¡Estoy tan...!

¡Estoy tan...!

Lincoln se quedó en una pieza, topado en la entrada de su casa con Charlie Uggo, que había tenido la gentileza de llevarle sus tareas atrasadas.

Sus padres y hermanas tan sólo pudieron compadecerse de él. ¡Qué bochorno, el que la chica nueva de quien gustaba lo hubiese visto en esas fachas!

Lo único que faltaba ahora es que apareciese en el noticiero escolar del siguiente día. "¡La sensación del momento! El chico con el grano en el trasero usa un pañal para adulto".

Con esto sin duda su reputación acababa de irse por el caño. No quedaba más que volver a meterse en la fosa del jardín de atrás, y esta vez si dejar que Lucy lo enterrara vivo.

Con la mirada atónita fija en él, y la boca semi abierta y temblando, Charlie se limitó a entregarle sus libros de texto.

–... Tengo que irme –balbuceó.

Sin decir más dio media vuelta y se marchó, claramente espantada. Lo cual era comprensible y lógico. De todas formas, Lincoln hizo su lucha intentando explicarle que el pañal era para tratar el grano en su trasero, pero fue inútil. Con esto y la mala primera impresión que dio, sin duda acababa de enterrar toda posibilidad de acercarse a ella. En definitiva, la suerte ese día tampoco estuvo de su lado.

Lo peor es que no había hecho nada para hacerse merecedor de semejante humillación. Lo del pañal fue a causa de...

Tan pronto lo tuvo claro, el peliblanco azotó la puerta, con tanta violencia que los pernos por poco saltaron de las bisagras. Acción que tomó desprevenidos a todos, e incluso sobresaltó a Lucy y a Lynn Jr.

Cuando se volvió hacia ellos, fulminándolos con la mirada, sus ojos echaban chispas.

Si, ante sí estaban los verdaderos y únicos culpables. Si a sus padres no se les hubiese ocurrido montar aquella ridícula farsa de la cena con el Dr. Simmons... ¡Qué va! De una u otra forma Lincoln siempre terminaba mal parado, culpa de las locas ocurrencias, unas pocas veces de sus padres, al caso, y en mayor medida de sus hermanas.

Primero el protocolo, luego el asunto de la mala suerte, después el fiasco de la convención. ¡Pero esto había sido la gota que colmó el vaso! ¡Estaba harto de todo y de todos ellos! ¡De que lo escupiera este mundo y los problemas que acarreaba formar parte de una familia tan grande y desequilibrada! ¡De vivir en esa casa de locos!

Sobrepasados los limites de su paciencia con esta revelación, sus dientes chocaron entre si y empezaron a crujir y rechinar. Su cara se encendió tornándose roja y el mechón de su pelo se infló. Al cabo éste estallaría y echaría una bocanada de humo silbante.

Antes de que sus padres y hermanas dijeran algo, medio útil, que pudiera levantarle los ánimos, el peliblanco estremeció la casa Loud con un rugido tremebundo:

–¡CRETINOS!

Gruñendo, refunfuñando, jadeando y babeando, Lincoln avanzó hacia ellos a zancadas, arrinconándolos contra una esquina. Entonces les apuntó con un dedo temblante. Todo en él temblaba.

–¡Ustedes...! –rugió con voz ronca. En su cuello y frente sus venas se marcaron, tanto que parecían iban a reventar–. ¡Ustedes...!

Y así de súbito, relajó su expresión y esbozó una amplia sonrisa, que sin embargo no expresaba nada de alegría.

–¡Ouh...! ¡¿Qué voy a hacer con ustedes, familia?!...

Aturdidos ante la espantosa sorpresa que significó verlo reaccionar de semejante modo, sus padres y hermanas se apiñaron contra la esquina y se abrazaron entre si. En el momento que Lincoln soltó una serie de enloquecidas risotadas, los once se pusieron a temblar.

–¡BUA JA JA JA JA JA JA...! ¡ESTOY... TAN... IRRITADO!

Con una mueca siniestra, diabólica, mordiéndose en labio inferior hasta hacerlo sangrar, los siguió apuntando con su dedo en plan amenazante, sin dejar de temblar y transpirar de rabia. Los Loud, en eso, se preguntaron si algo malo había surgido en él.

–Primero... –amenazó entre risillas maquiavélicas–. Voy a reventarles los ojos... Si... Eso es lo que voy a hacer...

Entre todos los que se abrazaban, temblando y lloriqueando de miedo, Lily rompió en llanto, pues desconocía a quien tenía en su presencia.

–¡BUAAAAAHH...!

Y sin embargo, ni siquiera esto bastó para aplacar la furia de su hermano.

–Empezaré por hundir mis pulgares en sus cuencas hasta rozar algo sólido... –siguió con su amenaza, riendo como el desquiciado que quizá había sido siempre y nadie en su entorno llegó a notar–. Mientras dejo que todo lo blando se escurra por entre mis dedos... Y lo voy a gozar... Como no lo pueden imaginar...

–¡No nos gusta esto, Linc! –lloriqueó Luan.

–¡Si! –chilló Lucy con voz ultra aguda–. ¡Nos das miedo!

–¡¿Ah si?! –inquirió, conforme su sonrisa se ampliaba cada vez más en una inquietante mueca guasonesca–. ¡¿Están asustados?!... ¡¿Eh?!... Ahora...

Simulando que sostenía algo entre sus puños cerrados, Lincoln los junto y los separó con gran efusividad, queriendo ser de lo más explícito en la siguiente parte de su amenaza.

–¡Voy a arrancarles los dientes uno por uno...! –bramó.

Con lo que sus padres y hermanas chillaron mientras imploraban piedad, negando con la cabeza y tapándose la boca.

–¡NOOOO...!

–¡¿Y quieren saber que más?!... –rió el peliblanco, con los ojos eyectados de sangre y la boca rebosante de espuma–. Después voy a... Golpearlos... Y ustedes van a caer... Y voy a ver hacia abajo... Y voy a reír...

A lo que sus padres y hermanas se echaron a llorar en conjunto, suplicando misericordia. En su vida lo habían visto así de furioso, al grado de causarles tanto terror.

–Pero primero... –advirtió apretando los puños–. ¡Primero!... Tengo algo que hacer... No se muevan de aquí... ¿Entendieron?... Quédense aquí... En este lugar... Volveré...

Paso seguido, el único hijo varón de la familia subió al segundo piso, dejando tras de si al resto de los Loud quienes permanecieron abrazados en su esquina, temblando de pánico a la espera de lo peor.

Las gemelas y Lisa mojaron sus braguitas e incluso Lucy se puso más pálida de lo que ya estaba. ¿Estaban acaso tratando con un asesino serial en potencia? A esas alturas, parafraseando a Lori (que corrió con suerte de no estar presente allí esa noche, siendo participe de ese momento tan inquietante), literalmente dirían que si.

En esas, escucharon otro grito furioso venir desde arriba.

–¡LISA!

Por lo que, temerosa, la niña genio acudió a su llamado, Ipso facto, seguida en breve por Rita, el señor Lynn y el resto de sus hermanas.

En la recamara que compartía con Lily se volvió a encontrar con su embravecido hermano. Éste señaló el invento en el que estaba trabajando. Consistía en una maquina grande, de forma ovalada y con el símbolo del trébol radioactivo estampado en medio.

–¡¿Qué es esta estupidez?! –inquirió enfurruñado.

Lisa tragó saliva y se dignó a contestar.

–Ez... Ez mi proyecto para la proxzima feria de zienziaz...

Ante lo cual, la boca de Lincoln se deformó más, ampliándose toda y curvándose en otra sonrisa más grande y maliciosa.

–Con que tu proyecto de ciencias... –rió acercándose a la mesa de trabajo.

Acción que asustó del todo a Lisa. De inmediato creyó intuir cuales eran sus intenciones.

–Hermano... –le habló con sutileza–. Zé que eztáz molezto por lo que pazó con Charlie... Pero... Hagaz lo que hagaz, te zuplico no vayaz a tocar ezo. Eze ez un equipo muy delicado.

–No, si no lo voy a tocar –aseguró Lincoln. En el acto dio dos pasos para atrás con las manos en alto–. No le voy a poner un dedo encima a tu preciado proyecto.

En esto, Luna se agachó para susurrarle en el oído a la niña genio.

Pst... Hermana, deja que destruya tu proyecto si quiere. Tal vez así se le pase el enojo.

–Si, deja que se desahogue –secundó Lola, que también se acercó a secretear con ella–. La feria de ciencias es en un mes. Hasta entonces ya habrás inventado alguna otra cosa.

–No ez ezo –aclaró Lisa en susurros–. Lo que paza ez que ezo que tengo ahí ez un reactor nuclear. Cualquier movimiento bruzco podría hazer que todo el pueblo zalga volando por loz airez.

–¡¿Construiste un reactor nuclear para tu proyecto de ciencias?! –le recriminó Rita.

–Como que no eres muy lista –secreteó Leni de cuartas.

–Ezo no importa ahora –replicó Lisa, con los nervios a flor de piel.

Lo mismo que el resto de los Loud, quienes junto a ella miraron más que temerosos a Lincoln, que no se acercó más a la mesa de trabajo. En su lugar se subió al banquillo junto a la misma.

–Lincoln... –insistió Lisa tras tragar otra poca de saliva–. Por favor...

–No, tranquila –rió su enloquecido hermano, en lo que procedía a desabrocharse el pañal–. Te dije que no voy a tocar tu preciado proyecto... Sólo voy a hacer... ¡Esto!

El pañal cayó a la altura de sus tobillos y, con ambas manos en la cintura, Lincoln se descargó encima del reactor. Así de simple.

¡Ssss...!

–¡Mua ja ja ja ja ja ja...!

Pero la risa no le duró mucho. Sólo hasta que, ante las desconcertadas caras de sus padres y hermanas, el aparato desprendió unas chispas blancas y emitió un fulgor verdiamarillento... Que luego dio paso a la inminente explosión.

¡KABOOM...!

***

Tras haberse disipado una gigantesca nube de humo radioactivo, donde antes se alzaban Royal Woods y varios otros pueblos aledaños, quedó sólo un enorme cráter humeante.

Arriba, en el cielo, Lincoln se inclinó a contemplar el desastre que había provocado.

Seguido a esto, su familia entera –contando a sus padres, sus diez hermanas (puesto que Lori también estuvo en el rango de la explosión en el campus), la tía Ruth, los abuelos Albert y Myrtle–, Clyde y sus amigos de la pandilla, sus maestros y compañeros de escuela, sus vecinos, los residentes de Cañón Sunset, en fin, todos los que murieron en la explosión llegaron volando a él, lo rodearon y lo miraron con mala cara.

Al igual que él contaban con alas en la espalda, aureolas brillando sobre sus cabezas y vestían largas túnicas blancas; y no estaban nada contentos con lo que hizo.

De entre todos ellos, Charlie Uggo se abrió paso entre la multitud de ángeles recién llegados al cielo y se aproximó a confrontarlo.

–¡Lincoln Loud! ¿Es cierto lo que escuché? ¿Que tú hiciste todo esto?

–Eh...

Esta vez fue el peliblanco el que se encogió, temeroso ante las miradas inquisidoras de los otros ángeles.

–Bueno, si... –acabó por confesar–. Pero es que me dio coraje haber quedado mal delante de ti y... Pues es que no creí que Lisa fuese capaz de construir un reactor que hiciera volar el pueblo... Osea, si sé que era capaz de hacer eso, pero no esperé que lo hiciera y... ¡Oh, rayos! Lo siento.

Charlie lo agarró de la túnica y –por ser un tanto más baja que él– lo forzó a inclinarse para tenerlo a su misma altura y mirarlo directo a la cara.

–Eres un maldito lunático... –empezó a decir, por lo que Lincoln cerró los ojos y aguardo a recibir un puñetazo en el ojo o un cabezazo, que era menos de lo que merecía–. Y el chico más dulce que he conocido en toda mi vida.

Esto ultimo desconcertó tanto al peliblanco como a todos los demás ángeles oriundos de Royal Woods y sus pueblos vecinos. Todavía más cuando la chica de pelos necios remató besándolo en la mejilla.

–Si hiciste todo esto por mi es porque en serio te intereso –dijo, tomándolo de la mano. En serio, Lincoln no daba crédito a lo que oía–, y estaría contenta de pasar junto a ti el resto de la eternidad, conociéndonos mejor.

En ese momento, el tronar de una voz omnipotente azotó los cielos y, quien sino, el mismísimo Dios se manifestó en persona ante los recién llegados, con su larga barba blanca y toda su gloria divina.

–¡Lincoln Loud! –clamó señalando al chico–. Es hora de que recibas lo que mereces... ¡TU PROPIO HAREM DE WAIFUS!

Acto seguido, Dios se hizo a un lado y señaló las puertas del paraíso, las cuales terminaron de abrirse.

En medio de un fugaz destello de luz blanca apareció un quiosco montado sobre una nube. Dentro esperaban las doncellas más despampanantes que el peliblanco hubiera visto en su caótica vida. El grupo era variado, pero todas de proporciones generosas.

Una de piel bronceada lo saludó dedicándole una sonrisa traviesa, mientras que otra de pelo corto y grandes pechos le mandó un beso volado. Una tercera, blanca de pelo rubio, le hizo un gesto coqueto invitándolo a unirse a ellas en el quiosco.

En el que además había un sillón reclinable, una pantalla plasma con una consola de nueva generación, un estante con más de quinientos juegos originales, un router de wifi de banda ancha y maquinas repletas de Flippies de todos los sabores habidos y por haber.

La más chica de las waifus, una frentona con unos grandes y hermosos ojos, se asomó fuera del quiosco y se presentó.

–Yo soy Patty.

Lincoln se señaló a si mismo, intrigado y entusiasta para desagrado de Charlie.

–¿Pa'mi?

–Si, las hice para ti solito –afirmó Dios, dandole una amistosa palmada en la espalda–, y harán todo lo que tú quieras.

–¿Todo?

En afirmativa, Dios le entregó unas esposas que sabía iba a necesitar.

–Todo.

Con esto, Lincoln no se hizo esperar para soltar la mano de Charlie y apartarse de su lado. Si acaso tuvo la cortesía de dirigirse a ella una ultima vez.

–Ehm... Charlie... Creo que me precipité un poco... Digo, apenas te conozco desde hace unos cuantos días como para pretender que salgamos... Pero... Hey, podemos seguir siendo amigos, ¿verdad que si?... Que bien, eres la mejor, gracias, nos olemos luego.

Y sin decir más corrió al quiosco para ocupar su lugar en el reclinable y empezar a ser tratado como un rey por las waifus.

Otra de pelo corto ondulado en pantaloncillos se le sentó en las piernas y le pasó el control de la consola para que pudiese empezar a jugar a gusto. A su vez, otra de largo pelo negro y ojos de pistola le pasó una bandeja con rollos de pizza. La rubia blanca lo besó en la mejilla y el cuello y después le dio a beber un flippie servido en un vaso de oro con pajilla, en tanto la morena de mirada traviesa le masajeaba los hombros y la frentona de lindos ojos lo empezaba a abanicar con una gran hoja de palma.

Ante aquel panorama, Dios sonrió satisfecho.

–¡Ja ja! Como adoro a este muchacho.

–¡Hey! –reclamó Lola, cuando la divina entidad se propuso a retirarse–. ¿Y nosotros qué?

En respuesta, Dios señaló una larga cola formada por más ángeles recién llegados frente a San Pedro, a las puertas del paraíso.

–Ustedes vayan a esperar su turno en la cola, como todos los demás.

FIN

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