Háblame

Hablar, reír y tomar, sentimientos de sinceridad ante la inmensidad de la noche, cuando todos deciden que vale contar las penas. Pese a dejarme vivir el momento, al llegar a casa, me sentí aún peor.

Caí en cuenta de lo repugnante que debo ser, física, mental y emocionalmente una aberración, para haber sido evitada hasta ahora y por último, ser abandonada sin una explicación, eso es todavía peor. 

Con cada una de sus anécdotas me sentí más aislada.

Contaron cuántos rastros hay en sus labios, en sus cuerpos, en sus corazones. Rastros y huellas de quiénes han pasado por ahí, dejando una muesca, dejando algo o simplemente sin significar nada, me pregunto si esa capacidad de desligarse de ese tipo de conexiones es nula en mí. 

En mí, hay un rastro voraz  en mis labios, de una noche fría en los brazos de la persona equivocada, la misma noche en que, con firmeza, no permití que el primer rastro se creará en mi cuerpo, parecía demasiado rápido, demasiado irreal. No era yo quién pasó por esa situación y luego silencio, quién creó ese primer rastró desapareció.

Las secuelas fueron arrastradas por el viento, solo queda el anhelo de caricias de mi cuerpo frío en las solitarias noches y recuerdos brumosos con palabras sin valor, mentiras.

Un rastro en mis labios.

Ninguno en cuerpo.

Muchas marcas en mi corazón, pero no rastros de amor. Ojalá. Cicatrices y trozos que no encajan los unos con los otros, lágrimas y arrepentimientos que aún guardo con recelo. De mi mirada marchita y ausente, de mi piel grisácea y repugnante a rebozar de marcas oscuras y heridas abiertas, aún sangrantes. De mis labios secos, agrietados, anhelantes de un roce húmedo y excitante; de mi cuerpo desproporcionado, sin curvas, con más que algo de más, el descuido de años y tiempo perdido. De mi cabello descuidado, quebradizo y descolorido, una espesa masa horrorosa.

Si no aguanto mirarme al espejo. 

¿Cómo querría otro dejar un rastro en mí?

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