XXVI- La intimidad.
Durante unos instantes, para Cait todo se resumió en los labios de Vi contra los suyos, su lengua explorando su boca y el calor de su cuerpo contra ella. Era capaz de notar la diferencia con los otros obstáculos, este era una clase de miedo distinta, más un pánico nervioso y menos un terror ciego. Sintió las manos de Vi pasar por sus brazos y descender por su cuerpo, llegando a sus caderas y apretando, deslizando los dedos por la piel que asomaba por encima del cinturón. Notó un escalofrío.
Suspiró en su boca y la apartó con delicadeza, apretando su frente con las manos. La habían atacado cuervos y hombres de caras grotescas, le habían prendido fuego un grupo de iniciados liderados por el chico que casi la tira por un precipicio, había estado a punto de morir ahogada… dos veces, ¿y este era el miedo que era incapaz de superar? ¿Este era el miedo para el que no tenía solución? ¿Qué una chica que le gustaba quisiera… mantener relaciones sexuales con ella?
La Vi de la simulación se acercó y le besó el cuello, apenas un rastro suave de sus labios, uno que ella recordaba de la noche anterior, un escalofrío placentero y aterrador recorrió su cuerpo. Intentaba pensar, tenía que enfrentarse al miedo que había delante de ella, tenía que controlar la simulación y descubrir un modo de que aquello no la asustara tanto. ¿Qué era lo contrario al placer? Miró a Vi a los ojos cuando esta se apartó un instante, notando una ligera mota azul en medio del gris, una que la verdadera Violeta no tenía.
—No voy a acostarme contigo en una alucinación, ¿vale?
Decirlo en voz alta le dio la determinación que le faltaba, agarró a Vi por los hombros y la giró hacia el porte de la cama, empujándola contra este en un movimiento fluido. Cait sintió una sensación extraña, no era el miedo, sino como una burbuja de risa, el nerviosismo mezclándose con lo extraño e irónico de aquella situación. Se apretó contra Vi, besándola posesivamente mientras rodeaba sus fuertes brazos con los suyos, sintiendo su fuerza, esa misma que hacía que ella se sintiera bien, segura, y entonces Vi desapareció.
Todo quedó nuevamente oscuro, dejando a Cait descolocada por unos segundos, en medio de aquel silencio, la risa que se había estancado en su abdomen subió lentamente, hasta escapar por su garganta mientras ella se llevaba las manos al rostro, sintiéndolo caliente. El pensamiento de que obviamente ella era la única iniciada con aquel miedo la chocó unos segundos, hasta que escuchó el chasquido de un gatillo al lado de su oreja.
Casi se había olvidado de ese miedo. Podía percibir la pistola en su propia mano, así que la sujetó con fuerza entre sus dedos, poniendo el índice sobre el gatillo. Un foco de luz surgió en el techo, iluminando a un punto de la habitación en particular y, dentro del círculo de luz, estaban su padre y Jayce.
—Hazlo —dijo entre dientes una voz a su lado; era de una mujer y, aunque sonaba dura, como si estuviera llena de rocas y cristales rotos, Caitlyn pudo reconocerla: era la voz de su madre.
El cañón de una pistola se apretó contra su sien, formando un círculo frío en su piel. El frío atravesó el cuerpo de Cait como una corriente helada, haciendo que el vello de su nuca se pusiera de puntas. Respiró profundo, limpiándose el sudor de las manos en los pantalones y mirando a la mujer por el rabillo del ojo, encontrando aquellos ojos tan azules como los propios.
Sí era Cassandra; con gafas torcidas y sin sentimiento alguno en su expresión, como siempre había sido, por más que Caitlyn hubiese querido disfrazar esa imagen en su mente, allí estaba, tan real como podía ser, mostrándole su mayor miedo, el más profundo: que su familia muriera y ella fuera la responsable.
—Hazlo —repitió, con más insistencia, presionando más el cañón contra Cait—. Hazlo o te mataré.
—Adelante, Cait —dijo Jayce en voz baja, mirándola, asintiendo mientras juntaba las cejas en una expresión afable—. Lo entiendo, no pasa nada —tan comprensivo como había sido siempre desde que se conocían.
—No —respondió Cait, sus ojos ardían y tenía un nudo enorme en la garganta que llegaba a doler, sus manos temblaban mientras sostenía el arma.
—¡Te daré diez segundos! —gritó Cassandra—. ¡Diez! ¡Nueve!
Cait dejó de mirar a Jayce y miró a su padre, la última vez que se habían visto, él la había mirado con preocupación, pero con confianza. Era curioso, pero Cait ya había empezado a olvidar cómo lucía su rostro, aunque había pasado su vida entera mirándolo, y solo había tomado unos meses para ya no verlo con tanta claridad en sus recuerdos. Tobías la miraba con cariño, con el mismo amor y comprensión que le había mostrado el día antes de que Cait desertara para Osadía. Él sabía, él la entendía.
—Cait —dijo suavemente Tobías—, no tienes alternativa.
—¡Ocho!
—Cait —llamó nuevamente su padre, sonriendo con dulzura; era la sonrisa más bella que Cait conocía—. Te queremos.
—¡Siete!
—¡Cállate! —gritó Cait, levantando la pistola hacia el frente con un incontrolable temblor.
Podía hacerlo, podía dispararles. Ellos lo entenderían, ellos se lo estaban pidiendo. La amaban, jamás querrían que se sacrificara por ellos. Era una simulación, ni siquiera eran reales.
—¡Seis!
No era real, no significaba nada, en la vida real ella no lo haría. Los amables ojos de Jayce, esos que tantas veces la habían mirado cuando él le daba tutorías para mejorar su rendimiento, en esos momentos eran como taladros que abrían un agujero en su cabeza. El sudor en sus manos hizo que la pistola resbalara un poco entre sus dedos, ella la agarró firmemente.
—¡Cinco!
No tenía alternativa. Cerró los ojos y pensó, tenía que pensar. Su corazón se aceleraba con la urgencia del problema, y esta era la amenaza a su vida, eso era lo que la estaba torturando, lo que la tenía incapaz de controlar sus pulsaciones y regular su respiración.
—¡Cuatro! ¡Tres!
¿Qué le había dicho Violeta?: “el altruismo y la valentía no son tan distintos”. Ella era de Erudición, ella sabía analizar todos los ángulos de una situación, todas las perspectivas, ella podía hacer del altruismo y la valentía una sola cosa.
—¡Dos!
Cait quitó el dedo del gatillo, soltando el arma, que cayó al suelo en un golpe sordo que resonó entre el silencio poco duradero. Fue un movimiento veloz, marcado por la desesperación y la necesidad de aferrarse a ese momento de valentía, pero Cait se giró totalmente, presionando su frente contra el cañón de la pistola que Cassandra sostenía.
«Dispárame a mí».
—¡Uno!
Escuchó un chasquido y un estruendo. Todo quedó oscuro.
Las luces volvieron a encenderse después de unos segundos. Cait estaba sola en la sala vacía de paredes de hormigón, temblando. Su cuerpo no la sostuvo más tiempo, cayó de rodillas, abrazando su pecho. Había tenido calor antes de entrar, pero en esos momentos un frío infrahumano calaba sus huesos, y no se iba por más que ella frotara sus brazos en busca calentarse.
La sensación de alivio era sobrecogedora, inaudita casi, todos y cada uno de sus músculos se relajaron de golpe y el aire volvía a entrar en sus pulmones de forma normal. Cait estaba segura de algo, ni en broma se le ocurriría pasar por su paisaje del miedo en su tiempo libre, como hacía Violeta. Antes le había parecido valiente, ahora pensaba que solo era masoquista.
La puerta de la habitación se abrió, entrando Ambessa, Finn, Vi y otras personas que Cait no conocía, pero que habían estado observando sus miedos, evaluándola. Ella se puso de pie, quedando de frente a la fila que ellos habían formado, sus ojos se desviaron directamente hacia Violeta, quien le sonrió con suavidad.
—Enhorabuena, Cait —dijo Finn—, has concluido con éxito tu evaluación final.
—Gracias —dijo Cait, más firme de lo que creyó que su voz saldría; habría intentado sonreír si no supiera que no lo lograría, todavía podía sentir el cañón entre sus cejas, los ojos sin vida de su madre mirándola, dispuesta a matarla.
—Una última cosa antes de que vayas a prepararte para el banquete de bienvenida —añadió Finn, llamando a una de las personas desconocidas que había detrás de él.
Una mujer con el cabello rubio con puntas rosadas se acercó, entregándole una cajita negra. Finn la abrió con lentitud, disfrutando de la tensión del momento, hasta que sacó una jeringa con una larga aguja. Cait sintió la tensión contrayendo sus músculos de inmediato. El líquido naranja de la jeringa le recordaba al de la simulación, y ya se suponía que las simulaciones habían terminado.
—Por lo menos no te dan miedo las agujas —comentó Finn, jocoso—. Esto sirve para inyectarte un dispositivo de seguimiento que se activará si se informa de tu desaparición. Por precaución.
—¿Con frecuencia desaparece la gente? —preguntó Cait, frunciendo el ceño ante la obvia burla en las palabras de Finn.
—No mucha —respondió él, sonriendo—. Es un nuevo invento, cortesía de Erudición. Se lo hemos inyectado a todos los osados a lo largo del día, y supongo que el resto de las facciones también lo hará en cuanto les sea posible.
Cait sintió su estómago revolverse: no podía dejar que le inyectaran nada, y menos algo desarrollado por Erudición…, algo hecho por su madre. Sin embargo, tampoco podía negarse si no quería que volvieran a dudar de su lealtad. Su encuentro con Cassandra había puesto su posición en una cuerda floja, cualquier movimiento negativo y sería una abandonada, sin facción, o peor aún, un cadáver.
—De acuerdo —accedió, tragando el nudo en su garganta.
Finn se acercó con la jeringa en la mano, y Cait apartó su cabello y ladeó la cabeza, exponiendo su cuello. Fijó sus ojos en los grises que no perdían detalle de lo que pasaba mientras Finn limpiaba su cuello con una toallita antiséptica e introducía la larga aguja en su vena. Notó el dolor agudo y profundo que se extendió por su cuello, fuerte, caliente, pero breve. Todo terminó tan rápido como empezó, Finn guardó la jeringa en un estuche y pegó una venda adhesiva sobre el pinchazo con una gentileza capaz de hacer creer a cualquiera de su bondad, pero a Cait solo le daba asco.
—El banquete es dentro de dos horas —dijo finalmente—. Entonces anunciaremos tu puesto en la clasificación de los iniciados, incluidos los nacidos en Osadía. Buena suerte.
El grupito salió de la habitación en fila, pero Vi se quedó atrás, esperando a que estuvieran lo suficientemente lejos como para detenerse del todo al lado de la puerta y hacer un gesto con la cabeza en dirección a Cait, indicándole que la siguiera, cosa que la peliazul no dudó en hacer.
En la sala de cristal que estaba sobre el Pozo habían muchísimos osados, algunos caminando por las cuerdas extendidas sobre las cabezas de Cait y Vi, otros hablando y riendo en grupos. Vi no dijo nada, pero mientras avanzaban le dedicó a Cait una sonrisa, y la culpa se asentó en estómago de Cait: Vi no debía de haber visto la prueba si era capaz de sonreír.
—Me ha llegado el rumor de que solo has tenido que enfrentarte a siete obstáculos —dijo, normalizando su paso para quedar al lado de Cait—. Algo casi inaudito.
—¿No… no estabas viendo la simulación? —preguntó Cait, intentando procesar que casi había alcanzado el número de miedos de Vi, que casi empataba con el record. ¿Ella era tan valiente?
—Solo las pantallas. Los líderes son los únicos que lo ven todo. Parecían impresionados —contestó Vi, negando con la cabeza y mirando a Cait de reojo.
—Bueno, siete miedos se acerca demasiado al seis —comentó Cait, intentando sonreír—, puede que incluso llegue a tener menos que tú algún día.
—No me sorprendería que acabaras la primera —afirmó Vi, sonriendo ante la broma de Cait.
Entraron en la sala de cristal. Las personas seguían reunidas allí, aunque habían menos, porque Cait era la última en presentar la prueba y ya había salido. Al cabo de unos segundos los presentes empezaron a reconocerla, señalándola con asombro mientras ella caminaba al lado de Vi. Cait no pudo caminar lo suficientemente rápido como para evitar los vítores, algunas palmadas de felicitaciones en los hombros y los gritos de algarabía.
El pensamiento de que aquella escena sería tan extraña para sus padres y Jayce, pero para ella resultaba normal, llegó a su mente mientras observaba a quienes la rodeaban, a pesar de los anillos metálicos en la cara y de los tatuajes en los brazos, el cuello y el pecho, ellos eran buena gente, eran su nueva familia. Cait les devolvió la sonrisa de forma genuina antes de seguir a Vi, bajando las escaleras hasta el Pozo.
—Tengo una pregunta —comentó Cait, nerviosa—. ¿Qué te han contado de mi paisaje del miedo?
—La verdad es que nada, ¿por qué?
—Por nada —respondió rápidamente, dándole una patada a una piedra del suelo y lanzándolo por el borde de la plataforma.
—¿Tienes que volver al dormitorio? —preguntó Vi—. Porque, si quieres un poco de tranquilidad, puedes quedarte conmigo hasta el banquete —la oferta encogió el estómago de Cait, no debía de tener miedo, Vi no haría algo que ella no quisiera, pero la reacción fue inevitable—. ¿Qué pasa? —cuestionó Vi con preocupación.
«No quiero volver al dormitorio, quiero estar con Violeta y quiero que no me dé miedo».
—Vamos —respondió Cait.
Avanzaron por los pasillos con sigilo, subiendo las escaleras hasta que llegaron al piso de Vi, quien abrió con la llave que siempre tenía en algún bolsillo de sus pantalones y dejó pasar a Cait primero, antes de cerrar la puerta a sus espaldas y quitarse los zapatos con los pies a tirones.
—¿Quieres agua? —ofreció.
—No, gracias —respondió Cait, manteniendo las manos delante de su cuerpo de forma protectora.
—¿Estás bien? —Vi tocó su mejilla suavemente, sus manos acunando el rostro de Cait, metiendo sus dedos entre su cabello suelto.
Cait la miró, notando la adoración en aquella mirada grisácea, sabía que ella miraba a Vi de la misma manera. No la detuvo cuando Vi sonrió, acercando sus rostros lentamente hasta que sus labios se encontraron, entreabriendo los labios para permitirle a Vi explorarla con su lengua. El calor se extendió por su cuerpo, un placer errático que iba acompañado de miedo, haciendo vibrar la alarma en su pecho.
Quería aquello en la misma medida en que lo temía, y cuando las manos de Vi se deslizaron hacia sus hombros, empujando la chaqueta fuera de su cuerpo y haciéndola caer al suelo en un ruido sordo, Cait se encogió sin poder evitarlo, su cuerpo reaccionando por ella y apartando a Vi de un tirón.
Sus ojos ardían y no entendía por qué se sentía de esa forma, no había sido así cuando se habían besado la noche anterior en el tren, allí había estado relajada. Estaba segura de que si Violeta hubiese querido acostarse con ella en aquel momento, Cait no la hubiera detenido, pero allí, ahora, después de haberse enfrentado a ese miedo latente que constantemente ignoraba, no podía. Cait se llevó las manos a la cara y cubrió sus ojos, no quería mirarla.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó Vi, una obvia preocupación marcando su voz mientras Cait negaba con la cabeza—. No me digas que no es nada —insistió en un tono frío, agarrando a Cait por los brazos, Cait pudo sentir el temblor en las manos de Vi—. Oye, mírame.
La suplica fue suave, temerosa, y Cait retiró las manos de su rostro, mirándola a los ojos. Se sorprendió de ver dolor y rabia reflejados allí, en su expresión, con la mandíbula apretada, mezclándose con una obvia preocupación y frustración. Cait debía decirlo, debía exponer sus miedos, no podía torturar ni confundir de esa forma a Vi, no era justo.
—A veces me pregunto qué sacas de esto —empezó, con toda la calma de la que era capaz—. Con esto… sea lo que sea.
—Que qué saco de esto —repitió Vi, dando un paso atrás y poniendo distancia entre ellas, sacudiendo la cabeza con frustración—. Eres idiota, Cait.
—No soy idiota, y por eso sé que es un poco raro que, de todas las chicas que podrías haber elegido, te quedaras conmigo —rebatió Cait, sintiendo el calor en sus ojos, las lágrimas amenazando con aparecer—. Así que, si solo buscas…, bueno, ya sabes…, eso…
—¿El qué? ¿Sexo? —preguntó, frunciendo el ceño y mostrando lo ofendida que estaba—. Si solo quisiera eso seguramente no serías la primera a la que acudiría.
Cait sintió el aire congelándose en sus pulmones, era como si Vi acabara de darle un puñetazo en el estómago, un ardor frío corriendo por sus vías aéreas; claro que no acudiría a ella, ni era la primera opción, ni la más guapa, ni la más deseable. Sus manos cubrieron su vientre de forma protectora y apartó la mirada, reprimiendo las lágrimas que no quería dejar caer. Ella no lloraba, ni tampoco gritaba, si la chica que le gustaba no la quería de igual manera. Parpadeó un par de veces, bajando las manos y respirando profundamente, mirando a Vi de forma desafiante.
—Me voy a ir —anunció en voz baja, volviéndose hacia la puerta.
—No, Cait —pidió Vi, agarrándola de la muñeca; Cait se giró, apartándola de un fuerte empujón, pero Vi fue más rápida, tomándola de la otra muñeca y manteniendo sus brazos cruzados entre ambas, no permitiéndole alejarse—. Siento haber dicho eso —aseguró rápidamente, mirándola con desesperación—. Lo que quería decir es que tú no eres así y lo supe en cuanto te conocí.
—Tú eras uno de los obstáculos de mi paisaje del miedo —confesó Cait abruptamente, notando como temblaba su labio inferior—. ¿Lo sabías?
—¿Qué? —la palabra dejó la boca de Vi como un murmullo ahogado, soltando a Cait y alejándose de ella como si estuviera envuelta en llamas que fueran a quemarla, dolida—. ¿Me tienes miedo?
—A ti no —corrigió Cait, notando el daño que sus palabras habían hecho—. A estar contigo…, con cualquiera. Nunca he tenido una relación con nadie, te conté lo que viví de pequeña y mi madre siempre dijo que algún día ella escogería mi marido perfecto, elegir yo no estaba permitido. Y tú… eres mayor, y no sé qué es lo que esperas, y…
—Cait —interrumpió Vi, frotándose el puente de la nariz antes de llevar su mano hacia su cabello, despeinándose—, no sé qué tipo de historias te habrás montado en la cabeza, pero todo lo que he hecho por ti y lo que he vivido contigo, lo que he sentido contigo, es nuevo para mí también.
—¿Historias? —repitió Cait, buscándole sentido a lo que Vi decía—. ¿Quiere decir que tú no has…? —preguntó, arqueando las cejas y mirando el rostro avergonzado de Vi.
—Escucha, tengo un pasado, pero no es como piensas —explicó Vi, mirándola con seriedad—. Al inicio de estar en Osadía, estaba desesperada por borrar mi vida de Abnegación, por olvidarlo todo, así que pasé varias noches perdiéndome con shimmer, una droga de amplio espectro que nubla tus sentidos, pero amplia tus sensaciones. No estoy muy consciente de que hice durante esas noches, Mylo y Claggnor me sacaron de allí, me estabilizaron y después de eso intenté recuperar esas sensaciones de otra forma, el sexo fue una. No funcionó como yo esperaba, fue una experiencia incómoda para mí, aunque intenté ocultarlo para no herir a la chica y solo lo intenté con una, lo dejamos por la paz y quedamos como amigas. Lo que sería sexo real, si lo tuve mientras estuve drogada, no lo recuerdo.
—Oh…, yo suponía…, bueno, pensé que… —Cait tartamudeó a través de la respuesta, notando su error: había asumido que, como ella estaba tan obsesionada con Vi, el resto del mundo también lo estaría.
—Pues supusiste mal —respondió Vi, apartando la mirada, abochornada de su propio pasado y las elecciones que había hecho. Cait quería consolarla, decir algo apropiado, pero no sabía qué podía decir que arreglara la situación—. Puedes contarme cualquier cosa, ¿sabes? —aseguró Vi, tomando el rostro de Cait entre sus manos, con dedos fríos y palmas calientes, acunándola con cariño—. Soy más amable de lo que parezco en el entrenamiento, te lo prometo.
Cait lo sabía, lo había comprobado cientos de veces, cada vez que ella la había protegido o cuidado, a su forma, pero aquello no tenía nada que ver con la amabilidad. Vi acercó su rostro, dándole un beso suave entre las cejas, y otro en la punta de la nariz, deslizando sus manos por el cuello de Cait, por sus hombros, hasta que sus dedos tocaron la venda en el hombro de Cait, apartándose para mirarla.
—¿Te has hecho daño?
—No, es otro tatuaje —explicó Cait—. Está curado, pero temía destaparlo.
—¿Puedo verlo?
Cait asintió con la cabeza, a pesar del nudo en su garganta, bajando la manga y dejando su hombro expuesto. Vi se paró a su lado, mirando el hombro durante algunos antes de recorrerlo con sus dedos, subiendo y bajando por la curva de los huesos de Cait. Cuando Vi la tocaba, Cait sentía como si la conexión cambiara cada punto en que sus pieles se encontraban, notando el escalofrío en su estómago, no de miedo, sino de algo más. Un anhelo profundo que nunca había sido llenado. Vi levantó la esquina de la venda, sus ojos examinando el símbolo de Erudición, y sonrió.
—Yo tengo el mismo —comentó, riéndose de forma relajada—. En la espalda.
—¿En serio? ¿Puedo verlo? —preguntó Cait, entusiasmada, mientras Vi volvía a colocar la venda sobre el tatuaje y le acomodaba la manga.
—¿Me estás pidiendo que me desnude, Pastelito? —preguntó provocadoramente, arqueando una ceja.
—Solo… un poco —respondió Cait, una risa nerviosa saliendo de su garganta.
Vi asintió, perdiendo la sonrisa, mirándola a los ojos mientras bajaba la cremallera de su sudadera. La dejó caer por los hombros en un movimiento firme y lento, lanzándola sobre la silla del escritorio. Cait ya no tenía ganas de reír, solo era capaz de mirarla mientras sus manos tiraban del borde de su camiseta, sacándosela por la cabeza rápidamente, quedando solo en un sujetador deportivo que mostraba su torso y abdomen sin marcas, no había tinta por delante.
—¿Qué pasa? —preguntó Cait, notando como Vi aparaba la mirada, mostrándose incómoda.
—No invito a muchas personas a mirarme. A nadie, de hecho —admitió Vi.
—No sé por qué —respondió Cait en voz baja—. En fin, con ese cuerpo…
La rodeó despacio, sin tocarla, encontrándose con una espalda cubierta por más tinta que por espacios de piel. Tenía tatuados los símbolos de todas las facciones: Osadía en lo alto de la columna, Abnegación justo debajo, y las otras tres hacia el centro y al fondo. Cait se quedó mirándolas, viendo como los engranajes que las rodeaban se entremezclaban, formando una maquinaria que se extendía hacia el cuello y los brazos. Era hermoso. La pregunta latente en la cabeza de Cait era obvia: ¿por qué Vi se había tatuado todos?
—Creo que cometimos un error —explicó Vi en voz baja—. Todos hemos empezado a menospreciar las virtudes de las demás facciones para reafirmar las nuestras. No quiero que sea así, quiero ser valiente y altruista, y también inteligente, amable y sincera, quiero que todo se una como un engranaje perfecto y funcionen juntos, dando vida a algo más grande —añadió, aclarándose la garganta—. La amabilidad me cuesta bastante.
—Nadie es perfecto —susurró Cait—. Una cosa mala se va y aparece otra para sustituirla —Ella lo sabía, ella había cambiado la cobardía por la crueldad, la debilidad por la ferocidad. Sus dedos acariciaron el símbolo de Abnegación suavemente, estremeciendo a Vi—. Tenemos que avisarlos.
—Lo sé —respondió Vi—. Lo haremos —aseguró, girándose hacia Cait. Ella quería tocarla, pero le daba miedo su desnudez, le daba miedo que Vi quisiera desnudarla—. ¿Esto te da miedo, Cait?
—No —respondió con la voz rota, aclarándose la garganta—. La verdad es que no. Solo me da miedo… lo que deseo.
—¿Y qué deseas? —preguntó Vi, mostrando la tensión en su rostro, la electricidad en su piel—. ¿A mí?
Cait asintió con la cabeza, despacio, siendo imitada por Vi, quien la tomó de las manos con dulzura, guiándolas hacia su abdomen. Con la mirada gacha, Vi subió las manos de Cait por su torso, haciéndola sentir sus músculos marcados por el entrenamiento constante, ascendiendo por su pecho, firme y suave a la vez, llegando hasta su cuello, dejándolas reposar allí. Tocar su piel, suave y cálida, hizo cosquillas en las manos de Cait, que picaban por explorar más allá. Ella podía sentir el calor en su rostro, pero no controló el estremecerse de cualquier manera. Vi la miró.
—Algún día —dijo, sujetando sus palmas sobre las de Cait—, si todavía me deseas, podemos hacer todo lo que quieras.
El esbozo de una sonrisa apareció en los labios de Cait, que lentamente avanzó hasta abrazar a Vi, apretando sus cuerpos juntos. Se besaron de nuevo y, esa vez, el calor de su cercanía, la suavidad de sus labios y la humedad de su boca se sintieron familiares para Cait. Sabía exactamente cómo encajaban juntas, con el brazo de Vi alrededor de su cintura, sus manos en el pecho de la pelirrosa, la presión de sus labios juntos. Se conocían de memoria, eran perfectas una para la otra.
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Lo siento si entre los lectores hay algún fanático del smut/lemon/contenido sexual explícito, este fanfic lo tendrá, pero no todavía.
Dicho esto, ¿¿¿qué les ha parecido??? Ya saben cómo es esto, yo solo pido aunque sea un comentario🥺.
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