A él
A ti, no he logrado sacarte de mi mente.
Te conocí hace mucho, se siente como una eternidad, aunque realmente ha sido poco más de un año. Te vi hace poco y un sentimiento similar a la añoranza surgió en mi pecho, pese a que jamás intercambiamos palabras siquiera.
¡Vaya ridiculez! ¿Verdad?
Siento que nos conocemos, hubo pequeños detalles de ti que percibí y me encantaron, no por nada me considero una persona observadora, no obstante, esa observación, en este caso, fue como un arma de doble filo que apuñaló mi corazón.
¿Por qué?
En mi mente siempre estabas presente, me robaste el aliento, todavía lo haces. He pasado horas sentada, mirando a la nada, tratando de no olvidarte y al mismo tiempo, sacarte de mi mente. Estoy cansada de pensar en ti, siento que es tiempo perdido, pensamientos en vano y una absurdidad total considerando que no nos conocimos.
Haces que mi corazón duela.
¿Por qué tenía que verte?
Mis ojos se trabaron en ti desde el primer instante. Al igual que yo, llevabas los audífonos puestos, te sentaste en medio de desconocidos y tu mirada estaba centrada en el celular. Esa imagen está grabada en mi mente, junto con la torpeza que cometí al instante siguiente, no sé si te percataste, pero tropecé y varios voltearon a mirarme.
En ese momento quería huir.
Pero te di una mirada de reojo mientras me sentaba en silencio.
Brillantes ojos amables y una adorable sonrisa infantil.
No quiero describirte a gran detalle puesto que cabe la remota posibilidad de que algún día leas estas palabras y que, por alguna razón, te sientas aludido, pues sí, estoy hablando de ti, desconocido conocido.
Sé tu nombre, quién sabe si tu sabes el mío.
No podía creerlo.
A mí, de entre todas las vidas.
A mí, que soy más indiferencia que persona.
A mí, me arrancaste el corazón y ni siquiera habías notado que estaba embelesada contigo.
O eso creo yo.
Nunca cruzamos más que un par de formalidades, no recuerdo el sonido de tu voz; tengo un vago recuerdo de la ropa que usabas, de la forma en que caminabas, de la gorra que casi siempre llevabas, de tus converse negros que nunca faltaban y de tu orgullo sobre lo que te gustaba.
No temías expresarlo ante el mundo, rompías el molde, no te excedías y no te molestaba hablar sobre ti mismo, incluso una vez callaste a los demás cuando insinuaron algo simplemente por lo que solías hacer.
Admiro eso de ti, mientras tanto, yo callaba, sonreía en silencio y apartaba la mirada.
Quisiera saber que pensabas de mí.
Solo una afortunada vez te sentaste junto a mí, estabas a mi lado y fui incapaz de hablarte. No era capaz de mirarte, así que fingí indiferencia, como si no hubiera notado tu presencia, parecías tan lejano. Por aquellos días, mi timidez me impidió expresarme, no sabes cuánto deseaba hablarte y jamás comprendí por qué tu no me hablaste tampoco ¿Eras igual de temeroso?
O quizá no tenías nada para decir.
O simplemente no reconocías mi presencia.
Aunque me tenías plenamente consciente de mi misma: mi corazón latía rápido, retorcía mis manos con nerviosismo y procuraba mirar en la dirección contraria. ¿No lo notaste?
¿Por qué?
Debí haber tenido el coraje para hablarte.
Era tan simple.
Hoy en día, me he cruzado un par de veces contigo, quizá el destino ha puesto un poco de suerte en mi camino; desde entonces, me siento como una acosadora, siempre pendiente desde la distancia a la espera de que te percates de mi presencia.
Te veo.
Tu mano enlazada con otra, tu infantil sonrisa dedicada a otra, tu mirada centrada en alguien más.
¿Por qué siento envidia y celos?
¿Acaso fuiste algo para mí?
Jamás.
Por lo menos, no formalmente, puesto que lastimosamente, en mi historia, fuiste mi primer y no correspondido amor.
Y todavía te guardo aprecio.
Aunque en tu historia, quizá simplemente fui un alma más que se cruzó en tu camino.
Ni siquiera una oración en tu obra.
A ti, dedico estas palabras.
Marzo 3 del 2018.
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