CAPÍTULO 13

—Un abogado y un doctor. —comentó el hombre, sonriendo—. Debes estar orgulloso. 

—Bastante. —Michael asintió, inflando el pecho—. Tristán apenas va a mitad de carrera, pero es de los primeros de su clase. Sé que será un gran cirujano en el futuro. 

El hombre resopló, asombrado. Hacía años que no veía a los hijos de su amigo, y le sorprendió lo mucho que triunfaron en ese tiempo. Sin duda, los Powell estaban destinados al éxito. 

Michael se sirvió un vaso de agua, bebiendo lentamente. Le avergonzaba decir que su hijo había reprobado más cursos de los que llevaba, y esperó que no le hicieran más preguntas. Si Tristán no recuperaba las materias pronto, jamás lograría graduarse de la universidad.

—Pero, no hablemos más de mis hijos, George. —Michael se aclaró la garganta—. ¿Cómo están tus niñas?

—Ellas están bien, pero Janice y yo seguimos buscándoles escuela. —carraspeó—. Después de todos los gastos de la casa y la mudanza, no podemos darnos el lujo de meterlas a una muy costosa. 

—Hay una escuela pública a dos calles de aquí. —Michael señaló, encogiéndose de hombros—. No sé que tan buena sea, pero nunca he escuchado algo malo. 

George negó, bebiendo un poco de agua. Él no iba a rebajar a sus hijas a una educación estatal. 

—Queremos que vayan a una privada. —afirmó, serio—. Estamos buscando algo provisional; solo para este año mientras reorganizamos las cuentas. El próximo año, planeamos inscribirlas a la escuela donde estudiaron tus hijos. 

Michael asintió, prefiriendo no hacer más comentarios. Tristán y Gael estudiaron en la escuela más costosa del estado, y la mayor parte de su sueldo se iba en las mensualidades. Si no fuera porque él ya estaba trabajando como juez, y Rebecca en un estudio de contadores; habrían tenido que buscar otra opción. 

Michael comprendía a su amigo, y aún le sorprendía que le quedara dinero después de haber recuperado la casa. El banco duplicó el precio original del inmueble debido a los intereses; y el costo de las reparaciones fue elevado también. Frances había dejado la casa en pésimas condiciones. 

—Y, ¿cómo vas con el trabajo? —Michael consultó, esperando no incomodarlo—. ¿Encontraron algo?

—Por suerte, recuperé mi empleo en la empresa en que estaba antes. —Sonrió victorioso—. Pero Janice sigue buscando; ella está dispuesta a trabajar de lo que sea.

—Voy a hablar con Rebecca. —Michael ofreció—. Quizás ella pueda ayudarle a conseguir algo. 

George le agradeció, acomodándose en su asiento. Había algo que quería preguntarle a Michael hacía varias semanas, pero no sabía cómo. No quería que las cosas se pusieran tensas entre ellos. 

—Sabes, el otro día vi... —carraspeó, nervioso—. Vi a mi hija. Vi a Amelie. 

Michael sacudió la cabeza, incómodo. Lo último que quería, era hablar de ella. 

—¿Cómo está? —consultó por cortesía. 

—Bastante diferente desde la última vez que la vi. —confesó, riendo bajo—. Amelie es el vivo retrato de Frances. Ella es idéntica a su madre cuando tenía su edad. 

—Y no solo en lo físico. —Michael respondió con una leve molestia—. Tu hija heredó varias de sus costumbres también. 

George bufó bajo, temiendo oír eso. Él sabía de los problemas de alcohol que tenía su exesposa, y recordó todas las veces que la encontró drogándose en el baño de la casa. George se había desentendido de Amelie cuando ella tenía ocho años, y la vio por última vez a los dieciséis. Sin embargo, le afectó enterarse que ella siguió el mismo camino que Frances. 

Durante el juicio, George se debatió sobre si mostrar, o no, las pruebas de la drogadicción de Frances. Aunque él sabía que eso le ayudaría a ganar la casa, comprendió que terminaría perjudicándolo. Si Michael determinaba que ella no era apta para cuidar a Amelie, él habría tenido que asumir la custodia. Y no quería. En ese momento, George buscaba deshacerse de las dos. 

A pesar que su único objetivo era conservar la casa, él comprendió que Frances jamás le daría el divorcio si lo hacía. Después que ella logró desestimar las pruebas de su alcoholismo, George decidió dejar de luchar. Él quería dejar atrás los errores que cometió en el pasado, y comenzar una nueva vida con Janice. Él sentía que merecía una nueva oportunidad. 

George se aclaró la garganta, pensando en la apariencia de Amelie cuando se encontró con ella. Él pudo notar la molestia e incomodidad en su rostro, pero ella estaba mucho más lúcida que Frances en sus mejores días. Le costaba creer que Amelie estuviera metida en alcohol y drogas. 

George meditó un par de segundos, creyendo que Michael podría darle más información sobre ella. Recordó la forma en que Tristán abrazaba y besaba a su hija, e intuyó que algo ocurría entre ellos. Después de todo, Frances también solía acostarse con el primer imbécil que veía. 

—Amy está saliendo con Tristán, ¿no es así? —consultó—. Los dos estaban bastante acaramelados el día que los vi. 

Michael asintió con incomodidad, y resopló. Pensar en aquella relación le causaba migrañas.

—Me vas a disculpar por lo que te voy a decir, pero el año pasado tuvimos muchos problemas por culpa de tu hija. —Él bufó—. Desde un accidente de tránsito, hasta una visita a la comisaría por una pelea callejera. 

—¿Accidente? —George se extrañó, confundido—. ¿De qué accidente estás hablando?

—¿Frances no te contó? —consultó. Su amigo negó—. Hace un año, Tristán quiso llevar a Amelie a una entrevista de trabajo, pero se perdieron a mitad de camino. Nunca supimos cómo, pero terminaron chocando contra un árbol en una carretera lejana. Estuvieron semanas en coma antes de despertar. 

George enmudeció, sin creer lo que escuchaba. Él perdió comunicación con Frances cuando su hija cumplió dieciocho, pero le sorprendió enterarse del accidente. Aunque él no sentía lástima ni tristeza por la noticia, le hubiera gustado saberlo cuando ocurrió. 

George continuó en silencio, resolviendo no hacer más preguntas sobre el accidente. Él todavía no estaba seguro sobre si era buena idea buscar a su hija e intentar compensar el tiempo; o dejar las cosas como estaban. Aunque, él no se sentía listo para conversar con ella. 

—¿Sabes dónde está Amelie ahora? —preguntó finalmente—. ¿Sabes si se fue con Frances?

Michael negó, aun asombrado por lo que iba a decir. Lo que él creyó que era una broma, terminó siendo verdad. 

—Tu hija se fue, pero del país. —Él habló divertido—. Todavía no sé cómo, pero está estudiando en Francia. 

—¿En Francia? —Elevó la voz—. ¿Cómo?

—Ganó una beca para estudiar allá. Tristán dijo que estará cinco años en París. 

George soltó un largo suspiro, contrariado. Se le dificultaba aceptar que Amelie hubiera sido capaz de conseguir algo como eso. Sin embargo, comenzaba a aliviarle saber que no la vería en mucho tiempo. Prefería evitar cualquier encuentro incómodo entre ella y su nueva familia. 

—¿De casualidad sabes qué está estudiando? —preguntó, todavía intrigado. 

—Diseño de modas. 

George rio bajo, más confundido que antes. Su hija había elegido estudiar algo realmente inútil. 

—¿Diseño de modas? —repitió con ironía—. ¿Quién en su sano juicio estudia diseño de modas? 

—Al parecer, tu hija. —Michael carraspeó—. Y mi hijo está convencido de que es la carrera del milenio. Él jura que Amelie se hará millonaria y famosa cortando y cosiendo telas. 

—Siendo sinceros, dudo mucho que ella siquiera consiga trabajo. —George secundó, decepcionado—. Esa ni siquiera es una carrera de verdad.

Michael no respondió, y se levantó en dirección de la cocina. Sirvió dos platos con maní salado, y regresó al comedor. No quería hablar más de Amelie, y esperó que su amigo captase la indirecta. 

George tomó un puñado de maní, nervioso. Él estaba más que seguro que Frances no tenía dinero, y temió que Amelie fuera a buscarlo cuando su supuesta carrera fracase. Él solo esperaba que su hija consiguiera cualquier trabajo al terminar sus estudios. No podría soportar volver a mantenerla y a hacerse cargo de ella. 

George quiso decir algo más, pero el ruido de la puerta lo interrumpió. Giró rápido, viendo a Tristán avanzar a paso firme. Él tenía el ceño fruncido, como si estuviera molesto. 

—¿Qué pasó con el árbol? —preguntó a gritos, plantándose frente a Michael. 

Michael carraspeó, sonrojándose de la vergüenza. No imaginó que su hijo fuese a salir temprano de clases ese día. 

—Tristán, ¿no ves que tenemos visita? —habló entre dientes, molesto—. ¿Dónde quedaron tus modales?

—Hola —él saludó rápido, viendo a su vecino de reojo—. Michael, ¿qué pasó con el maldito árbol que estaba al lado de la casa? —volvió a preguntar, girando hacia su padre. 

Michael respiró profundo, aclarándose la garganta. Aunque quería gritarle, debía mantener las apariencias frente a su amigo. Necesitaba manejar la situación antes que Tristán hiciera un escándalo. 

—Hijo, él es George, nuestro vecino. —Los presentó, serio—. Hoy estuvimos conversando y nos dimos cuenta que...

—No me interesa. —Dominic lo interrumpió, cruzándose de brazos—. Quiero saber qué hicieron con el árbol de Amelie. ¿Por qué ya no está?

George se extrañó, pero prefirió no decir nada. Ese árbol estaba ahí desde antes que su abuela le heredase la casa. No entendió por qué el chico decía que le pertenecía a su hija. 

Michael carraspeó, levantándose de la silla. Estaba harto de que su hijo le falte el respeto. 

—George y yo estuvimos conversando sobre el árbol, y llegamos a la conclusión que ninguno de los dos lo quería. —explicó, viendo a su hijo a los ojos—. Es un gasto enorme tener que podarlo, y, en lo personal, no me gustaba que las ramas llegasen hasta las habitaciones del segundo piso. Cualquier loco podría meterse a la casa escalando por ahí. 

Dominic negó, pasando una mano por su cabello. Él había tenido un pésimo día en la universidad,  y su padre solo lo empeoraba más. 

—Un jardinero vino en la mañana a talarlo, y se llevó todas las raíces. —Michael continuó, relamiendo sus labios—. El próximo lunes vendrá de nuevo a poner un rosal para dividir ambos jardines. 

—¿Cómo pudiste hacer eso? —Dominic gruñó, furioso—. Ninguno de los dos tenía derecho a cortar ese árbol. 

—Ese árbol era un estorbo; era en vano mantenerlo ahí. —Michael elevó la voz—. Además, si tanto quieres un árbol, te compraré un bonsái para que lo pongas en tu cuarto. 

Dominic rio con amargura, apretando los puños. Cada día odiaba más a Michael.  

—El árbol no me interesa; pero a Amelie sí. —Nick bufó—. A ella le importaba mucho, y solía decir que era suyo. —suspiró—. Ese árbol era el único recuerdo de Amy en esta ciudad. 

Michael se cruzó de brazos, conteniendo las ganas de rodar los ojos. La cabeza empezaba a dolerle, y no estaba de humor para soportar una escena. Ya tenía suficiente con haber hablado de Amelie toda la mañana. 

—Si es tan importante para ustedes, pediré que planten uno nuevo. —Michael habló con desinterés—. Aunque, tendrá que ser uno enano esta vez. 

—No es igual, Michael. —Dominic negó, tomando su mochila del suelo—. Váyanse a la mierda los dos. 

Dominic subió a su habitación, azotando la puerta al entrar. Lanzó su mochila contra la silla del escritorio, sintiendo la ira crecer dentro suyo. Quería golpear algo hasta que la frustración se fuera, pero no tenía nada que pudiera usar. Correr era lo que más lo ayudaba cuando tenía una crisis, pero no quería cruzarse ni con su padre, ni con su vecino. Sabía que no podría contenerse si los volvía a ver. 

En las últimas semanas, los ataques de ira habían aumentado, y él no comprendía por qué. En un inicio, pensó porque había dejado de trotar en las mañanas, y luego creyó que se debía a que había faltado a las últimas tres consultas con la psicóloga. Él odiaba sentirse de esa forma, pero se le dificultaba encontrar el motivo. 

Dominic se sentó en el suelo, respirando lentamente. Se calmó de a pocos, resolviendo no pensar más en el árbol. Recordarlo solo le haría mal, y agachó el rostro. Rosalie no debía enterarse que su árbol ya no estaba. Él no se lo iba a decir. 

Nick bebió un poco del agua que llevaba en la mochila, todavía pensando en su novia. Todavía se le dificultaba tener que referirse a ella con el nombre de Amelie frente a los demás; porque muy pocos comprendían que ahora se llamaba Rosalie. Él respiró de nuevo, notando que su pulso se regularizaba. Ya no estaba tan alterado como antes. 

Dominic se lavó el rostro en su baño, antes de echarse en su cama y vaciar su mochila sobre esta. Hacía un par de días, Gael le dijo algo que lo dejó pensando. Él no podía quitarse las palabras de su hermano de la cabeza. 

Tú no sirves para medicina. —Gael le había mencionado entre risas—. Con lo pleitista que eres, estarías perfecto como abogado. 

Dominic meditó aquella frase por horas, empezando a creer que él podría tener razón. La medicina realmente no le gustaba, y la única motivación que encontró para seguir estudiando, era el sueldo que ganaría al graduarse. Sin embargo, millones de dudas inundaban su mente. 

Faltaba una semana para que termine el ciclo de verano, y la universidad solía hacer una feria de carreras para los jóvenes de secundaria. Dominic aprovechó en pasar por la mayoría de puestos, escuchando de qué se trataba cada profesión. La mayoría de ellas sonaban más divertidas que la que estaba estudiando. 

Nick ordenó los folletos que le dieron, leyéndolos con detenimiento. A pesar que todavía no estaba seguro, comenzaba a considerar la posibilidad de cambiarse de carrera. 


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¡Hola!
Aquí está el capítulo 13 

¿Qué les pareció? ¿Tienen alguna teoría?

La pregunta de hoy es: ¿Qué opinan de George?

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Les mando un abrazote

Nos leemos pronto

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