Capítulo 1: Oscuridad.

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-¿Y ahora que hacemos? -le preguntó Kingo a Ajak después de salvar a los aldeanos que estaban apunto de ser masacrados por los desviantes.

-Hay que volver al Domo -contestó Ajak.

-¿No debemos ganar la confianza de los humanos?

-Así es, pero primero es el descanso. Estoy segura que lo entenderán.

-En realidad no estoy cansado... -comenzó a decir Kingo con una mueca graciosa, pero rápidamente fue interrumpido por Ikaris.

-Así será, Ajak.

Dithea rodó los ojos mientas se limaba las uñas. Sus ojos dorados se enfocaron en la uña rota que se había ganado gracias a la lucha, había logrado enviar a tres desviantes al mundo de las sombras, dónde serían devorados por los carroñeros.

-¿Vieron lo qué hizo Dithea? ¿Fue asombroso! -exclamó Kingo con gran emoción- ¡Envió a los desviantes hacia...! -Hizo una pausa buscando la palabra correcta.

Dithea suspiró mientras desaparecía la lima de uñas con un ademán de sus manos.

-¿...el Inframundo? -completó con semblante aburrido. No era la gran cosa.

-¡Exacto! ¿Lo vieron bien? ¡Es igual de fabulosa que yo!

Dithea notó la sonrisa de Ajak mientras seguía sentada en la enorme roca que le servía de asiento.

-Tu no puedes hacer nada de eso, Kingo -Se burló Druig-. Dithea es mucho más poderosa que tú.

Kingo frunció el ceño.

-No dije que fuera igual que yo. Solo reconocí su talento -Parecía ofendido.

-Debieron ver su puño -dijo Gilgamesh con los brazos cruzados-. Nunca había visto semejante manejo de poder.

-Fue bueno -Se limitó a decir Thena; tan seria como desde el minuto uno en que la conoció-. No estuvo mal.

-Gracias -Dithea se encogió de hombros-. No fue gran cosa.

-Hiciste un giro de 360° sin siquiera esforzarte -Relató Phastos-. Fue más que un ataque. Rompiste el récord de agilidad en todo Olimpia.

Abrió la boca sorprendida.

-¿En serio? -preguntó asombrada- ¿Rompí el récord de agilidad? ¿Eso es posible?

-Ya lo ha dicho -dijo Druig.

Dithea lo miró molesta.

De repente, una sombra grande y muy ancha se colocó detrás de Dithea. Sintió un par de manos apretar sus hombros. Se tensó instintivamente: No estaba acostumbrada al contacto físico.

-Es hora de descansar -dijo Ikaris, repitiendo lo dicho por Ajak-. Es momento de volver al domo.

-Ikaris tiene razón -dijo Ajak-. Vuelvan. Más tarde vendremos a conocer la cultura humana.

Dithea se alejó del par de manos ajenas y buscó un sitio en el círculo que habían formado los Eternos, pero todos tenían sus propios espacios y ya no quedaba ningún lugar.

Notó, de reojo, como es que Ikaris hacía un espacio a su lado.

Dithea se preguntó si aquello era normal de él; ser tan amable. Esperaba que sí, porque no estaba interesada en algún romance. No en una misión tan clara y complicada como lo era proteger la Terra; debía centrarse en su trabajo. No en un hombre que la haría descuidar sus obligaciones.

-Pueden irse. Vuelvan en una hora.

A diferencia de otras especies, los eternos tenían la habilidad de regenerarse en cuestión de minutos. Era un complejo y duro trabajo que solo los mejores podían lograr.

Dithea era uno de esos.

Todos se marcharon por su lado. Seguros de que nadie podría regenerarse tan rápido como el otro. Seguros de que eran mejores entre sí y que sus poderes tal vez no eran el mismo; por lo que tenían algo especial en sí mismos.

Un montón de ilusos. Nadie era mejor que nadie. Todos eran hermanos, nacidos del fuego Celestial de su planeta. Estaban hechos para combatir y proteger... para ser héroes.

Siempre fue un héroe, a pesar de que la oscuridad muchas veces la hizo dudar de sus acciones.

El poder que la caracterizaba era complicado. No solo se trataba del deseo y la manipulación visual. Su característica más notoria residía en la energía cósmica que controlaba desde que era una niña; la oscuridad. Porque, ¿qué tan lejano era el deseo, la seducción y la blasfemia, de la oscuridad?

Iban tomados de la mano. Enredados entre sí como un montón de órganos internos que se complementan. Un círculo vicioso que encierra a la víctima en un bucle lleno de deseo y desesperanza.

Dithea era todo eso. Era el claro aspecto de lo que debería ser la oscuridad en carne propia.

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Atte.

Nix Snow.

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