XX- El paisaje del miedo.
Vi se había preparado para ese momento, le había dado vueltas durante horas a lo que Cait había dicho sobre que nada de eso estaría ocurriendo en Abnegación. Lo primero que pensó fue que Cait no los conocía, que pensaba que ellos eran santos que cuidaban al prójimo y no comprendía la oscura verdad, pero a medida que los recuerdos iban atravesando la nebulosa con la que Vi había cubierto esas memorias, la realidad iba pesando más y más.
Cait tenía razón, en Abnegación habían personas buenas y malas, como en todas las facciones, porque la maldad era característica del ser humano, pero no podía condenarlos a todos solo porque un grupo de ellos eran monstruosos, solo porque su madre había sido su mayor pesadilla. Con ese pensamiento claro, Vi había tomado una decisión.
No podía ir con Cait y decirle todo sin antes darle motivos para confiar en ella, no podía solo pedirle que diera el salto de fe del ángel, así que tendría que exponerse a sí misma. Tomó lo necesario de cuarto de simulaciones, ella entraba tan a menudo en su pasaje del miedo que ya nadie le decía nada por tomar los suplementos, y luego caminó durante algunos minutos en búsqueda de Cait; logró verla a la distancia, hablando con las dos chicas que eran sus amigas, y supo el momento exacto en que Cait captó su presencia.
Pudo haberse quedado a esperarla, pero quería darle a Cait la opción de decir no, así que prefirió avanzar escaleras arriba, sintiendo prontamente los pasos acelerados y nada sigilosos de Cait, o tal vez era que Vi tenía mucha experiencia ya. Para cuando se detuvo delante de la puerta del paisaje del miedo, Vi sabía que Cait estaba a unos escasos tres metros, observándola entre las sombras.
—Ya que estas aquí, podrías entrar conmigo —propuso, dando a conocer sus verdaderas intenciones y fingiendo que no era algo importante. Lo era.
—¿En tu paisaje del miedo? —preguntó Cait, mordiéndose el labio y aun fuera del rango de visión de Vi.
—Sí —Vi sintió un peso en su estómago. ¿Era correcto aquello? ¿Mostrarle todo de sí misma? ¿Mostrarle a Maura?
—¿Puedo hacer eso? —inquirió Cait, acercándose y entrando con Vi en la habitación, cerrando la puerta a sus espaldas.
—El suero te conecta al programa, pero el programa determina e quién es el paisaje que atraviesas —explicó Vi, activando el sistema en el ordenador y entrando sus datos en automático; su ficha ya estaba registrada de forma permanente en el software—. Y ahora mismo, está configurado para que sea el mío —de alguna forma, logró que su voz saliera uniforme y desinteresada, pero sus músculos estaban tensos y los nervios la atacaban.
—¿Y me dejarás verlo?
—¿Por qué crees que voy a entrar si no? —respondió Vi con una pregunta en voz baja, sin levantar la mirada, sacando las jeringuillas de la caja negra donde se mantenían guardadas.
Cait ladeó la cabeza, exponiendo su cuello ante el tacto suave y calloso de las manos de Vi, sintiendo el dolor agudo de la aguja entrando. Vi terminó rápidamente, ágil por la cantidad de veces que había hecho eso antes; luego miró la otra jeringuilla, sopesando su siguiente movimiento, y no sabía qué le estaba pasando, pero en lugar de inyectarse ella, que tenía experiencia, le entregó la aguja a Cait con confianza y la miró a los ojos, ladeando la cabeza ligeramente.
—No lo he hecho nunca —comentó Cait, tomando la jeringuilla y temiendo hacerle daño.
—Justo aquí —indicó Vi, señalando con el índice el punto exacto del cuello.
Vio a Cait ponerse de puntillas para inyectarla, sintió el dolo familiar de la aguja y el ardor del líquido, pero ya estaba acostumbrada, solía entrar en su paisaje varias veces a la semana. Cait se demoró más que Vi, pero fue lo suficientemente rápida, sacando la jeringuilla y devolviéndosela, viendo como colocaba ambas en la caja. El pensamiento de que Vi sabía que Cait la seguiría, o que por lo menos lo esperaba, llegó hasta ella, pero Cait se sentía bien con eso.
Vi le ofreció una mano, sintiendo como los dedos cálidos de Cait se enredaban con los suyos fríos; tragó saliva y estiró su mano libre, abriendo la puerta hacia el paisaje del miedo y adentrándose con Cait en la oscuridad, dejando que las engullera. «No hay vuelta atrás, no hay vuelta atrás. Es hora de ver de qué estamos hechas»
—A ver si adivinas por qué me llaman Vi en honor al seis en romano —dijo en voz baja, un nudo formándose en su garganta, sintiendo como Cait se acercaba más a ella.
—¿Cómo te llamas de verdad? —preguntó Cait, su voz un susurro suave que erizó la piel de Vi.
—A ver si también puedes adivinarlo.
Empezó la simulación.
💙
La simulación las absorbió y, de repente, el suelo ya no era de cemento, sino que crujía como el metal. La luz las bañaba por todos los ángulos y la ciudad las rodeaba, edificios de cristal y el arco de las vías del tren; y estaban muy por encima de ellos. Cait no había visto el cielo así de azul en mucho tiempo, viviendo en el complejo subterráneo de Osadía, así que, por un momento, se sintió mareada y se quedó sin aliento, hasta que sintió las fuertes ráfagas del viento empezar a soplar, forzándola a apoyarse en Vi para permanecer de pie.
Sintió su aliento congelarse cuando Vi le soltó la mano para rodearla con los hombros; por un momento Cait pensó que la estaba protegiendo, pero pronto se dio cuenta de que Vi tenía problemas para respirar y miraba hacia el suelo con terror. No lo hacía por cuidarla, necesitaba de Cait para no caerse, obligándose a inspirar y espirar mientras apretaba los dientes. El recuerdo de que Vi puede saltar de plataforma en plataforma llegó a Cait, haciéndole saber la entereza y valentía de Vi, si había podido desarrollar esa habilidad cuando esto era de sus peores pesadillas.
—Tenemos que saltar, ¿no? —preguntó Cait a gritos, recordando la explicación de Vi sobre enfrentar los miedos y viéndola asentir con la cabeza. No va a saltar hacia otra plataforma, sino en caída libre, lo que más la aterroriza—. A la de tres, ¿vale? —Vi asintió otra vez—. ¡Uno…, dos…, tres! —Cait tiró de Vi, precipitándose hacia el vacío, cayendo de pisa, como dos piedras y sin soltarse las manos, el suelo cada vez más cerca.
La escena desaparece abruptamente, Cait se encontró a sí misma a cuatro patas en el suelo, sonriendo. Lo habían logrado. Había escogido Osadía el día de la Elección y el subidón de adrenalina de saltar en el tren esa primera vez la había hecho sentir en el lugar correcto, en ese momento lo sentía una vez más. El sonido de una respiración errática y jadeante la sacó de su burbuja, notando a Vi con una mano en el pecho y respirando de forma acelerada. Cait se levantó rápidamente, rodeando a Vi con los brazos y ayudándola a ponerse de pie.
—¿Qué toca ahora? —preguntó, reprochándose el no poder esconder la emoción en su voz ante la adrenalina. Vi lo estaba pasando mal, ella no podía disfrutar eso como si fuera un parque de atracciones.
—Es…
Algo duro chocó con sus espaldas, haciéndolas pegarse una a la otra. Habían aparecido paredes a su alrededor que se estaban cerrando, estrechando el espacio tanto que Vi tuvo que llevarse las manos al pecho para caber. Un techo cayó estrepitosamente sobre las paredes y Cait vio a Vi agacharse, gruñendo por lo bajo entre dientes. La habitación se había transformado al tamaño justo para que cupiera Vi, nada más.
—Encierro —terminó de decir la pelirrosa entre dientes, sintiendo su cabeza marearse y el aire no entrar a sus pulmones.
Cait la escuchó soltar un sonido gutural; ladeó la cabeza y se retiró lo suficiente para observarla. Apenas podía verle la cara, estaba demasiado oscuro y no había distancia, compartían respiraciones, sus alientos golpeando en los labios de la otra. Vi hizo una mueca de angustia, como si le doliera algo, y eso despertó las alarmas de Cait.
—Eh —dijo Cait, tomándola de las manos—, no pasa nada. Ven…
La guió para que las manos de Vi rodearan su cuerpo, dándole más espacio dentro de aquella caja. Sintió como Vi se aferró a su espalda, poniendo la cara cerca de la de Cait, sin enderezarse del todo. Su cuerpo emitía calor, pero Cait solo notaba los huesos y los músculos que la rodeaban, nada cedía. El calor en sus mejillas le indicó que se estaba sonrojando. « ¿Me abrazará pensando que soy su mamá o su hermana mayor? ¿Ella también pensará que tengo cuerpo de vieja?»
—Es la primera vez que me alegro de ser tan delgada —comentó Cait, buscando que una broma alivianara el ambiente.
—Hmmm —murmuró Vi, tensa.
—No podemos salir de aquí, es más fácil enfrentarse al miedo y ya está, ¿no? —preguntó, aunque no se detuvo a esperar respuesta—. Lo que tienes que hacer es reducir el espacio, empeorarlo para que mejore, ¿no?
—Sí —admitió Vi lacónica, apenas una palabra tirante y tensa.
—Vale, tenemos que agacharnos, ¿lista?
No esperó respuesta, apretó a Vi por la cintura, bajándola con ella. Notó la dura línea de sus costillas contra su mano y escuchó el crujido de un tablón de madera contra otro al bajar el techo. Cait percibió que no cabrían con tanto espacio entre ellas, así que de giró entre los brazos de Vi, pegando su espalda al pecho de Vi y haciéndose bola. Una de las rodillas de Vi estaba doblaba al lado de la cabeza de Cait, mientras que la otra estaba debajo de ella, de modo que Cait estaba sentada encima de su regazo. Eran un revoltijo de extremidades y la respiración de Vi, dolorosamente acelerada, chocaba en el oído de Cait.
—Ah —comentó Vi con voz ronca—, esto es peor, sin duda…
—Chissss —ordenó Cait, atrayendo su atención—, rodéame con los brazos —de forma obediente, Vi pasó sus brazos por la cintura de Cait; Cait le sonrió a la pared, intentando contener su emoción. « No estoy disfrutando esto, de ningún modo, ni siquiera un poquitín, no»—. La simulación mide tu miedo —no es más que una repetición de lo que Vi les había explicado, pero Cait pensó que recordárselo ayudaría—. Así que si consigues calmar tu pulso, pasará al siguiente escenario. ¿Recuerdas? Intenta olvidar que estamos aquí.
—¿Sí? —preguntó Vi sarcástica, sus labios pegados a la oreja de Cait, haciendo que una ola de calor la recorriera—. Así de fácil, ¿no?
—A la mayoría de personas con atracción hacia las mujeres, les encantaría quedarse atrapados en un sitio estrecho con una chica, ¿sabes? —comentó Cait, poniendo los ojos en blanco ante su broma.
—¡No a los claustrofóbicos, Cait! —rebatió Vi, haciendo que Cait notara la desesperación en su voz.
—Vale, vale —respondió Cait, abrazando con sus manos los brazos de Vi para calmarla y guiando una de sus manos hacia su pecho, justo encima de su corazón—. ¿Notas mis latidos?
—Sí.
—¿Ves lo regulares que son? —continuó Cait, ignorando el calor que corría por su cuerpo.
—Van deprisa —comentó Vi, su voz sonando un poco menos tensa.
—Sí, bueno, pero eso no tiene que ver con la caja —reconoció Cait, haciendo una mueca ante el error de lengua que había tenido. Esperaba, internamente, que el miedo en Vi impidiera que notara lo que Cait había admitido—. Cada vez que me sientas respirar, respira. Concéntrate en eso.
—Vale —accedió Vi, y Cait respiró profundo, su pecho elevándose y descendiendo, sintiendo como Vi la imitaba.
—¿Por qué no me cuentas de dónde viene este miedo? A lo mejor hablar de eso nos ayuda…de alguna manera —propuso Cait, sin saber enteramente por qué, pero eso sonaba correcto. Tal vez era la clave para los miedos.
—Hmmm…, vale —accedió Vi, forzándose a sí misma dentro de sus recuerdos de infancia, respirando con Cait una vez más antes de tomar la determinación de hablar; traer a Cait a su paisaje del miedo tenía como propósito sincerarse sobre sí misma—. Este viene de mi fantástica niñez. Castigos de la infancia. El diminuto armario de la planta de arriba.
Cait apretó los labios, la impotencia dominándola. Recordaba que de pequeña su madre la castigaba: la mandaba a su cuarto sin cenar, le prohibía salir, le quitaba tal o cual cosa, la regañaba hasta hacerla llorar de vergüenza, restregándole la decepción que Cait le hacía sentir… Jamás la habían encerrado en un armario. No sabía qué decir, ni cuál era la mejor dirección a tomar, así que Cait intentó sonar ligera y despreocupada, aunque no lo consiguió de forma efectiva.
—Mi padre guardaba los abrigos de invierno en nuestro armario —un matiz ronco y palabras arrastradas demostraron que no era indiferente al tema.
—No quiero… —empezó Vi, pero se detuvo en un jadeo—. No quiero seguir hablando de eso.
—Vale, pues… yo hablo. Pregúntame algo —ofreció Cait, queriendo alejar de sus mentes la situación.
—Entiendo —respondió Vi, soltando una risa temblorosa—. ¿Por qué te late tan deprisa el corazón, Cait? —la pregunta erizó la piel de Cait, haciendo que su corazón se acelere más, Vi podía sentirlo.
—Bueno… —Cait intentaba encontrar una respuesta que no expusiera más sus sentimientos, que no revelara que era por la manera en que Vi la abrazaba o lo cerca que estaban—. Apenas te conozco… —«No te conozco lo suficiente»—. Apenas te conozco y estoy apretujada contigo en una caja, Vi, ¿tú qué crees?
—Si estuviéramos en tu paisaje del miedo… —inició Vi, su voz sonando más estable mientras sus brazos apretaban con más fuerza a Cait, dejando que su aliento pegara directo detrás de su oreja—, ¿yo estaría dentro?
—No me das miedo —afirmó Cait de inmediato, sintiendo su voz pastosa y aguda.
—Claro que no, pero no me refería a eso —comentó Vi, riéndose.
Esa vez, cuando se rio, las paredes se rompieron en un estruendo, cayendo y dejándolas en el complejo de Osadía, delante de todos los jefes. Cait se levantó del suelo, sacudiéndose las manos y la ropa, aunque no se había manchado de polvo. Sintió frío al tener a Vi tan lejos de ella, pero decidió mejor concentrarse en lo que estaba viendo. Ambessa Medarda, Finn y los otros líderes de la facción estaban delante de ellos, mirándolos de forma seria.
—¿De qué trata este miedo? —preguntó Cait, percibiendo como los ojos de Vi se oscurecían.
—Siempre tuve miedo de no ser lo suficiente para Osadía, pero, luego de haber sido aceptado, en lugar de que ese miedo desapareciera, se transformó —explicó Vi, avanzando delante de Cait, tapándola con su cuerpo y no dejando que viera a los líderes—. Ahora, ese miedo es ser descubierta.
—¿Descubierta? —inquirió Cait con la voz entrecortada.
—Está aquí siendo acusada de conspirar con los abandonados, espiar a los líderes de Osadía y estar en contra de los ideales de la facción, ¿qué tiene que decir al respecto? —acusó Ambessa Medarda, mirando de forma despectiva hacia Vi; Cait intentó pararse a su lado, pero Vi estiró un brazo hacia atrás, manteniéndola en su espalda.
—Culpable —admitió Vi, haciendo que Cait sintiera los temblores de su cuerpo.
—En ese caso, se le declara traidora a la facción —decretó Medarda, avanzando hacia el frente y levantando su pistola.
—¡No! —gritó Cait, escuchado el sonido retumbante del disparo y sintiendo la espesa sangre caliente que salpicó su rostro, el peso del cuerpo de Vi entre sus manos cuando cayó hacia atrás, todo a su alrededor oscureciéndose—. ¡Vi! ¡Vi!
Sus gritos no hicieron eco, el peso de Vi desapareció de sus manos y la oscuridad hizo imposible que ella viera nada. La desesperación empezaba a abrirse paso, la ansiedad creciente en ella, aplastándola, hasta que un aro de luz se iluminó a su alrededor, mostrándola en el suelo, limpia y sin Vi. Otra luz se encendió a su lado, mostrando a Vi mirándola con cariño y una pizca de diversión, una sonrisa ladina y relajada adornando su rostro mientras le extendía una mano para ayudarla a incorporarse.
—A lo mejor estás hecha para Verdad —comentó, mientras Cait tomaba su mano y se dejaba ayudar a poner de pie—, porque eres una pésima mentirosa —Cait sintió sus mejillas sonrojarse al notar la referencia a su respuesta sobre por qué su corazón iba deprisa, debió de haber sabido que no podía engañar a Vi.
—Creo que mi prueba de aptitud lo descartó bastante bien —repuso.
—La prueba de aptitud no sirve para nada —rebatió Vi, negando con la cabeza.
—¿Qué intentas decirme? —preguntó Cait, entrecerrando los ojos y acercándose más a Vi—. ¿Qué tu prueba no fue la razón por la que terminaste en Osadía? —Cait pudo sentir la emoción correr por su cuerpo como si fuera sangre, impulsada por la esperanza de que Vi le confirmara que era divergente, como ella, de que podían averiguar juntas qué significaba.
—No del todo, no, es que… —inició Vi, dejando la frase a medias y volviendo la vista hacia atrás.
Cait sigue su mirada, encontrándose a una mujer a unos cuantos metros de ellas, apuntándoles con una pistola. Estaba completamente inmóvil y tenía rasgos muy comunes, Cait sabía que si pudieran irse en ese mismo instante, ni siquiera podrían recordar su rostro, podía ser cualquiera. A la derecha de ellas aparece una mesa, en esta hay una pistola y una sola bala. « ¿Por qué no nos dispara?» pensó Cait, notando la tensión en los músculos de Vi. «Oh» Lo notó finalmente, el miedo no tenía que ver con la amenaza a su vida, sino con la pistola encima de la mesa.
—Tienes que matarla —dijo Cait en voz baja.
—Todas y cada una de las veces —admitió Vi con la voz ronca.
—No es real —afirmó ella.
—Parece real —repuso Vi, mordiéndose el labio—. Me parece real.
—Si lo fuera, ya te habría matado —intentó tranquilizarla Cait.
—No pasa nada, lo… haré. Este no es tan… malo. No me entra tanto pánico —aseguró Vi.
Cait pudo verlo, no le entraba tanto pánico, pero sí mucho más miedo. Lo pudo percibir cuando la vio tomar la pistola de la mesa y abrir la recámara, como si lo hubiera hecho mil veces, y quizás así era. Metió la bala en la recamara, levantando la pistola con ambas manos, apuntando y cerrando los ojos, girando la cabeza hacia el lado, no podía verla, no lo haría si lo hacía. Vi inspiró profundamente, y al espirar, disparó. Cait vio un relámpago rojo y la cabeza de la mujer moverse hacia atrás, haciendo que apartara la mirada, oyéndola caer al suelo.
El sonido de la pistola contra el suelo trajo la atención de Cait de regreso. Ambas se quedan mirando el cadáver, y lo que Vi había dicho resuena en la mente de Cait: parecía real. «No seas ridícula».
—Vamos —dijo Cait, tomándola del brazo—. Sigue moviéndote.
Tras un segundo tirón, Vi salió de su aturdimiento, siguiéndola a través de la penumbra. Al pasar junto a la mesa, Cait logró ver como el cadáver desaparecía, ese miedo estaba terminado, pero la imagen permanecería en sus memorias. ¿Cómo sería tener que matar a alguien cada vez que pasara por el paisaje del miedo? La pregunta tomó a Cait por sorpresa, pero la apartó ante el pensamiento de que tal vez lo averiguaría.
Su mente entonces reparó en algo más, que la estaba desconcertando: se suponía que esos eran los peores temores de Vi y, aunque le entró pánico en la caja y en el tejado, había matado a la mujer sin gran dificultad y enfrentado su propia muerte sin problemas. Era como si la simulación intentara aferrarse a cualquier miedo que encontrara en su interior, ya que no había encontrado muchos.
—¿Dónde estamos? —preguntó Cait al notar el escenario cambiar, viéndose en un edificio destruido que parecía ser del sector desierto.
—Es uno de los edificios lejanos, no había muchos abandonados por la zona cuando yo era pequeña, así que venía a jugar a menudo a esta área —explicó Vi, deteniéndose cuando su voz se cortó, observando hacia el frente.
—¿Quién es ella? —inquirió Cait, notando a la niña pequeña de cabello corto y que tenía un mechón más largo sujeto con una cuerda; estaba sentada en el suelo y jugaba con unos artefactos con forma de animales que tenían rostros con sonrisas deformes dibujadas: se veía feliz.
—Su nombre es Powder, es mi hermana menor —confesó Vi, sintiendo sus propias lágrimas llenar sus ojos.
Cait vio a la niña dejar de jugar, sosteniendo entre sus manos uno de los objetos, el que tenía forma de mono con dos platillos en las manos. Powder se puso de pie, girando para mirarlas, sus ojos azules fijos en los ojos de Vi todo el tiempo, mirándola de forma acusadora, pero con un rastro de miedo a la vez.
—Ayúdame —pidió Powder, su voz aguda e infantil sonando llorosa—. Por favor, hermana, ayúdame.
—Quise protegerte, Pow Pow, juro que sí —dijo Vi, sintiendo su voz romperse. Cait se abrazó a su brazo, haciéndole saber que estaba allí con ella, que no estaba sola.
—No estuviste allí, no me cuidaste —acusó Powder, marcando de rabia sus palabras, Cait podía notar que ese odio provenía de la propia percepción de Vi.
—Lo siento tanto —murmuró Vi, las lágrimas fluyendo por su rostro. Cait entrelazó sus dedos, sintiendo como Vi apretaba su mano con fuerza, sabía que era una simulación, no era real—, pero ya es muy tarde.
El tirón tomó a Cait por sorpresa, sintiendo a Vi correr y tirando de ella. Sus pies tropezaron por un instante, para luego acomodarse al paso vertiginoso de Vi mientras escuchaba un grito a sus espaldas. La explosión lanzó rayos azules por todas partes, la onda expansiva haciendo que ambas salieran disparadas cinco metros, los brazos de Vi rodeando a Cait y protegiéndola del impacto mientras rodaban por el suelo, sintiendo la grava y piedras encajarse en sus cuerpos.
Sus respiraciones estaban aceleradas, había chispas azules brillando, suspendidas en el aire, y ellas intentaban recuperar la estabilidad. Cait se sentó en el suelo, sacudiendo las piedras y el polvo de su cuerpo, mientras Vi se quedaba acostada, tirando un brazo por encima de sus ojos y dejando que las lágrimas corrieran. Cait no dijo nada durante varios minutos, mirando el escenario cambiar a su alrededor.
Casas grises de dos plantas, todas idénticos, aparecían delante de ella, la grava bajo sus cuerpos de volvía blanca, como solo el sector de los altruistas tenía, el cielo volvía a ser claro y la quietud y el silencio se volvían asfixiantes. Percibió a Vi incorporándose sentada, limpiándose los rastros de lágrimas, su expresión, antes culpable y dolida, ahora se mostraba tensa y seria.
Cait quería preguntarle muchas cosas, saber si Powder estaba muerta, o qué había pasado que había creado aquel miedo, pero recordó una noticia de su infancia en la cual hablaban del derrumbe de edificios en una zona desierta, culpando a los abnegados, aunque nunca se pudiera probar nada, y prefirió callar. No era su dolor el que estaba expuesto, no tenía que preguntar nada.
Vi se puso de pie, dándole la mano a Cait para ayudarla a incorporarse, hasta que ambas quedaron a unos escasos quince centímetros de distancia. Allí, así de cerca, Cait podía notar el miedo latente en Vi, había algo más que la aterrorizaba. Una puerta se abrió lentamente a su izquierda, dejando que la claridad del día mostrase una oscuridad absoluta dentro de la casa; los músculos de Vi se tensaron, su mano se volvió sudada y su agarre en la mano de Cait aumentó.
No dijo nada, pero empezó a caminar hacia la casa, Cait a su lado en todo momento, hasta que se detuvieron delante de la puerta abierta, la oscuridad dándoles la bienvenida.
—Allá vamos —murmuró, dejando que Cait percibiera el terror en su voz. Entraron.
**********
Ya logré regresar, ¿qué les parece la actualización? Lamento sinceramente la demora, quiero aclarar que no dejaré los libros y que me gustaría mucho ver que aprecian esto que hago, dejándome un comentario aunque sea.
Les traje otro capítulo, así que sigan adelante. Y para quienes me leen en mis otros libros, lo que no pueda actualizar hoy, lo actualizaré mañana.
SIGUIENTE...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top