08 ━━━ Into eternity.
━━━ ❛ FIMBULVETR VIII ❜ ━━━
⠀⠀⠀⠀⠀⠀La lluvia empieza a caerme encima cuando mis manos tocan el borde del balcón. Ya no hay más espacio.
Inevitablemente echo una mirada hacia abajo y trago saliva. Si tuviera mi tiara sería una delicia saltar desde aquí, pero sin mis poderes seguro que termina siendo algo mortal. Incluso aunque pudiera aterrizar sobre uno de los techos, lo más cercano que tengo es la cascada.
Ahora que lo pienso, morir ahogada no es una mala idea en absoluto.
—Crystal, por favor, no lo hagas más difícil... —farfulla Ezio, aún plantado en la entrada del balcón. Por algún motivo no ha avanzado más, pero no logro comprender cuál es.
Lo miro fijamente a través de la lluvia.
—No hagas esto —le pido, con un ligero temblor en mi voz—. Siempre fuiste una bestia pero no eres... algo como eso. Por favor, Ezio, incluso tú eres mejor que esto... No lo hagas.
Ezio sacude la cabeza frenéticamente y cierra los ojos, como si mis palabras hicieran corto circuito en su cabeza. Lo observo rechinar los dientes, apretar los puños y dar cabezazos como si algo le doliera.
—Yo no quería hacerte daño, Crystal —sorbe por la nariz, y acompañado a eso viene un sonido de dolor. Ezio está lloriqueando—. Madre me dijo que si lo hacía entonces yo viviría. Pero no quería hacerte daño.
Oh. Mi cerebro trabaja a una velocidad descomunal tratando de juntar sus palabras en un rompecabezas recién empezado a armar.
La lluvia me nubla mucho la vista pero estoy casi segura de que lo he visto sollozar. Bajo el agua es imposible decir si acaso hay lágrimas cayendo de su rostro, pero estoy segura de lo que he escuchado. Se pone ambas manos en el rostro y empieza a sacudir la cabeza con frenesí, como si tratara de sacarse algo de encima.
Entonces es cuando me doy cuenta de algo; de que la bestia está vacilando e incluso pongo en tela de juicio su cordura.
—No me hagas daño si no quieres hacerlo —me aprovecho de su repentina indecisión y empiezo a jugar con sus propias palabras. Mientras que él se muestre así, supongo que puedo ganar más tiempo—. Puedes hacerlo mejor, Ezio. No siempre tienes que hacer la cosa terrible, hay maneras de sobrevivir sin tener que dañar a alguien.
—¡No la hay! —lloriquea—. No quiero morir... no quiero morir... pero no quiero hacerte más daño, ya no más. Le dije a madre que eso no era bueno, que yo podía ganar tu corazón por mí mismo, pero ella respondió que sólo querías a Thor. Eso me dolía. Yo quería ser bueno contigo y hacerte feliz, como cuando éramos niños.
—Entonces no hagas esto —le pido, en un susurro.
Es la primera vez que lo veo resquebrajado de esta manera, y hay algo que no acaba de llegarme por completo. ¿Por qué sus ojos, que normalmente son azules, ahora mismo están marrones? ¿A dónde se ha ido la apariencia fuerte y petulante que lo caracteriza? Una descabellada idea me cruza la mente. ¿Es posible que su madre también tenga algo que ver en esto?
Me aferro ansiosamente al barandal detrás de mí, siendo empapada cada vez más.
—No me gusta cuando madre hace esto —repone él en voz baja, refregándose los ojos, ya sea por el agua de la lluvia o por las lágrimas silenciosas que no soy capaz de identificar—: No me gusta ser agresivo contigo. No me gusta sentirme así después de que te pongo una mano encima. Pero cuando ella hace eso no puedo evitarlo, y después me siento terrible y...
Rezo para que este estado de humor fluctuante no deje de funcionar. Esto ha sido suficiente para mantenerlo helado en su sitio por un momento prolongado. Me pongo rígida y aspiro muy hondo.
—No tienes por qué continuar sintiéndote así. No hagas lo que tu madre te dice, puedes hacerlo mejor, Ezio.
El interpelado se distrae con el sonido de mi jadeo, ese que sale detrás de las palabras. Sus ojos oscuros ahora se alzan hacia mi rostro y me miran fijamente durante un minuto. De una forma muy extraña e inusual, en sus facciones se mezclan la sorpresa, la incredulidad y el dolor. Forman una máscara dura sobre su cara y le dan un poco de sentido a sus ojos que usualmente suelen ser vacíos.
Ezio resolla.
—Madre jugó con mi mente de nuevo, y no sabes cómo lo siento, Crystal. Te juro, por lo más sagrado que pueda existir, que yo nunca quise hacerte daño. No quiero hacerlo más.
—¿Por qué me estás diciendo esto ahora, Ezio? ¿Por qué no antes? —le pregunto, con el ceño fruncido y las manos firmemente sobre la baranda.
Una sonrisa triste se abre paso por su rostro, como si no lo hubiera podido evitar.
—Es por la lluvia. El agua borra lo que madre pone en mi cabeza —musita, con la voz suave—. El agua me saca del sistema todo lo malo que me han inculcado hacia ti, y trae de vuelta el amor que te tengo.
Súbitamente, algo hace click en mi cabeza, pero me toma un instante asimilarlo, asumirlo, y dejarlo asentado de forma definitiva.
Eso es. Esa es la diferencia que había notado al inicio. Por eso no avanza más. Por eso se ha quedado de pie en la entrada mientras la lluvia lo baña por completo, por eso hay tanta contradicción en sus palabras y en sus acciones. Algo está revolviéndose en su interior, está siendo aprisionado por lo que sea que su madre le haga y lo que realmente quiere hacer.
Necesito muy pocos segundos para acordarme de respirar.
—¿Cómo sé que no estás mintiendo?
—Ya no quiero hacer esto más. Si alguno de los debe vivir, esa tienes que ser tú. No quiero una vida sabiendo que la tengo a cuesta de tu sufrimiento —murmura, y sacude la cabeza en un movimiento que resulta doloroso de ver—. Te amo, Crystal. Siempre le dije a madre que te dejara en libertad, que mi vida no valía el esfuerzo. Incluso aunque siempre supe que tu corazón pertenecía a Thor, él es quien te hace feliz. Y a mí eso me basta. Ojalá hubiera podido ser más fuerte que Layland, ojalá hubiera podido protegerte y no condenarte de esta manera.
Siento como si me han sacado el aire de golpe, o como si me han dado una patada en las costillas con demasiada furia. Tengo que cerrar los ojos un segundo para no dejarme caer de espaldas por el balcón, pero todo me resulta tan difícil de asimilar. Estoy tan confundida que no soy capaz de aceptar lo que me está contando.
Tomo aire para no perder el hilo de la conversación.
—¿Qué te hizo tu madre, Ezio? —inquiero, sacudiendo la cabeza. Algo empieza a dolerme en el pecho... me duele el corazón.
El castaño echa un vistazo al cielo, como si estuviera buscando ayuda o un poco de consuelo. Le toma varios segundos encontrar la vía para mirarme de nuevo.
—Dice que la única manera de salvarme es sacrificándote a ti, pero eso no es cierto. Si ella hubiera sido más sensata, si hubiera tenido un poco de corazón, no habría sido capaz de arrancarle la vida a alguien que no tiene la culpa. Ni siquiera por mí... —sorbe por la nariz—. Lo que usa para quitarte recuerdos también lo usa para meterse a mi mente y hacerme sentir furioso contigo. ¿Pero sabes algo? Yo nunca estuve furioso contigo por voluntad propia. Sabía que no me amabas... pero también sabía que tenías a alguien que te amaba y que tú lo amabas. Si tú eras feliz, ¿cómo podría molestarme por eso?
» No te mereces nada de lo que mi madre te hizo. Y en parte es mi culpa porque nunca fui lo suficientemente fuerte para ayudarte y plantarme frente a ella para defenderte. No quiero que sigas pagando con tu vida por la mía, Crystal. Este es el final del camino en el que mi madre nos puso. Yo quiero que tú vivas. Yo quiero que tú seas feliz... porque sólo así voy a encontrar un poco de paz conmigo mismo. Incluso aunque no la merezco después de todo.
No puedo creer que todo lo que me está diciendo sea cierto. No puedo creer que Layland haya sido capaz de jugar de esa manera con su propio hijo. Incluso aunque lo haya hecho bajo la excusa de quererlo salvar, también lo ha manipulado y ha hecho de su mente un revoltillo del que está pagando las consecuencias.
Me llevo ambas manos a la boca, ahogando el sollozo agudo que se escapa de mis labios. Hay algo en todo esto que me duele y me hace sentir mal. Hay algo que despierta una nota de empatía en mi corazón, haciéndome sentir mal por todo el sufrimiento que veo en su rostro.
Con mucha dificultad me las arreglo para responder.
—Aún puedes hacer las cosas bien, lo sabes —le recuerdo, en voz baja. Él asiente, aún con expresión sombría.
—Es lo que quiero hacer, lo que voy a hacer. No puedo seguir dejando que madre haga más daño, a nadie. No me gusta en lo que me convirtió, lo que me obligó a ser. No me gusta sentir que algo oscuro crece en mí cada vez que se mete en mi cabeza —lloriquea—. Déjame ayudarte a salir de aquí, Crystal.
—Yo...
Una explosión colosal se cuela por debajo de mis pies y estoy a punto de irme de cabeza cuando Ezio me sostiene antes de que pase. La barrera que cubre Oquaheim ha empezado a ser bombardeada por algo. Escucho el sonido de las tropas del planeta gritar y ponerse en posición de batalla, cuando por los laterales están atacando hacia el interior.
No sé de qué demonios vendrá eso, pero dudo que esa barrera resista otro golpe de esa magnitud.
Ambos caemos de pie en el suelo, en medio de todo el desastre. Me vuelvo a verlo y él tiene los ojos abiertos como platos.
—¿Qué demonios está pasando? ¿Es Althea quién está atacando?
—No. Es mi madre —Ezio traga saliva—. Quiere propiciar una ataque para después culpar a Thor. Planeó enviarnos a ambos con alguien a quien le vendió información de las hijas de Althea, en algún lugar del cosmos.
Lo miro horrorizada.
—¡Van a morir miles si sigue atacando!
—Quiere volar algo usando la llamarada infernal con la espada de Althea —me confiesa, con una mueca de dolor en su rostro—. La única manera de evitar eso es que uses tu tiara, Crystal.
Abro los ojos de golpe a causa de la sorpresa. La perspectiva me hace sentir eufórica por el principal motivo de que recuperaré lo que me pertenece, pero también...
—Eso te matará —le recuerdo, con voz queda.
Ezio me sonríe en ese momento.
—Pero te salvará a ti, y a mi planeta. Me ayudará a encontrar paz.
Las luchas se desarrollan demasiado cerca a nosotros. La barrera sobre nuestras cabezas ha comenzado a chispear y eso ha ocasionado que las personas empiecen a correr despavoridas en busca de un refugio. La barrera se va a romper, se va a caer hasta el suelo, y su estallido hará que muchas cosas exploten. Todo se va a incendiar y miles de personas van a morir por ese hecho.
Ezio me está mirando a la espera de una respuesta, pero no hay demasiado tiempo tampoco. En sus ojos veo la desesperación y el pánico que le causa esto, y eso me hace tragar saliva. Los gritos a nuestro alrededor se intensifican y los disparos cada vez se hacen más fuertes, más concisos, más frecuentes. Los aullidos de batalla de las tropas se cuelan con los gritos de ayuda, y quedan reducidos a polvo con el de la batalla. ¿Qué tan mal de la cabeza tiene que estar Layland para sacrificar a tanta gente con tal de no perder?
Un latigazo de adrenalina me atraviesa como un chorro eléctrico y no soy capaz de ignorarlo. Tengo una decisión que tomar.
—No eres una damisela en apuros, siempre tuviste razón —me dice Ezio, con voz suave—. Siempre has sido fuerte, incluso con todo lo que te quitamos. Siempre has sido valiente. Esta vez no es diferente, Crystal. Sólo tienes que ir a buscar lo que te pertenece, y ser la mujer fuerte que yo sé que eres. Que Thor sabe que eres. Tú no nos necesitas a ninguno, pero esta vez nosotros te necesitamos a ti.
No sé cómo soy capaz de escuchar ese pequeño golpeteo que hace el corazón de Ezio al latir. No entiendo cómo es que suena incluso por encima de mis propios latidos. Pero lo estoy escuchando, y en el momento en el que le echo un vistazo al desastre a mi alrededor, no tengo que pensarlo más.
—¿Dónde está mi tiara? —le pregunto.
—En el fondo de la cascada —contesta—. No tienes tus poderes así que debes tener cuidado, es probable que la presión del agua te mate en minutos.
La lluvia empieza a caer con mucha más fuerza que antes, pero esta vez no viene sola.
Un trueno colosal retumba por todo el lugar, y el significado detrás del mismo me hace estremecer. Hay un destello de color dorado que golpea la barrera, pero no la quiebra como espero, sino que abre un espacio justo para que alguien pase. El destello no viene sólo, pues está acompañado de dos muchachas de piel morena y cabello oscuro, además de Sif. La mujer del destello es Althea, la Diosa de las Almas, las dos chicas que la acompañan son parte de sus guerreras y mi antigua amiga sólo es muestra de que ellos volvieron.
Y a pocos metros de nosotros y bajo la lluvia torrencial, Thor clava su mirada en la mía.
Su armadura ya no es la misma. No es la de brazos cubiertos y color dorado, sino que se la ha cambiado por una de tonos más marrones y brazos descubiertos. La capa roja sigue en su sitio, y el pelo rubio aún le cae sobre la cara. En esencia, sólo han pasado horas desde la última vez que lo vi. Pero en mi corazón se sienten como años. Se siente como si hubieran transcurrido mil muertes enteras desde ese momento. Por un instante se me olvida el desastre en el que estamos parados, la atrocidad que está sucediendo y todo lo que pasará a continuación. En ese corto segundo sólo soy capaz de mirarle las facciones y concentrarme en eso, memorizándolas con cuidado porque no las quiero olvidar. Ya no quiero olvidarlo. No quiero olvidar esos preciosos ojos azules y ese rostro que me turba, no quiero hacerlo, no me puedo permitir hacerlo. La latente posibilidad de un pasado más profundo del que pensaba me golpea la cara, y es el segundo latigazo de adrenalina que siento ese día. El primero es el que me obliga a lanzarme al fondo de la cascada.
Aunque sólo transcurrió un segundo muy lento, es suficiente. O al menos lo es hasta que él gira el martillo alrededor de sus dedos y sale volando en mi dirección. Más pronto de lo que soy capaz de advertir lo tengo frente a mí, y me empuja ligeramente hacia atrás cuando toma a Ezio del cuello.
Por pura costumbre no hago nada y sonrio ante ese hecho.
—¡Te lo advertí una vez y no quisiste escucharme! —gruñe Thor, apretando los dedos alrededor del cuello del castaño—. Esta vez no voy a tener piedad, y vas a sentir toda la ira del poderoso Thor.
El rostro de Ezio empieza a tornarse azul por la falta de aire y empieza a patalear...
... y entonces lo recuerdo.
—¡No, no, suéltalo y bájalo! —chillo, dando una zancada hacia adelante. Le pongo las manos en el pecho y le doy un leve empujón.
Thor me mira sin dar crédito a lo que le estoy diciendo.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando, Crystal?
—Por favor, bájalo —le pido de nuevo—. Intenta ayudarnos. Layland es el verdadero problema.
Los ojos del rubio se ven muy inseguros cuando empieza a refunfuñar un montón de cosas ininteligibles para mí. Me hace un mohín de disgusto.
—Thor, por favor.
Resopla y tuerce los ojos, pero suelta a Ezio contra el pavimento. Con mucha fuerza.
—Bien —masculla—. Pero no me arrepiento de nada.
Le sonrio con desgana.
—Gracias.
—¿Tú te encuentras bien? —me pregunta, dando un paso hacia adelante. Suelta el martillo y me toma de las mejillas para chequear mi rostro, luego hace lo mismo con mis brazos y me mira entera—. Estaba muriendo de preocupación, pero Althea quería tener un plan antes de atacar. Ella nos sacó, dijo que no te pasaría nada pero yo... yo me perdí y quería regresar de inmediato, no quería dejarte sola, sirena... Y luego Althea...
Eso me hace sonreír más. Le tomo la cara con mis manos y acaricio con delicadeza su rostro.
—Hey, estoy bien. No pasa nada. Pero, si hay algo que tenemos que discutir y...
Thor me interrumpe y no puedo seguir hablando.
Porque ha comenzado a besarme... bajo la lluvia.
Al principio sólo atino a quedarme petrificada de pura impresión. Eso me ha pillado con la guardia baja, en ninguna circunstancia esperé que pudiera hacer eso. Por eso me quedó estática, con las manos al aire y los ojos abiertos de sopetón mientras siento que él mueve sus labios sobre los míos. Pero un extraño retortijón en mi estómago me hace sentir nerviosa... y allí es cuando lo dejo pasar. Cierro mis ojos y relajo los músculos que se han tensado, al tiempo que empiezo a mover mis labios lentamente junto con los suyos.
Thor suspira sobre mis labios.
—Te dije que siempre iba a encontrar la manera de regresar a ti —murmura.
Yo frunzo el ceño, sin entenderlo para nada, pero antes de que pueda preguntarle algo al respecto la voz de Althea se cuela por mis ojos.
—Thor, querido, tú pudiste recuperar tus recuerdos pero Crystal aún no lo ha hecho —lo reprende con voz aterciopelada—. ¿Podrías darte el lujo de ser un poco más paciente? Ella no recuerda nada.
El rubio tuerce los ojos de nuevo.
—No la vi quejarse.
Estoy segura de que tengo las orejas calientes, pero no es momento de pensar en eso. Trato de acompasar la respiración, pues ese beso me ha alterado el ritmo cardíaco.
—Althea —la llamo, soltando el aire por la boca. Ella se vuelve a verme sonriente. Por Odín, había olvidado lo apabullante que era estar frente a ella, que era la personificación de la divinidad. Sus grandes ojos de color topacio me miran a la espera de que continúe así que me aclaro la garganta—: Layland tiene tu espada. La va a usar para volar Oquaheim, Ezio dice que vendió información acerca de tus hijas a alguien.
La expresión de la rubia no se altera, pero por la manera en la que toma aire, me da la impresión de que ya sabe a quién le han vendido la información y no está contenta por ese hecho.
Ezio se pone de pie y se toma el cuello mientras hace una mueca de dolor.
—Lo único que puede apagar la explosión es el agua que rodea el planeta, así que Crystal tiene que recuperar su tiara —agrega, en medio de una tos gutural.
—No confío en ti ni un poquito, pero sigue hablando —lo incita Thor, con los ojos entrecerrados.
—La tiara está en el fondo de la cascada, pero también tenemos que detener a mi madre antes de que cometa una locura. Las tropas están bajo sus órdenes así que será otro problema; todo el ejército de Oquaheim está luchando —termina Ezio.
—Yo me encargo de Layland —Althea suspira—. Me robó y me engañó, así que me la debe —y entonces agrega en voz muy baja para ellos, pero para mí que estoy junto a ella sí es entendible—: y nadie se mete con la seguridad de mis hijas.
Hay daños colaterales por todos lados, pienso para mis adentros.
—Yo me voy a lanzar a la cascada para recuperar mi tiara —aviso. Thor me mira no muy convencido de lo que acabo de decir.
—¿Qué tan hondo está? —quiere saber.
—En lo más profundo.
—La presión del agua te va a matar porque no tienes tus poderes —exclama en un hilo de voz—. No hay manera en la que te deje saltar, yo lo haré.
Resollo y muevo la cabeza de un lado a otro lentamente, negando. No tengo mucho tiempo para ponerme a pensar y tampoco recobrarme, así que sólo atino a plantarme con cara de que estoy completamente segura de lo que haré y que no hay nada que temer.
—Thor —le digo, en voz baja—. Es mi deber sagrado recuperar esa tiara y evitar que esto termine peor. Mira a tu alrededor —abro los brazos. La lluvia empieza a caer mucho más fuerte que hasta entonces—, la gente está muriendo por algo que no les corresponde. Puedo hacer algo para evitarlo y lo voy a hacer.
El interpelado me mira demasiado inseguro para ser verdad. Yo comprendo su expresión y su duda, pero mi decisión está tomada. No voy a dar marcha atrás.
—Si ha pasado mucho tiempo y no has salido me lanzo a buscarte —termina diciendo, mientras pasa sus dedos por mi mejilla izquierda.
Yo le sonrío a él, y luego me vuelvo para hacerle frente a Ezio. Y él también se gana una sonrisa de mi parte... porque quizás cuando salga a la superficie, ya no esté con vida.
—Ezio —lo llamo, con un notable temblor en mi voz—. Espero que puedas encontrar la paz que estás buscando, que tu alma no pague por lo que tu madre ha hecho. Gracias por ayudarme al final de todo esto.
Una sonrisa apesadumbrada recorre el rostro del castaño. El labio inferior le tiembla al hacerlo.
—Sé feliz, Crystal. En tu felicidad encontraré mi paz —murmura, y estira una mano hacia al frente.
Vacilo durante un segundo, pero al final termino tomándola. Esta será la última vez que lo toque. La última vez que vea su rostro... y en esta ocasión es diferente. Cuánto no hubiera dado porque en el pasado él hubiera podido terminar muerto y me hubiera dejado en paz. Y aunque este es el momento que tanto ansie por un largo tiempo, no me siento feliz. No me siento satisfecha ni mucho menos realizada o complacida. Todo lo que siento es un dolor lacerante que bailotea en mi pecho con sombrío regocijo.
Ahora que ha llegado y que conozco la verdad, me siento mal por él. Y sólo soy capaz de rezar porque encuentre la paz que está buscando. Porque yo fui una víctima, él también lo fue, y todos formamos parte del maligno juego de su madre.
Una madre que lo arriesgó todo por salvar la vida de su hijo... y ahora ese hijo está sacrificando su vida para salvar la de miles.
Sé que Thor no entiende nada de mis palabras ni mucho menos las de Ezio, y que de seguro está que hierve de confusión, pero no hay momento para ponerme a explicarlo. Le doy un último vistazo al rostro de Ezio y le dedico una última sonrisa leve antes de girarme hacia el rubio que me mira a la espera.
—Tengo que ir —le digo bajita.
Thor asiente, más resignado que de acuerdo.
—Thor, nosotros tenemos que sacar de circulación las naves y los atacantes exteriores —le comunica Ezio.
—Los guerreros están esperando y Sif también, tenemos que llevar a las personas a lugares seguros —contesta el rubio—. Vamos a ponernos en marcha antes de que esto estalle.
Thor me dedica una última mirada antes de tomar Ezio por los pies y salir volando con el martillo. Althea también se desvanece en ese mismo segundo, seguramente en dirección a Layland.
Aspiro profundamente. Yo puedo hacerlo. Y entonces echo a correr en dirección a la cascada.
El agua me suena cada vez más cerca conforme más avanzo. No puedo evitar pensar en la temperatura que debe tener esa cascada, y eso me hace temblar. No puedo acobardarme, no debo acobardarme. Me acerco al borde, manteniendo la mirada firme en el espacio de las rocas al agua profunda. Respiro hondo y contengo el aire dentro de mi pecho.
Cierro los ojos al tiempo que me saco la tela que envuelve mis brazos para quedar más ligera. Alzo el rostro hacia la lluvia y dejo escapar el aire que estaba reteniendo, lanzándome de cabeza hacia la cascada.
Tomo la mayor cantidad de oxígeno posible cuando mi cuerpo atraviesa como una bala las profundas y heladas aguas de la cascada. Me esfuerzo por retenerlo en mi interior mientras me acostumbro a la lejana sensación de estar bajo el agua, abriendo los ojos con dificultad y precaución. Pero cuando el remolino de la cascada me atrapa, es cuando soy consciente del peligro inminente de esta situación. Empieza a embotarme el cuerpo y a tirar de él mientras me hace girar bajo lo helado, con la corriente jalando mi cuerpo de forma hostil, sin dejarme tiempo para razonar o buscar en algún sitio la tiara. El agua que cae de la cascada es demasiado poderosa y fuerte para mi debilidad innatural. Muevo vagamente los brazos a mi alrededor, aún sabiendo que no hay nada de lo que pueda sostenerme.
No hay nada más que mi cuerpo siendo azotado por la presión del agua, que cada vez me empuja más y más al corazón de la cascada. Empiezo a sentir pánico, asustada de perder la reserva de aire que tengo en mis pulmones y fallar estrepitosamente en mi misión. El agua que cae a chorros sobre mí no me deja ver más allá de los puntos blancos refulgentes que me ciegan y me dejan atontada. Ni siquiera sé dónde está la superficie, y mis conocimientos pasados se desvanecen en ese momento de súbito terror. Siento un tirón hacia abajo y siento mi cuerpo hundirse más a fondo. Empiezo a luchar de nuevo contra la presión del agua para liberarme.
Sobre mi visión embotada distingo algo brillante en medio del agua.
Entonces se me ocurre que no tengo por qué luchar. El agua y yo somos uno mismo. No tengo por qué temer a algo que es parte de mí misma, que ha nacido conmigo y que ciertamente me acompañará hasta el final de mis días. No debo rehuirle a la presión del agua, sólo tengo que dejar que me lleve a dónde quiero llegar. Así que relajo los músculos que he tensado y cierro los ojos de nuevo, dejando que mi cuerpo sea arrastrado por esa presión devastadora...
... y no me lleva a ningún sitio, sino que coloca algo sobre mi cabeza.
La tiara llega sola, llamada por el agua misma, y se adhiere a mi cabeza como en los viejos tiempos. Al sitio que nunca debió abandonar. Y al ponerse, no llega sola. Experimento otro extraño tirón en mi cuerpo, pero este viene acompañado de destello plateado cegador. Es cuando la antigua armadura se pone sobre mi cuerpo y ya dejo de necesitar el oxígeno. Ya no necesito el aire, porque estoy hecha para el agua. Y cuando abro los ojos, estoy maravillada, porque la presión ya no está. Ésta se ha detenido con sólo idearlo, el agua ha quedado en calma de nuevo y yo estoy donde pertenezco.
Así que abro los brazos, de la misma manera en la que lo hacía antes de perder mi tiara, y golpeo las palmas juntas para moldear el agua bajo mis órdenes. Y el chorro de agua sale hacia la superficie, llevándome a mí con él.
Lo primero que escucho al estar de nuevo arriba, es el chillido extasiado de Thor.
—¡Y por eso le decimos la sirena, brutos! —grita, golpeando a unos guardias con su martillo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top