Cap. 10: La ilusión de un favor
Todos se alteraron, Félix no dejaba de retorcerse de dolor en el piso, su equipo se acercó asustados y empezaron a pedir ayuda para acudirlo. Segundos pasaron y los enfermeros llegaron con una camilla, desapareciendo por la puerta de la cancha con Félix en ella.
Lo que pasó después no me interesó y desaparecí corriendo tras la camilla directo a la enfermería, buscando embriagada de desesperación al rulos egoísta que no me había querido escuchar. Acertando otra vez escuché su voz dentro de la sala de atención, ya estaba siendo atendido. Por segunda vez en el día, traté de recuperar el aire y concentrarme en lo que había venido a hacer. Iba a reprocharle, claramente, pero más que eso quería asegurarme que estuviera bien.
Ya calmada me acerqué a la puerta, encontrándola semiabierta y dentro la voz del rulos discutía con las enfermeros para que lo soltaran. Arrugué el ceño, se comportaba como un niño peleando con su madre porque quería salir a jugar. Ya no traía camisa y se le veía las vendas totalmente manchadas de sangre, la herida se le había abierto y era regañado por la doctora por jugar en sus conscientes condiciones, completando con su entrenador por no avisarle de absolutamente nada.
Me dio rabia, ¿cómo podía ser tan cabezota? Solo era un partido, eso no importaba más que su salud, se lo estaban remarcado y aun así insistía en que lo dejaran salir.
—He jugado todo el partido con la izquierda, puedo seguir.
—No, Félix ya hiciste demasiado —declara el entrenador, tratando de hacer uso de su comprensión sin perder la autoridad.
—Pe-pero entrenador. Es un partido muy importante, usted mismo lo dijo.
—Lo que también hubiera dicho que lo dejaras pasar si me hubieras pasado la constancia medica como te lo indicaron —Enserio se esforzaba en no sonar tan molesto como lo estaba.
—No había reemplazo, no podía dejarlos, así como así.
—Es muy noble de tu parte, Fel, pero ya está bien. Así como estás no saldrás.
—¡Entrenador!
Salí de la enfermería y corrí, corrí hecha un lío de emociones. Resoplaba inquieta, mascullando cosas sin sentido entre los dientes.
—Estúpido, Felixiano.
Al cabo de una curva choqué con alguien; recuperando el equilibrio nos vimos, la misma que me había indicado en las gradas de Félix, Maritza. Justo a la persona que necesitaba.
—Tú vienes conmigo.
Dije sin dar explicaciones y soltándola de la mano de la sobrina de la bibliotecaria, la jalé con una idea en mente y el tiempo contado.
—¡¿Qué yo que?! —gritó no más escuchar la inusual idea. Le quité sus llaves de los vestuarios.
—Lo que oyes. Tú también eres un elefante, juegas por el equipo femenino y lo haces igual de bien que un hombre.
—Debería sentirme alagada pe...
—Sin peros —Le lancé su uniforme—. Debes jugar.
—No creo que la dejen —Se incluyó Ana.
La miré levemente mal y se escondió detrás de Maritza.
—Si la dejaran —sentencié con firmeza.
—¿Cómo estas tan segura? ¿Ya hablaste con el entrenador?
—No hará faltan. Quedan dos minutos, estamos empatados y sin un reemplazo las ratas pedirán la victoria, apostando a que no valió la última cesta. Ya saben lo tramposos que son.
—Wou, Lop, no pensé que te gustara tanto el deporte —Se impresionó Maritza, expandiendo sus ojos y elevando ambas cejas.
Un deja vu pegó en mi estómago. Estaría mintiendo si le dijera que no sabía mucho del juego, tiempo atrás solía asistir a varios partidos, pero no por las razones que podría pensar. Me mordí la lengua y negué.
—En realidad no —suspiro, deshaciendo de los recuerdos—. Solo es algo que debo hacer.
—¿Por?
—Vístete que no hay tiempo.
—Lo haré si me respondes —Se cruzó de brazos.
—Maritza no hay...
—Lo mismo digo. Si tanto te importa que salga a jugar, dame una buena razón por la que tenga que enfrentar al entrenador.
—¡Ok! —Alcé los brazos y suspiré. Esta chica era dura—. Es por Félix, ¿vale? Él me salvó la noche del robo y por eso quedó con esa herida en el hombro —Terminé por confesar bajando la vista al suelo—. Él... bueno yo... Me siento en deuda. Hoy se veía muy determinado a salir, aun cuando le dije que no era buena idea y... No creo que quiera que su sacrificio sea en vano.
—Wou... —Se limitaron a decir al cabo de unos segundos, totalmente anonadas.
—¡Los rumores eran ciertos! —Los ojos de lectora loca de Ana brillaron de júbilo.
—No preguntaré de que estas hablando ahora —murmuro desinteresada, volteando hacia Mat—. Vístete y rápido, tienen un partido que ganar.
Aún un poco inseguridad, y bastante sorprendida de mi preocupación por su amigo, asintió y comenzó a vestirse.
. . .
La paciencia era algo que me caracterizaba a la hora de poner una idea que contrarrestara los ideales de otra persona. Los del equipo de basquetbol, lejos de aceptar, apenas escucharon la opción que les di, empezaron a cuestionarme cual manada de perros, escépticos a reconocer a la chica para suplanta a Félix.
—Estás loca —dijo Claus.
—Ya lo sabía.
—¿Cómo ella...? —Señaló a Mat—. ¿Podría sustituir a un elefante?
—Tal como tú andas de mujer en mujer sin contraer sida —Rodé los ojos, dejándolo mudo y hasta asustado. Seguí defendiendo—. Entrenador, la palabra es suya, ¿de verdad quiere que el esfuerzo de uno de sus mejores jugadores sea en vano?
—Lop... Digo, Harrison —suspiró agotado—. No creo que dejar a Thatch que juegue sea una buena opción...
—Sí, las nenas con las nenas, y los nenes con los nenes. Este partido inició con hombres y terminara con ho...
—¡Ay, ya! —Se alzó Mat de golpe, harta de escucharle—. Mira, niño lindo, que sea mujer no me hace menos fuerte e inteligente que ustedes, puedo encestar hasta de espaldas si se me da la regalada gana, así como también puedo meterte una patada por donde esta lo que te hace «hombre» y dejarte fuera, ¿quieres probarme? ¡Pues adelante!
Los ojos de Claus se volvieron igual a los de un pez globo asuntado; inesperadamente Maritza lo tomó de la camisa y lo estampó contra la pared, a decirle sus cuatro verdades de un tirón junto a una suave amenaza, que resultaría más dura si no callaba su lado machista.
—Wou, wou, wou... Tranquila Mat, creo que ya entendió —George puso su mano sobre el hombro de Mat, rogándole con su bajo tono que no dejara inválido a su capitán.
Mat farfulló un poco molesta y soltó la sudorosa camisa de Claus, que la miraba igual que un conejo acorralado y amenazaba con hacerse en los pantalones. Sin quitarle los ojos, se fue al lado de Ana, quien con caricias en su brazo y unas palabras de paz se dispuso a calmarla un poco. Eso era un dúo indestructible.
Agradecí internamente al más sensato del equipo por su ayuda y regresé con el entrenador que parecía meditar un poco el asunto, pero entonces un sujeto vestido de árbitro se acercó a nosotros con malas noticias.
—Ya no hay tiempo entrenador Bolton, ¿tienen remplazo o no? Si no hablan ahora lamentablemente deberé darles la victoria a los ratones.
—¡No! —gritaron todos del equipo.
—Tenemos, tenemos —dijo uno y alcé una ceja.
—¿Así? ¿Quién? —preguntó con diversión, cruzándose de brazos.
—Jame ya viene en camino, aguarde un poco más por favor.
—No podemos, si no tienen otro jugador en los próximos diez segundos... —Apuntó a su reloj—. y salen, lo siento, pero pierden el partido.
—¡No, no, no! —clamaron casi todos, rogando desesperados.
—¿Entonces?
—Yo lo haré.
Todos miramos a quien habló: Maritza. Al árbitro se le cayó el silbato de las manos y al entrenador le brillaron los ojos, casi tanto como cuando veías a Ana leer un libro nuevo, un par de los muchachos cambiaron su expresión, reconsiderándolo. Sonreí, esto sería bueno, veía oportunidad.
—¿Qué? —preguntaron algunos de chicos y el árbitro.
—¿Quién te crees para decidir eso?
Mat fulminó a Claus, corriéndolo de su vista hasta que se escondiese detrás de George. La atleta rigió su postura y se dirigió al entrenador, ambos mantuvieron contacto visual durante varios segundos hasta que el mayor asintió.
—Thatch, a la cancha.
—¿Qué? —Volvieron a despabilar los varones.
—Sin objeciones —Sentenció, cruzándose de brazo.
—Eso no se puede... —Habló inseguro el árbitro viendo al entrenador.
—¿Algún problema? —Me metí nuevamente, recostándome de la pared mirando el reloj de la cancha—. Quedan dos minutos. Pidió un reemplazo o cedería la victoria al otro equipo, pero... —Di una pausa desviando mis ojos al árbitro que parecía más nervioso esperando el final de mi oración. Sonreí triunfante—. No hay regla contra el género, así que da igual si es hombre o mujer mientras sepa jugar y Maritza es una estrella del equipo femenino. No tiene excusa, ella jugará.
El casi calvo hombre se me quedó viendo, pasmado de mi uso de razón y, derrotado, asintió dándonos el permiso de continuar el partido con Maritza suplantando a Félix.
. . .
—¿Qué es eso?
—Creo que terminó el partido —intuyó la enfermera Jordán tendiéndome una muda de ropa limpia, que reemplazaría el uniforme que a mi izquierda andaba en una mesita, sudada y manchada de sangre.
"Mis padres me matarán", pensé, imaginándome la reacción de mis representantes, cuando se enterarán que les había mentido y vine al partido con la herida en el hombro.
Sí, sin dudarlo estaba muerto.
—Muchas gracias —La tomé y guardé la llave de mi casillero en mi bolsillo.
El agradable médico me dio mi espacio y, en cuanto cerró la cortina, empecé a vestirme, pasando por mi cabeza la única pregunta que podría hacerme luego de oír tales gritos del gimnasio.
"¿Cómo terminaría el partido? ¿Conseguirían reemplazo?". Tanteé, deshaciéndome del pantalón del uniforme tranquilamente cuando un ruido hizo que mis dudas volaran al olvido.
Tres toques en la puerta llamaron mi atención, la enfermera predijo mis intenciones por la cortina mal corrida y me detuvo antes de que pudiese levantarme. Renegué con el mismo comportamiento de un niño al que sus padres no lo dejaban salir a jugar y, de mala gana, traté de ignorar el asunto y volví a vestirme.
—¡Cálmense! ¡Volveré a llamar! —gritaron desde la sala de espera, calmando el alboroto que hacían las personas que habían entrado a la enfermería.
—Sí que son imperativas... —Alcancé a oír.
Mi cuerpo se tensó, reconocí esa voz. Era la misma que horas atrás se había infiltrado en los vestidores masculinos para detener que saliera al partido, la misma que me dio un paro cardiaco e inmensa incomodidad en ese pequeño momento que me encontró a medio vestir, y la misma que me sorprendió por breves segundos cuando creí que se estaba preocupando por mí.
Algo que no fue así y solo quiso hablar por una de mis amigas, que supo lo que pretendía hacer esa tarde.
O eso había dicho...
Traté de escuchar un poco más, pero ya habían dejado de hablar y ahora volvían a tocar, llamando con un por favor a la enfermera para que les abriese. Sentí pasos y traté de asomarme por la cortina, siendo de nuevo interrumpido por la voz de la enfermera.
—Félix, ¿estás vestido? Unos compañeros tuyos te buscan.
"¿Podría ser?". Mis intentos de ocultar mi entusiasmo fueron en vanos y procedí a terminarme de vestir, lo más rápido que me permitía el hombro.
—U-un momento... —Avisé un tanto agitado—. Ya termino.
—¿Necesitas ayuda?
—No... —Me sonrojo de pensarlo—. Listo.
Apenas anunciarme, la cortina fue desplazada y la enfermera volvió a abrir la puerta, dejando que dos chicas ingresaran a la sala de atención.
Y no, ninguna fue la que esperaba ver...
—¡Félix! —gritaron Maritza y Ana.
—¿Qué tal...? —Me senté, acomodándome la camisa.
—¿Qué tal? Ay, amigo, si saludas con tales ánimos a tu hermana del alma, no me imagino si fuera a tu novia.
Intenté una sonrisa ante su broma. No estaba de ganas para reproches.
—¿Estas bien? —indagaron ambas al notarme deprimido.
O más bien, desilusionado de no verla ahí. Estaba seguro que en este momento pensaría de mí como un tonto. Me lo había advertido: fui egoísta.
—Sí, claro que sí —afirmé con poco entusiasmo.
—¡Oh, claro que los estarás luego que te contemos la primicia!
—¿Qué? —Alcé mi vista hasta Maritza.
—Veras que...
—¡A un lado!
—¡Yo entraré primero!
—¡Nada! ¡Voy yo primero! ¡Es mi mejor amigo!
—¡Yo soy su esposo! ¡Fuera!
"Cielos... esos son".
—¿Qué es eso? —Se extrañó Ana.
—¿Esa no era la voz del machista? —Se le unió Maritza.
—¡¿A quién le dices machista!? ¡¿Ah?¡ ¡¿Marimacha?¡
Tal como lo sospeché, los elefantes de Houston del equipo de basquetbol se presentaron agitados y, por otra parte, Claus a punto de explotar tal cual olla de presión.
—¿Lo que oigo es envidia? Cariño, ese ni siquiera es un insulto, soy una mujer y juego igual de bien que un hombre, algo que tú ni intentas.
—¡Uuuuuh! —Fliparon los otros.
Sip, Claus iba a estallar. Si había algo que él no soportaba era que pisotearan su eje de grandeza, tal como lo estaba haciendo Maritza en ese preciso momento. Agradecía que George estaba presente y le daba palmaditas en el hombro, para que se calmase o ya se habría desatado la tercera guerra mundial.
—Félix —Llamó Bill—. ¿Ya estás mejor? —Volvieron la atención a mí.
}—¿Cómo te encuentras? —Le siguió Jeff.
—¿Te duele mucho la herida? —Continuaron los mellizos, Sergio y Fernán.
—Dime que no se muere, enfermera Jordán —exageró Tomás, juntando las manos como si fuera a rezar.
Negué divertido, disminuyendo mi tristeza.
—No, no se muere, pero ¡Caballeros! —Frunció la nariz aparentemente asqueada de algún mal olor, pronto sabría cual—. Por favor, les voy a pedir que se retiren. La enfermería es un lugar pequeño y no es por ofender, pero e-el olor a... Victoria (por no decir otra cosa) en un sitio cerrado no es muy agradable que digamos.
Como si no le creyesen a la honesta enfermera, todos, sin excepción, del equipo alzaron uno de sus brazos y se olieron las axilas buscándole no dar la razón.
—Dígalo por usted, enfermera Jordán —Sinceó uno de atrás, restándole importancia.
—¡Sí, este es el mejor olor del mundo! —Lo apoyó Jeff y todos alzaron sus voces, con un «¡Sí!» bien alto defendiéndose entre todos.
Fue inevitable minimizar una risilla. Que equipo tenía.
—Y todo se lo debemos a nuestra jugadora estrella —presumió Claus, acercándose a Maritza y pasándole un brazo por encima del hombro, que ella no permitió y se alejó, provocando que el capitán se diera de lleno contra la pared.
Ahora sí, todos rieron.
—Tus manos donde las veas y el resto al lavadero de autos, ay, pero, ¿qué digo? Ni la cera caliente quemará ese hedor.
—¡Uf! Tiene razón —La apoyó el entrenador haciendo un gesto con sus manos, abanicando sobre su nariz.
—¡Tú tampoco hueles a rosas! Pero ah, no digas, ¡bien que gusta, Mat!
Reí y me miró ceñudo; si supiera.
—Ay, Claus, mis gustos son otros, niño lindo —Se burló Mat, abrazando a Ana por la cintura, por donde la atrajo y plantó un beso cerca de sus labios, dejando boquiabiertos a más de uno del equipo.
Ups, ya lo saben.
—Eu sinto muito.
—¿Qué? —No salió de su asombro.
—¡Uuuuuh! —Volvieron a gritar los otros, animados esta vez por el entrenador que, en reproche, fue fulminado por la enfermera.
—Steven, por favor —Le susurró.
—Cierto, cierto. Eh-eh, ¡muchachos! —Aplaudió, interrumpiendo la revuelta—. Díganle la buena nueva a Félix para irnos, y rápido, ya esto huele a humanidad.
—¿Qué buena nueva? —irrumpí, ignorando los gestos divertidos de la nariz del entrenador.
—¡Casi perdemos! —Saltó Tom.
—¿Casi? —Alineé los ojos sin comprender—. ¿Quedaron empatados?
—¡No, estúpido! ¡Ganamos! —gritó Ana.
—An... —La regañó suavemente Maritza, atrayéndola por la cintura hacia ella ante la intensa mirada de Claus—. Pero si, ¡ganamos!
—¿Qué? —No salía de mi asombro—Acaso... ¿Consiguieron reemplazo?
—Así es —Afirmó Claus, cruzándose de brazos con una pizca de rencor en su expresión, sonrojado por los movimientos que Mat osaba hacer con su amiga en público.
Pobre.
—No se detengan ahí, ¡díganme! ¿Quién fue?
—Mat te suplantó —Orgulloso el entrenador.
—¿Qué? ¿Tú me reemplazaste? —Todos asintieron.
—Una chica extraña vino con ella y a grandes discutas logró convencernos de meterla —explicó Tomas pensativo, como si repasara el momento.
—Y no me arrepiento. La futura capitana de los elefantes de Houston High, tiene más habilidad y destreza que todos estos patos sin gracia.
—¡Hey! —Se opusieron todos.
—¡Un momento! —Se alzó Claus de nuevo.
"Auch, justo en el ego masculino". Empezaron a quejarse.
—¿Me dirán lo contrario? —Los calló el profesor alzando un poco la voz y los chicos pasaron a reconsiderar el asunto.
Reí.
—Me sorprende, no sabía que habías mejorando tanto —comenté hacia Mat y ella me sonrió.
—Me enseñaste bien, Fel —Sonreí.
—Con razón, ¿tú le enseñaste?
—Solo la base —Me encogí de hombros, vive a unas cuadras de mi casa y siempre me ve practicar.
—Amo este deporte tanto como ustedes y... —De repente se ve avergonzada, los muchachos no le quitan la mirada—. No tuve tiempo de decirlo, pero gracias por dejarme jugar con un equipo tan increíble como el suyo.
—Cuando quieras, Mat —Le sonrió disimuladamente Francisco.
—Gracias por ayudarnos —Apoyó George de igual manera, alargando una mano para estrechársela.
—Sí y... —Todos volteamos a oír la voz de Claus quien desviaba su trayectoria hacia la salida—. Ven... un día de estos a la práctica si quieres —Y salió de la sala.
Sin excepción todos abrieron los ojos, no esperándose esa propuesta de alguien tan orgulloso como el capitán, ¿quién lo diría? Se ablandó con Mat.
—Ok...
—Buenos, caballeros —Interrumpió de nuevo la enfermera—. Por favor, en otro momento pueden continuar.
—Tiene razón, enfermera Jordán, ¡equipos a las duchas! Y rápido, ¡apestan!
—¡Señor! —Le cantaron a coro. Tras despedirse el entrenador de mí, y exigirme que me centrara en recuperarme, se marcharon.
—Sigo sorprendido, ¿tú tomando mi puesto? Eso no es algo que ocurra a diario.
—¡Lo sé! ¡¿Puedes creerlo?! Ojalá hubieras visto las caras que pusieron las ratas, esas cuando la cesta de la victoria la hizo esta chica.
Reí sin evitarlo, Mat se esmeró haciendo su baile de la victoria.
—Puedes apostarlo, pero hablando en serio, ¿quién era quien decía Tom que los convenció?
Tenía esa duda desde hace rato, sobre todo porque en algún punto de la buena noticia me sentí plenamente observando por alguien más fuera de la sala.
—¿Quién crees?
—No sé, por algo pregunto.
—Tú la conoces, Fel. No te hagas.
—Es que no la das —Bufó Ana, negando varias veces.
—¿Entonces?
—Dios, fue tu amiga esa, Félix. La chica que anda con el asistente del conserje, ¡Lop!
Y otra vez, surgió la ilusión al escuchar unos pasos alejarse de la sala de espera y al asome, unos cabellos castaños lucirse hasta desaparecer por el pasillo.
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¡Holiwis, mis distantes!
¿Que tal? ¿Se lo esperaban?
Sin duda la relación de estos dos va aumentando, ¿no creen?
¿Creen que Lop hizo lo correcto a pesar de como la trato Félix? ¿Harían lo mismo?
¿Que pasará en la próxima vez? ¿Cómo reaccionaran?
Manita arriba si Félix nos está dando muchos sustos :'v
En el próximo capitulo la ilusión de este final continuará 7w7r
Pero antes, los memes del cap:
jajjajajjajajajjaaja amo esto
Bueno, ahí nos vemos
BYE BYEEEEEEEEEE
ATT: Kenite♥
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