Los 30 minutos descisivos.

N/A: ¡Hola!, estoy probando suerte con los relatos cortos. Así que aquí les dejo un pequeño relato que me surgió a media noche después de una charla amena con un buen amigo. Espero que les guste.

Dedicatoria:
Para ti: que las estrellas no son simples estrellas, que ves el mundo con ojos de creatividad y que siempre estás buscando algo que cuestionar. Para ti; que te transportas en una nave espacial.

Los 30 minutos decisivos.

Es triste ver como la vida se nos va demasiado rápido, sentir que la juventud se escapa de entre nuestras manos, se desliza lentamente desde nuestros párpados hasta las puntas de los pies.

El polvo que se acumula en la superficie de los muebles, el tic toc del viejo reloj que me regaló la abuela, tu mano que permanece distante, la ausencia de tu roze, el aroma de tu perfume, la inquietud de mis labios, tu mirada esquiva, nuestra canción favorita sonando en los altavoces, la lágrima que rueda por tu mejilla y mi imposibilidad de enjugarla. Todo formando parte de mi y de ti. Trabajando en conjunto pero por separado. Cada cosa cumpliendo su función.

— ¿Por qué no me lo dijiste antes, Jenny? — te escuché pronunciar.

«Por cobarde», quise contestar.

En cambio solo pude emitir un lamento que ni siquiera alcanzaba a ser descrito como un monosílabo.

— Sabes, Greg, creemos que Jenny sabía de su enfermedad desde hace mucho. Al parecer no quería que nadie se enterara — comentó mi hermana, Linda.

— ¿Por qué ocultaría algo así? — preguntaste con una voz tan rota que hizo que mi corazón se partiera una vez más.

«Greg, si tan solo pudiera contarte mis razones. Si me quedara un hilo de voz.... Greg, ¡sujeta mi mano, por favor! Te necesito más que nunca, ¡Greg!».

Daría mi último respiro con tal de pronunciar esas dos palabras que nunca fui capaz de decir. Con tal de irme en paz conmigo misma. Con tal de ver tu sonrisa torcida haciéndote lucir más sexy.

Aún en este lecho, con la posibilidad de verte y de escuchar tu voz, no puedo dejar de pensar retrospectivamente en busca de los momentos felices que compartimos juntos.

Sé que fui demasiado cruel, pero a ti te gustaba, ¿recuerdas? Siempre pregonaba de poder combatir super héroes y esparcir el mal por el mundo, tú solo ronreías de lado, y no dejabas de repetir:

— Con esa voz de conejita chillona, esos ojos hipnotizantes y tu sonrisa traviesa, no logras combatir ni a una mosca.

Por supuesto que tenías razón. Visualizarme como la villana no solo era irrealizable, sino que también patético. Mis brazos blandengues y mi falta de condición física arruinaban también mi reputación como mujercita malvada. ¿Qué pensaría ahora el mundo de esta villana enmagrecida?, ¿que piensas tú?

Yo alcanzo a mirar tu rostro sin enfocarte a la perfección. Observo tus labios rosados (rayando a rojos). Vendería mi alma por volver a besarte otra vez.

Aún recuerdo la textura exquisita de tus labios.  Mi boca recuerda a la perfección tus laberintos. Mi mano quiere despeinar tu cabello mientras tú recorres lentamente las colinas de mi pecho, y se me antoja tanto probar tus besos y tu cuerpo que estoy a punto de pedírtelo, pero no puedo. Aunque grito, mi voz no se oye.

Es ahora que me doy cuenta: malgasté mi tiempo, debí haberlo intentado todo contigo. Apostarlo todo por este amor tan imposible y tan sincero.

— No quiero que esto se acabe — susurraste a mi oído aquella noche de primavera, aquella en la que exploraste mi cuerpo desnudo y llegaste a los confines de mi alma.

Entregué todo de mí esa noche, no solo sucumbí a mis instintos carnales, sino que te mostré mi alma a través de las ventanas de mi rostro. Cerré las puertas de mi corazón para que no entraras, pero insististe, avanzaste a grandes zancadas con rumbo a la infranqueable fortaleza que protegía mi corazón, y con una vehemencia insospechable e inconcebible comenzaste a recitar mi poema preferido de Benedetti. ¿Cómo puede resistirse a eso una chica como yo?, ya no pude apagar el incendio, el bosque de nuestro amor ardió a rojo vivo.

Y cuando lo supe, cuando descubrí que moriría en un par de meses, cuando ya te habías instalado en mi corazón y cuando yo empezaba a empacar mis maletas para mudarme al tuyo: cuando te empezaba a amar en secreto y cuando más feliz me sentia; un dolor surgió en mi pecho justo en la zona del corazón, siguió su rumbo hasta endormecer parte de mi brazo izquierdo.

Escuché el suave tintineo de una campana celestial y me imaginé caminando entre el espesor de las nubes. Y de golpe pude discernir que mis pulmones se quedaban sin aire.

Duele. Duele muchísimo.

De pronto toda la atmósfera se quedó sin oxígeno, ¿verdad?

No... Soy yo quien se queda sin la capacidad de inhalar oxígeno. Esto solo... solo... ¡no qiero morir!

Aún no. Dios: si existes, ¡no me quiero morir, aún no!,  ¿tenía los ojos abiertos o no? no sentí caer el peso de mis párpados, yo no cerré los ojos—, el aire se me antojaba oscuro, mi alma se tornaba negra como mis esperanzas.


¿Eso es todo?, ¿ya estoy muerta?

Muerta.

«Ya se murió». Imaginé diciendo a algún estúpido.

Se murió.

Como si yo hubiera decidido morirme.

¿Por qué ya no respira? Porque se murió.

¿Se murió?

Vaya bazofia de lenguaje.

«Ha fallecido»

Da igual: si no puedo respirar y mi corazón ya no late: estoy muerta.

Pasé tanto tiempo viendo la oscuridad, escuchándola, oliéndola, tocándola que cuando un atisbo de luz entró en mi campo de visión sentí que todo mi globo ocular se incendiaba, adría y quemaba como las estrellas.

— Hola, señorita. ¿Me escucha? — oí una voz desconocida a la distancia.

«Te escucho».

— Señorita, responda. Si me escucha:responda — dijo el mismo ¿hombre?

«¿Estoy muerta? No quiero estar muerta. Dígame que no aunque me mienta».

— Hola, hola. Respóndame señorita, ¡por favor! — sí, ahora estoy segura de que es un hombre.

— Nick, inicia compresiones — oí decir a una chica.

Y mi pecho empezó a dolerme, sentí un billón de agujas clavándose en mi pecho.

— 1,2,3,4,5,6,7,8,9,10,11,12,13,14,15, 16, 17, 18, 19, 20, 21... — contaba Nick en voz alta. «¿Cúantas compresiones faltan?» pensé.

Y luego blanco...

Paredes blancas, sábanas, almohadas, gente vestida de blanco.

El blanco que tan ansiosa me pone.

¿Dónde estoy? Me duele el pecho. Me duele mucho. Intento moverme unos milímetros, pero no soporto el dolor.

— Tranquila señorita, no intente moverse. Se le rompieron algunas costillas cuando la reanimaron...

Re-a-ni-mar

Como si yo fuera una caricatura animada mal hecha y me hicieran un re-make...

Re-a-ni-mar...

Qué palabra tan peculiar.

No me trajeron de vuelta a la vida... me alejaron de la muerte...

Lo entendí, estaba en un hospital... Tuve un paro cardiaco que duró lo suficiente para causar daño cerebral.

Esperé a que me visitaras... esperé, esperé...

Durante la noche, imaginaba innumerables maneras en las que te veía entrar por esa puerta, blanca también. Cada vez que se abría, mi corazón se aceleraba al pensar que eras tú... pero con el pasar de los días, mi fe se iba perdiendo, porque esa puerta seguía siendo abierta por otras manos, decenas de manos... ningunas te pertenecían...

¿Dónde estuviste? Ya no importa, solo importa el aquí y el ahora. No me queda de otra.

La muerte viene por las tardes a tomar el té, se sienta a mi costado y me platica de lo bien que se siente no tener que vivir, de la paz, de la quietud... Me ofrece un paquete de turista por el más allá, dice que si me porto bien y sigo las leyes, puedo convertirme en residente...

A veces pienso en aceptar su propuesta, pero antes tenía que verte por última vez.

Esperaba poder hablar contigo, pero mis músculos no responden. Es una lástima, porque por fin estaba decidida a confesrtelo, decirte que me gustas,que me enamoré perdidamente, que las llamas del bosque de nuestro amor estarán vivas para siempre, al menos para siempre.

Es más, TE AMO. Ya no tengo miedo de decirlo. Te amo tanto.

¿Lo sientes?, acaricias mi mano y una sonrisa se entiende por tu rostro. ¿Sientes mi amor por ti?

— Yo también te amo, Jenny... Yo también te amo — susurras.

Mi pecho deja de doler, un calor me reconforta. Me siento ligera, como si flotara. Las llamar arrasan con todo el busque hasta dejarlo sin árboles.

La muerte me toma de la mano.

— Seguiste todas las reglas. Ahora ya eres residente del más allá...

Le pregunto si seguiremos tomando el té por las tardes. Ella solo me sonríe. Se recuesta junto a mi junto a mi cama y me besa la mejilla. «Por toda la eternidad», me susurra.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top