XXX- El regreso a la facción.
Habían apenas pasado unos minutos, pero para Cait se habían sentido como horas, cuando finalmente pudo ponerse de pie. Su mente más estable después de las palabras de Vander. Sus ojos miraron en derredor, enfrentándose a las personas en la habitación.
Su padre le había pedido que los salvara, por eso y porque era de Osadía, su deber era liderarlos. Cait admitió para sus adentros que no tenía idea de cómo llevar esa carga. Maura se puso de pie, atrayendo la atención de Cait, que sintió el escozor del cinto del paisaje del miedo de Vi sobre su piel nuevamente.
—No podemos quedarnos aquí demasiado tiempo —dijo Maura—. Tenemos que salir de la ciudad. Nuestra mejor opción es ir al complejo de Cordialidad con la esperanza de que nos acepten. ¿Sabes algo de la estrategia de Osadía, Caitlyn? ¿Dejarán de luchar por la noche?
—No es una estrategia de Osadía —espetó Cait, en defensa de su facción—. Todo está organizado por Erudición, y no es que estén dando órdenes.
—No están dando órdenes… —repitió Vander con el ceño fruncido—. ¿Qué quieres decir?
—El noventa por ciento de los miembros de Osadía van sonámbulos. Están en una simulación y no saben lo que hacen. La única razón por la que no estoy con ellos es que soy… —las palabras murieron en su boca, incapaz de continuar la idea; Cait respiro hondo, cambiando lo que diría—. Es que el control mental no me afecta.
—¿Control mental? Entonces, ¿no saben que están matando gente? —preguntó Vander, con los ojos muy abiertos y los puños apretados.
—Eso es… terrible —comentó Maura, sacudiendo la cabeza; su tono compasivo sonó falso en los oídos de Cait—. Despertarte y darte cuenta de lo que has hecho…
—Hay que despertarlos —afirmó Cait. La idea surgió como un rayo en su cabeza, tomando el control de todo y adquiriendo fuerza con los segundos. Era la única forma de salvarlos a todos.
—¿Qué? —preguntó Maura, visiblemente aturdida.
—Si despertamos a los de Osadía, es muy probable que se rebelen al darse cuenta de lo que pasa —explicó Cait, mirando hacia Vander—. Erudición no tendrá ejército y no morirán abnegados. Esto se acabará.
—No será tan sencillo —respondió Vander, analizando la situación—. Incluso sin tener detrás a los de Osadía, Erudición encontrará otra forma de…
—¿Y cómo vamos a despertarlos? —interrumpió Maura, dando un paso al frente.
—Encontraremos los ordenadores que controlan la simulación y destruiremos los datos, el programa, todo —contestó Caitlyn sin vacilar.
—Es más fácil decirlo que hacerlo —intervino Jayce—. Podrían estar en cualquier parte. No podemos aparecer en el complejo de Erudición y ponernos a buscar.
Cait bajó la mirada, analizando las palabras de Jayce. Tenía razón, pero había algo más, tenía que haberlo. Cassandra había estado hablando de algo importante cuando Vi y ella habían sido llevadas delante de su presencia, lo bastante importante como para colgarle apenas notó que tenía audiencia. «No puedes dejarlo sin protección», había dicho. Y después, cuando sacaron a Vi, había añadido: «Enviadla a la sala de control». La sala de control en la que antes Vi trabajaba, con los monitores de seguridad de Osadía y los ordenadores de los osados.
—Están en la sede de Osadía —afirmó Cait al fin—. Tiene sentido, ahí es donde guardan todos los datos sobre la facción, así que ¿por qué no controlarnos desde allí?
Durante unos segundos la mente de Cait reparó en el hecho de que dijo «controlarnos». Desde el día anterior se había vuelto oficialmente una osada, aun si era divergente, aunque no encajara en ninguna facción, esa era su gente.
—¿Estás segura? —preguntó Vander.
—Se trata de una suposición bien fundada, y es la mejor teoría que tengo —contestó Cait, adoptando una postura más firme.
—Entonces tendremos que decidir quién se va y quién se marcha a Cordialidad —respondió Vander, aceptando sus palabras—. ¿Qué tipo de ayuda necesitas, Caitlyn?
La pregunta tomó a Cait por sorpresa, como mismo la mirada firme de Vander, que se paraba de igual a igual con ella, dándole la posición que se había ganado. Recordaba al Vander que la ayudó en su infancia, ya no había rastro de aquella mirada triste y condescendiente en sus ojos, ahora estaba mirando a una mujer adulta, y la respetaba por eso.
—A cualquier persona que sepa disparar una pistola y que no tema a las alturas —respondió Cait finalmente.
Durante algunos segundos la habitación se llenó de agitación e inseguridad, Caitlyn no intervino en la decisión de quien venía o no con ella, excepto cuando intentó protestar sobre la presencia de Maura, quien al final fue aceptaba por Vander, el mismo que había actuado como si su lugar en la misión estuviese asegurado desde el principio. Jayce era en realidad el único con el que Cait había contado, debido a sus conocimientos sobre el plan de Erudición y manejo de ordenadores.
Las fuerzas de Erudición y Osadía se concentraban en el sector de Abnegación, así que, en cuanto más se alejaran de este, menos probable era que se encontraran con dificultades. Cait observó al grupo de abnegados alejarse, corriendo hacia la seguridad de Cordialidad, y luego se giró hacia el otro lado, hacia la ciudad y el peligro, hacia la guerra. Los cuatro se pusieron junto a las vías del tren, esperando por su transporte hacia Osadía.
—¿Qué hora es? —preguntó Cait a Jayce.
—Las tres y doce —contestó, mirando su lujoso reloj de muñeca.
—Llegará en cualquier momento —anunció Cait, lo suficientemente alto para que la escucharan.
—¿Se parará? —cuestionó Jayce con preocupación.
—Por la ciudad pasa despacio —dijo Cait en un vano intento por calmar los nervios de Jayce—. Correremos paralelos al vagón unos metros y saltaremos al interior.
Saltar a los trenes ahora parecía para Cait algo natural, fácil, pero sabía que no sería sencillo para sus acompañantes. Sin embargo, ya no podían detenerse. Cait observó sobre su hombro, donde alcanzó a ver las luces brillantes entre los edificios. Dio unos botes sobre las puntas de los pies mientras las luces aumentaban de tamaño, hasta que la parte delantera del tren pasó junto a ella y Cait empezó a correr. Apenas vio un vagón abierto, aceleró para mantenerse al mismo ritmo, agarrándose al asidero de la izquierda y lanzándose dentro.
Jayce entró segundos después, dándose un golpe fuerte al aterrizar, y luego ayudó a Maura a subir. Vander aterrizó luego, boca abajo, y tiró de sus piernas al interior. Los tres se apartaron de la puerta, pero Cait se quedó en el borde, con una mano en el asidero, observando pasar la ciudad. Si ella conocía de algo a Cassandra, sabía que había enviado a casi todos los soldados a la entrada de Osadía, sobre el Pozo, en el exterior del edificio de cristal. Lo más inteligente era entrar por atrás, lo que suponía saltar de un edificio.
—Supongo que ahora te arrepentirás de haber elegido Osadía —comentó Maura, rompiendo la espesa tranquilidad que había.
Durante un instante Cait se sorprendió de que Jayce no le hiciera la misma pregunta, pero este solo la miraba mientras Vander avanzaba hacia la puerta y observaba la ciudad, como ella. El tren pasó por encima del complejo de Erudición, que estaba oscuro por primera vez desde siempre. De lejos se veía en calma y, seguramente, dentro de sus muros se respiraba la tranquilidad. Estaban lejos del conflicto y de la realidad de lo que habían hecho. Luego de analizar, Cait decidió responder a Maura, negando con la cabeza.
—¿Ni siquiera después de que los líderes de tu facción decidieran unirse a un complot para acabar con el gobierno? —insistió Maura.
—Tenía que aprender algunas cosas —contestó Cait con aire ausente.
—¿A ser valiente? —preguntó Jayce en voz baja.
—A ser inteligente —respondió Cait—. A menudo es sorprende la forma en que las facciones se unen. La valentía y el altruismo son extrañamente similares, y ambos tienen una base lógica y requieren de una mente capaz.
—¿Por eso te tatuaste el símbolo de Erudición en el hombro? —cuestionó Jayce, y Cait estaba casi segura de que había distinguido una sonrisa en los ojos de Vander.
—Y el de Osadía en el otro —afirmó, sonriéndole a nadie en particular.
El edificio de cristal que se yergue sobre el Pozo hizo que la luz del sol diera en los ojos de Cait. Ella se puso de pie y se agarró al asidero de la puerta para no caerse, podía ver los tejados cerca, ya casi habían llegado.
—Cuando os diga que saltéis, saltad tan lejos como podáis —indicó, alejándose de la puerta y pegándose a la pared del fondo del vagón.
—¿Saltar? —preguntó Jayce, atónito—. Estamos a siete plantas de altura, Cait.
—A un tejado —especificó ella, viendo su cara con expresión pasmada—. Por eso lo consideran una prueba de valentía.
La valentía dependía en gran medida de la perspectiva, Cait había aprendido eso. La primera vez que había saltado del tren al tejado le había parecido una locura, de las cosas más difíciles de hacer. Ahora, prepararse para saltar de un tren en movimiento no era nada, había hecho cosas más difíciles en la iniciación de lo que la mayoría de la gente en toda su vida. Sin embargo, ninguna de esas cosas podían compararse con lo que estaba a punto de hacer en el complejo de Osadía. Si sobrevivía, sabía que pasaría a hacer cosas más duras que esa, como vivir sin facción, algo que nunca había creído posible.
—Vander, tu primero —ordenó, notando que era el único que no se mostraba aterrorizado.
Cait lo razonó también. Si Vander y Maura iban primero, ella podía sincronizarlo para que tuvieran que cubrir menos distancia en el salto. Ella esperaba que Jayce lograra saltar más lejos, dada su altura y juventud, y era consciente de cuánto podía saltar ella, habiendo sido la última el primer día que llegó. Las vías del tren tomaron la curva y, cuando se alinearon con el borde del tejado, Cait gritó:
—¡Salta! —Vander dobló las rodillas y se lanzó. Cait no esperó a comprobar si lo había logrado, sino que empujó a Maura mientras gritaba—: ¡Salta!
Sus ojos notaron como Vander aterrizó en el tejado, tan cerca del borde que la puso ansiosa, lo vio sentarse en la gravilla y Cait empujó a Jayce delante de ella. Este se puso en el borde y saltó sin que Cait le diera la orden, dejándole a ella el margen para tomar carrerilla y saltar del vagón justo cuando el tren llegó al fin del tejado.
Durante un instante se encontró suspendida en la nada, hasta que sus pies dieron contra el cemento y cayó de lado, lejos del borde. Le dolían las rodillas y el impacto hizo que le temblara todo el cuerpo y le palpitara el hombro. Se sentó, con la respiración entrecortada, y miró el tejado: Jayce y Vander estaban al borde, agarrando a Maura por los brazos; no lo había conseguido, pero tampoco a había caído todavía.
Una voz cruel dentro de Cait canturreó: «caéte, cáete, caéte». Sin embargo, no cayó, Vander y Jayce la subieron al tejado. Cait se levantó, ignorando el sentimiento de frustración, y se sacudió la grava de los pantalones. La idea de lo que venía a continuación la tenía preocupada: una cosa era pedirles que saltaran de un tren, pero, ¿de un tejado?
—Ahora viene la razón por la que pedí a gente sin miedo a las alturas —explicó Cait, acercándose al borde del tejado sin mirarlos. Podía oírlos arrastrar los pies detrás de ella y acercarse a la cornisa. El viento subió por el lateral del edificio y levantó la camiseta de Cait. Se quedó mirando el agujero en el suelo, siete plantas por debajo, y cerró los ojos cuando al aire sopló en su rostro—.Hay una red al fondo —dijo, subiendo a la cornisa y volviéndose hacia ellos. Se veían desconcertados, todavía no entendían lo que ella les pedía—. No penséis, saltad.
Cait se dejó perder el equilibrio, echándose hacia atrás. Cayó como una piedra, cerrando los ojos y estirando un brazo para sentir el viento contra su cuerpo. Relajó los músculos todo lo posible antes de dar contra la red, que se sintió como una losa de cemento contra su hombro. Apretó los dientes y rodó a un lado para agarrarse al poste que sujetaba la red y sacar las piernas. Aterrizó de rodillas en la plataforma, con los ojos llorosos. Jayce chilló cuando la red se retorció bajo su cuerpo, segundos después, y luego se enderezó.
—¡Jayce! ¡Por aquí! —llamó Caitlyn, poniéndose de pie.
Con la respiración entrecortada, Jayce se arrastró hasta el lateral de la red y se dejó caer por el borde. Se golpeó contra la plataforma, haciendo una mueca, se levantó y se quedó mirando a Cait con la boca abierta.
—¿Cuántas veces… has tenido… que hacer eso? —preguntó entre jadeos.
—Es la segunda.
Jayce sacudió la cabeza cuando se escuchó el gruñido de Vander contra la red, a quien Jayce ayudó a salir de esta, seguido del grito de Maura, quien vomitó apenas Jayce la colocó en la plataforma. La caverna estaba vacía y los pasillos a oscuras. Cassandra había hablado como si no quedara nadie en Osadía, salvo los soldados que había enviado de vuelta para proteger los ordenadores. Cait volvió la vista atrás: Maura estaba en la plataforma, blanco como la cal, pero ilesa.
—Así es como es el complejo de Osadía —comentó ella.
—Sí, ¿y? —rebatió Cait, con más chulería osada de la acostumbrada.
—Y nunca imaginé que llegaría a verlo –contestó, acariciando una pared con la mano—. No hace falta que te pongas a la defensiva, Caitlyn —a medida que hablaba, Cait se fijó en sus ojos, no había notado hasta ese momento lo fríos que eran esos ojos grises.
—¿Tienes un plan, Cailtyn? —intervino Vander, acercándose a ella.
—Sí.
Cait habló con sinceridad, lo tenía, aunque no sabía cuándo lo había desarrollado ni si funcionaría. Podía contar con unas cuentas cosas: que no había muchos soldados osados en el complejo, que los osados no son famosos por su sutileza y que ella haría lo necesario para detenerlos.
No explicó nada. Empezó a correr por los pasillos, siendo seguida por ellos, hasta que bajaron por el corredor que daba al Pozo, que estaba iluminado cada tres metros. Apenas entraron en la primera zona de luz sonó un disparo, Cait se tiró al suelo inmediatamente. Alguien los había visto. Se arrasó hasta el siguiente tramo oscuro y miró en derredor. La chispa del disparo había salido del otro lado de la sala, por la puerta que llevaba al Pozo.
—¿Todos bien? —preguntó Cait.
—Sí —respondió Vander desde más atrás.
—Quedaos aquí.
Cait corrió hasta el otro lado de la sala. Las luces sobresalían de la pared, así que justo debajo de cada una de ellas había una rendija de sombra y, para su fortuna, Cait era lo bastante menuda como para esconderse en ellas. Podía arrastrarse por el borde de la sala y sorprender al guardia que les había disparado antes de que este le metiera una bala en la cabeza. Tal vez. Una de las cosas que agradecía de Osadía era la preparación para actuar como si el miedo no existiera.
—¡Seas quien seas, baja el arma y levanta las manos! —gritó una voz.
Cait se giró hacia el lado y apretó la espalda contra la pared. Se movió rápidamente, cruzando un pie delante del otro y entrecerrando los ojos para intentar ver en la oscuridad. Escuchó otro tiro cuando ella llegó a la última luz, y se quedó allí un instante, en la sombra, adaptándose a la iluminación.
No podía ganar en una pelea, pero si se movía deprisa no tendría que pelear. Con pasos ligeros caminó hacia el guardia que estaba en la puerta. A pocos metros de este Cait se dio cuenta de que conocía ese cabello entre rubio y castaño, capaz de brillar incluso en la penumbra, y esa larga nariz de puente estrecho. Era Marcus.
Una corriente fría recorrió la piel de Cait, rodeando su pecho y bajando hacia su estómago. Marcus tenía el rostro tenso, no estaba sonámbulo. Él miró a su alrededor, pero sus ojos otearon el aire sobre Cait y más allá. Si ella juzgaba por su silencio, él no pretendía negociar con ellos, los mataría sin hacer preguntas.
Cait se humedeció los labios con nerviosismo, corrió los últimos pasos y golpeó con la almohadilla de la palma de la mano directo en la nariz de Marcus, quien gritó y levantó las dos manos para cubrirse la cara. Cait sintió una sacudida de energía nerviosa y, mientras él entrecerraba los ojos, ella le dio una patada en la entrepierna. Cayó de rodillas, y con él la pistola, que Cait recogió rápidamente y la apoyó contra la cabeza de Marcus.
—¿Estás despierto? —preguntó Cait, viendo levantar la cabeza; ella metió una bala en la recamara, arqueando una ceja.
—Los líderes de Osadía… evaluaron mi historial y me sacaron de la simulación.
—Porque supusieron que ya tenías tendencias homicidas y que no te importaría matar a unos cuantos cientos de personas estando consciente —completó ella—. Tiene sentido.
—¡No soy un… asesino! —rebatió Marcus, todavía en calma bajo la tensión del cañón en su frente.
—Jamás he conocido a un veras tan mentiroso —dijo Cait, dándole golpecitos en el cráneo con la pistola—. ¿Dónde están los ordenadores que controlan la simulación, Marcus?
—No me dispararás —repuso él con aire arrogante.
—La gente tiende a subestimar mi carácter —respondió Cait en voz baja—. Creen que no puedo ser cruel porque soy amable, mujer o erudita. Pero se equivocan.
Cait movió el cañón ocho centímetros a la izquierda y disparó, hiriéndolo en el brazo. El grito de Marcus retumbó por el pasillo, la sangre salió a chorros de la herida y él volvió a gritar, apretando la frente contra el suelo. Cait colocó la pistola otra vez sobre su cabeza sin hacer caso de la punzada de culpabilidad que notó en su pecho; ellos estaban matando gente.
—Ahora que eres consciente de tu error, te daré otra oportunidad para contarme lo que necesito saber. Si no, te dispararé en otro sitio peor —amenazó Cait con voz monocorde.
—Están escuchando —soltó Marcus, mirándola con los ojos brillantes, mordiéndose el labio inferior y con la respiración temblorosa—. Si no me matas tú, lo harán ellos. Solo te lo diré si me sacas de aquí.
—¿Qué?
—Que me saques…, aaaah…, de aquí —dijo, haciendo una mueca de dolor.
—¿Quieres que te lleve conmigo? ¿Que me lleve conmigo a la persona que intentó matarme? —cuestionó Cait, atónita.
—Sí —gruñó Marcus—. Si quieres que te diga lo que necesitas saber.
Parecía una elección, pero no lo era: cada minuto que Cait pasaba mirando a Marcus, pensando en cómo este la perseguía en sus pesadillas y en el daño que le hizo, era otro minuto en que moría otra docena de abnegados a manos del ejército dormido de Osadía.
—Vale —respondió Cait, casi ahogándose con la palabra.
Escuchó pasos detrás de ella, volviéndose con el arma bien sujeta, lista para disparar; sus ojos se encontraron con Vander y los demás que se acercaban a ellos. Vander se quitó su camisa de manga larga, quedándose en una camiseta gris de manga corta debajo, y se agachó al lado de Marcus, atándole con fuerza la tela alrededor del brazo. Mientras apretaba la tela contra la sangre que le corría por el brazo, miró hacia Cait y preguntó con tono de reproche:
—¿De verdad era necesario dispararle?
—A veces, el dolor es por el bien común —respondió Maura ante el silencio de Cait, con una calma helada.
Cait podía imaginarla de pie delante de Vi, con el cinturón en la mano, y escuchó el eco de su voz en el paisaje del miedo: «Es por tu propio bien». Se quedó mirando a Maura unos segundos, meditando en su cabeza si en serio ella se creía esas palabras. Sonaban como algo que diría un osado.
—Vamos. Levántate, Marcus —ordenó Cait.
—¿Quieres que camine? —intervino Jayce—. ¿Te has vuelto loca?
—¿Le he disparado en la pierna? —cuestionó Cait a su vez—. No. Así que va a caminar, como mismo yo estoy aquí de pie, después de saltar de un tren y un edificio, luego de salvar vuestras vidas de él, con una herida recién suturada en el hombro —su mirada gélida dejó a Jayce sin palabras—. ¿Adónde, Marcus?
—Al edificio de cristal —respondió, siendo ayudado por Jayce para levantarse—. Octava planta.
Marcus fue por delante, indicándoles el camino. Al entrar, Cait escuchó el rugido del río y vio el brillo azul del Pozo, que estaba más vacío que nunca. Examinó las paredes en busca de indicios de vida, pero no vio movimientos ni figuras en la oscuridad. Con la pistola siempre a mano, se dirigió hacia el camino que llevaba al techo de cristal. Ver todo tan vacío le produjo escalofríos, le recordaba al campo interminable de sus pesadillas de cuervos.
—¿Qué te hace pensar que tienes derecho a disparar a alguien? —preguntó Vander mientras la seguía, pasando por el estudio de tatuajes, y Cait se preguntó dónde estarían Grayson y Diana.
—No es momento para debates sobre ética —respondió Cait.
—Es el momento perfecto, porque pronto se te presentará la oportunidad de disparar a otra persona, y si no te das cuenta de…
—¿De qué? —lo interrumpió Caitlyn, sin girarse a verlo, pero con un tono gutural en su voz—. ¿De que cada segundo que pierdo supone la muerte de otro abnegado y que otro osado de convierte en asesino? Me he dado cuenta de eso, ahora te toca a ti.
—Existe una forma correcta de hacer las cosas —rebatió Vander con parsimonia.
—¿Y por qué estás tan seguro de saber cuál es? —espetó Cait, apretando el arma en su mano. Empezaba a hartarse de la conversación.
—Dejad de discutir, por favor —intervino Jayce, regañándolos—. Tenemos cosas más importantes entre manos.
Cait continuó ascendiendo, sintiendo la sangre caliente en su rostro, sabía que estaba sonrojada de rabia. Hace unos meses ella no se habría atrevido a contestarle a ningún mayor, menos aún al líder de una facción y la persona que en su infancia la había salvado. Sin embargo, algo cambió durante el entrenamiento en Osadía, y algo se rompió cuando mataron a su padre, cuando se llevaron a Vi.
Ella escuchó el ruido de los jadeos de Vander a pesar del estruendo del agua; él ya no era tan joven cómo alguna vez había sido, ella se había olvidado de eso, de que su esqueleto ya no toleraba el peso de su cuerpo, menos aún alguien tan grande.
Antes de subir por las escaleras metálicas que los llevarían por encima del techo de cristal, Cait esperó en la oscuridad y observó la luz que proyectaba el sol sobre las paredes del Pozo. Lo hizo hasta que una sobra se movió sobre la pared iluminada por el sol, contó hasta que la siguiente sombra apareció. Los guardias hacían sus rondas cada minuto y medio, paraban veinte segundos y seguían.
—Ahí hay hombres armados. Cuando me vean, me matarán, si pueden —dijo Cait en voz baja, girándose para mirar a Vander a los ojos—. ¿Dejo que lo hagan?
—Ve —respondió Vander después de unos segundos mirándola—, y que Dios te proteja.
Cait no contestó, subió con cuidado las escaleras y se detuvo antes de sacar la cabeza. Esperó, observando el movimiento en las sombras mientras pensaba en lo que estaba a punto de hacer. Sabía que, si lo meditaba demasiado, se acobardaría, su iniciación le había enseñado que la mejor forma de actuar pese al miedo es no pensando en lo que te da miedo, reprimiéndolo hasta que sintieras que no estaba allí.
En cambio, Cait pensó en lo que ganaría si lograba vencerlos, en las vidas salvadas, en los osados sin sangre en sus manos, en el sacrificio de su noble padre. Cait vio una de las sombras detenerse. Cait no lo pensó. Salió, apuntó y disparó.
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Cait badass que domina todo y manda a callar a quien dice tonterías me da mil años de vida, joder.
Amé la actitud de Cait en este capítulo, al parecer algo se le empieza a pegar de Vi. En cualquier caso, dejadme dicho qué opináis del capítulo y sin más, pasen al siguiente.
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