04 ━━━ Sword and council.
━━━ ❛ FIMBULVETR IV ❜ ━━━
⠀⠀⠀⠀⠀⠀Una enorme cortada, adornada de un color morado rojizo, se extiende por toda mi mejilla izquierda y me horroriza tan pronto me miro al espejo. Disfrútalo mientras puedas, Ezio, porque te juro que me las vas a pagar todas de la peor manera posible, mascullo en mi fuero interno.
Las festividades han llegado a su fin y gracias a los dioses ya puedo sacarme esos odiosos vestidos de encima. Finalmente soy libre de andar en con mis atuendos regulares, y aunque no es lo más importante de todo, sin duda es bueno conseguir un poco de comodidad en medio de todo este desastre. Salgo de mis aposentos y me dirijo al comedor principal, donde se celebrará un desayuno en honor al hijo de Odín. Jodido rubio embaucador que prácticamente enamoró a Layland y ha conseguido quedarse más tiempo del que debería. Los reyes están encantados con que Thor esté por aquí, según sus propias palabras, «bendiciendo nuestras tierras con su presencia». Y él parece muy a gusto con todo eso, y seguro que todos se dejan engañar por esa sonrisita inocente y sus cálidos ojos azules. Pero yo no.
El único motivo por el que se ha quedado más tiempo es porque me tiene vigilada. Demasiado. Apenas y puedo respirar sin tenerlo encima de mí, y eso me ha traído malos problemas con Ezio, que está muy molesto con los rondeos del rubio. Consecuencia de eso: el corte de mi mejilla. Me lo dio anoche, justo después de la cena y de que Thor insistiera en acompañarme a mis aposentos.
Sin embargo, la vigilancia de Thor no le ha dado muchos frutos. Aún no es capaz de ver más allá de la superficie y seguro que no ha adivinado el oscuro centro de mi relación con Ezio. Y por eso estoy de tan mal humor, porque sólo me está metiendo en más problemas. Comprendo muy bien la frustración que debe sentir al no recordar varias cosas, pero está haciendo muy mal su trabajo de intentar recuperar las memorias. Y me está jodiendo en el proceso. En este instante necesito hablar con Loki, y el desgraciado no se ha aparecido desde que Thor está por aquí, porque obviamente el rubio cree que él está muerto. Y si no aparece pronto seguro que lo va a estar, porque yo lo voy a asesinar.
Hago un rápido reconocimiento a los presentes. La larga mesa de color dorado brillante está situada en el medio del salón, con el rey en la punta más alta y la reina junto a él. Del lado izquierdo está Ezio, con Lander y Lorelai, sus hermanas menores, y del derecho están dos de los tres guerreros y Lady Sif, mientras que en la punta restante están Thor y Fandral, con un asiento vacío en el medio.
—Buenos días, niña linda —me saluda el rey Egan, sonriente, tan pronto atravieso el umbral de la sala—. Por favor, siéntate con tus compatriotas. El hilarante Volstagg nos está contando una historia.
Tomo aire y asiento una sola vez. Ignoro la sórdida mirada que me lanza Ezio tan pronto me siento en medio de Fandral y Thor. Ambos rubios atajan la mirada en el aire, e inmediatamente los siento tensarse a mi lado.
Ya empezamos mal el día.
—... Entonces Thor se lanzó de cabeza al vacío sin el martillo —continuó narrando Volstagg, sin dejar de reír—. Rebotó como una bola por encima de las rocas y luego Sif tuvo que cargarlo hasta la cima, ¡porque él quedó inconsciente!
El comedor entero estalla en risas, pero como no tengo ni idea de qué están hablando, no los acompaño. Tomo un poco de agua para aligerar la repentina presión que se arma en mi garganta.
—¿Cuál es la excusa para el moretón, sirena? —murmura Thor en mi oído, de manera disimulada. Me muerdo el labio para no sonreír. Me ha llamado «sirena», de la misma manera que lo hacía cuando éramos niños. Probablemente se le ha quedado pegado de escuchar a Fandral y a Sif llamarme así.
—Me golpeé con la puerta, no vi al caminar —repongo sin mirarlo.
—Eres una mentirosa terrible.
—Y tú eres un pésimo vigilante.
Lo escucho bufar, pero no me dice más nada. Layland me llama en ese instante.
—¿Cómo va ese moretón, cielo? ¿Ya te han colocado medicina? —quiere saber, en tono consternado—. Le dije a Egan que ese material de bronce era demasiado pesado para las puertas, ¡mira nada más cómo te ha quedado el rostro!
—Ella va a estar bien —repone Ezio, entre dientes.
—No por ti, precisamente —masculla Thor de vuelta.
Reprimo una maldición.
El comedor continúa con la atención fija en las historias de batalla que cuenta Volstagg, así que no hay mucho más en lo que fijarse. Durante varios minutos, no sucede cambio alguno. Empiezo a comer con desgana, sin prestarle mucha atención a lo que pasa a mi alrededor. En su lugar, tengo la mente volando por otro lado.
Hoy es lunes, han pasado cuatro días desde la llegada de Thor, lo que significa que mi boda es el miércoles. Dos días. Sólo hay dos días de separación entre mi condena de muerte y mi súbita libertad. Por eso el palacio está vuelto un caos, por eso Egan ha rogado a Thor para que se quede, por eso Ezio anda de tan mal humor, y por eso yo me siento tan ahogada. Tan desesperada por sentirme más segura. Aún sigo sin noticias de mi madre, y el motivo me enerva por completo. Cada segundo que transcurre el sentimiento de aversión hacia Ezio aumenta hasta lo inverosímil, y ahora que nuestra boda está a la vuelta de la esquina, la presión se ha elevado por los cielos. Y él está consciente de eso. Durante un segundo nos sostenemos la mirada mutuamente, de forma helada. Sus ojos azules y fríos me escrutan con recelo y apatía, pero después se fijan en Thor, que también lo está mirando, por algún motivo que no soy capaz de alcanzar.
Y allí es cuando Egan se aclara la garganta, llamando nuestra atención.
—¿Ya pensaste en mi petición, querido Thor? —le pregunta, acomodándose en su silla.
El rubio a mi lado suelta el aire por la boca.
—Sí, de hecho. Pero no lo sé aún, Egan. La verdad es que Althea es bastante quisquillosa, el desplante que le hizo tu hijo, Ezio, no se le va a olvidar tan fácil. Es una mujer de fuerza y palabra.
Frunzo el ceño, sin entender mucho lo que dice. Sé quién es Althea, la divina diosa olímpica de las almas y reina suprema de Olympia, ese precioso planeta utópico que va tomado de la mano con Asgard gracias a la increíble conexión entre ella y Odín. Cuando niña la conocí, el día que Frigga y Odín nos llevaron y ella me obsequió el brazalete que comparto con Thor y Loki, además de haberme otorgado su bendición. Ella tenía dos hijas, que estaban muertas, o algo así había escuchado decir al Padre de Todo.
Pero no estaba enterada de que Ezio, o Egan, la conocieran.
—Yo no le hice ningún desplante —se defiende el aludido, con la voz más alta de lo que debería—. No necesitamos a Olympia, padre.
—Sí, sí la necesitamos —masculla Egan—. Asgard y Olympia son las potencias, trabajan juntos, y ahora gracias a tu ineptitud la diosa de las almas no quiere nada relacionado con Oquaheim.
Veo una oportunidad y me es imposible no tomarla.
—Oh, futuro esposo, ¿qué hiciste?
Ezio me fulmina con la mirada, pero me regocijo sobre mí misma porque sé que no puede decirme nada malo. Egan y Layland están junto a él, así que la fachada debe seguir. Me he aprovechado de la situación para enterarme de lo que sucede, y está yendo por buen camino.
—Este zoquete ha ido a Olympia para tantear el terreno con Althea y lo único que ha hecho es estropearlo todo —se lamenta Layland, llevándose una mano a la cara, fingiendo dolor—. No sé qué clase de comentarios habrá hecho, pero Althea está soltando vitriolo a diestra y siniestra. Está tan enojada que amenazó con lanzar a Ezio de un precipicio.
—Debió haberlo hecho —susurro de manera casi inaudible.
—No sé de dónde demonios saliste —Egan suelta un suspiro cansado, en dirección a Ezio.
—Crystal escogió al marido equivocado, debió quedarse en Asgard y casarse con un príncipe como Thor —añade la pequeña Lander, con una sonrisota en su ovalado rostro lleno de pecas.
Todos se echan a reír, menos yo. Y Ezio. Oh, bueno, ya se enojó de nuevo. A ver cómo resulta esto luego.
👩🏻🦰 👩🏻🦰 👩🏻🦰
La luna brilla por encima de mi cabeza y su reflejo choca contra el agua de la cascada que está frente a mí.
El día me ha pasado volando, pero también de manera pesada. Si bien Ezio está bastante ocupado con su padre, en un pobre intento de aliviar la situación con Olympia, aún no me siento bien del todo. Con este día llegando a su fin, el tiempo se acaba. Mi boda está más cerca que nunca. Me ha tomado muchísimo tiempo poder acostumbrarme a esas palabras, y ahora que las tengo tan cerca sólo me aterran más que en un principio. Sin embargo, cuando estoy cerca del agua, es como si la sensación de pesadez se desvaneciera de a poco. Ha pasado bastante desde la última vez que he tocado el agua, por razones oscuras, y extraño adentrarme con demasía.
Irónicamente, la diosa del agua no puede entrar a nadar. Ja. Pese a eso, me inclino ligeramente por encima de la roca y mojo la punta de mis dedos con el agua fría. Apenas soy vagamente consciente de que he cerrado mis ojos mientras hago esos movimientos, sintiendo el líquido mojarme la mano. No me importa, de momento, todo el espectáculo que debo protagonizar en tan poco tiempo. Mientras estoy cerca del agua, todo lo malo se va. Y con ella llega mi paz.
Tras unos minutos, abro los ojos nuevamente, y me encuentro con una escena bastante particular. En la cima de una de las rocas más altas, distingo a Thor, y este sostiene algo entre sus manos. Lo mira con tanto anhelo, que me es incapaz quedarme en mi sitio, así que con cautela, me acerco hacia él.
Lo que sostiene en medio de sus grandes manos es un retrato de una doncella, a mi parecer. No consigo detallar más a fondo, pues él se percata de mi presencia y lo quita de mi vista.
—¿Quieres hacerme compañía, sirena? —pregunta, volviendo el rostro hacia mí. Me encojo de hombros.
—Mmmhmm... —pretendo considerarlo, falsamente, pero termino por apoltronarme a su lado en la gran roca. Ambos clavamos la vista en su retrato—. Te ves triste, Thor. ¿Está todo bien?
Él se ríe sin ganas.
—Yo debería preguntarte eso a ti.
—Me lo has preguntado durante días, déjame devolvértelo, al menos por esta noche —musito, con precaución.
Thor asiente, pero no dice nada al instante. Durante un momento todo queda en silencio, con él clavando los ojos en su retrato y yo mirándolo a él. Al final, suspira apesadumbradamente, y luego me pasa eso que le está quitando el aliento. Lo tomo en mis manos y comienzo a detallar a la linda doncella que él observa.
Pelo negro como la noche y ojos azules cual piedra preciosa. Está sonriendo, y parece estar hablando con alguien en el retrato, pues su atención no está centrada. Seguro no estaba enterada de que la estuvieran capturando en ese momento. Viste de negro en su totalidad, y lo más llamativo de ella es un brazalete color plata en forma de serpiente que envuelve su muñeca derecha.
—¿La extrañas? —le pregunto, pasándole el retrato de nuevo. Él se encoje de hombros.
—Por momentos, sí. Es mejor así.
—¿Quién es?
Súbitamente alza la vista hacia el cielo estrellado, y sonríe sin poder evitarlo. Vuelvo los ojos unos segundos después, y me encuentro con los suyos, fijos en mí.
—Una amiga.
—Te ves muy triste por tu amiga, ¿está muerta?
—No —se echó a reír—. Está en Midgard. Sana y salva, espero.
Hay un tono dulzón en la forma como se expresa de ella, y sin embargo continúa siendo triste. Como si le doliera decir que está lejos, o al menos es lo que más puedo alcanzar por encima de todo esto.
—Thor, ¿te encuentras bien? ¿Quieres hablar de algo? —pregunto, dándole un toque ligero en su brazo izquierdo. Él menea la cabeza.
—No ha hablado con nadie de esto.
—Entonces no.
Al rubio se le escapa otra sonrisa triste, pero se nota mucho más animado que antes. Toma una piedra pequeña del montón que está junto a él y la arroja en dirección a las aguas de la cascada.
—Tú y yo estamos conectados —me dice, sonriente—. Ese brazalete en tu muñeca derecha es la prueba viviente de ello. Lo siento aquí —se señala el corazón con un dedo—. No sé por qué no puedo recordarte, pero sé que tenemos historia, Crystal... Y créeme que haré todo lo posible por hacer que los recuerdos vuelvan a mí.
Por puro hábito bajo la vista, sintiendo como empiezan a arderme las orejas. Es extraño, pero me siento cohibida.
—En serio estás haciendo un esfuerzo...
—He visto cosas que no me han gustado aquí —admite—. Que no me gustan para nada. Voy a llegar al fondo de todo, y si tú no te quieres casar...
—Mi boda está fuera de los límites, lo sabes —lo interrumpo.
—Padre no debe de tener idea. No te tendría aquí, obligada. Eso lo sabes tú.
Lo único que puedo hacer es discrepar eso que me está contando, pero no en voz alta. Ruedo los ojos con fastidio.
—Estos temas me dan migraña, honestamente —murmuro—. No seas odioso, cuéntame tu historia con esa doncella. Ya me ha dado curiosidad. ¿Es una historia de amor?
Él niega con la cabeza.
—El corazón de esa doncella, como le dices tú, le pertenece a alguien más.
—Entonces es tu amor platónico. No puedo creer esto... ¡El Dios del Trueno ha sido rechazado!
—Es la primera vez —se queja, dándome un leve empujón que me hace reír con suavidad—. Y en mi defensa tampoco me esforcé... mucho... Bueno, sí me esforcé, pero ya ves...
Me giro para mirarlo y le sonrío burlona.
—Si es un hombre, seguro que es más guapo que tú. Y si es mujer, la entiendo totalmente.
Eso parece causarle mucha gracia, porque se echa a reír con fuerza y me es imposible no hacerlo también. Por un momento, esto se siente tan natural, para nada forzado, y me siento cómoda con eso. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que pude reírme así y que me sentí en paz y cómoda, así que lo disfruto mientras puedo.
Sin embargo, su risa vuelve a tener destellos de tristeza en ella. Y eso me hace sentir un poco mal, porque intuyo que no la está pasando bien, y aunque ahora estemos en medio de una situación tan espantosa, él fue mi amigo durante mucho tiempo.
—Sabes —le digo, girándome hacia él por completo—. A veces la mejor forma de lidiar con la tristeza es hablarla... o golpear algo. Con lo que te sientas más cómodo —le sonrío—. No te sientas mal, Thor, si ella no pudo ver la maravilla que eres de hombre estoy segura de que no era para ti... Y si está con alguien más, significa que es feliz, ¿o no?
Un brillo recorre los ojos del rubio, y me sonríe cortamente, como si mis palabras le agradaran. Él asiente una vez, y entonces estira la mano para sacarme un mechón de pelo que me ha caído sobre la frente.
—A todos nos han roto el corazón una vez —me dice, con la voz aterciopelada.
—A mí no —admito, torciendo el gesto. Pero ese hecho va más porque, en realidad, no he tenido la oportunidad de fijarme lo suficiente en alguien para que me guste. Y dudo tener un corazón que puedan romper, en el ámbito amoroso, al menos.
Thor alza una ceja, perspicaz.
—¿Acaso es Ezio tan buen prometido?
Me callo. Le pongo mala cara y desvío la vista, volviendo a fijarme en la cascada. Me siento mareada, así que apoyó la cabeza sobre mis brazos al ponerlos encima de las rodillas.
—¿Lo ves? —comienza a acariciarme el cabello, en mi espalda—. Siempre tienes la misma reacción. La misma mueca de disgusto y pesadumbre cuando el nombre de Ezio aparece en cualquier conversación. Me dices que soy un mal vigilante, pero soy más suspicaz de lo que crees. Es obvio que no quieres estar con Ezio... Y, honestamente, espero que el motivo no sea el que estoy alcanzando.
—No puedes hacer conclusiones en base a cinco días, cariño —suspiro.
—No lo hago —responde, y entonces me toca el brazo para hacerme girar de nuevo. Cuando quedo frente a él, el toma mi muñeca derecha y la alza para mostrarme el brazalete con dije de serpiente—. Tengo un tremendo problema de memoria, al parecer. Sif, Fandral, Hogun, Volstagg... Todos ellos tienen recuerdos muy lúcidos de ti. Te recuerdan y te guardan enorme cariño por todo lo vivido en su niñez... Y este dije es la prueba irrefutable de que tú tienes incluso más historia conmigo que con ellos.
Me suelta la muñeca, y entonces estira su mano hasta mi mejilla, donde acaricia la zona de la cortada con delicadeza.
—Y entonces te miro el rostro, veo tus ojos verdes... y hay algo que me dice que te saque de aquí. Hay algo que repica en mi cabeza y me dice que te ayude, que te proteja —musita, en voz bajita.
Trago saliva, pues el estómago se me revuelve ante el toque de sus dedos contra mi piel. De pronto, se me hace muy difícil respirar. No aparto mi vista de sus ojos, y él tampoco lo hace.
—Dijiste que éramos amigos... Bueno, los amigos se ayudan, ¿o no?
Lo miro confundida.
—¿En qué vas a ayudarme?
—No te cases, Crystal —me pide, en tono serio.
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