I- La prueba

El agua caliente bañaba su cuerpo mientras la tensión se apoderaba de su mente, dándole un dolor de cabeza que no lograba controlar con nada. Había tratado de todas las formas posibles conciliar el sueño la noche anterior, había rodado en las sábanas azules de su cama por todas las posiciones en búsqueda de la comodidad que la ayudaría a dormir, pero nada pasaba. Cerró la ducha soltando un suspiro y salió de la bañera, envolviéndose en una toalla y secándose el cabello con otra, deteniéndose delante de la imagen que le devolvía el espejo.

Sus ojos tenían bolsas oscuras debajo, su ceño estaba fruncido, la preocupación corría por sus venas y marcaba cada parte de su expresión, pero Caitlyn sabía más que eso. Respiró profundamente, tomando el secador y dedicando largos minutos a secar su cabello, dándole la forma apropiada que el estilista de su madre recomendaba para el corte largo que traía. Jamás debía recogerlo por ningún motivo, no era digno de alguien de la posición de ella, siendo la hija de la líder de Erudición.

Cuando se supo más presentable salió del baño, después de una base apropiada de maquillaje natural que escondía todas las imperfecciones y el recordatorio de no sonreír ni mostrar sus dientes, para que no se viera el espacio entre sus dientes frontales que su madre quería desesperadamente corregir con cirugía, pero para lo cual necesitaba que Caitlyn alcanzase la mayoría de edad, volviéndose un miembro de la facción al pasar la iniciación.

Mientras sus manos deslizaban la suave tela azul oscuro por su cuerpo, enfundándose en aquella blusa de botones, con una chaqueta de traje y una falda de tubo ajustada hasta por debajo de las rodillas, amoldando cada curva de su cuerpo en una forma elegante, su mente no dejaba de tambalearse al borde del abismo. Miró el reloj en la pared, tenía que apurarse si quería llegar a tiempo, el autobús especial que salía de Erudición hacia el Centro partiría pronto y su madre jamás la perdonaría si llegaba tarde a la prueba.

Ese era su temor, la prueba. Un proceso del cual no les explicaban nada, excepto que al cumplir los dieciséis años debían de pasar la prueba, que analizaría sus mentes hasta decirles a qué facción correspondían, luego pasarían por la Ceremonia de Elección, donde escogerían a que facción pertenecer independientemente del resultado de la prueba, y a ella se deberían por el resto de su vida.

El sistema de facciones había sido instaurado hacía más tiempo del que nadie recordaba, la guerra de hacía doscientos años había devastado a la humanidad, llevándola casi a su extinción. Los sobrevivientes decidieron encontrar una forma de sostener una convivencia pacífica, agrupando a las personas acorde a sus características mentales, emocionales y psicológicas, así surgieron las cinco facciones en ese momento eran el sistema de vida de todos.

Caitlyn bajó las escaleras de la entrada de su casa, iniciando la caminata hacia la parada del autobús. Llevaba diez minutos caminando cuando su mirada captó a la distancia un grupo de abandonados, vagabundos sin vida ni labor en la sociedad, seres despojados de todo. Sobrevivían solo porque Abnegación les alimentaba  y vestía con las sobras y basura de las demás facciones. Ese era el destino de todo aquel que no se integrase al sistema, ese era el miedo real de Caitlyn.

La peliazul se forzó a sí misma a seguir caminando, recordándose de avanzar un pie delante del otro hasta que se detuvo en la parada, justo en el momento en el que llegaba el autobús. Esperó a que todos los que estaban allí como ella entrasen, acomodándose en los puestos de forma organizada. Caitlyn logró sentarse en uno de los últimos lugares, mirando por la ventana mientras su mente evocaba aquello que la aterrorizaba, ella misma.

Nunca había sido la típica chica de Erudición. Sí, era inteligente por encima de la media y dedicaba largas horas al estudio, pero siempre sentía que le faltaba algo. No sentía esa pasión que veía en su madre y padre por el conocimiento, o en Jayce, quien pasaba noches sin dormir solo por intentar avanzar en su proyecto financiado por su madre.

A veces Caitlyn miraba por la ventana de su habitación, observando el horizonte donde se apreciaba la barda, el límite de esa jaula en la que vivían, porque según los líderes todo había quedado destruido después de la guerra y nunca se habían recuperado. Era en esos momentos donde sabía que no pertenecía totalmente a Erudición, porque sentía el hormigueo de su cuerpo ante la idea de poder trepar la barda hasta lo más alto y saltarla, llevando un rifle que la ayudase a dispararle a todo lo que pudiera, incluso si solo eran rocas a la distancia.

El autobús se detuvo finalmente, haciendo que todos bajaran de este y se mezclaran con los estudiantes de diferentes facciones. Mientras iban creciendo, todas las facciones estudiaban juntas en la escuela que abarcaba el primer nivel del edificio Centro, al cumplir los dieciséis pasaban la prueba en el segundo nivel del Centro, enfrentándose a la elección el día siguiente en el tercer nivel y, posteriormente, su educación sería llevada a cabo por la facción que hubiesen escogido.

Caitlyn observó con detención la mezcla de colores que mostraba las marcadas diferencias entre ellos. Cordialidad resaltaba en amarillos, naranjas y rojos, a Caitlyn le dolían los ojos de solo verlos y la idea de andar sonriente y deseando felicidad a todos como si nada malo pasara le repugnaba. Estaban los que vestían de blanco y negro, porque la vida para ellos solo tenía dos caminos y ambos eran igual de crueles, Verdad era una facción con la que Caitlyn podía identificarse, pero había escuchado entre susurros por unas compañeras de aula de dicha facción cómo funcionaba la ceremonia de graduación cuando terminaba la iniciación.

Te paraban delante de todo el Concejo máximo de Verdad, de tus compañeros y demás miembros de la facción, te inyectaban el suero de la verdad, especialmente hecho para esa iniciación en particular y luego te preguntaban todos tus secretos y pensamientos, hasta los más íntimos. Supuestamente, si lo habías expuesto todo, ya no tendrías necesidad de mentir. Caitlyn pensaba demasiadas cosas que nunca decía y se había fugado de casa sin que su madre lo notase incontables veces, no podría superar una iniciación así.

Abnegación vestía de gris, con ropas anchas que más bien parecían harapos, según su madre. Eran la facción más desinteresada, negaban la vanidad y cualquier forma de egoísmo. Caitlyn sabía que nunca encajaría allí, no era vanidosa, de hecho, era bastante inconsciente sobre su propio físico todo el tiempo, arreglándose únicamente bajo exigencia de su madre, pero era egoísta.

Era lo suficientemente egoísta como para haber escapado tres veces a la semana desde los once años para ir a practicar tiros a un campo cerca del límite de Erudición con las tierras de los abandonados, usando un arma que se había encontrado tirada por un chico de Osadía.

Osadía, la facción de los guerreros, los intrépidos, los protectores. Todos sus miembros eran diferentes, llamaban la atención con sus cabellos de colores brillantes, piercings y tatuajes, saltando dentro y fuera de un tren en movimiento para llegar a todas partes, siempre gritando, perturbando la paz. Tan libres como Caitlyn no podía soñar siquiera ser. Ella podía ver el potencial de Osadía como facción, por más que su madre se refiriera a ellos como salvajes sin cerebro ni consciencia.

— Caitlyn Kiramman— la voz firme de una mujer mayor atrajo la atención de Caitlyn. Aparentaba unos cuarenta años, con la piel oscura y el cabello corto, una chaqueta negra de cuero llamando la atención al lado de los otros dos funcionarios públicos que eran de Abnegación.

— Soy yo— habló firmemente Caitlyn, poniéndose de pie en medio de la habitación inmensa llena de estudiantes.

— Sígame— indicó la señora, a lo que Caitlyn obedeció de forma inmediata, manteniendo su postura estilizada y regia en todo momento.

Caminaron por un pasillo escasamente iluminado en un tono amarillo opaco, cada funcionario iba con un estudiante detrás al cual le haría la prueba. A medida que avanzaban iban apareciendo puertas a su izquierda y cada dúo se quedaba delante de la correspondiente. La señora de Osadía se detuvo en una de las puertas del medio del pasillo, el escáner de retina pasó por sus ojos oscuros y la puerta se abrió.

Grayson, Osadía.
Permiso concedido.

Grayson entró, dejándole la puerta abierta a Caitlyn para que pasara detrás de ella. Cuando la peliazul la siguió se encontró en una habitación de paredes en algún tono entre el naranja y el carmelita, con una iluminación mayor al pasillo, pero tenue de igual manera. La pared a su izquierda era totalmente un espejo y Caitlyn no pudo evitar mirarse en él, viendo el reflejo de lo que parecía una versión joven de su madre. Su cabello en realidad era negro, pero como compromiso con la facción, durante el embarazo su madre había ingerido un suero especializado para que se tornase a color más azulado. Caitlyn era la figura representativa de Erudición para Cassandra Kiramman.

— ¿Qué pasa con los de Erudición y ese aire de tener un palo en el culo todo el tiempo?— preguntó Grayson, atrayendo la atención de Caitlyn, quien volteó hacia ella para verla al lado del sillón que se hallaba en el centro de la habitación. Era similar al de las clínicas de dientes, algo que a Cait le traía malos recuerdos.

— Nosotros abogamos por un aspecto elegante y profesional, muestra de la serenidad y supremacía de la mente— respondió Caitlyn como una autómata. Se había aprendido de memoria esas palabras, las había repetido incontables veces durante su infancia y sabía recitarlas con pasividad.

— Sí, lo sé— repuso Grayson, quitándose la chaqueta mientras encendía la máquina con electrodos que estaba al lado la silla— Siéntate— ordenó. Caitlyn se apresuró a obedecerla, acomodándose en el asiento reclinado, sus pies elevados y quedando semiacostada, en una posición un tanto incómoda considerando sus zapatos de tacón— Toma esto— le indicó Grayson, ofreciéndole un vaso pequeño con un líquido amarillo, Caitlyn lo miró con suspicacia.

— ¿Qué ha de pasar?— preguntó, sabía que era el suero de la prueba porque Erudición era quien lo fabricaba, pero nadie nunca le había explicado cómo funcionaba, las facciones tenían prohibido hablar de la prueba o el período de iniciación con los jóvenes.

— Tú solo bebe— espetó Grayson mientras le ponía los sensores en la cabeza. Caitlyn notó el tatuaje de un águila en la parte alta de la espalda de Grayson cuando se volteó para revisar que los sensores estuviesen activos y registrando la actividad cerebral de Caitlyn.

— ¿Por qué ese tatuaje?— la pregunta salió de sus labios sin poder contenerla. Si había algo que sí tenía de Erudición era la curiosidad, siempre preguntaba incluso más allá de lo educadamente apropiado. Grayson la miró por encima del hombro un momento, viendo la disculpa implícita en aquella mirada azul y la curiosidad inocente en ella.

— Le tengo miedo a las águilas, vi una de pequeña que me atacó y no lo superé, así que cuando terminé la iniciación en Osadía decidí que tenía que avanzar, exigir más de mi misma. Empecé tatuándome aquello que más miedo me daba, pensé que si lo llevaba en la piel no me aterraría tanto— explicó suavemente, buscando tranquilizar a Caitlyn, porque aunque la joven intentase esconderlo, el vaso se sacudía ligeramente por el temblor de sus manos.

— ¿Funcionó?— había esperanza en sus palabras, como alguien que busca una respuesta para contrarrestar sus propios miedos. Grayson le sonrió y luego alzó su mano, empujando suavemente la de Caitlyn hacia su rostro.

— Es hora, bebe— indicó nuevamente, y Caitlyn obedeció.

El líquido bajó por su garganta rápidamente, Caitlyn sintió como Grayson le quitaba el vaso de las manos, pero no llegó a verla, una necesidad extrañamente atrayente de cerrar los ojos se había apoderado de ella. Dio un suspiro profundo y los volvió a abrir, observando que seguía en la silla sentada, en la misma habitación, pero Grayson y la máquina que la registraba habían desaparecido y ahora todas las paredes eran espejos. Lentamente se incorporó, asustándose cuando el asiento desapareció al ella dejar de usarlo.

— Escoge— Caitlyn se sobresaltó ante la firme voz que hablaba, volviendo a mirar hacia el frente y encontrándose con una versión más joven de ella misma.

— ¿Qué escoja qué?— preguntó sin comprender nada. La niña solo miró hacia los lados de Caitlyn, por lo que ella hizo lo mismo, viendo que habían aparecido dos mesas pequeñas, cada una tenía un cuenco encima, uno con carne y otro con un cuchillo.

— Escoge— repitió la niña, su voz parecía más bien un sonido automático y Caitlyn sentía escalofríos escuchándola.

— ¿Para qué?— preguntó insistente, negándose a escoger nada sin entender totalmente la situación.

Un gruñido a su derecha llamó su atención, Caitlyn observó al perro de gran tamaño que estaba a unos cinco metros de ella, mostraba los dientes con rabia y su pelaje estaba totalmente erizado. Caitlyn buscó a su alrededor lo que antes le había sido ofrecido, pero la carne y el cuchillo habían desaparecido.

Miró con desesperación al perro, que parecía dispuesto a atacarla en cualquier momento, entonces recordó lo que había aprendido en sus clases. El instinto animal correspondía a dos reacciones ante el peligro, huida o ataque. Atacar ya no era posible y huir haría que el perro la persiguiera, pero había otra opción. Si no te registraban como una amenaza, entonces no tenían por qué atacarte.

Caitlyn bajó lentamente sus manos, evitando cualquier movimiento brusco, hasta tocar la tela de su falda e irla subiendo suavemente, cuando vio en el reflejo de los espejos que la falda había llegado al límite, mostrando sus muslos en su totalidad, supo que podía moverse.

Parsimoniosamente fue descendiendo hasta que sus rodillas tocaron el suelo, sus manos bajaron y mantuvo su mirada fija en estas, sin alzarla ni cuando sintió al can acercarse y gruñir justo delante de ella. Sentía su aliento golpear en su rostro, la gota de saliva que cayó en sus manos, el temor ante lo que pasaría y luego, un lengüetazo en su mejilla.

Abrió los ojos, viendo como el perro movía la cola amigablemente y se sentaba delante de ella, agachando las orejas y dándole lengüetazos amigables en el rostro. Caitlyn sonrió, alzando las manos y acariciando al perro. Siempre había querido uno, pero en Erudición no aceptaban mascotas, las consideraban sin sentido puesto que no proporcionaban nada útil para la sociedad. Pensó que tal vez la prueba había terminado, pero entonces una voz infantil habló y el perro se alejó de Caitlyn, volviendo a su condición agresiva.

— Perrito— Caitlyn se giró con miedo hacia donde la niña, que ahora se veía como ella misma, pero más pequeña.

El perro gruñó con rabia y Caitlyn sintió que veía todo en cámara lenta, como este arrancaba a correr hacia la niña, como ella intentaba huir. Él iba a morderla y Caitlyn lo sabía, pero no era real, era una simulación obvia, no había una niña real que fuera ella más pequeña, sin embargo, la sola idea de pasar un tiempo viendo a aquel perro destrozar a la niña era demasiado para ella. Caitlyn corrió, sabía que era una locura, pero no importaba. Impulsó su cuerpo hacia adelante, tirándose completamente sobre el perro y sintió como se hundían en el suelo.

El escenario cambió totalmente, ahora se encontraba en un autobús, ella no solía tomarlos porque su madre tenía un auto del gobierno para usos personales, pero veía a diario a muchas personas de distintas facciones tomarlos para moverse de un lado a otro. Estaba sentada en uno de los asientos que daba hacia el pasillo y en el lado opuesto del autobús, en los asientos encontrados, justo de frente a ella, se hallaba un hombre desgarbado, visiblemente sucio, con barba de meses y ropas andrajosas.

Si Caitlyn tuviese que adivinar, ella supondría que la simulación la estaba haciendo ver a un abandonado, pero lo que llamó la atención en esa imagen no fue eso, sino que el hombre sostenía una periódico en el cual aparecía en la primera plana la foto de un hombre que Caitlyn conocía. No sabía de dónde, no podía recordarlo, pero sabía que sí lo conocía. El titular ponía que esa persona estaba en búsqueda y captura, que era peligrosa y Caitlyn sintió miedo, aunque podía notar que no era real.

— ¿Lo conoces?— la voz rasposa del hombre la hizo mirarlo a él en lugar del periódico. Él la observaba con detenimiento y Caitlyn tragó en seco, no le gustaba aquella situación— ¿Lo conoces?— repitió enfáticamente, poniéndose de pie y acercándose a ella— Dime sí lo conoces— exigió, soltando el periódico y agarrándola de los hombros, apretando con tanta fuerza que hizo que le doliera— Si lo conoces puedes ayudarme, por favor— suplicó el hombre, su aliento asqueroso golpeando a Caitlyn mientras la desesperación de la situación la mantenía sin saber qué responder— Te lo suplico, ¿lo conoces?— sus ojos ahora tenían lágrimas y Caitlyn sintió lástima, pero miedo en partes iguales. Su respuesta no alteraría nada, era una simulación.

— No.

Todo se volvió negro, Caitlyn sintió como si algo la absorbiera desde su estómago, y luego la habitación volvió a presentarse. Podía percibir las manos de Grayson sosteniéndola en su lugar mientras ella intentaba normalizar su respiración, observando desesperadamente todo en busca de aquello que le hiciera saber que estaba de regreso en la realidad. Sus ojos se encontraron con los cafés de Grayson y eso la fue tranquilizando, se aferraba a ellos, había vuelto a la normalidad.

Grayson le quitó los sensores de la cabeza, pero Caitlyn podía ver que algo iba mal. Las manos de la mujer temblaban, sus movimientos eran bruscos y apresurados. Caitlyn sabía distinguir a una persona aterrorizada cuando la veía, en Erudición estudiaban el lenguaje corporal y las respuestas humanas involuntarias desde muy pequeños. Su mayor miedo se hacía realidad, algo estaba mal con su prueba.

— Tienes que irte, ya— espetó Grayson, tomándola por el brazo y sacándola del asiento, empujándola hacia la puerta trasera de la habitación.

— ¿Qué? Espera, no, no sé mi resultado— rebatió, afincando sus pies en el suelo y tirando hacia atrás, deteniendo la caminata apresurada de Grayson.

— Escucha, no puedes estar aquí, tienes que irte ya, la prueba no importa— afirmó Grayson con firmeza, sus ojos mirándola con miedo y angustia.

— Mañana es la Ceremonia de la Elección, la prueba debe decirnos qué escoger, claro que importa— remarcó Caitlyn, incapaz de entender qué había salido tan mal con ella.

— La prueba no funciona en ti— confesó Grayson, tomándola de los hombros firmemente, pero sin hacerle daño— Tus resultados son no concluyentes.

— Eso no es posible, la prueba es perfecta— refutó Caitlyn, repitiendo las palabras que su madre decía orgullosamente, pues ella era la creadora del suero de la prueba.

— La prueba lo es, los humanos no— repuso Grayson con expresión cansada.

— ¿Eso qué significa? ¿Cuál fue mi resultado?— preguntó Caitlyn desesperándose, aferrándose a los antebrazos de Grayson y mirándola en busca de alguna respuesta, la que fuera.

— Erudición— soltó Grayson y Caitlyn sintió el aire congelarse en sus pulmones, había pensado tanto en la idea de que tal vez no pertenecía a Erudición que había tapado su miedo mayor, que sí perteneciera a esta— y Osadía y Abnegación, tus resultados no fueron concluyentes. Tuve que alterar la simulación manualmente para descartar alguna, el autobús lo puse yo allí y a ese hombre también— Caitlyn la miró con aprensión, sabiendo que había negado la verdad solo por miedo, que eso significaba que había dejado a un hombre a sufrir por no admitir la realidad— Tranquila, solo alguien de Verdad hubiese aceptado conocer al hombre de la foto en esa situación— la calmó Grayson, sus manos presionando confortablemente en los brazos de Caitlyn— o alguien de Abnegación, lo que hace que tus resultados anteriores no concuerden.

— ¿Qué está mal conmigo?— preguntó Caitlyn al borde del llanto, notando que ni siquiera los sueros perfectos de su madre eran capaces de mantener a raya todas las tormentas con la que había lidiado en su mente toda la vida.

— Lo llaman divergencia, es algo muy malo a lo que ellos le temen— explicó Grayson entre susurros— Todos los divergentes son llevados lejos y jamás regresan, los cazan y los matan como a ratas, los consideran una plaga y ser la hija de Cassandra Kiramman no te salvará de esto, puede que incluso eso sea lo que te condene. Debes esconderlo, nadie nunca debe saberlo por nada en el mundo, ni tus amigos más cercanos, absolutamente nadie. En lo que al mundo respecta, tus resultados fueron Erudición porque eso es lo que ingresé manualmente en el sistema y mañana debes de escoger acorde a tu seguridad. Ve a la facción que te pueda mantener a salvo, si te descubren estás muerta.

Caitlyn quiso decirle algo más, agradecerle tan siquiera o tal vez preguntar otras cosas, pero Grayson abrió la puerta trasera y la empujó fuera, cerrándola con firmeza y dejando a Caitlyn más confundida que nunca antes. Su mundo acaba de ponerse de cabeza, no podía comprender como el Gobierno, su madre misma, podían ser tan crueles de darles caza y muerte a personas solo por no encajar en el sistema, o más bien, por encajar demasiado. Sus pasos la llevaron por el pasillo oscuro, resonando con un eco seco hasta que la puerta con el letrero de Salida de Emergencia se mostró ante ella.

La luz del día la golpeó de lleno, la ansiedad que bañaba su cuerpo siendo vestida con los rayos del sol, parecía que había pasado siglos metida allí dentro, pero el reloj en su muñeca indicaba que había terminado el examen que a otros le tomaba una hora en menos de quince minutos. Había perdido la percepción del tiempo allí dentro y eso solo confirmaba que ella verdaderamente era un bicho raro, que no encajaba, una abominación. Era divergente y ahora tenía una diana marcada en la espalda.

Con esos pensamientos atormentando su mente, Caitlyn inició su caminata a casa, buscando que tal vez eso la ayudara a pensar. Su vida se había desequilibrado totalmente en un solo instante y ahora todo el mundo era su enemigo.

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Y aquí está la presentación de Caitlyn y cómo funciona esta versión de Divergente.

¿Qué opinan? Acepto cualquier critica constructiva, pero por favor díganme qué piensan.

Si les ha gustado, igualmente pueden avanzar, ya saben...SIGUIENTE 🔜🔜🔜.

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