a mayores el regaño.

—No voy a volver a caer en eso.

No funcionó.

—Alec, no seas tan duro con ellos. —una voz melodiosa se escuchó a espaldas de los chicos que de inmediato se voltearon a ver a la mujer.

—No los defiendas, Lucy.

—Están aquí ¿no es así? Malo hubiera sido que ni siquiera se presentaran. —con ese argumento, Alec no pudo decir nada más, les hizo una seña que indicaba que podían empezar a entrenar.

Dimitri fue detenido del brazo por la mujer.

—Quisiera un momento con él. —le informó al maestro de los chicos que solamente asintió acompañando a Rina y Eiden hacia el campo de entrenamiento.

— ¿Qué sucede, mamá? —preguntó Dimitri empezando a caminar junto a la mujer.

—Eso debería preguntarte yo a ti, te noto distraído.

—No es nada, no tienes por qué preocuparte.

—No es cierto, te conozco bien y sé que algo te pasa, ¿quieres contarme qué es?

No podía engañar a ese instinto de madre, tenía toda la razón a fin de cuentas, ella lo conocía a la perfección tanto que podía decir en un vistazo lo que estaba pensando sin necesidad de contarle. Lo cual se le hacía raro que esta vez le preguntara que le sucedía, aunque era normal que lo preguntara.

—Es sólo que... —soltó un suspiro sin parar de caminar a su lado. —Volví a tener ese sueño o pesadilla.

— ¿De nuevo? —lo miró preocupada. — ¿Qué viste esta vez?

—Lo mismo que vi cuando tuve estos sueños por primera vez. Una mujer hermosa, con los ojos como los míos y murmura algo; un hombre que me sostiene y me da a alguien y luego oscuridad, mucha oscuridad y esos ruidos de grillos y aullidos. —de tan solo recordarlo su respiración se volvía agitada y llevara una mano hacia su pecho por inercia. — ¿Qué significa, mamá? ¿Por qué tengo esos sueños desde que tengo memoria? ¿A qué se deben?

—No lo sé, hijo, no sé. Pero ya no piensen en eso, te hará daño. —se mordió el labio viendo hacia enfrente. Dimitri sintió rara esa respuesta pero no quiso preguntar nada, tenía conocimiento que ese tema no le gustaba a su madre así que prefería no seguir con el tema. — ¿Cómo ha ido tu entrenamiento?

Al parecer ella igual al cambiar el tema tan drásticamente.

—Bien, he aprendido a controlar más el fuego. —bajó su mano de su pecho a su costado apretando un poco el puño.

—Ya lo controlarás en su totalidad, no te desesperes.

—Lo sé, después de todo soy un demonio ¿no? —su madre le dio una sonrisa tomando su mano para que la relajara parando un momento su caminata. —Últimamente me ha dolido la espalda, el mismo dolor que tuve cuando mis alas salieron, ¿crees que tendré más?

—Lo más probable. —lo volteó a ver.

—Yo digo que sí, después de todo tú tienes cuatro alas, y papá tal vez haya tenido más.

—Sí las tiene, más que yo.

Dimitri sonrió, su madre correspondió el acto y posó sus ojos en el collar de su hijo, aun recordaba la vez que lo vio por primera vez, no lo soltaba y estaba segura que aun ahora no se desprendería de aquel objeto aunque no supiera lo que significara, ni ella misma lo sabía.

—Ve a tu entrenamiento, que si no te regañaran y por ende yo también. —le dio pequeños empujoncitos para que se moviera haciendo que el chico riera.

—Está bien, está bien, ya voy. —paró un momento dándose la vuelta depositando un beso en la frente de su madre, le regaló una sonrisa para después emprender una carrera hasta el lugar de entrenamiento donde ya lo esperaba Alec.

Lucy suspiró, era tan diferente a los demonios, era mucho más tierno y en cierta manera puro. No recordaba haber visto a ningún demonio espantarse al momento de proyectar por primera vez algún elemento o al sacar sus alas, tampoco aterrarse de haber dañado a alguien, y él lo había hecho, se había espantado y arrepentido por haber lastimado a unos cuantos chicos del campamento al momento de proyectar por primera vez el fuego al intentar prender una antorcha. Dimitri era diferente.

Le dedicó una mirada a Alec que solamente asintió y volvió a emprender su camino para perderse de vista.

Dimitri cayó de espaldas en el pasto lanzando un quejido y quedando con la vista fija en la punta de la espada que estaba frente a él. Levantó la mirada hacia Rina que tenía una sonrisa triunfante.

— ¿Te da tanta risa vencerme? —le preguntó volviendo su vista a la punta.

—Un poco, aunque siempre te venzo en esto. —soltó una risa moviendo un poco la espada haciendo que Dimitri hiciera su rostro un poco hacia atrás.

—No es por nada pero quita la espada de mi rostro, me cortarás mientras te ríes.

—Sí, lo siento. —quitó la espada tendiéndole la mano ayudándolo a pararse. —Eres malo en esto.

—Si fuera con las lanzas sabes que te haría pedazos. —sonrió de lado mirándola.

—No te olvides del arco. —comentó Eiden acercándose a ellos. —También con eso eres impresionante.

—Eso es cierto. —secundó la chica.

—No entiendo cómo puedo ser tan bueno en un arma que mi raza no debe usar nunca.

—Tal vez eres adoptado. —rio Eiden contagiando a los otros dos por la broma.

Se dirigieron a guardar las espadas, habían varios chicos juntos intentado guardarlas que al momento de verlos acercarse de movieron dándoles espacio de pasar. Principalmente era por Dimitri, conocían la fuerza que tenía al igual que su posición de ser el hijo de la fundadora y líder del campamento ayudaba bastante a tenerle respeto y algo de temor; ser un hijo de una demonio caída y –según la historia que les contaron– un demonio puro no era que fuera tomado a la ligera si alguien se quería meter con él y eso acompañado de una gran habilidad para el combate menos era una buena idea.

Los tres guardaron las espadas tomando después una toalla para secarse el sudor. Al momento de voltear para irse todas las miradas se esfumaron al igual que los chicos que de vez en cuando los volteaban a ver murmurando algo, Dimitri se sintió mal ya que sabía que esas miradas, murmuros e incluso miedo eran dirigidas hacia él.

—No les hagas caso, es solo que no saben lo genial que es que seas un demonio y más nuestro amigo. —comentó Rina secándose el sudor, Dimitri la vio sorprendido. —Se pierden de conocerte.

Él le sonrió al igual que ella, le había subido el ánimo al igual que Eiden al momento de poner su brazo alrededor de sus hombros y regalarle una sonrisa dejando ver su dentadura. Ahora se sentía mejor, los tenía a ellos y eso le bastaba.

Fueron hacia el comedor directamente a la mesa de alimentos. Rina y Eiden escogieron el filete de pescado con ensalada de manzana mientras que Dimitri escogió el estofado de carne variada, después se fueron a sentar. Eiden y Rina se le quedaban viendo al plato de su acompañante.

— ¿No es malo comer tanta carne? —preguntó Eiden señalando el plato con su tenedor.

—No lo sé, y no me importa, me encanta comerla. —sonrió llevando un pedazo grande de carne a su boca.

—Algún día te vas a ahogar. —comentó la chica llevando un pedazo de manzana a su boca, Dimitri solamente alzó los hombros sin importancia y siguió comiendo.

En la mesa solamente estaban sentados ellos tres ya que los demás los evitaban, sobre todo a Dimitri. Aun así no comprendían como él siendo un demonio podía sonreír y al mismo tiempo causar temor con solo una mirada al desaparecer su sonrisa. No comprendían como Rina y Eiden eran los únicos que no le tenían miedo a un demonio como él.

Después de todo ese campamento era especial, un lugar exclusivamente para híbridos, niños que deben de ser protegidos debido a la mezcla de razas, protegidos del gran ser, el "Dios". Ahí podía encontrarse de todo, híbridos entre dríadas y cazadores; hadas entre hechiceros, entre muchos otros, solamente había un híbrido que no existía: demonio–ángel.

Dado a que ese lugar era solamente para híbridos, Dimitri no entendía que hacía alguien como él ahí. Muchas veces le preguntó a su madre por ello pero ella simplemente contestaba un: porque eres mi hijo; y no mencionaba nada más en el tema. Aunque tenía sentido, ese campamento era regido por demonios y ángeles caídos, unos seres que no tenían lo necesario para ser de su raza pero tampoco para ser de la otra. Un demonio caído era muy puro para ser un demonio pero demasiado cruel para ser un ángel y lo mismo ocurría con los ángeles caídos o arcángeles como eran llamados normalmente. Y Dimitri era hijo de un ser así, de la líder del campamento, así que pensándolo con lógica era obvio que podía estar ahí aunque no supieran nada de su padre.

El comedor era inundado por pláticas y risas por parte de los chicos, sin embargo, poco a poco se iban apagando cuando sintieron que el suelo se movía, como un temblor anunciando que algo se avecinaba. De inmediato se pusieron alerta y los tres chicos no fueron la excepción, que al momento de sentir dicho temblor dejaron su actividad para poner todos sus sentidos alerta mirando hacia todas partes buscando el origen de aquel movimiento brusco. Dimitri salió corriendo rumbo a la entrada principal seguido por Rina y Eiden, había encontrado el origen.

Corría demasiado rápido hasta que paró bruscamente al escuchar algo que lo había dejado con un fuerte escalofrío recorriendo su espina dorsal junto con su respiración empezando a acelerarse poco a poco y una mirada de miedo...

Un aullido.    

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