La sala de entrenamiento olía a esfuerzo, a una mezcla de sudor, polvo y zapatos. Vi sentía el picor familiar en los nudillos cada vez que encajaba un puñetazo en el saco de boxeo, rompiendo las postillas existentes y abriendo más las heridas hasta que el cuero negro tuvo manchas de sangre. Una semana de peleas osadas le habían dedo los puños en carne viva. No se quejaba, sin embargo, le gustaba poder dejar salir toda la rabia que siempre había estado reprimida en su interior, consumiéndola; y ahora tenía a su favor que no habría castigo por hacerlo.
—Supongo que ya has visto los tableros —dijo Benzo, apoyándose en el marco de la puerta y cruzando los brazos. Vi no lo había escuchado acercarse— y te has dado cuenta de que mañana te toca contra Finn. Si no, estarías en la sala del paisaje del miedo y no aquí.
—También vengo por aquí —respondió Vi, retrocediendo mientras sacudía sus manos adoloridas. A veces las apretaba con tanta fuerza que empezaba a perder la sensibilidad en la punta de los dedos. Benzo solía regañarla al verla.
Había estado a punto de perder su primera pelea, que fue contra una chica de Verdad, Evelynn. Vi no sabía cómo ganar sin golpearla, y no podía golpearla… al menos, no pudo hasta que la muchacha la agarró por el cuello y su campo visual empezó a oscurecerse por la falta de oxígeno. Entonces, su instinto tomó el mando y Vi la derribó de un solo codazo en la mandíbula. Todavía se sentía culpable por ello. Había algo demasiado familiar en golpear personas más débiles que ella, algo que le recordaba a Maura.
También estuvo a punto de perder su segunda pelea, que fue contra el chico veraz más corpulento, Darius. Vi lo cansó poniéndose en pie cada vez que él creyó que había acabado con ella. Darius no sabía que soportar el dolor era uno de los hábitos más antiguos de Vi, uno que aprendió de pequeña, como morderse la uña del pulgar o sostener el tenedor con la mano izquierda en vez de la derecha. Ahora Vi tenía la cara salpicada de cortes y moratones, pero había demostrado lo que valía.
Mañana, su adversario sería Finn. Para venderlo Vi necesitaría algo más que un movimiento inteligente o pura insistencia: le haría falta una habilidad de la que carecía, una fuerza que todavía no había adquirido.
—Sí, ya lo sé —respondió Benzo entre risas quedas—. Verás, me paso bastante tiempo intentando averiguar de qué vas, así que he estado preguntando. Resulta que te pasas las mañanas aquí y las noches en la sala del paisaje del miedo. Nunca te relacionas con los demás iniciados. Siempre estás cansada y duermes como un tronco.
Una gota de sudor cae por detrás de la oreja de Vi, que se mantenía quieta bajo la mirada escrutadora de Benzo. Ella la limpió con los dedo vendados y pasó su brazo por su frente, apartando la mirada.
—Unirse a una facción es algo más que superar la iniciación, ¿sabes? —siguió diciendo Benzo, enganchando los dedos en los eslabones de la cadena de la que colgaba el saco de boxeo, como si comprobara su resistencia—. Casi todos los osados conocen a sus mejores amigos durante la iniciación, y a sus novias, novios, o lo que sea. También a sus enemigos. Sin embargo, tú pareces dispuesta a no tener ninguna de esas cosas… o, bueno, quizás solo la última.
Vi respiró profundamente, dejando que las palabras de Benzo se filtraran hacia su mente. Había visto a los demás iniciados tatuarse en grupo y aparecer en los entrenamientos con narices, orejas y labios rojos y agujereados, o construir torres con los restos de comida de la mesa del desayuno. No se le había pasado por la cabeza que pudiera ser uno de ellos, ni que debiera serlo. Vi se encogió de hombros con desinterés.
—Estoy acostumbrada a estar sola.
—Bueno, me parece que estás a punto de estallar y no quiero estar delante cuando eso ocurra. Ven conmigo. Esta noche nos reuniremos unos cuantos a jugar a un juego osado —ofreció Benzo, apartándose de la cadena del saco de boxeo.
Vi tiró de la cinta con la que se había vendado los nudillos. No debería salir por ahí a jugar, sino quedarse allí y trabajar, y después dormir para estar preparada para la pelea de mañana. Sin embargo, esa voz, la voz que dice «debería» ahora le sonaba a la de su madre, a su madre exigi8endole que se comportara, que se aislara. Y ella había venido a Osadía porque estaba lista para dejar de hacerle caso a esa voz.
—Te ofrezco subir de estatus en osadía solo porque me das pena —dijo Benzo con una sonrisa—. No seas estúpida y aprovecha la oportunidad.
—Vale, ¿qué juego es? —preguntó Vi, retirando por completo la cinta del otro brazo. Benzo se limitó a sonreír.
Una chica osada, Rell, se sujetó con una mano al asidero del lateral del vagón del tren; aunque se balanceaba tanto que estaba a punto de caerse, momento en el cual le dio una risa tonta y volvió a entrar, como si el tren no estuviese colgando a dos plantas del suelo; como si no fuera a romperse el cuello si callera. Vi apretó los puños ante el ruido de fondo en su cabeza que declaraba la ansiedad que ella intentaba mantener a fondo. En la mano libre Rell llevaba una petaca plateada, y ella sabía que esa era la explicación a su comportamiento.
—El juego de llama atrevimiento —anunció Rell con su cabello rubio ondeando, inclinando la cabeza y apoyándose en la pared del vagón—. La primera persona elige a alguien y lo reta a hacer algo. Después, esa persona se toma un trago, lleva a cabo el desafío y le toca retar al siguiente. Cuando todos han pasado por el atrevimiento, o han muerto en el intento, nos emborrachamos un poco y volvemos a casa dando tumbos.
—¿Y quién gana? —gritó uno de los osados desde el otro lado del vagón. Es un joven que está sentado en el suelo, apoyando en Benzo como si fueran viejos amigos o hermanos.
Vi no era la única iniciada del tren, obviamente. Frente a ella estaba sentado Mylo, el primer saltador; Claggor, el chico con gafas extrañas y bastante fornido; y al lado iba Morgana, quien ahora traía algunas mechas moradas en su cabello y un piercing en el labio. Los demás eran mayores, todos miembros de Osadía. Se trataban con mucha confianza, apoyándose unos en otros, dándose puñetazos en los brazos y alborotándole el pelo al de al lado. Es camaradería, amistad y flirteo, cosas con las que Vi no estaba familiarizada. Intentó relajarse abrazándose las rodillas. Era una estirada.
—Gana quien no se comporta como una tartita de fresa —respondió Rell—. Y, oye, una nueva regla: también gana quien no hace preguntas tontas. Como soy la guardiana del alcohol, yo voy primero. Benzo, te reto a que entres en la biblioteca de Erudición, que siempre está llena de eruditos estudiando, y que grites algo obsceno —retó ella, enroscando la tapa de la petaca y lanzándola hacia Benzo. Todos vitorearon cuando Benzo. Él la desenroscó y bebió del licor dentro, fuera cual fuera.
—¡Tú avisa cuando lleguemos a la parada! —gritó Benzo por encima de los vítores.
—Eh —A su derecha, Mylo llamó la atención de Vi moviendo la mano—. Eres una trasladada, ¿no? ¿Vi?
—Sí. Buen primer salto —dijo Vi, dándose cuenta, quizás demasiado tarde, de que quizás a Mylo le moleste: perder su momento de triunfo por culpa de un paso en falso y una pérdida de equilibrio. Sin embargo, y para sorpresa de Vi, él se rio.
—Sí, no fue mi mejor momento —comentó él.
—Tampoco es que se ofreciera nadie más —comenta Morgana, dándole un codazo suave en tono juguetón—. Oye, ¿es cierto que solo tuviste seis miedos?
—De ahí el nombre —respondió Vi, prestándole atención a la chica.
—Vaya —Morgana asintió con cara de impresionada, haciendo que Vi se irguiese con cierto orgullo y algo más latiendo en el fondo—. Supongo que naciste para ser osada.
Vi se encogió de hombros, como si lo que Morgana decía fuera verdad, aunque estaba segura de que no lo era. Ella no sabía que Vi había venido para escapar de la vida que le correspondía, que luchó con todas sus fuerzas por superar la iniciación para no tener que reconocer que era una impostora. Nacida en Abnegación, con resultado de Abnegación, aunque refugiándose en Osadía. Morgana perdió la sonrisa, como si estuviera triste por algún motivo, pero Vi no le preguntó al respecto.
—¿Cómo van tus peleas? —cuestionó Mylo, desviando la conversación.
—Bien —respondió Vi, señalando su cara amoratada y nudillos magullados—, como puedes ver claramente.
—Mira esto —dijo Mylo, volviendo la cabeza para enseñarle el moratón debajo de la mandíbula—. Es gracias a esta chica de aquí. Hicimos un entrenamiento extra oficial para practicar nuestros golpes —añadió, señalando a Morgana.
—Me ganó —aclaró ella—, pero, por una vez, conseguí encajarle un buen golpe. Siempre pierdo.
—¿No te molesta que te haya golpeado? —preguntó Vi, confusa.
—¿Por qué iba a molestarme?
—No lo sé. ¿Por qué… eres una chica? —cuestionó Vi en voz baja, insegura ahora de su pregunta al ver a Morgana arquear las cejas.
—¿Qué? ¿Crees que no puedo soportar golpes como cualquier otro iniciado solo porque tengo partes de chica? —rebatió Morgana con enojo, señalándose al pecho. Vi se descubrió a sí misma mirándoselo durante un segundo, antes de recordar que debería de apartar la mirada. El calor en sus mejillas la hizo consciente de su rubor.
—Lo siento —dijo en voz baja—, no quería insinuar eso. Es que no estoy acostumbrada a esto. A nada de esto.
—Tranquila, lo entiendo —respondió Morgana con suavidad, relajándose visiblemente—. Pero deberías recordar que en Osadía da igual que seas chica, chico o lo que sea. Lo importante es tener valor. Además, me parece algo irónico que seas tú quien me lo diga cuando te he visto golpear a Darius, que es del doble de tu tamaño.
Antes de que Vi pudiera contestar, Benzo se levantó del suelo, llevándose las manos a las caderas en un gesto teatral y dirigiéndose hacia la puerta abierta. El tren descendió, pero Benzo ni siquiera buscó el asidero, se limitó a moverse y balancearse al ritmo del vagón. Todos se levantaron, y Benzo fue el primero en saltar, lanzándose a la noche. Los otros salieron detrás, y Vi dejó que la gente del fondo la empujara hacia la abertura. No le daba miedo la velocidad del tren, solo las alturas, y aquí el tren estaba cerca del suelo, así que, cuando saltó, lo hizo sin miedo. Aterrizó de pie y trastabilló un par de pasos antes de detenerse.
—Mírate, ya eres una experta —comentó Benzo, dándole un codazo—. Toma, bebe un trago. Tienes pinta de necesitarlo —dijo, ofreciéndole la petaca.
Vi nunca había probado el alcohol. Los abnegados no bebían, así que ni siquiera estaba disponible. Sin embargo, había visto que parecía servir para que la gente se sintiera más cómoda, y necesitaba desesperadamente sentir que no estaba envuelta en una piel que le quedaba pequeña. Así que no vaciló: cogió la petaca y bebió. El alcohol quemaba en su garganta y sabía a medicina, aunque bajó deprisa y la calentó por dentro.
—Buen trabajo —dijo Benzo, y se acercó a Mylo, rodeándole el cuello con el brazo y arrastrando su cabeza contra su pecho—. Veo que ya has conocido a mi joven amigo Emil.
—Que mi madre me haya puesto ese nombre no significa que tú tengas que usarlo —protestó Mylo, apartándose de Benzo y mirando a Vi—. Los padres de Benzo eran amigos de mis abuelos.
—¿Eran? —cuestionó Vi.
—Bueno, mis padres están muertos, como sus abuelos —contestó Benzo, encogiéndose de hombros.
—¿Y tus padres? —preguntó Vi, mirando a Mylo esta vez.
—Murieron cuando era pequeño. Accidente de tren. Muy triste —respondió él, aunque sonrió como si no lo fuera—. Y mis abuelos saltaron el año pasado, cuando Benzo les aseguró que tomaría cuidado de mí —Hizo un gesto de caída libre con la mano, como indicando una zambullida.
—¿Saltaron?
—Ay, no le lo cuentes delante de mí —intervino Claggor, bajando sus gafas de su cabeza a sus ojos—. No quiero ver la expresión de su cara.
—Los osados ancianos a veces saltan a las desconocidas profundidades del abismo cuando llegan a cierta edad. Es eso o acabar abandonados —respondió Benzo, ignorando del todo a Claggor—. El abuelo de Mylo estaba muy enfermo, cáncer. Su abuela no quería seguir sin él.
Benzo levantó la cabeza hacia el cielo, y la luz de la luna se reflejó en sus ojos. Por un momento Vi tuvo la impresión de que este mostraba una cara secreta, una que ocultaba cuidadosamente debajo de varias capas de encanto, humor y bravuconería osada. Y eso la asustó, porque esa persona secreta de Benzo era dura, fría y triste.
—Lo siento —murmuró ella en voz baja.
—Al menos, pude despedirme. A la muerte le trae sin cuidado si te has despedido o no —comentó Mylo.
Con sus palabras, el yo secreto de Benzo desapareció y una sonrisa deslumbrante brilló en su lugar. Benzo corrió hacia el resto del grupo con la petaca en la mano. Vi se quedó atrás, con Mylo, que corría rápidamente a zancadas grandes, entre torpe y elegante, como un perro salvaje.
—¿Y tú? —preguntó él mientras avanzaban—. ¿Tienes padres?
—Solo madre —respondió Vi, con más firmeza de la que esperaba—. Mi padre murió hace tiempo.
«Y mi hermana con él», pensó, pero no lo dijo. Ella nunca hablaba de Powder.
Vi recordaba el funeral, la charla silenciosa de los abnegados que llenaban su casa y que se quedaron a compartir su dolor. Les llevaron comida en bandejas metálicas cubiertas de papel de aluminio, limpiaron su cocina y guardaron en cajas la ropa de su padre y de su hermana menor, para que no quedara ni rastro de ellos. Ella también recordaba que murmuraban que habían muerto producto a un accidente a las afueras, cerca de la zona abandonada. El edificio se había derrumbado, al parecer estaba inestable desde hacía años, y Silco había llevado a Powder a jugar allí sin saber esto.
Pero Vi recordaba los meses antes de aquel día, cuando ella y Powder se escapaban para jugar en ese edifico, no parecía tener problemas para mantenerse en pie. Y también estaba esa pesadilla, que ella juraba que era un recuerdo, pero todos le dijeron que estaba equivocada, que no aceptaba lo que había pasado, que era imposible que el edificio hubiera explotado entre rayos azules por una bomba hecha por su hermanita. Vi sacudió la cabeza para espantar los recuerdos. Ellos estaban muertos. Era el recuerdo de una niña asustada que no sabía lo que había visto. Era poco fiable.
—Y tu madre, ¿está de acuerdo con tu elección? —preguntó Claggor, caminando veloz al lado de ella—. Dentro de poco será el Día de Visita, ya sabes.
—No —respondió Vi, distante—, no está de acuerdo. Su madre no vendría el Día de Visita, estaba segura. No volvería a hablarle.
El sector de Erudición era el más limpio de la ciudad; habían apartado la basura y los escombros de la calzada y habían rellenado con alquitrán las grietas del suelo. Vi sintió la necesidad de pisar con cuidado para no rayar la acera con sus zapatillas. Los otros osados caminaban sin prestar atención, y las suelas de sus zapatos imitaban el sonido de la lluvia.
Las sedes de las facciones tenían permiso para dejar la luz del vestíbulo encendida a medianoche, aunque se suponía que el resto del edifico debería de estar a oscuras. Allí, en el sector erudito, todos los edificios que componían la sede de Erudición eran columnas de luz. En las ventanas por las que pasaban, los osados veían eruditos sentados en largas mesas, con las narices enterradas en libros o pantallas, o hablando en voz baja entre ellos. Los jóvenes se mezclaban con los viejos en todas las mesas, con sus impecables ropas azules, sus cabellos lisos y, más de la mitad, sus relucientes gafas.
«Vanidad —diría Maura—. Les preocupa tanto parecer inteligentes que acaban pareciendo idiotas».
Vi se paró a observarlos. A ella no le parecían vanidosos, sino gente que hacía todo lo posible por sentirse tan inteligente como se supone que deberían ser. Si eso significaba ponerse gafas sin necesidad, ella no era nadie para juzgarlos. Podría haber escogido este refugio, pero había escogido el refugio que se burla de ellos a través de las ventanas, que envía a Benzo a su vestíbulo a causar revuelo.
Benzo llegó a las puertas del edificio central de los eruditos y las abrió de un empujón. Los osados observaron desde fuera, entre risas. Vi se asomó a través de las puertas para ver el retrato de Cassandra Kiramman colgado en la pared de enfrente. Llevaba el cabello negro azulado corto y recogido hacia atrás y la chaqueta azul abotonada por debajo del cuello. Es bonita, aunque eso no es lo primero que llama la atención de Vi. Lo primero es su agudeza. Y, más allá… Podrían ser imaginaciones suyas, pero ¿parecía un poco asustada?
Benzo entró corriendo al vestido sin hacer caso de las protestas de los eruditos del mostrados principal y gritó:
—¡Eh, eruditos! ¡Mirad esto!
Todos los eruditos de vestíbulo levantaron la mirada de los libros y pantallas, y los osados se partieron de la risa cuando Benzo se giró y les mostró su trasero. Los eruditos del mostraron salieron cor4riendo para atraparlo, pero Benzo se subió los pantalones y corrió hacia los osados. Todos se alejaron de las puertas a toda velocidad.
Vi no pudo evitarlo: ella también se rio. Le sorprendió, y le sorprendió también que le duela el estómago de la risa. Mylo corrió junto a su hombro, y se dirigieron a las vías porque no había otro sitio al cual correr. Los eruditos que los perseguían se rindieron después de una manzana, y todos los osados se detuvieron en un callejón y se apoyaron en la pared de ladrillo para recuperar el aliento. Benzo llegó el último, con las manos en alto, y lo vitorearon. Él sostuvo una petaca como si fuera un trofeo y señaló a Morgana.
—Jovencita —dijo—, te reto a escalar la escultura que hay frente al edificio de Niveles Superiores en el centro de Piltover —Morgana atrapó la petaca cuando Benzo se la lanzó y tomó un trago.
—Hecho —respondió, sonriendo.
Cuando por fin fue el turno de vi, casi todos estaban borrachos, daban bandazos a cada paso y se reían de cualquier chiste, por muy estúpido que fuera. Ella tenía calor, a pesar del aire fresco, pero todavía pensaba con claridad y disfrutó de todo lo que la noche tenía que ofrecer: el intenso olor del pantano, el sonido de las burbujeantes risas, el negro azulado del cielo, la silueta de los edificios y las sonrisas cómplices de Morgana. Le dolían las piernas de tanto correr, caminar y trepar, y todavía no le había tocado el atrevimiento. Ya estaban cerca de la sede de Osadía. Los edificios estaban medio derruidos.
—¿Quién queda? —preguntó Rell mientras examinbaa con los ojos empañados los rostros hasta dar con el de Vi—. Ah, la iniciada de Abnegación con el nombre numérico. Vi, ¿no?
—Sí —respondió Vi, sin arrastrar la palabra tanto como sus compañeros.
—¿Una estirada? —preguntó con palabras pastosas el joven que estaba sentado cómodamente al lado de Benzo.
Él era quien tenía la petaca, el que decidía el siguiente reto. Hasta ahora Vi había visto a gente escalar estructura altas, saltar agujeros oscuros y meterse en edificios abandonados para sacar un grifo o una silla de escritorio; los había visto correr desnudos por los callejones y atravesarse los ló9bulos con agujas sin entumecerlos primero. Si le pidieran que inventase un atrevimiento, no sería capaz de dar con uno. Menos mal que era la última. Bajo la nublada mirada del joven, Vi sintió un temblor en el pecho: nervios.
«¿Qué me pedirá que haga?»
—Los estirados son unos reprimidos —dijo el chico sin más, como si fuera un hecho irrefutable—. Así que, para demostrar que ahora eres una osada de verdad…, te reto a hacerte un tatuaje.
Vi contempló la tinta que recorría las muñecas, los brazos, los hombros y los cuellos. Los pendientes metálicos que les adornaban las orejas, las narices, los labios y las cejas. Su piel estaba limpia, sana, entera. Pero eso no encajaba con lo que era ahora: debería de estar cubierta de cicatrices, marcada, igual que ellos, aunque marcada con los recuerdos del dolor, de las cosas a las que había sobrevivido.
—Vale —respondió, encogiéndose de hombros.
Él le lanzó la petaca, y Vi bebió de esta apuradamente, a pesar de que le picaba en la garganta y los labios, y de que sabía tan amarga como el veneno. Ahora se dirigían a la Espira.
Grayson les abrió la puerta ataviada con tan solo unos calzoncillos y una camiseta; el pelo corto estaba despeinado en todas direcciones. Arqueó una ceja al ver a Vi. Estaba claro que dormía profundamente y la habían despertado, aunque no parecía enfadada…, solo un poco gruñona.
—¿Por favor? —pidió Benzo—. Es para un juego de atrevimiento.
—¿Seguro que quieres que una mujer cansada te tatúe la piel, Vi? La tinta no se lava —advierte Grayson.
—Confío en ti —respondió Vi. No pensaba echarse atrás, no después de ver a los demás enfrentarse a sus retos.
—De acuerdo —dijo Grayson, bostezando acomodaba precariamente su pelo—. Lo que hay que hacer por las tradiciones osadas… ahora vuelvo, voy a ponerme unos pantalones.
Cerró la puerta y los dejó fuera. Mientras venían hasta allí Vi no había dejado de darle vueltas en la cabeza al tatuaje que elegiría y dónde se lo haría. No había conseguido decidirse, tenía un desastre en su mente que era impresionante. Lo había tenido desde hacía mucho. Unos segundos después salió Grayson vestida con unos pantalones, aunque descalza.
—Si me meto en problemas por encender las luces a esta hora, diré que fueron unos vándalos y me chivaré de todos ustedes —aclaró con firmeza.
—Entendido —respondió Vi sin vacilación.
—Hay una puerta trasera, vengan —indicó con un gesto la mujer.
Vi la siguió por un salón a oscuras, que estaba ordenando, salvo por las hojas de papel desperdigadas por su mesa de centro, cada una con un dibujo distinto. Algunos eran toscos y sencillos, mientras que otros eran más intrincados y delicados. Grayson debía de ser lo que los osados consideraban una artista. Vi se detuvo junto a la mesa. En una de las hojas se veían todos los símbolos de las facciones sin los círculos que normalmente los confinaban, en cambio, estaban enredados entre ruedas dentadas.
El árbol de Cordialidad estaba al fondo y formaba una especie de sistemas de raíces mecánicas que continuaban hacia el ojo de Erudición y la balanza de Verdad. Por encima de ellos, las manos de Abnegación parecían acunar las llamas de Osadía con un mecanismo de reloj de fondo, y la maquinaria imaginaria echaba humo que recorría en trazos toscos el resto de la hoja en blanco. Era como si los símbolos crecieran unos con los otros, funcionando como un gran sistema.
Los demás habían dejado a Vi atrás sin que ella se diera cuenta. Corrió para alcanzarlos y pasó por la cocina de Grayson, que también estaba inmaculada, a pesar de que los electrodomésticos estaban pasados de moda, el grifo estaba oxidado y la puerta del frigorífico se mantenía cerrada con una enorme abrazadera. La puerta de atrás estaba abierta y conducía a un pasillo corto y húmedo que daba al estudio de tatuajes.
Había pasado por delante antes, pero Vi nunca se había molestado en entrar, convencida de que no encontraría un buen motivo para martirizarse con agujas. Supuso que ahora lo tenía: esas agujas eran la forma de separarse de su pasado, no solo ante sus compañeros osados, sino ante todos, cada vez que se mirase al espejo.
Las paredes estaban cubiertas de dibujos. La pared que estaba junto a la puerta estaba completamente dedicada a los símbolos osados, algunos negros y sencillos, otros coloridos y apenas reconocibles. Grayson encendió la luz que había encima de una de las sillas y preparó sus agujas en una bandeja, a su lado. Los otros osados se reunieron en los bancos y sillas que los rodeaban, como si se preparasen para asistir a una especie de espectáculo. Vi se sonrojó.
—Principios básicos de tatuaje —dijo Grayson, acomodando su equipo—: Cuanta menos carne bajo la piel o cuanto más hueso tenga en esa zona concreta, más doloroso será el tatuaje. Para tu primera vez quizá sería mejor que te lo hicieras, no sé, en el brazo o…
—En una nalga —sugirió Mylo con un resoplido de risas.
—No sería la primera vez —respondió Grayson, encogiéndose de hombros—. Ni la última.
Vi miró al chico que la había retado y él arqueó las cejas. Ella sabía lo que él esperaba, lo que esperaban todos: que se hiciera algo pequeño en un brazo o una pierna, algo que pudiera ocultarse fácilmente. Ella desvió a mirada hacia la pared con todos los símbolos. Uno de los dibujos llamó tu atención: era una representación artística de las llamas de Osadía.
—Ese —dijo, señalándolo.
—Lo tengo —asintió Grayson—. ¿Has pensado dónde lo quieres?
Vi tenía una cicatriz, una débil marca en la rodilla de cuando se cayó en la acera de niña. Siempre le había parecido estúpido que todo el dolor que había experimentado no le hubiera dejado ninguna marca visible; a veces, sin una forma de demostrárselo, empezaba a dudar de que hubiera pasado por todo aquello, ya que los recuerdos se volvían borrosos con el tiempo. Quería tener presente que, aunque las heridas sanaran, no desaparecían para siempre, sino que las llevaba consigo a todas partes, en todo momento, y así son las cosas, así son las cicatrices.
Eso sería ese tatuaje para ella: una cicatriz. Y parecía adecuado que documentara su peor recuerdo del dolor. Apoyó una mano en las costillas mientras recordaba los moretones y el miedo a perder la vida. Su madre tuvo unas cuantas noches malas después de la muerte de su padre y su hermana.
—¿Estás segura? —preguntó Grayson—. Puede que sea el sitio más doloroso de todos.
—Bien —respondió Vi, y se sentó en la silla.
El grupo de osados la vitorearon y empezaron a pasarse otra petaca, esta más grande que la anterior y de color broce, en vez de plata.
—Así que esta noche tenemos una masoquista en la silla. Fantástico.
Grayson se sentó en el taburete de al lado y se puso unos guantes de goma. Vi se echó hacia delante, levantando el borde de su camiseta, y Grayson empapó de alcohol una bola de algodón y la pasó por sus costillas. Estaba a punto de apartarse, pero la mujer mayor frunció el ceño y tiró de la piel de Vi con la punta del dedo. El alcohol se escurrió por la piel de Vi y alcanzó su espalda que aún estaba curándose. Vi hizo una mueca.
—¿Cómo te has hecho esto, Vi? —preguntó Grayson. Vi alzó la mirada, encontrando a Benzo mirándola fijamente, con el ceño fruncido.
—Es una iniciada —dijo—, todos están llenos de cortes y moratones. Deberías verlos por allí cojeando. Dan pena.
—Yo tengo una gigante en la rodilla —intervino Mylo—. Es de un color azul de lo más desagradable…
Mylo se subió la pata del pantalón y dejó que todos vieran su hematoma, así, los demás osados también hicieron lo mismo con sus moratones y cicatrices. Cada uno daba explicaciones diferentes: lo habían dejado caer después de la tirolesa, le habían cortado cuando el cuchillo de otro iniciado resbaló de sus dedos, perdí el combate correspondiente contra un compañero. Grayson, en cambio, se quedó mirando a Vi unos segundos, y la pelirrosa estaba segura de que no aceptaba la explicación de Benzo para las marcas de su espalda, pero no volvió a preguntar, sino que se concentró en la aguja, cuyo zumbido hizo vibrar el aire.
Benzo le lanzó la petaca a Vi. El alcohol todavía le quemaba la garganta cuando la aguja de tatuar tocó sus costillas; Vi hizo una mueca, pero, por algún motivo, no le importaba el dolor. Lo disfrutaba. Quizás Grayson había tenido razón al llamarla masoquista.
Vi no era muy consciente de a qué hora terminaron con el tatuaje, ni de cómo había regresado a los dormitorios de los iniciados. Al día siguiente tenía un dolor de cabeza severo, y le dolía también todo el cuerpo. Finn estaba sentado en el borde de la cama que estaba al lado de Vi, atándose los cordones de los zapatos. La piel que rodeaba los aros de sus labios estaba roja, agujereada recientemente. Vi no le había prestado atención. Finn a ella sí, y por eso la miró.
—Te ves terrible —Vi se sentó, y el movimiento brusco hizo que su cabeza palpitara más fuerte—. Espero que no lo utilices como excusa cuando pierdas —continuó Finn, con una sonrisa de desprecio—. Porque te ganaré de todas maneras.
Finn se levantó, estirándose, y salió del dormitorio. Vi sostuvo su cabeza entre las manos unos segundos y después se levantó para ducharse. Solo pudo meter medio cuerpo bajo el agua, ya que tenía el tatuaje en el costado. Los osados se quedaron con ella varias horas la noche anterior, esperando a que Grayson terminara el trabajo y, cuando se fueron, todas las petacas estaban vacías. Recordaba que Grayson le había dado su aprobación con el pulgar mientras Vi salía del estudio tambaleándose, y Mylo le había echado un brazo sobre los hombros antes de declararla toda una osada. No recordaba mucho más.
La noche anterior había disfrutado de todo eso, especialmente las palabras finales. Ahora Vi deseaba recuperar su antigua cabeza, la que estaba centrada y decidida, y no se sentía como si se hubiera mudado dentro unos hombrecillos diminutos armados con martillos. Dejó que el agua fresca resbalara por su cuerpo unos minutos más y comprobó el reloj de la pared del baño. Quedaban diez minutos para la pelea. Ella iba a llegar tarde. Y Finn tenía razón: iba a perder.
Se dio una palmada en la frente, corriendo hacia la sala de entrenamiento con los pies a medio meter en los zapatos. Cuando entró estrepitosamente por la puerta, los iniciados trasladados y algunos de Osadía estaban de pie alrededor de la sala. Benzo estaba en el centro de la zona de lucha, mirando su lejos. Sus ojos se encontraron con los de Vi y su mirada decía más que cualquier otra cosa en su físico.
—Muy amable por tu parte presentarte —comentó. En sus cejas arqueadas Vi pudo ver como la camaradería de anoche no se extendía a la sala de entrenamiento. Benzo señaló sus zapatos—. Átate los cordones y deja de hacerme perder el tiempo.
Al otro lado de la sala, Finn hizo crujir sus nudillos uno a uno, con cuidado, sin apartar la mirada de Vi. Ella se ató los cordones rápidamente y se metió los extremos por debajo para no tropezar con ellos, pero sabía que era más probable que tropezara con sus propios pies en sus condiciones. Cuando se puso frente a Eric, ambos en la zona de pelea, solo pudo notar el latido de su corazón, el palpitar de su cabeza y el ardor del costado. Entonces, Benzo retrocedió, y Finn avanzó deprisa, dándole un puñetazo en plena mandíbula.
Vi retrocedió, tambaleante, sosteniéndose la cara. Todo el dolor se unió en s mente y algo se quebró dentro de su cabeza. Levantó las manos pata bloquear el siguiente ataque. Le palpitaba la cabeza, pero pudo ver que una pierna se movía hacia ella. Intentó esquivar a patada, pero el pie conectó con fuerza en sus costillas. Vi notó una descarga eléctrica del costado izquierdo.
—Esto es más fácil de lo que imaginaba —comentó Finn con arrogante orgullo.
El rojo cubrió el rostro pecoso de Vi por la vergüenza y ella aprovechó que, gracias a su arrogancia, Finn había dejado un hueco que le permitió meterle un gancho en el estómago. Él le dio un golpe en la oreja tan fuerte que Vi solo escuchó un pitido y perdió el equilibrio, probablemente le había reventado la membrana timpánica; ella se dobló, teniendo que apoyar los dedos de sus manos en el suelo para volver a equilibrarse.
—¿Sabes una cosa? —dijo Finn en voz baja, solo para que ella lo escuchara—. Creo que he averiguado tu verdadero nombre.
Media docena de dolores distintos nublaron la vista de Vi. Ella no era consciente de que hubiera tantas variedades de dolor, como sabores: ácido, fuego, puñaladas y punzadas. Finn logró golpearla de nuevo, esta vez intentando acertar en su rostro, pero solo alcanzando su clavícula. Él sacudió la mano y se aseguró de que la mirada perdida de Vi estuviera enfocada en él antes de decir:
—¿Se lo cuento? ¿Lo saco todo a la luz?
Vi sabía que Finn tenía su apellido entre los dientes, Lane, un arma mucho más amenazadora para ella que sus pies, sus codos o sus puños. Los abnegados comentaban entre susurros que el problema con muchos eruditos era su egoísmo, pero Vi estaba segura que era su arrogancia, lo orgullosos que estaban de saber cosas que los demás no sabían. En ese momento, abrumada por el miedo, VI se dio cuenta de que esa era la debilidad de Finn: no creía que ella pudiera hacerle tanto daño como él a ella. Él creía que Vi era todo lo que supuso sobre ella desde el principio: humilde, altruista y pasiva.
El dolor desapareció y se convirtió en ira; Vi agarró a Finn del brazo para sujetarlo, y lo golpeó una y otra vez. Ni siquiera sabía dónde caían los puñetazos; ni veía ni sentía ni oía nada. Sus gruñidos iracundos escapaban de su garganta y sus nudillos seguían enterrándose en el cuerpo opuesto. Ella estaba vacía, sola, no existía.
Entonces, por fin, Vi escuchó sus gritos y vio que sostenía la cara de Finn con ambas manos. La sangre empapaba la barbilla de Finn y se le metía entre los dientes. Intentaba zafarse de Vi, pero ella lo sujetó con todas sus fuerzas, como si se le fuera la vida en ello. Vi le dio una patada en el costado, haciendo que él perdiera el equilibrio. Por encima de las manos entrelazas de Finn, Vi lo miró a los ojos. Los de él estaban vidriosos y desenfocados. La sangre le brillaba en la piel.
De repente Vi cayó en la cuenta de que eso lo había hecho ella, de que había sido ella, y entonces volvió a sentí miedo, pero un miedo de otra clase: el miedo a lo que era, a lo que podría llegar a ser.
Sus nudillos palpitaban y su pecho subía y bajaba con cada jadeo cuando Vi salió de la zona de lucha sin que nadie le diera permiso.
El complejo de Osadía era un buen lugar para recuperarse, oscuro y lleno de sitios secretos y tranquilos. Vi encontró un pasillo cerca del Pozo y se sentó con la espalda apoyada en la pared para dejar que el frío de la piedra se metiera dentro. Había vuelto del dolor de cabeza, además de los distintos dolores de la pelea, aunque ella apenas los notaba. Tenía los nudillos pegajosos de sangre, de la sangre de Finn. Se los restregó para quitársela, pero llevaba demasiado tiempo secándose. Había ganado la pelea, lo que quería decir que su sitio en Osadía quedaba asegurado por el momento…
Debía de sentirse satisfecha, no asustada. Puede que incluso contenta de pertenecer por fin a alguna parte, de estar entre la gente cuyos ojos no esquivaban los suyos a la hora de la comida. Sin embargo, sabía que todo lo bueno tenía un precio. ¿Cuál era el precio de ser una osada?
—Hola —Ante el saludo inesperado, Vi levantó la mirada y vio a Morgana llamando a la pared de piedra como si fuera una puerta. La joven sonrió hacia ella—. No es la danza de la victoria que me esperaba.
—Yo no bailo —contestó Vi con más rudeza de la que esperaba.
—Sí, debería de habérmelo imaginado.
Morgana se sentó frente a Vi, con la espalda apoyada en la pared del otro lado del pasillo. Se llevó las rodillas al pecho y las rodeó con los brazos. Sus pies estaban a pocos centímetros de los de Vi, y la pelirrosa no sabía por qué se fijaba en ese detalle. Bueno, sí lo sabía: porque era una chica y a Vi le gustaban las chicas.
Había hecho las paces con esa realidad hacía mucho tiempo, pero eso no significaba que se sintiera más dispuesta a aceptarlo, a fin de cuentas, Abnegación era tan homofóbico como podía. Jamás creyó que ese gusto podría llegar a algo, así que no sabía qué hacer ahora que estaba en un sitio donde podía estar con quien quisiera. Todo era un enredo para ella. Por eso Vi no se controlaba, no sabía hablar con chicas.
—Finn está en el hospital —dijo Morgana, sonriendo dulcemente—. Creen que le has roto la nariz. No cabe duda de que le has arrancado un diente —Vi bajó la mirada ante la idea de que le había arrancado un diente a alguien—. Me preguntaba si podrías ayudarme —añadió Morgana, dándole con el zapato en la punta del pie, y Vi la miró sin entender.
—¿Ayudarte con qué? —preguntó confusa.
—Con las peleas. No se me dan bien. Me humillan una y otra vez —Morgana sacudió la cabeza, exasperada—. Tengo que enfrentarme a la chica fuerte de ojos rasgados dentro de dos días, se llama Akali —Morgana puso los ojos en blanco, sabedora de lo poco probable que era que ganara un combate contra ella. Vi recordó a la muchacha, la había visto algunas veces, no se relacionaban mucho y ciertamente Vi no la tenía presente como una amenaza, pero eso se debía más a que solo pensaba en Finn como enemigo que a su confianza en sus habilidades—. En fin, que es una de las mejores y me da miedo que me mate. Que me mate en sentido literal.
—¿Por qué quieres que te ayude? —preguntó Vi, suspicaz, intentando recordar los combates anteriores de Akali en busca de algo que le explicara el temor de Morgana. Se dio cuenta que no recordaba ninguno—. ¿Porque sabes que soy una estirada y se supone que ayudamos a la gente?
—¿Qué? No, claro que no —respondió Morgana, frunciendo las cejas—. Quiero que me ayudes porque eres la mejor, obviamente.
—No soy la mejor —negó Vi entre risas, relajándose al fin.
—Finn y tú erais los únicos invictos hasta el momento, y tú acabas de ganarle, así que sí, eres la mejor —rebatió la joven—. Mira, si no quieres ayudarme, solo tienes que…
—Te ayudaré —interrumpió Vi, levantando una mano en un gesto de calma—, pero es que no sé cómo, de verdad.
—Lo averiguaremos. ¿Mañana por la tarde? ¿En la zona de lucha? —Vi asintió con la cabeza y Morgana sonrió, levantándose y empezando a alejarse. Sin embargo, cuando llevaba unos pasos, se giró y siguió retrocediendo de espaldas por el pasillo—. Deja de estar tan triste, Vi. Tienes impresionado a todo el mundo, disfrútalo.
Vi se quedó mirando su silueta hasta que ella dobló la esquina al final del pasillo. La pelea la había dejado tan trastornada que no había pensado en lo que significaba vencer a Finn: ahora era la primera de su clase de iniciados. Puede que ella escogiera Osadía como refugio, pero ahora hacía algo más que sobrevivir allí: sobresalía entre sus compañeros. Vi observó sus nudillos cubiertos con la sangre de Finn, y sonrió.
A la mañana siguiente Vi decidió arriesgarse y se sentó junto a Mylo, Morgana y Claggor para desayunar. Morgana se lanzó sobre la comida y respondió a las preguntas con gruñidos, poco más. Mylo bostezó sobre el café, y Claggor fue el único que de hecho instauró una conversación real, señalando para Vi a su familia: su hermano adoptivo, Ekko, que se sentaba en otra de las mesas con Lux, la hermana pequeña de Rell. Ekko se estaba quedando con Benzo mientras Claggor pasaba la iniciación.
—¿Echas de menos vivir en casa? —preguntó Vi, curiosa.
—La verdad es que no —confesó el joven—. Quiero decir que siempre está allí al lado. Se supone que los iniciados de Osadía no deben hablar con la familia hasta el Día de Visita, pero sé que, si de verdad necesitara algo, ahí lo tendría —Vi asintió con la cabeza. A su lado, Morgana cerró los ojos y se quedó dormida con la barbilla sobre la mano, deslizándose hasta caer en el hombro de Vi con un ronquido agudo y suave—. ¿Y tú? ¿Echas de menos tu casa?
Vi estaba a punto de responder cuando la cabeza de Morgana resbala de su hombro y cae encima del plato que contenía un muffin de chocolate, aplastándolo con su cara. Mylo se ríe con tantas ganas que grita, y Vi no consiguió reprimir una sonrisa mientras terminaba su zumo.
Entrada la mañana Vi se reunió con Morgana en la sala de entrenamiento. Se había apartado el cabello de la cara, que cada vez tenía más morado que su color natural, y lo llevaba sujeto en una cola. Había atado bien sus botas de osada, que acostumbraban a estar sueltas y se agitaban cuando ella caminaba; Vi prefirió no pensar en por qué sabía eso. Morgana le pegaba puñetazos al aire y hacía pausas entre golpes para ajustar su postura; por un momento Vi la observó sin saber por dónde empezar. Hacía muy poco que había aprendido a lanzar puñetazos, así que no estaba precisamente cualificada para enseñarle nada a Morgana.
Sin embargo, mientras la observaba, empezó a percatarse de algunas cosas: tenía las rodillas tensas, no subía una mano para protegerse la mandíbula y golpeaba desde el codo en vez de emplear todo el peso del cuerpo en cada ataque. Morgana se detuvo y limpió el sudor de su frente con el dorso de la mano. Cuando vio a Vi, dio un respingo, como si acaba de tocar un cable pelado.
—Regla número uno para no dar repelús —dijo, jadeante—: Anuncia tu presencia en una habitación si otra persona no te ha visto entrar.
—Lo siento. Estaba pensando en los consejos que podría darte —contestó Vi, apartando parte de su cabello castaño de su frente y atándolo en una cola baja. Lo había cortado un poco recientemente, pero podría querer cortarlo más.
—Ah —respondió Morgana, mordiendo el interior de su mejilla—. ¿Y son?
Vi le explicó lo que había descubierto y después se enfrentaron en la zona de lucha. Empezaron despacio, evitando golpear para no hacerse daño. Vi tuvo que darle toquecitos en el codo una y otra vez para recordarle que debía mantener la mano junto a la cara, pero, media hora después, Morgana se movía mejor que antes.
—A la chica con la que peleas mañana, yo le pegaría justo aquí, en la mandíbula —recomendó Vi mientras tocaba la parte de debajo de la suya propia—. Debería bastante con un buen gancho, según estuve observando en su último combate. Vamos a practicarlos.
Morgana se puso en guardia, y Vi constató, satisfecha, que tenía las rodillas flexionadas y una postura activa de la que antes carecía. Dieron vueltas arrastrando los pies, una frente a la otra, durante algunos segundos, y después Morgana lanzó un gancho. Al hacerlo, dejó caer la mano izquierda. Vi bloqueó su primer golpe y empezó el ataque por el hueco que había dejado al bajar la guardia. En el último segundo logró detener el puño en el aire y arqueó las cejas.
—¿Sabes? A lo mejor aprenderé mejor la lección si me pegas de verdad —dijo Morgana, irguiéndose.
Tenía la piel colorada por el esfuerzo y una capa de sudor cubría el nacimiento de su pelo. Le brillaban los ojos, que miraban a Vi con aire crítico. Por primera vez Vi cayó en la cuenta de que Morgana no solo le parecía atractiva, sino que era hermosa a sus ojos. No en la forma que le resultaba más habitual, pues no era blanda ni delicada, sino de un modo fuerte y capaz.
—Preferiría no hacerlo —respondió, negando con la cabeza.
—Lo que a ti te parece una especie de caballerosidad abnegada residual pese a que eres una chica, en realidad es insultante —repuso Morgana—. Sé cuidar de mi misma y soy capaz de resistir el dolor.
—No es eso —rebatió Vi, tragando en seco—. No es porque seas más pequeña que yo o menos fuerte, es que… no me gusta la violencia sin motivo.
—Una mierda estirada, ¿no?
—En realidad, no. Los estirados no aprueban la violencia, punto. Si metes a un estirado en Osadía, solo conseguirás que lo muelan a palos —explicó, permitiéndose sonreís un poco. No estaba acostumbrada a usar la jerga osada, pero se sentía bien reclamarla como propia, relajarse con la cadencia de su hablar—. Es que no me parece un juego, simplemente.
Era la primera vez que Vi le contaba eso a alguien. Sabía por qué no le parecía un juego: porque, durante mucho tiempo, fue su realidad, lo que le ocurría al despertar y mientras dormía. Allí había aprendido a defenderse, a ser más fuerte, pero no había aprendido y no pensaba aprender a disfrutar haciendo daño. Si se convertía en osada, lo haría con sus condiciones, aunque eso significara que parte de ella siempre sería estirada.
—De acuerdo —respondió Morgana, comprensiva—. Vamos otra vez.
Ambas entrenaron hasta que Morgana dominó el gancho y estuvieron a punto de perderse la cena. Cuando se iban, Morgana le dio las gracias y, como si nada, sus brazos rodearon a Vi en un abrazo profundo. No fue más que un gesto rápido, pero Morgana se rio al ver la expresión atónita en el rostro de Vi y lo tensa que se puso.
—Cómo ser osado: Curso introductorio —empezó Morgana con voz de profesor del Centro—. Primera lección: no pasa nada por abrazar a tus amigos.
—¿Somos amigas? —preguntó Vi, medio en broma.
—Cállate ya —respondió ella, dándole un golpe suave en el brazo y corriendo luego por el pasillo hacia el dormitorio. Vi se quedó allí, suspendida con una sonrisa y caminando más lento detrás de ella.
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Hola por aquí y Feliz Fin de Año pequepinkypitufibolas 😃🥰.
Empezar diciendo que lamento la demora. Estuve bajo mucha presión en la Universidad y el Hospital, y tuve varios problemas familiares. Ahora todo ha ido mejorando y me sentía en condiciones de escribir para fin de año.
En estos extras hemos ido viendo más de Vi, y haré las aclaraciones pertinentes:
•Como dije anteriormente, Vi tiene el pelo castaño porque quise darle más realismo al personaje acorde al mundo en el que está adaptado todo aquí.
•Esto obviamente pasa antes de descontrolarse como ella le contó a Caitlyn.
•Aquí todavía no sabe que Silco y Jinx/Powder están vivos.
Dicho eso, sigan leyendo mis pequeñas criaturitas rosadas y azules.
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