CAPÍTULO 01
Francia. Finalmente había llegado a Francia.
El avión aterrizó en el aeropuerto Charles de Gaulle, de París; después de demorar más de lo previsto debido a una leve tormenta a mitad de vuelo. Rosalie apenas si la sintió, y pasó gran parte del viaje durmiendo. Después que se asustara por la turbulencia del despegue, decidió ver películas en la tablet que tenía su asiento. Se aburrió cuando iba a empezar la segunda, adormeciéndose debido a la lentitud del vuelo. Esas fueron las once horas más largas de su vida.
Rosalie despertó poco antes de aterrizar, y recibió la comida que la azafata le dio. Cenó con paciencia, esperando llegar ya a su hotel para ir a dormir. Eran más de las once de la noche, y los oídos no dejaban de zumbarle. Volar no era como lo mostraban en las películas.
La joven descendió a través de una pasarela metálica que unía el avión con el aeropuerto, somnolienta. Talló sus ojos buscando aclararse la vista, y bostezó un par de veces. Sostuvo fuertemente su cartera, caminando junto al resto de sus compañeros. A pesar que todos viajaron en asientos separados, ella ya reconocía los rostros de algunos.
Rosie soltó un largo respiro, sorprendida cuando vio el interior del aeropuerto. No podía creer que ya se encontraba allí, y que faltaba muy poco para que empiece a cumplir sus sueños. Ella estaba lista para iniciar una nueva vida.
La encargada de la beca se detuvo en medio del aeropuerto, haciendo una seña con la mano para llamar a los jóvenes. Los escuchó llegar a su lado, pero no levantó la vista de la pantalla de su celular. La demora en el avión acababa de mover todo su itinerario, y necesitaba contactar al resto de empleados que se contrató.
—¡Muy bien jóvenes, bienvenidos a Francia! —Anunció ella finalmente, elevando el rostro—. La movilidad que nos trasladará a la residencia llegará en una hora; así que aprovechen ese tiempo para recorrer el lugar y aclimatarse—. Sonrió—. Además, les recomiendo volver a encender sus teléfonos y actualizar el huso horario para que se terminen de adaptar.
—¿Y nuestros equipajes? —Consultó un joven, levantando la mano.
—Los llevarán directamente a la residencia. No tienen que preocuparse por nada.
Rosalie asintió, sacando el móvil de su cartera. Demoró en volver a encenderlo, sintiendo curiosidad por las palabras de la señora.
—¿A qué se refería con actualizar el huso horario? —Preguntó a una de sus compañeras.
—¿Acaso no lo sabes? —Rosie negó—. Francia está seis horas adelantada. Nuestros relojes marcan las once, pero aquí son las cinco de la mañana.
Rosalie frunció el ceño, confundida. No podían ser las cinco de la mañana; eso no tenía sentido. Ella se acercó hasta una de las ventanas, notando que el cielo continuaba oscuro. De seguro, aquella chica debía estar haciéndole una broma.
Rosie caminó un poco más, viendo la hora en uno de los televisores del lugar. Eran las cinco y cuarenta y cinco de la mañana. Ya estaba amaneciendo.
La joven se sentó en una de las bancas, asimilando lo que ocurría. Jamás creyó que algo como eso podría pasar, y prefirió revisar su celular para distraerse. Varios mensajes, de distintas personas, comenzaron a llegarle. Sin embargo, solo le importaban los de una en particular.
Dominic❤:
Escríbeme apenas llegues.
Quiero saber cómo estás.
Tal vez no te pueda llamar porque las llamadas a larga distancia son carísimas, pero me gustaría saber cómo estuvo tu vuelo.
Rosie esbozó una sonrisa, aclarándose la garganta. Tenía tantas cosas que contarle, que prefirió hacerlo en un audio. Él tampoco iba a creer nada de lo que le diría.
—Dominic, hola— saludó, sonriendo—. Acabo de llegar; el vuelo demoró una hora más por una pequeña tormenta. Me dijeron que debía mantener el teléfono apagado durante el viaje, es por eso que recién leo tus mensajes—. Rio—. Además, algo muy extraño ocurre aquí. Ahora, ya no solo vivimos en países diferentes; sino, en horarios diferentes también. Aquí son las cinco de la mañana.
Rosalie volvió a reír, contándole lo que hizo durante las once horas de vuelo. Ella envió el mensaje cuando terminó de hablar, dándose cuenta que duraba más de dos minutos. Sabía que él no se aburriría de escucharla, y esperaba que le contestase rápido. Rosie adoraba pasar horas hablando por teléfono con él.
—No te creo —Dominic le respondió entre risas en un audio, casi de inmediato—. ¿Cómo van a ser las cinco de la mañana allá?
Rosie imaginó que él diría algo así, y le tomó una foto al televisor.
—Son las cinco de la mañana. Y es extraño— ella acomodó su cabello hacia atrás—. Me muero de sueño porque se supone que ya debería estar durmiendo; y el resto de personas de aquí apenas se está levantando. No sé cuánto tarde en acostumbrarme al nuevo horario.
—Te acostumbrarás— Dominic envió otro mensaje de voz—. Así como yo me acostumbraré a mi nuevo trabajo. Finalmente conseguí un empleo. Inicio el lunes.
—¡Felicitaciones, Nick! —Rosalie exclamó emocionada—. ¿Dónde es?
—Cheryl me llamó. Dijo que su padre estaba buscando gente para su restaurante, y me ofreció el puesto. —carraspeó—. No han contratado a nadie desde que renunciaste.
Rosie esbozó una sonrisa, agradecida con su amiga. Durante la fiesta de despedida, le pidió que ayude a Dominic a encontrar un trabajo. Sus padres lo estaban presionando a conseguir algo para devolverles lo que les debía, y él necesitaba dinero para pagar sus clases de esgrima. Cheryl era la mejor amiga que pudo pedir.
—Muero por verte con tu uniforme de mesero— ella bromeó tras varios minutos—. Prométeme que me enviarás una foto.
—Solo si prometes usarla como fondo de pantalla— rio.
Rosalie sacudió la cabeza, divertida. Dominic siempre la ponía de buen humor, y observó algunas de las fotos que se tomaron juntos. Aunque solo pasaron un par de horas, comenzaba a extrañarlo. No quería imaginar cómo sería pasar aquella segunda noche sin él.
—Lo prometo— contestó, aclarándose la garganta—. Y, ¿qué horario te dieron? —Consultó, buscando no ponerse nostálgica.
—El mismo que a ti. Cinco horas al día, por seis días a la semana— Nick respondió rápido—. No suena tan mal.
—¿Pero no me dijiste que ibas a estudiar? —Ella frunció el ceño? —¿No se te cruzan los horarios?
Rosie sintió su teléfono vibrar, viendo un horario que el chico acababa de enviarle. Leyó los cursos que llevaría, creyendo que estudiar medicina era más complicado de lo que imaginó. Ella ni siquiera sabía qué significaba la palabra fisiología.
—Mis clases son por la mañana, y el trabajo es en la tarde. —Dominic explicó en un audio—. Entrenaré los fines de semana, y así me nivelaré. Necesito estar preparado para las regionales.
—¿No crees que es demasiado? —Ella se preocupó—. No vas a tener tiempo de descansar.
—Sabes que no me gusta quedarme quieto en un solo lugar— Nick rio—. No te preocupes por eso; estaré bien.
Rosie asintió aunque él no la pudiera ver, tranquila. Le gustaba que comience a tomar responsabilidades, y se esfuerce en sus estudios. Meses atrás, Dominic le comentó que quería abandonar un curso porque no le gustaba, y ella se enojó, tratando de convencerlo de lo contrario. Él era muy inteligente, pero necesitaba tomar su futuro más en serio. Nick la impulsó a estudiar; pero Rosalie no se sentiría bien consigo misma si él no terminaba la carrera.
La joven sintió su teléfono vibrar otra vez, notando que el chico envió dos mensajes más. Uno era una foto del exterior de su casa, y el otro, una nota de voz de más de un minuto. Ella acercó el móvil a su oído, reproduciéndolo.
—Rosie, acabo de asomarme por la ventana del cuarto de mi hermano, y es raro ya no ver la luz de tu habitación encendida; ni estar a cinco minutos de distancia. —suspiró—. No creí que fuera tan difícil, pero saber que ya no vives en la casa de al lado me está comiendo vivo. Debí haberme quedado a dormir contigo ayer. No sé cómo voy a soportar estos cinco años lejos de ti; sin salir contigo a diario, ni tomarte fotos cuando no te das cuenta. —rio—. Te extraño.
Rosalie lamió sus labios, sintiendo un nudo en la garganta. Las ganas de llorar regresaron, y no tenía idea de cómo responder. Observó una pareja besarse a lo lejos, dándose cuenta que las lágrimas empezaban a caer. Cuando ambos decidieron volver a ser amigos, esa misma mañana antes que ella abordase el avión, creyó que todo sería diferente; más fácil. Rosie imaginaba que terminar no le dolería si ya no lo veía más, pero se equivocó. No tener a Dominic cerca le quemaba peor que cualquier otra cosa.
—Yo también te extraño, pero recuerda que hacemos esto por el bien de los dos. —respondió con la voz entrecortada—. Ambos decidimos poner primero nuestros estudios, y te juro que valdrá la pena cuando nos volvamos a ver. —susurró—. Dentro de poco tendremos la vida que queremos, y seremos felices juntos. Algún día nos reiremos de todo lo que estamos llorando hoy.
Rosie envió el mensaje, sorbiendo por la nariz. Sacó un pañuelo desechable de su cartera, y se limpió el rostro. No quería que sus compañeros noten que estuvo llorando.
—Aunque no me guste la carrera, te juro que la voy a terminar por ti. —Dominic contestó, pasando saliva con dificultad—. Espero que estos cinco años pasen rápido; ya quiero verte convertida en una diseñadora famosa.
—Y tú serás el mejor esgrimista a nivel mundial —Rosie esbozó una sonrisa, tratando de relajarse.
—No olvides que te amo. —Dominic musitó a modo de despedida—. Mañana tengo entrenamiento. Hablamos luego; y diviértete mucho en Francia—. Comentó con verdadera emoción.
—Yo también te amo —ella suspiró—. Descansa.
Rosalie guardó su teléfono, deseando tener una botella de agua. Le ardía la garganta, y tosió un poco, de forma disimulada. Rosie aprovechó el silencio para pensar en muchas cosas, empezando por su madre. Todo era su culpa. Si ella no la hubiera maltratado, jamás habría considerado irse del país. Si su madre la hubiese defendido el día que trataron de abusar de ella, en lugar de darle la razón a su agresor, las cosas serían diferentes.
«¿Por qué tuviste que ser tan mala conmigo? —pensó con pena—. ¿Por qué me obligaste a huir?»
Rosie frotó sus ojos, prefiriendo no recordar más cosas tristes. Le consolaba saber que no la volvería a ver, ni escuchar sus insultos a diario. Frances era una mujer demasiado inestable, y Rosalie decidió alejarse de ella antes que le hiciera más daño. No permitiría que nadie frustrara sus sueños. Ya no.
—Quiero ir a cambiar dinero —una voz femenina habló tras suyo, sacándola de sus pensamientos—. ¿Me acompañas?
Ella giró, viendo a la chica con quien estuvo conversando minutos atrás. Rosie asintió, levantándose de la banca.
—¿Cambiar dinero? —Consultó, confundida—. ¿Por qué?
—Aquí no van a aceptar los dólares que tenemos—. La joven rio, acomodando su cabello hacia atrás—. Necesitamos cambiarlos por euros. ¿O ya cambiaste los tuyos antes de venir?
Rosie negó, aferrándose su bolso con fuerza. Tenía un poco más de mil quinientos dólares en su billetera, después de todo lo que ahorró en sus meses trabajando como mesera. Ella sabía que necesitaría hasta el último centavo, y caminó junto con su compañera. Esa sería la primera vez que cambiaría billetes.
—¡Maldición, está cerrado! —masculló la chica, cruzándose de brazos—. Tendremos que volver más tarde.
—¿Estás segura que es necesario cambiar el dinero? —Rosie preguntó—. Quizás sí acepten los dólares.
La chica volvió a reír, negando con la cabeza.
—Hablas como una niñita— comentó bajo, divertida—. ¿Cómo es que no sabías nada de esto?
Rosalie desvió la mirada, incómoda. No le gustaba que la tratasen como si fuera tonta, ni que intenten burlarse de ella. Ya no dejaría que nadie se aprovechara de su inocencia.
—Hace algunos meses, mi exnovio y yo sufrimos un accidente de tránsito. —Rosie empezó a narrar, molesta—. Estuvimos tres semanas en coma, y mi memoria no quedó bien. Hay cosas que jamás podré recordar. —bufó—. Quizás a ti te parezca gracioso, pero yo volví a nacer después de eso. Muchas cosas son nuevas para mí.
La chica palideció al oírla, avergonzada. No quiso sonar descortés, y tampoco pretendía ofenderla. Ella solía hablar sin pensar muchas veces, y se arrepintió del comentario que hizo.
—Yo no lo sabía. Lamento si te hice sentir mal— se disculpó, viéndola a los ojos—. Mi intención no fue burlarme. Discúlpame, por favor.
Rosie negó, ladeando la cabeza. No tenía ánimos para eso.
—No te preocupes. No es algo de lo que me guste hablar.
—¿Quieres ir por un café para pasar este rato incómodo? —ella preguntó de golpe—. Yo invito; además, me muero de sueño.
Rosalie asintió, sentándose en una de las bancas del cafetín al que llegaron. La joven le entregó un vaso con café, y unos sobres de azúcar para endulzar. Ella terminó de preparar su bebida, acomodando su bolso en sus piernas. La chica no se veía tan mala.
—¿Cómo te llamas? —Rosie consultó, buscando hablar de cualquier cosa menos el accidente.
—Jolene. A mi mamá le gustaba la canción— ella sonrió—. ¿Y tú?
—Rosalie —se presentó—. Y, ¿cómo decidiste postular a la beca? —Curioseó, siguiendo la conversación.
Jolene dio un sorbo a su café, más aliviada que antes. Le tranquilizaba que ella no se hubiera enojado, y esperaba encontrar una amiga. Debido a su forma de ser, siempre se le complicaba congeniar con los demás.
—Postulé a tres universidades grandes, pero no me aceptaron en ninguna. Así que vi esta beca por internet, y pensé que de algo tenían que servir los cinco años que mi mamá me obligó a estudiar francés—. Explicó entre bromas—. No gané al inicio, pero uno de los diez rechazó la beca, así que me llamaron a mí. Yo quedé en onceavo lugar.
Rosie se sorprendió con sus palabras, asombrada. En un primer momento, creyó que todos los que estudiarían con ella amaban el diseño, y no que estaban ahí solo por casualidad. Sin embargo, evitó hacer más preguntas sobre su pasado. Quizás, Jolene también tenía problemas en casa, y esa beca era la única forma de alejarse de ahí.
El grito de la encargada las alertó, dirigiéndose hacia ella. Una van los esperaba afuera del aeropuerto, lista para llevarlos a la residencia. El viaje fue más corto de lo que Rosalie creyó, y disfrutó ver las calles adoquinadas de París. La ciudad era más bonita de lo que mostraban las fotos.
El lugar en que vivirían era una casa grande, de cinco pisos de alto. Estaba pintada de blanco, y tenía un pequeño jardín en la parte de delantera. La encargada les indicó que subieran al tercer piso, vigilando que ninguno de los becarios se separara del grupo. Necesitaba explicarles cómo sería su estadía antes de dejarlos descansar.
—Jóvenes, este será su hogar por los próximos seis meses— ella empezó a explicar, elevando la voz—. Ya se ha hecho un contrato de arrendamiento para cada uno de ustedes, que deberán renovar en junio del próximo año. De igual forma, estas tres semanas que nos quedan de diciembre ya han sido abonadas. A partir de enero del próximo año, ustedes serán los encargados de pagar su alojamiento.
—¿Cómo haremos con el dinero? —Consultó Jolene, levantando la mano—. ¿Nos darán cheques o algo así?
—Se les ha aperturado a cada uno de ustedes una cuenta en un banco local—. La encargada continuó—. En el transcurso de la semana les estaremos entregando sus tarjetas, y el depósito de la subvención será el primero de cada mes. Ustedes distribuirán ese dinero entre gastos de alojamiento, alimentación, material de estudio y pasajes. Y deben hacer que les dure hasta el mes siguiente.
La mujer continuó explicando todo lo relacionado al dinero, y que el pago al instituto lo realizaría la misma beca de forma directa. Rosalie trataba de memorizar la información, tomando nota en su celular. No quería olvidar nada.
—Cada piso de esta residencia cuenta con diez habitaciones, y conseguimos que el tercero fuera solo para nosotros—. La encargada sonrió, sacando un manojo de llaves de su cartera—. Las chicas ocuparán las siete primeras; mientras que los chicos tendrán las tres últimas, al fondo del pasillo. Durante el desayuno les darán las normas de convivencia del edificio, así que procuren aprenderlas para no tener problemas con los dueños del lugar.
Rosie se acercó para tomar su llave, notando que le tocaba el cuarto número cinco; y Jolene estaba en el siete. Ella aun no sabía el nombre de todos sus compañeros, pero quería saber quiénes serían sus vecinas.
—¿Debemos pasar los cinco años viviendo aquí? —Uno de los chicos preguntó—. ¿O podemos arrendar en otro lado?
—Terminado el contrato de seis meses, son libres de vivir en otro lugar— ella explicó—. Siempre y cuando no quede a más de veinte minutos de distancia del instituto. —carraspeó, revisando su reloj—. A las ocho desayunaremos en el comedor del primer piso—. Anunció—. Tienen hasta eso para arreglar sus cosas y conocer sus habitaciones. Luego los llevaremos a un pequeño tour por la ciudad y la universidad. ¿Entendido?
Todos asintieron, empezando a entrar a sus habitaciones. Rosalie demoró en abrir la puerta, observando sus maletas al interior del lugar. La recámara también estaba pintada de blanco, y tenía una mesa con dos sillas en la parte frontal. Atrás se veía la cama, con un armario, y una puerta que daba al baño. Era pequeño, pero suficiente para una sola persona.
Rosie dejó su bolso sobre la mesa, avanzando hasta la cama. Ya estaba tendida, pero ella prefirió cambiar las sábanas por las que había llevado. Se echó encima del edredón, cerrando los ojos un instante. Faltaba una hora para las ocho, y quería descansar antes de continuar. Le costaría acostumbrarse a un nuevo horario.
—Bienvenida a tu nueva vida— habló para sí misma, quedando profundamente dormida.
*********
¡Hola!
Aquí el primer capítulo de Distancia Inesperada.
Recuerden que esta será una historia independiente. ¡No olviden compartir la obra con sus amigos para llegar a más personas!
¿Qué les pareció el cap? ¿Alguna teoría?
Nos leemos pronto.
Estaré haciendo preguntas en IG como siempre. Los veo ahí.
Un abrazo.
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