Extra: Vi, la iniciada II

Cuando amanece, la mayoría de los iniciados se vieron siguiendo a Benzo por la sala de entrenamiento hacia un pasillo lúgubre que acababa en una gruesa puerta. Les pidió que se sentaran con la espalda apoyada en la pared y desapareció al otro lado de la puerta sin decir nada. Vi miró la hora: Morgana debía de estar a punto de empezar su combate. Algunos trasladados estaban tomando más en terminar su primera fase de la iniciación debidos a problemas en la organización de los horarios donde se priorizaron a los nacidos en Osadía.

Finn se había sentado lo más lejos de Vi posible, y Vi se alegró de la distancia. La noche siguiente a la pelea entre ellos a Vi se le ocurrió que Finn quizás contaría a todos que ella era Violeta Lane, que sería una forma de vengarse por su derrota, pero Finn no lo hizo. Vi se preguntó si él esperaría la oportunidad adecuada para golpear o si se contenía por algún otro motivo. Fuera como fuere, seguramente lo mejor para ella era sentarse lo más lejos posible de él.

—¿Qué creéis que hay ahí dentro —preguntó Evelynn, nerviosa.

Nadie respondió. Vi no estaba nerviosa, no sabía por qué. Al otro lado de esa puerta podía haber cualquier cosa, pero no algo que le hiciera daño. Así que cuando Benzo salió de nuevo al pasillo y la llamó para que fuera la primera, Vi no lanzó miradas desesperadas a sus compañeros iniciados, sino que se limitó a seguirlo.

La sala era oscura y mugrienta, no había más que un sillón y un ordenador. El sillón estaba reclinado, como el de la prueba de aptitud. La pantalla del ordenador brillaba, y en ella se ejecutaba un programa que no era más que líneas de texto oscuro sobre un fondo blanco. Cuando Vi era pequeña le gustaba presentarse voluntaria en el laboratorio informático del colegio para realizar el mantenimiento de las instalaciones y, a veces, arreglar algún ordenador cuando fallaba.

Trabajaba bajo la supervisión de una mujer erudita y ella le enseñó mucho más de lo que tenía que enseñarle, encantada de poder impartir sus conocimientos a alguien dispuesto a escuchar. Así que, al mirar un código, Vi sabía de qué clase de programa se trataba, aunque no fuera capaz de hacer gran cosa con este.

—¿Una simulación? —preguntó.

—Cuanto menos sepas, mejor —respondió Benzo—. Siéntate.

Vi se sentí y se acomodó en el sillón. Benzo preparó una jeringuilla sosteniéndola contra la luz para asegurarse de que el frasco estaba encajado en su sitio. Clavó la aguja en el cuello de Vi sin previo aviso y apretó el émbolo. Vi dio un respingo.

—Veamos cuál de tus miedos sale primero —dijo con una sonrisa—. Estoy un poco aburrido de ellos, la verdad, a ver si intentas enseñarme algo nuevo.

—Haré un esfuerzo —contestó Vi antes de que la simulación la engullera.

Estaba sentada en un duro banco de madera a una mesa abnegada con un plato vacío delante. Las cortinas estaban corridas, así que la única luz la aportaba la bombilla que colgaba sobre la mesa, con su filamento naranja. Se quedó mirando la tela oscura que cubría sus rodillas.

«¿Por qué estoy vestida de negro y no de gris?»

Cuando Vi levantó la cabeza, Maura estaba frente a ella. Por una milésima de segundo no fue más que la mujer que vio al otro lado de la sala de la Ceremonia de la Elección no hacía mucho, la de ojos perdidos y labios fruncidos.

«Visto de negro porque ahora soy osada —se recordó Vi—. Entonces, ¿por qué estoy en una casa abnegada, sentada frente a mi madre?»

Vi vio la silueta de la bombilla reflejada en su plato vacío y fue allí que lo entendió: estaba en una simulación. Entonces, la luz que tenía encima parpadeó, y Maura se convirtió en la mujer que siempre veía en su paisaje del miedo: un monstruo retorcido con pozos a modo de ojos y una boca grande y vacía. Se abalanzó sobre la mesa con ambas manos estiradas y, en vez de uñas, tenía cuchillas de afeitar incrustadas en las puntas de los dedos. Intentó cortar a Vi, y ella retrocedió de un salto, cayendo del banco. Se revolvió por el suelo para recuperar el equilibrio y salió corriendo del salón. Allí, en la pared, había otra Maura que intentaba atraparla. Vi buscó la puerta principal, pero alguien la había sellado con bloques para encerrarla.

Entre jadeos, corrió escaleras arriba. Al llegar al final tropezó y acabó tirada en el suelo de madera del pasillo. Una Maura abrió la puerta del armario desde dentro; otra salió del dormitorio de sus padres; y otra más avanzó clavando sus garras en el suelo del baño. Vi se encojo de espalda contra la pared. La casa estaba a oscuras. No había ventanas. Ese lugar estaba lleno de Maura.

De repente tuvo a una de las Mauras delante de ella, empujándola contra la pared con ambas manos en torno a su cuello. Otra la arañó lentamente los brazos, lo que provocó un dolor punzante que hizo que lágrimas salieran de sus ojos. Estaba paralizada, presa del pánico. Tragó aire. No podía gritar. Notó el dolor y el corazón a mil por hora, así que dio una patada con todas sus fuerzas, aunque solo golpeó al aire. La Maura que sujetaba su cuello la empujó pared arriba, de modo que las puntas de los pies de Vi se arrastraron por el suelo. Sus extremidades quedaron flojas y sin fuerza, como las de un muñeco de trapo. No podía moverse. Ese sitio, ese sitio estaba lleno de Maura.

«No es real», se dio cuenta. «Es una simulación. Es como el paisaje del miedo».

Ahora había más Mauras esperándola abajo, con las manos estiradas hacia ella, así que Vi estaba contemplando un mar de cuchillas. La agarraron por las piernas, cortándola, y Vi sintió un sendero de fuego por el lateral del cuello cuando la Maira que la ahogaba apretó con más ganas. Se volvió a recordar que era una simulación, e intentó devolverle la vida a sus extremidades. Se imaginó que tenía la sangre ardiendo, un fuego que corría por su cuerpo. Dio una palmada en la pared en busca de un arma. Uno de las Mauras levantó la mano y colocó los dedos de cuchilla sobre los ojos de Vi. Ella gritó y se revolvió mientras las cuchillas se clavaban en sus párpados.

No encontró ninguna arma, sino la manija de una puerta. La giró con fuerza y cayó en otro armario. Las Mauras la soltaron. En el armario había una ventana del tamaño justo para salir por ella. Mientras la perseguían por la oscuridad, Vi golpeó el cristal con el hombro y lo hizo añicos. El aire fresco llenó sus pulmones.

Vi se enderezó de golpe en el sillón, jadeando. Llevó las manos a su cuello, a los brazos, a las piernas, en  busca de heridas que no existían. Todavía sentía los cortes y la sangre manar de sus venas, pero tenía la piel intacta. Fue calmando lentamente su respiración y, con eso, también sus pensamientos. Benzo estaba sentado frente al ordenador, enganchado a la simulación, y su mirada fija en Vi.

—¿Qué? —preguntó Vi, sin aliento.

—Has estado cinco minutos dentro —respondió Benzo, su voz imperturbable.

—¿Eso es mucho?

—No —Benzo frunció el ceño, pensativo—. No, no es mucho. De hecho, está muy bien.

Vi bajó los pies al suelo y se sostuvo la cabeza entre las manos. Aunque su pánico no había durado mucho durante la simulación, la imagen de su madre retorcida intentando sacarle los ojos no dejaba de pasarle por la cabeza, lo que hacía que volviera a aumentarle el ritmo cardíaco una y otra vez.

—¿Todavía estoy bajo el efecto del suero? —preguntó Vi, apretando los dientes—. ¿Me está provocando pánico?

—No, debería de haber desaparecido en cuanto has salido de la simulación. ¿Por qué? —cuestionó Benzo, preocupado.

Vi sacudió las manos, que le cosquilleaban como si se le estuvieran quedando dormidas. Movió la cabeza de lado a lado, recordándose que no era real, forzándose a olvidarlo, sin éxito.

—A veces, la simulación genera un temor residual, según lo que hayas visto —dijo Benzo—. Te acompañaré al dormitorio.

—No —respondió Vi con firmeza, sacudiendo la cabeza con más fuerza—. Estoy bien.

—No era una pregunta —espetó Benzo, lanzándole una mirada helada a Vi.

Él se levantó y abrió una puerta que había detrás del sillón. Vi lo siguió por un pasillo corto y oscuro, y después por los pasillos de piedra que llevan al dormitorio de los trasladados. El aire era fresco por allí, además de húmedo, por estar bajo tierra. Vi escuchó el eco de sus pisadas y su respiración, pero nada más. Le pareció ver algo por el rabillo del ojo, un movimiento a su izquierda, y se apartó de Benzo de un salto, pegándose a la pared como si quisiera fundirse con ella. Benzo la detuvo y puso sus manos sobre los hombros de Vi para obligarla a mirarlo a la cara.

—Eh, cálmate, Vi.

Ella asintió con la cabeza, y noto que le ardía la cara y tenía una punzada de vergüenza en el estómago. Se suponía que era osada. Se suponía que no le daba miedo unas Mauras monstruosas que la atacaban en la oscuridad. Vi se apoyó en la pared de piedra y respiró profundamente.

—¿Puedo preguntar una cosa? —dijo Benzo. Vi hoz una mueca pensando que iba a preguntarle por su madre, pero no fue así—. ¿Cómo saliste de ese pasillo?

—Abrí una puerta —contestó Vi, sintiendo su boca seca.

—¿La puerta estaba detrás de ti desde el principio? ¿Hay una en tu antigua casa? —insistió Benzo y Vi negó con la cabeza. El rostro del hombre, que solía estar afable, se tornó serio—. Entonces, ¿la creaste de la nada?

—Sí. Las simulaciones están en la mente, así que la mía creó una puerta para que pudiera salir. Lo único que debía hacer era concentrarme —explicó Vi, sin comprender a dónde quería llegar Benzo con todo eso.

—Qué raro —comentó él.

—¿Qué? ¿Por qué? —cuestionó Vi, confundida.

—Los iniciados no deberían de conseguir que suceda algo imposible e estas simulaciones porque, a diferencia de lo que ocurre en el paisaje del miedo, no son conscientes de que están en una simulación. Y, por tanto, no salen de las simulaciones a los cinco minutos, Vi.

Vi notó el pulso en la garganta y el miedo líquido corrió como fuego por su sangre. No se había dado cuenta de que estas simulaciones eran diferentes a las del paisaje del miedo. Creía que todos eran conscientes de que se trataba de una simulación mientras estaban dentro. Sin embargo, juzgando por lo que decía Benzo, se suponía que esto había sido como la prueba de aptitud y, antes de la prueba, su madre le había advertido sobre lo se der consciente de la simulación, le había enseñado a ocultarlo. Todavía recordaba su insistencia, la tensión en su voz y como le había agarrado el brazo con fuerza excesiva.

En aquel entonces Vi creyó que no le hablaría así a no ser que estuviera preocupada por ella, por su seguridad. ¿Acaso estaba ella paranoica o todavía era peligroso ser consciente durante las simulaciones?

—Yo era como tú —explicó Benzo en voz baja—. Podía cambiar las simulaciones. Creía que era el único.

Vi quiso decirle que se callara, que guardara ese secreto para él, que se protegiera, pero a los osados no les importaban los secretos como a los abnegados. En su antigua facción todo era sonrisas forzadas e idénticas y casas ordenadas. Benzo miró a Vi de forma extraña: ansioso, como si esperase algo de ella. Vi se movió incómoda bajo su mirada.

—Será mejor que no presumas de ello —dijo, con un tono ronco en el que Vi advirtió la advertencia de peligro—. A los osados les gusta la conformidad, como a todas las facciones. Simplemente, aquí no es tan obvio —Vi asintió con la cabeza de forma lenta.

—Seguramente no será más que una casualidad —comentó, aunque su voz sonaba algo estrangulada—. No pude hacerlo durante mi prueba de aptitud. Es probable que la siguiente salga mejor.

—Claro —respondió Benzo, aunque poco convencido—. Bueno, la próxima vez intenta no hacer nada imposible, ¿entendido? Enfréntate a tu miedo de forma lógica, de una manera que tenga sentido para ti, seas o no consciente de la simulación.

—Entendido —afirmó Vi con firmeza.

—Ya estás bien, ¿no? ¿Puedes llegar a los dormitorios tu sola? —preguntó Benzo, todavía algo rígido para la comodidad anterior que siempre había mostrado.

A Vi le hubiera gustado decirle que también podía haber llegado sola antes, que no necesitaba que la llevaran hasta allí, pero se limitó a asentir con la cabeza. Algo le decía que Benzo no la había acompañado solo por preocupación, sino para poder tener esa conversación en particular. Él le dio una palmada en el hombro, cordial, y regresó a la sala de la simulación.

Vi no pudo evitar pensar en que su madre no le habría advertido sobre lo de ser consciente durante las simulaciones si se tratase tan solo de las normas de la facción. Maura la regañaba constantemente por avergonzarla delante de los abnegados, pero nunca antes le había susurrado las advertencias al oído ni le había enseñado a evitar un paso en falso. Nunca la había mirado a los ojos, con los suyos muy abiertos y la marca del temor en el fondo, hasta que Vi le prometiera que haría lo que ella pedía.

A Vi le resultaba raro saber que Maura había intentado protegerla. Como si no fuera el monstruo que ella imaginaba, el que veía en sus peores pesadillas.
En su camino hacia los dormitorios, Vi escuchó algo al final del pasillo por el que acababa de pasar: algo parecido a pisadas silenciosas de pies arrastrándose por el suelo en dirección opuesta.

A la hora de la cena, Morgana corrió hacia Vi en el comedor y le dio un buen puñetazo en el brazo, esbozando una sonrisa tan amplia que casi parecía introducírsele en la mejillas. Vi notó que tenía un poco hinchada la parte de abajo del ojo derecho; se le iba a poner morado.

—¡He ganado! —exclamó Morgana con júbilo—. Hice lo que me dijiste: le di en la mandíbula en los primeros sesenta segundos, y eso la descentró por completo. Consiguió darme en el ojo porque bajé la guardia, pero después la machaqué. Le salía sangre por la nariz. Ha sido genial.

—Bien hecho —dijo Vi, sonriéndole. Le sorprendió lo satisfactorio que era enseñar a alguien a hacer algo y después comprobar que había funcionado.

—No podría haberlo hecho sin tu ayuda —La sonrisa de Morgana se ablandó mientras miraba a Vi, siendo menos frívola y más sincera. La chica se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla que envió una ráfaga de calor en forma de un adorable color rojo al rostro de la pelirrosa.

Vi se quedó mirándolo cuando Morgana se apartó, y ella se rio, tomándola del brazo y arrastrando a Vi hacia la mesa donde estaban sentados Mylo, Claggor y otros iniciados nacidos en la facción. Vi se encontraba más a gusto con ellos. En el avance, vi se dio cuenta de que su problema no era ser una estirada, sino que desconocía que significaban esos gestos de afecto en Osadía.

Morgana era bonita y graciosa, y si Abnegación no fuera homofóbica Vi habría ido a su casa a cenar con su familia para demostrar su interés en ella. Después averiguaría en qué proyecto trabajaba como voluntaria y se quedaría en ese. En Osadía no tenía ni idea de cómo proceder; aun cuando sentía que sí le gustaba de ese modo. Vi realmente no estaba segura, ¿cómo saber si le gustaba así cuando nunca antes se había permitido gustar de nadie?

Vi decidió no permitir que eso la distrajera, al menos por el momento. Tomó un plato de comida y se sentó a comer mientras oía a los demás hablar y reír juntos. Todos felicitaban a Morgana por su victoria y señalaban a Akali, la chica que había perdido y que estaba sentada en una de las mesas con la cara todavía hinchada. El resto de la comida pasa entre bromas y toques ligeros de Morgana hacia el brazo de Vi que enviaban corriente a través de su piel, y para el final de la cena, cuando Vi se entretenía pinchando con el tenedor un trozo de tarta de chocolate, dos mujeres eruditas entraron al comedor.

Nunca había sido fácil silenciar a los osados, así que ni siquiera la repentina aparición de los eruditos lo consigue: todavía se escuchaban susurros por todas partes, como el ruido lejano de pies corriendo. Sin embargo, poco a poco, al ver que las eruditas se sientan con Ambessa y no pasa nada, las conversaciones se reanudaron. Vi ya no participaba en ellas.

Siguió pinchando la tarta con los dientes del tenedor y observando. Ambessa se levantó y se acercó a Benzo; los dos mantuvieron una conversación tensa entre las mesas y empezaron a caminar hacia donde Vi estaba sentada. Más específicamente, hacia ella. Benzo llamó su nombre y Vi dejó la mesa con la bandeja casi vacía.

—Nos han llamado a los dos para una evaluación —dijo Benzo. Su boca, siempre sonriente, en esos momentos formaba una línea recta, y tu voz, normalmente animada, era monótona.

—¿Evaluación? —preguntó Vi. Ambessa le sonrió.

—Los resultados de tus simulaciones del miedo fueron un tanto anormales. Nuestra amigas eruditas, aquí presentes… —explicó Ambessa, volviendo la vista atrás hacia las mujeres eruditas. Sobresaltada, Vi se dio cuenta de que una de ellas era Cassandra Kiramman, representante de Erudición. Llevaba un almidonado traje azul y unas gafa colgando de una cadena al cuello, un símbolo de la vanidad erudita llevado a tal extremo resultaba ilógico— actuarán de observadoras en otra simulación para asegurarse de que el resultado anormal no fuese un error de programación de simulación. Benzo os llevará a todos a la sala de la simulación del miedo ahora mismo.

Vi sintió los dedos de su madre sobre su brazo, sus susurros advirtiéndola de que no hiciera nada raro en la simulación de la prueba de aptitud. Un cosquilleo picó en la palma de sus manos, señal de que estaba a punto de ser presa del pánico. No podía hablar, así que se limitó a mirar a Ambessa, después a Benzo y asintió con la cabeza. No sabía lo que significaba permanecer consciente durante una simulación, pero sabía que no podía ser nada bueno. Sabía que Cassandra Kiramman nunca vendría hasta allí solo para observar su simulación si no se tratase de algo importante en realidad.

Benzo y Vi entraron en la sala de la simulación en silencio, mientras Cassandra y su ayudante, si Vi suponía bien, hablaban detrás de ellos. Benzo abrió la puerta y les dejó entrar.

—Iré a por el equipo adicional para que puedan observar —dijo Benzo—. Ahora vuelvo.

Cassandra se paseaba por la habitación con expresión pensativa. Vi recelaba de ella, a todos los abnegados les habían enseñado a desconfiar de la vanidad erudita, de la codicia de Erudición. Sin embargo, mientras Vi la observaba, se le ocurrió que lo que había aprendido quizás no fuera correcto. La erudita que le enseñó a desmontar un ordenador cuando estaba de voluntaria en el laboratorio informático del instituto no era codiciosa ni vanidosa, podía ser que Cassandra Kiramman tampoco lo fuera.

—En el sistema apareces como «Vi» —comentó Cassandra al cabo de unos segundos. Dejó de pasearse y cruzó las manos frente a ella—. Me resultó desconcertante. ¿Por qué aquí no te haces llamar Violeta?

El pensamiento de que Cassandra sabía quién era ella golpeó su mente de lleno. Claro que lo sabía, Cassandra sabía todo, ¿no? A Vi se le encogieron las entrañas y sintió como si cayeran al suelo. Cassandra sabía su nombre, conocía a su madre y, si había visto una de sus simulaciones del miedo, también conocía alguno de sus secretos más oscuros. Los ojos claros de la erudita, casi transparentes, se clavaron en los de Vi, y esta última apartó la vista.

—Quería empezar de cero —explicó Vi.

—Eso lo entiendo. Sobre todo teniendo en cuenta por lo que has pasado —Sonaba casi… amable. Su tono enfureció a Vi, así que ella respondió con frialdad, mirándola directamente a la cara:

—Estoy bien.

—Claro que sí —dijo Cassandra, esbozando una leve sonrisa.

Benzo entró a cuarto con un carrito en el que llevaba más cables, electrodos y componentes informáticos. Vi sabía lo que se suponía que debía hacer; se sentó en el sillón reclinable y colocó los brazos en su sitio mientras los demás se enganchaban a la simulación. Benzo se le acercó con una aguja, y ella se quedó quieta mientras él pinchaba su cuello. Vi cerró los ojos, y el mundo volvió a desaparecer.

Cuando abrió los ojos, estaba de pie en el tejado de un edificio de una altura increíble, justo al lado del borde. Debajo estaba la dura acera, las calles completamente vacías; no había nadie que pudiera ayudarla a bajar. El viento la zarandeó desde todos los ángulos, y Vi retrocedió y cayó de espaldas sobre el tejado de gravilla.

Ni siquiera le gustaba estar allí, viendo el ancho cielo vacío a su alrededor, consciente de que era el punto más alto de la ciudad. Recordó a Cassandra Kiramman observándola; Vi se abalanzó contra la puerta del tejado para intentar abrirla mientras elaborara una estrategia. Normalmente se enfrentaría a su miedo saltando de la cornisa del edificio, ya que sabía que no era más que una simulación y que no moriría de verdad. Pero eso jamás lo haría alguien que estuviera metido en esa simulación; lo que haría sería encontrar un modo seguro de bajar.

Vi evaluó sus opciones. Podía intentar abrir esa puerta, pero por allí no había herramientas que la ayudaran a hacerlo, solo el tejado de gravilla, la puerta y el cielo. No podía crear una herramienta para atravesar la puerta porque seguro que esa era la clase de manipulación que buscaba Cassandra.

Vi retrocedió, le dio una buena patada a la puerta con el talón, pero esta no cedió. Tenía el corazón en la garganta cuando se acercó de nuevo a la cornisa. En vez de mirar abajo, a las minúsculas aceras de fondo, Vi observó el edificio. Había ventanas con alféizares, cientos de ellas. La forma más rápida de bajar, la más osada, era escalar la fachada del edificio.

Vi ocultó su rostro entre sus manos. Ella sabía que no era real, pero lo parecía: el viento silbando en sus oídos, fuerte y frío; el rugoso hormigón bajo las manos; el ruido de sus zapatos sobre la gravilla. Pasó una pierna por encima de la cornisa, temblando, y se giró para ponerse de cara a la fachada mientras bajaba, primero una pierna y después la otra, hasta quedar colgada por las puntas de los dedos.

El pánico burbujeó en su interior, y Vi gritó entre dientes: «Dios mío». Odiaba las alturas, las odiaba en serio. Vi parpadeó para ahuyentar las lágrimas y, en su interior, las achacó al viento. Palpó de puntillas el saliente que tenía debajo, encontrándolo y haciendo lo mismo con una mano para hallar la parte superior de la ventana; intentó mantener el equilibrio mientras se ponía de puntillas sobre el alféizar de debajo. Su cuerpo se inclinó hacia atrás, en el espacio vacío, y Vi volvió a gritar apretando tanto los dientes que rechinaron. Tendría que repetir lo mismo una y otra… y otra vez.

Se inclinó, sujetándose a la parte de arriba de la ventana con una mano y a la de abajo con la otra. Una vez que estuvo9 bien sujeta, deslizó los pies por el lateral del edifico y escuchó como arañaban la piedra cuando se descolgó de nuevo. Esa vez, cuando se dejó caer en el siguiente alféizar, no se sujetó lo bastante bien con las manos, perdió el fondo para el pie y cayó hacia atrás.

Intentó evitarlo arañando el edificio de hormigón con las puntas de los dedos, pero era demasiado tarde; se desplomó, y otro grito surgió de su interior y escapó por su garganta. Podría crear una red debajo de ella; podría crear una cuerda en el aire para salvarse... No, no debía de crear nada si no quería que quienes la observaran supieran lo que podía hacer. Se dejó caer. Se dejó morir.

Cuando despertó, el dolor creado por su mente recorrió todo su cuerpo, y Vi gritó con los ojos nublados por las lágrimas y el terror. Se incorporó de golpe, jadeando. Le temblaba todo el cuerpo; le daba vergüenza actuar así con esa audiencia, pero sabía que eso era bueno: eso les demostraría que no era especial, sino otro osado imprudente que creyó ser capaz de escalar un edificio y falló.

—Interesante —comentó Cassandra, y Vi apenas podía oírla por culpa del ruido de su respiración—. Nunca me canso de ver el interior de la mente de una persona. Los detalles con tan significativos…

Vi pasó las piernas, todavía temblorosas, por el borde del sillón para plantar los pies en el suelo. No se sentía estable.

—Lo has hecho bien —comentó Benzo—. Tu técnica de escalada es algo floja, pero saliste de la simulación deprisa, como la última vez —Le sonrió a Vi y ella supo que debía de haber tenido éxito fingiendo ser normal, porque él ya no parecía preocupado. Vi asintió con la cabeza.

—En fin, al parecer el resultado anormal de tu prueba fue un error de programación. Tendremos que investigar el programa de la simulación para dar con el falló —dijo Cassandra, con una tranquilidad alarmante—. Bueno, Benzo, ahora me gustaría ver una de tus simulaciones del miedo, si no te importa.

—¿La mía? ¿Por qué la mía? —Benzo volvió a tensarse y Vi sintió el aire volverse espeso al ver como la amable sonrisa de Cassandra no se alteró.

—Nuestra información indica que no te alarmó el resultado anormal de Violeta; de hecho, parecías estar bastante familiarizado con este. Así que me gustaría ver si dicha familiaridad se debe a la experiencia —explicó Cassandra.

—Vuestra información —repitió Benzo—. ¿De dónde salió esa información? 

—Un iniciado nos comentó su preocupación por el bienestar de Violeta y el tuyo. Me gustaría respetar su anonimato. Violeta, ya puedes irte. Gracias por tu ayuda.

Vi miró a Benzo. Él asintió con la cabeza. Ella se puso de pie, todavía tambaleante, y salió dejando la puerta entreabierta para quedarse a escuchar a escondidas. Sin embargo, en cuanto salió al pasillo, la ayudante de Cassandra cerró la puerta y ya Vi no escuchó más nada, ni siquiera pegando la oreja a la puerta. Un iniciado les comentó su preocupación…,y Vi estaba segura de conocer al iniciado en cuestión; su erudito más querido entre los trasladados: Finn.

Transcurrida una semana, parecía que la visita de Cassandra Kiramman no traería ninguna consecuencia. Todos los iniciados, tanto nacidos en osadía como fuera, pasaron todos los días por sus simulaciones del miedo, y todos los días Vi permitió que sus miedos la consumieras: altura, claustrofobia, rechazo, violencia, Powder, Maura. A veces se mezclaban: Maura encima de edificios altos, violencia sin motivo en espacios cerrados, Powder muriendo y Vi siendo rechazada por no poder salvarla.

Siempre se despertaba medio delirante, temblando, avergonzada de que, a pesar de ser la iniciada con solo seis miedos, también fuera la única que no lograba deshacerse de ellos cuando terminaban las simulaciones. Volvían a ella cuando menos lo esperaba, llenaban sus sueños de pesadillas y sus vigilias de escalofríos y paranoia. Le rechinaban los dientes, se sobresaltaba con cualquier ruido, se le estremecían las manos sin ningún motivo. Le preocupaba volverse loca antes de terminar la iniciación.

—¿Estás bien? —preguntó Claggor una mañana, en el desayuno—. Pareces… agotada.

—Estoy bien —respondió Vi en un tono más brusco de lo que ella pretendía.

—Sí, está claro —intervino Mylo, sonriendo—. No pasa nada por no estar bien, ¿sabes?

—Sí, ya.

Vi se obligó a sí misma a terminar la comida, a pesar de que todo le sabía a polvo esos días. Aunque se sentía como si fuera a perder la cabeza, al menos estaba ganando peso, sobre todo músculo. Le era raro ocupar tanto espacio por el mero hecho de existir cuando estaba tan acostumbrada a desaparecer fácilmente. Eso la hacía sentir algo más fuerte, algo más estable.

Claggor, Mylo y ella recogieron sus bandejas. Cuando estaban de camino al Pozo, el hermano pequeño de Claggor; Ekko se llamaba, si vi recordaba bien; se acercó corriendo a ellos. Ya era más alto que Mylo y llevaba una venda detrás de la oreja que cubría un tatuaje que se acababa de hacer. Normalmente parecía siempre a punto de gastar una broma, pero en ese momento no; en ese instante tenía cara de pasmado.

—Benzo —dijo, algo jadeante, y Vi sintió un escalofrío bajar por su espalda—. Benzo está… —Ekko sacudió la cabeza—. Benzo está muerto.

Vi se rio un poco. Era vagamente consciente de que no era la reacción apropiada, pero no pudo evitarlo.

—¿Qué? ¿Qué quieres decir con que está muerto? —preguntó, viendo como Claggor se acercaba al niño y lo abrazaba.

—Una osada encontró un cadáver en el suelo, al lado de la Espira, esta mañana temprano —explicó Ekko, dejándose consolar por Claggor—. Acaban de identificarlo y era Benzo. Debe… debe de haber…

—¿Saltado? —preguntó Claggor, atónito.

—O se ha caído, nadie lo sabe —murmuró el niño.

Vi corrió, subiendo por los senderos que la dirigían al Pozo. Solía ir siempre pegada a las paredes cuando lo hacía, por el miedo a las alturas, pero esta vez ni siquiera pensaba en lo que había debajo. Se abrió paso entre los niños chillones y la gente que entraba o salía de las tiendas. Subió por la escalera que colgaba del techo de cristal.

Había una multitud reunida en el vestíbulo de la Espira. Se abrió camino entre ellos a codazos. Algunos la insultaron o le devolvieron los codazos, aunque Vi apenas y los notaba. Llegó hasta el borde de la sala, hasta las paredes de cristal por encima de las calles que rodeaban el complejo de Osadía. Allí fuera había un área rodeada de cinta y una mancha roja en el pavimento. Vi se quedó mirando la mancha un buen rato, hasta que comprendió que era la sangre de Benzo, la que derramó al golpearse contra el suelo. Entonces Vi se alejó.

Vi no conocía a Benzo lo suficiente como para que su muerte le doliera, al menos no como ella estaba acostumbrada a sentir dolor. Dolor fue lo que sintió cuando su padre y su hermana murieron, un peso que hacía que le resultara imposible superar el día a día. Ella recordaba que se paraba en medio de cualquier tarea sencilla y se olvidaba continuarla, o que se despertaba en plena noche con lágrimas en el rostro.

No llevaba igual la pérdida de Benzo. De vez en cuando lamentaba lo sucedido, cuando recordaba que él le había dado un nombre, que la había protegido a pesar de que ni siquiera la conocía. Sin embargo, lo que más sentía era rabia. Su muerte había tenido algo que ver con Cassandra Kiramman y la evaluación de su simulación del miedo, Vi lo sabía. Y eso significaba que lo que sucediera también era responsabilidad de Finn, ya que escuchó a escondidas la conversación entre Benzo y ella y se lo contó a la líder de su antigua facción. Los eruditos habían matado a Benzo, aunque todos creyeran que él saltó o que se cayó. Es lo que haría un osado.

Los osados celebrarían un funeral esa noche. Por la tarde ya todos estaban reunidos y borrachos. Se juntaron al lado del abismo, y Mylo le pasó una copa de líquido oscuro a Vi, que ella bebió sin pensar. Mientras la calma líquida recorría todo su cuerpo, Vi se balanceó un poco y devolvió la copa.

—Sí, parece justo —respondió Mylo mientras observaba la copa vacía—. Voy a por más.

Vi asintió con la cabeza y se dedicó a escuchar el rugido del Abismo. Al parecer, Cassandra Kiramman aceptó que los resultados de Vi eran anormales producto a un fallo de programación en el sistema, pero ¿y si fingía? ¿Y si iba a por Vi igual que con Benzo? Vi intentó enterrar la idea en un lugar donde nunca la encontrara. Unas manos oscuras y llenas de cicatrices cayeron sobre su hombro, y Vi vio que tenía a Ambessa al lado.

—¿Estás bien, Vi?

—Sí —respondió ella, y era verdad. Estaba bien porque seguía de pie y todavía no arrastraba las palabras.

—Sé que Benzo se interesaba mucho por ti. Creo que vio tu potencial —comentó Ambessa, esbozando una leve sonrisa.

—En realidad, no lo conocía tanto —contestó Vi, lo que no era del todo una mentira, pero no significaba que no le doliera decirlo.

—Siempre estuvo algo alocado, era un poco inestable. No como el resto de los iniciados de su clase. Creo que perder a sus padres le afectó bastante, y su hermano se trasladó a otra facción cuando su Ceremonia de Elección. O quizás el problema fuera más profundo… No lo sé. Puede que esto sea lo mejor para él —dijo Ambessa crípticamente.

—¿Lo mejor para él es que esté muerto? —preguntó Vi, mirándola con el ceño fruncido.

—No he dicho eso exactamente —respondió Ambessa—, pero aquí, en Osadía, animamos a nuestros miembros a elegir su camino en la vida. Mi propia hija, siendo la única de mis hijos que todavía está viva, eligió alejarse de mí y cambiar de facción. La vida a veces hace eso con uno. Si esto fue lo que él eligió…, pues mejor —Ambessa volvió a poner su mano sobre el hombro de Vi—. Según cómo lo hagas en el examen final de mañana, tú y yo deberíamos de hablar de tu futuro en Osadía. Eres, de lejos, nuestra iniciada más prometedora, a pesar de tu origen.

Vi se quedó mirándola. Ni siquiera entendía lo que Ambessa decía, ni por qué lo decía allí, en el funeral de Benzo. ¿Estaba intentando reclutarla? ¿Para qué?

Mylo regresó con dos copas más, y Ambessa se perdió entre la multitud como si no hubiera pasado nada. Uno de los amigos de Benzo se subió a una silla y gritó algo sin sentido sobre que Benzo había sido lo bastante valiente como para explorar lo desconocido. Todos alzaron los vasos y repitieron su nombre: Benzo, Benzo, Benzo. Lo dijeron tantas veces que perdió su sentido, envuelto en un ruido incesante, obsesivo y absorbente. Después todos bebieron. Así eran los funerales osados: desterraban la pena al olvido del alcohol y la dejaban allí. De acuerdo, a Vi le parecía bien. Ella también podía desterrarla.

Grayson era la que dirigía el examen final de Vi, su paisaje del miedo, en el que además estaría presentes los líderes de Osadía, incluida Ambessa. A vi le tocaba más o menos hacia la mitad del grupo de iniciados y, por primera vez, no estaba nerviosa. En el paisaje del miedo todos eran conscientes de que se trataba de una simulación, así que no tenía nada que ocultar. Pincharon su cuello con una aguja y Vi dejó que la realidad desapareciera.

Lo había hecho decenas de veces. Estaba en lo alto de un edificio gigante y saltó de la cornisa. La encerraron en una caja y se permitió un breve momento de pánico antes de golpear la pared de la derecha con el hombro y romper la madera con el impacto, algo imposible. Se enfrentó a los líderes de Osadía y aceptó su destino de ser una sin facción, subiendo al tren que la llevaba lejos.

Recogió la pistola y disparó a una persona inocente, esta vez un hombre sin rostro vestido de negro osado, en la cabeza sin tan siquiera pensarlo. Se vio delante de aquel edificio abandonado, viendo a su hermana pequeña correr hacia el interior y a su padre observando por una ventana, y no hizo nada mientras la explosión lo destruía todo.

Esa vez, cuando las Mauras la rodearon, se parecían más a ella que antes. Su boca era una boca, aunque los ojos seguían siendo pozos vacíos. Y cuando echaron hacia atrás el brazo para pegarle, llevando un cinturón con una hebilla metálica y no un alambre de espinos ni cualquier otra arma capaz de hacer a Vi pedazos. Aceptó unos cuantos golpes y se abalanzó sobre la Maura más cercana para apretarle el cuello entre las manos. Le pegó puñetazos a lo loco en la cara, y la violencia le aportó un breve momento d satisfacción antes de despertarse agachada en el suelo de la sala del paisaje del miedo.

Las luces se encendieron en la habitación contigua, así que vi vio a la gente dentro. Había dos filas de iniciados a la espera, Finn incluido; ya tenía tantos piercings en la nariz que Vi a veces fantaseaba con arrancárselos uno a uno. Sentados frente a ellos estaban los tres líderes de Osadía, Ambessa incluida, todos asintiendo con la cabeza y sonriendo. Grayson le hizo un gesto de aprobación con el pulgar y Vi se sintió más tranquila.

Había entrado en el examen pensando que no le importaba nada, ni pasar, ni hacerlo bien, ni ser osada. Sin embargo, el gesto de Grayson la llenó de orgullo, así que esbozó una sonrisita al salir. Benzo podía estar muerto, pero siempre quiso que a Vi le fuera bien. No podía decir que lo había hecho por él... En realidad no lo había hecho por nadie, ni siquiera por ella misma, pero, al menos, no lo había avergonzado.

Todos los iniciados que ya habían terminado su examen final esperaban los resultados en el dormitorio de los trasladados, tanto los de Osadía como los de fuera. Claggor y Mylo lanzaban gritos de alegría y festejo, acompañados de las carcajadas de Morgana, cuando Vi entró y se sentó en el borde de su cama.

—¿Cómo ha ido? —preguntó Claggor.
Bien, ninguna sorpresa. ¿Y a ustedes?

—Fatal, pero salí von vida —confesó Claggor, encogiéndose de hombros—. Y Morgana tiene algunos nuevos.

—Me las apañé —respondió ella exagerando su indiferencia. Se había puesto una almohada sobre las rodillas, la de Finn. A Finn no le gustaría eso, pero Vi dejó de preocuparse al respecto cuando Morgana tiró su mediocre actuación al suelo y sonrió—. En realidad estuve estupenda.

—Ya, ya —protestó Mylo. Morgana le dio con la almohada en toda la cara, y él se la quitó—. ¿Qué quieres que te diga? Sí, estuviste estupenda. Sí, eres la mejor osada de todos los tiempos.¿Contenta? —preguntó Mylo, y la golpeó en el hombro con la almohada—. Lleva presumiendo sin parar desde que empezaron las simulaciones del miedo porque a ella se le dan mejor que a mí. Me tiene harto.

—No es mi culpa que no puedas manejar esto bien. Es en venganza por todo el alarde de la primera mitad de la iniciación —se defendió ella y Vi sonrió.
Morgana empujó a Mylo, y él la agarró por las muñecas. Ella se logró zafar y le dio un golpe pequeño en la oreja, y los dos rieron como niños mientras forcejaban bajo las miradas de divertido juicio silencioso de Claggor y Vi.

Vi podía no entender el afecto osado, pero, por lo que veía, tenía mucho que ver con golpes y risas. Cuando ambos finalmente se calmaron, la mirada de Morgana alcanzó la de Vi y la pelirrosa esta vez no desvió sus ojos. Durante algunos segundos solo fueron ellas dos mirándose. Sí, Vi todavía no era buena descifrando los signos de afecto, pero empezaba a entender cómo funcionaba el coqueteo. Permanecieron allí sentados otra hora mientras los demás terminaban sus exámenes finales y volvieron uno a uno. El último en salir fue Finn, que se quedó en la puerta con aire petulante.

—Hora de ver los resultados —dijo.

Los demás se levantaron y pasaron junto a él al salir del cuarto. Algunos parecían nerviosos; otros, engreídos, seguros de sí mismos. Vi esperó hasta que todos se fueron para acercarse a la puerta, pero no salió, sino que se detuvo, cruzó sus brazos y se quedó mirando a Finn unos segundos.

—¿Tienes algo que decir? —preguntó él.

—Sé que fuiste tú. Tú contaste a los eruditos lo de Benzo. Lo sé —acusó Vi con tono hosco.

—No sé de qué me hablas —respondió Finn, pero era claro que sí lo sabía.

—Por tu culpa está muerto —dijo Vi. Le sorprendía lo deprisa que se había enfadado. Le temblaba el cuerpo de rabia, notaba calor en la cara.

—¿Es que te ha dado un golpe en la cabeza durante el examen, estirada? —preguntó Finn, sonriendo—. No dices más que estupideces.

Vi se movió hacia adelante, empujándolo contra la puerta. Después lo sujetó con un brazo y se acercó a su rostro. Por un momento, se sorprendió a sí misma de la fuerza que había adquirido.

—Sé que fuiste tú —repitió lentamente, buscando algo en sus ojos, cualquier cosa. No vio nada, solo ojos negros de pez muerto, impenetrables—. Por tu culpa está muerto, y no te vas a ir de rositas con eso —La amenaza era clara. Vi lo soltó y se alejó por el pasillo hacia el comedor.

El comedor estaba a reventar de gente vestida en sus mejores galas osadas: todos los piercings exagerados con aros más llamativos y todos los tatuajes al aire, incluso cuando significaba ir sin ropa. Vi intentó mantener la vista fija en los rostros mientras se abría paso entre la masa de cuerpos. Los aromas a tarta, carne, pan y especias impregnaban el aire y se le hacía agua la boca: se le había olvidado comer.

Cuando llegó a su mesa de siempre, robó un panecillo del plato de Mylo mientras este no miraba y se puso en pie con los demás a la espera de los resultados. Esperaba que no los hicieran esperar demasiado. Era como estar sosteniendo un cable pelado y con tensión: le temblaban las manos y perdía el control de sus pensamientos. Mylo y Morgana intentaron hablar con ella, pero ninguno de ellos podía gritar lo suficientemente alto como para hacerse oír por encima del ruido, así que se resignaron a esperar sin decir nada.

Ambessa se subió a una de las mesas y levantó las manos para pedir silencio. Casi lo consiguió, aunque ni siquiera ella era capaz de silenciar por completo a los osados, algunos de los cuales seguían hablando y bromeando como si nada. Aun así, Vi lograba escuchar su discurso.

—Hace unas semanas, un grupo de iniciados flacuchos y asustados vertió su sangre sobre las brasas y dio el gran salto a Osadía —dijo Ambessa—. Si soy sincera, pensaba que ninguno de ellos superaría su primer día —Hizo una pausa para que la gente se riera, y se rieron, aunque el chiste no era demasiado bueno—. Sin embargo, me place anunciar que este año ¡todos nuestros iniciados lograron la puntuación necesaria para convertirse en osados!

Todos lanzaron vítores. A pesar de saber con certeza que no se quedarían fuera, Mylo y Claggor intercambiaron miradas nerviosas mientras Morgana se pegó más a Vi: el orden de la clasificación determinaría el trabajo que podrían elegir en Osadía. Mylo y Claggor unieron sus manos y también las de Morgana, y por un momento Vi volvió a sentirse sola, entonces sintió el calor poco familiar de una cabeza de cabello totalmente púrpura sobre su brazo, y esa sensación desapareció.

—No lo retrasaré más —siguió diciendo Ambessa—. Sé que nuestros iniciados están muy nerviosos, así que ¡les presento a nuestros doce nuevos miembros osados!

Los nombres de los iniciados aparecieron en una gran pantalla, detrás de Ambessa, una lo bastante grande como para que hasta la gente del fondo de la sala pudiera ver. Vi buscó automáticamente los nombres que le importaban en la lista:

6. Mylo

7. Akali

8. Morgana

9. Claggor

Al instante desapareció la tensión que la atenazaba y siguió subiendo por la lista. Notó una breve punzada de pánico cuando no encontró su nombre, pero allí estaba, justo en lo alto.

1. Vi

2. Finn

Morgana gritó y saltó sobre Vi, aferrándose a su cuello en un abrazo que la pelirrosa no dudó en corresponder. Mylo y Claggor se unieron también al gesto desordenado, el peso de ellos a punto de tirar a Vi al suelo. Ella se rio con ganas, con felicidad, y levantó los brazos para intentar abarcarlos a todos. En algún lugar del caos, había dejado caer su panecillo. Lo aplastó con el tacón y sonrió mientras las demás personas la rodeaban, gente que ni siquiera conocía, pero que le daban palmadas en los hombros, sonreís y repetían su nombre. Su nombre, que era simplemente Vi. Así todas las sospechas sobre su origen e identidad quedaban olvidadas porque era una de ellos, era una osada.

Ya no era Violeta Lane, ya no, nunca más. Era una osada.

Por la noche, mareada de la emoción y tan llena de comida que apenas podía caminar, con algunos tragos encima y otra cosa extraña que una osada le había ofrecido y que la había dejado demasiado relajada y sonriente, Vi se escabulló de la celebración y subió por los caminos principales hasta lo alto del Pozo, al vestíbulo de la Espira. Salió por las puertas y respiró profundamente el aire nocturno, que era fresco y vigorizante, no como el aire caliente y estancado del comedor.

Se acercó a las vías del tren, demasiado histérica para quedarse quieta, sintiendo sus sentidos agudizados y embotados a la vez. Lo que fuera que le hubieran dado, le gustaba. Un tren se acercaba, la luz del vagón delantero parpadeó al aproximarse. Pasó junto a Vi con toda potencia y energía, retumbándole en los oídos como un trueno. Vi se acercó a este y, por primera vez, saboreó la emoción del miedo en el estómago, de estar tan cerca de una cosa tan peligrosa.

Entonces vio algo oscuro y con forma humana de pie en uno de los últimos vagones: un figura delgada y alta, esbelta y masculina, rozando lo andrógino, que se asomaba al exterior, agarrada a uno de los asideros. Por un segundo, mientras el borrón del tren pasaba por su lado, vi vio su cabello lacio oscuro y nariz aguileña.
Se parecía a su padre.

Y entonces desapareció, desapareció con el tren.

Viendo no más que el lejano fantasma de las luces, Vi tuvo una idea borrosa en medio de su poca cordura alcoholizada, y sin más, se dirigió hacia donde Grayson. Le pediría una máquina de pelar y algún tinte llamativo que contrastara con ella. Uno rosado.

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Y ahora es cuando se crea la Vi que todos conocemos y que hemos ido viendo en este libro jajaja.

Por favor, como bien saben, sus comentarios son lo más importante para mí. Déjenme saber si estos extras les gustaron 🥰.

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