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Elina:

—Lo siento tanto, Elina.—Me dice mi amiga.—Yo debí ser más cuidadosa. Tal vez si yo...

Estiro los pies en la cama y la detengo.

—Aun si eso es verdad, ellos iban a llegar en algún momento.—Contesto, los ojos me duelen y he llorado tanto que las lagrimas ya no quieren salir.—Yo provoque esto...

—Claro que no.—Me corrige mi amiga.—No ibas a amarrarte a un hombre que no amas y menos despues de descubrir lo que la reina hizo como dijiste.

Tengo el corazón partido.

Por lo de Egan, por lo de mamá.

Y solo puedo pensar en el en este momento, en que hacer para liberarlo, para tenerlo nuevamente a mi lado.

—Elina...

—No puedo quedarme llorando.—Le digo, pero sobre todo a mi misma.—Mientras estoy aqui llorando, cada minuto que Egan pasa con ellos es una tortura para el.

La observo tragar.—¿Y qué harás?

Golpean la puerta abierta y levanto la vista, es una de las criadas.—Duquesa, tiene una visita.

Intercambio una mirada con mi amiga y a la habitación ingresa una cara conocida.

Alexandra de Arcaría.





Egan:

Creí que luego de su gloriosa escena de presentarse a exigir lo que es mío, acabaría llevándome directo a Lavinia, pero he terminado otra vez en el palacio.

Las puertas de este se abren y la reina se vuelve hacia el príncipe.

—Pronto anochecerá.—Le dice e ignora mi presencia.—Si ahora se va, les agarrara la noche de camino a Lavinia, por favor acepte quedarse.

El príncipe no pone excusas, su jefe  de guardia me empuja obligándome a caminar otra vez y mi mirada cruza con el de la reina unos segundos antes de seguir mi camino, me traslada por la parte trasera del palacio y no tardo en visualizar brevemente las torres, recordando los momento que tuve con mi esposa en ese lugar, me hacen bajar las escaleras hacia los calabozos y la peste hedionda llega a mi nariz, una combinación de hierro oxidado y moho, animales muertos entre roedores, suciedad y heces.

—¡Mi señor!—Ned se aferra a las barras de su celda al verme. Tiene el rostro hinchado, empezando por una mejilla más que la otra, las manos también las tiene maltratadas y apenas las ropas lo cubren. —¡Mi señor, que esta haciendo aqui!

—Silencio.—Golpean las barras justo sobre sus nudillos alejándolo.

—Hey.—Alzo la voz y me voltean a ver.—No vuelvas a hacer eso.

Se me queda viendo y escucho pasos detrás de nosotros.

—Que honor que el príncipe se rebaje a convivir con esta peste y me escolte hasta la celda.—Digo viendo al hombre que no ha cambiado su mirada asesina desde que me encontró con Elina.

Ordena que me metan a la celda, mientras Ned sigue chillando en la celda del lado.

Mi señor...Le juro que no, yo no he dicho nada.

—Tienes gente resistente y fiel, lo admito.—Comenta el príncipe viendo a mi siervo y luego a mi.—Aunque descuidada como la princesa.

Ya veo, la siguieron.

El príncipe se me acerca.—No debiste meterte conmigo, donde yo pongo los ojos nadie más puede ponerlos y gracias a ese error estas aqui.

—Estoy aqui porque un seudoprincipe no puede aceptar que lo plantaron en la iglesia.—Respondo y sus puños se aprietan.—Pero te prometo algo.

—Parece que olvidas la posición en la que te encuentras.

Me acerco a la celda y mantiene mi mirada, su guardia llevan las manos a sus armas a pesar que la celda nos separa.

—Las lagrimas de Elina.—Pronuncio sin apartar los ojos de el.—Te hare desear no haberla echo llorar.





(***)




El frio entra por los ductos de las ventanas enrejadas, pero sin vitrinas. Ya ha anochecido y por estas horas o al menos aqui parece que el calor se extinguió, el suelo esta frio igual que las paredes.

Noto que mi siervo comienza a tiritar al no llevar camisa, acabo quitándome el saco y se lo entrego, el me queda viendo sorprendido.

—No puedo, señor.

—Solo tómalo, joder. Es una orden.—Insisto .—Odio oír tus dientes chasquear.

Al escuchar quejarme decide tomarlo y se lo coloca, mientras empiezo a moverme alrededor de la celda para mantener mi cuerpo caliente, mi aliento también ayuda, pero sigue haciendo frio.

—¿Angelina llego con ustedes...?

—¿La mujer que te coges? Esta con Elina.—Ni bien suelto las palabras, el respira aliviado y veo que quiere llorar.—Basta, volverás a verla.

—Señor...

—Y yo volveré a ver a mi esposa.—Aprieto los puños.—No voy a morir aqui.

La luz proveniente de las escaleras se acerca y grande es mi sorpresa cuando veo a la monarca actual de Damaria haber bajado hasta los calabozos con una antorcha en la mano, la que acaba colocando en la pared, iluminando el lugar.

Ella se acerca a mi, arrastrando el vestido.

—Este día esta lleno de sorpresas.—Comento.—¿A qué debo el honor, reina? ¿Al placer de seguir siendo insultado por ti?

—No hables, no estarías en esta posición si no fuera por tu anhelo de tomar la corona y mi hija...

—No, no sabias mis sentimientos hacia Elina antes de eso.—Como yo.—Y ya la habías comprometido, no me quieras culpar ahora cuando no dejabas de ofrecerla como mercancía.

Su ojos me muestran dolor.

—De todas esas opción elegiste la peor y aun no aceptas que has condenado a Damaria.

—¡Te llevaste a mi hija!

—Solo tome lo que me pertenece y el corazón de Elina ya era mío.

—Ella no es tuya.—Suelta rabiosa.

—Es mi esposa.

—¡Yo soy su madre!

—¡Felicidades, eres la madre del año!—Suelto y sus ojos se llenan de lagrimas.—No te mereces a Elina y Elina no merece una madre como lo es la reina de Damaria.

—Eso es lo que quieres que ella crea, meterle ideas...

—Jamás he tenido que meterle ninguna idea, gracias a tus acciones Elina misma se ha dado cuenta.—Contesto.—Tanto es tu afán de conservar la corona que va más allá de la felicidad de tu hija y asi te haces llamar madre.

—No tienes el derecho de juzgarme.

—La lastimaste.—Pronuncio y sus ojos tiemblan al oír mi frialdad.—Y derecho tengo, pero aun si Elina no fuera mi esposa .. pasaría por encima de ese "Derecho" porque hiciste llorar a quien más me importa.

—Yo.. nunca he querido hacerla llorar, solo la protejo de...

—¿De mi?—Le interrumpo y su mirada me da la razón.—No voy a seguir diciéndote cuanto me importa o lo que significa para mi, renuncie a la corona por ella y eso no te basto, me entregue a merced del seudo-príncipe de Lavinia por ella... pero parece que solo mi muerte podría convencerte. 

—Señor..—Me llama mi siervo.

—Pero no te daré ese gusto, no tengo porque dártelo.—Le hablo de frente.—Saldré de aqui y volveré a su lado, en cuanto a ti... no permitiré que vuelvas a hacerla llorar.

La observo tragar y se mantiene firme.—Suerte con eso.

Más pasos y una luz nueva se une a la habitación, Ned retrocede y pronto tengo al príncipe frente a mi, pero mi mirada se dirige a las cadenas que el jefe de guardia lleva en las manos.

—Mi reina, no sabia que se encontraba aqui..

Sonia se limpia las lagrimas de las esquinas.

—Ya me iba.

—Quédese.—Le pide y se ubica frente a mi celda, sonriendo.—Y vea la lección que voy a darle al duque.




(***)



Me envuelven las cadenas alrededor de las muñecas  y me obligan a alzan los brazos tirando de mi hacia arriba, mis pies dejan de tocar el suelo y mis brazos completamente estirados hacia arriba, no tiene sentido mover las manos cuando las cadenas pesan el doble.

—¡No toquen al duque!—Grita el siervo que jamás sabe cuando callarse y no se le olvida a quien debe fidelidad a pesar de estar en esta situación.

—¿Entonces me seguirás haciendo esperar?—Pregunto distrayendo su atención del siervo que no deja de luchar.—¿Qué esperas?

Frunce el ceño.

—¿Una invitación o verme suplicar? Invitación no creo que necesites escuchar de mi ¿No? Y lo segundo no pasara.

El príncipe mira a su jefe de guardia y da la orden, el de porte de "Verdugo" se acerca llevando una bandeja de plata, donde encima se encuentran varios de sus juguetes.

Látigo, cadena, un flagrum y un puto mangual, también los dos hombres a mi izquierda llevan garrotes de madera.

Los instrumentos de tortura incluso hacen dudar a la reina al verlos, los ojos se le abren y tiene la osadía de verme asustada.

—Bonitos juguetes.—Comento.

—Es más divertido cuando los usas.—Me responde el príncipe.—En mi reino se usa esto para corregir.

—¿Y qué mierda estas esperando?

Caelan de Lavinia asiente harto y los dos hombres de su escolta se acercan a la bandeja, tengo la suerte por asi decirlo, que uno elija el látigo y el otro la cadena, uno me rodea y el otro se pone delante mío.

—Te mostrare porque no se me debe deshonrar.

—¿Tanto monologo? Hasta yo estoy esperand-

Recibo el primer golpe del látigo sobre mi espalda y ni la tela de mi camisa blanca ha disminuido la fuerza del impacto, entonces recibo uno más por delante justo en el torso, pero con la cadena.

Mierda.

Las cadenas duelen el doble y me quedo sin aliento por unos segundos, los dos hombres se apartan y el dolor se mantienen, entonces golpean de nuevo y la reina observa el espectáculo sin parpadear, pero sorprendida. 

No se cuantos golpes van hasta que mi boca se empieza a llenar de sangre y la vista se me nubla totalmente, pero todavía veo al hijo de puta.

—Tan despiadado y no pudo volver Lavinia un imperio ..—Mis palabras no se detienen.—Sigue siendo un reino pequeño sin poder más que comercializar..

—¡Cierra la boca!

Escupo la sangre y despues de lanzarme una mirada furiosa, exige que cambien las armas, mis manos se cierran en puños sobre las cadenas y mi respiración se acorta.

—Tienes fuerza para hablar.—Comenta.—Ha estas alturas cualquier prisionero estaría temblando, me sorprende, duque.

—¿Es todo?

Sonrio y da la orden, ya no son látigos ni cadenas, es algo mucho peor y basta un solo golpe con la primer arma : El puto mangual.

El mismo que golpea mi estomago y destrozando mi camisa, jadeo y aprieto los puños, mis ojos se cierran unos segundos y todo a mi alrededor se vuelve borroso.

—Uno más.

Las puntas del flagrum pasan fácilmente por la tela de la camisa y atraviesa mi piel, no con forme con eso el guardia arrastra las punta desagarrándome la espalda.

—¡Mierda!

—De nuevo.

Dos golpes consecutivos que me hacen bajar la cabeza, mis puños ya no se cierran y en medio de mi alucinación veo a mi esposa.

—De nuevo.—Ordena con el mismo tono de disfrute.

—No, ya basta.

Levanto la cabeza y empieza una discusión acalorada, veo que empujan a alguien y esa persona retrocede.

Mi vista se aclara.

—¡Ya basta, por favor!—Escucho gritar a la reina.—¡No hacemos las cosas asi en Damaria!

—No me diga como castigar a mis prisioneros, Reina Sonia.

—¡Se encuentra en Damaria, por respeto... continúe esto mañana en Lavinia!—Grita otra vez.—¡Por favor, no más sangre!

No se que rayos le pasa a esa mujer pero su suplica parece funcionar.

—Déjenlo, mañana continuaremos en Lavinia, a descansar.—Da la orden y se me acerca.—En cuanto a lo que te espera cuando abandonemos Damaria...

Escupo la sangre sobre sus ropas y me mira enfurecido, los guardias se ponen en alerta, pero su príncipe los frena.

—¿Otra vez el monologo?—Me las arreglo para decir, mareado.

—Monologo no, es la realidad, tú ejecución será publica y una vez que mueras la princesa estará libre de tu atadura matrimonial, libre para casarse de nuevo.

Las palabras me despiertan, pese al dolor azoto las cadenas moviendo los brazos.

—¡Si tocas a mi mujer no habrá lugar donde te escondas, te buscare hasta debajo de las rocas y no tendré piedad! ¡Si la dañas...

—Ya no será tu mujer si no respiras.—Contesta.—Tomare a Elina de Damaria como mi esposa, consolidare un gran reino, el de Damaria con el mío y nadie volverá a burlarse de Lavinia ni de sus gobernantes.

Me abalanzo hacia el, pero aunque mi mente se despierta por la adrenalina, mi cuerpo comienza a decirme que ya basta y las cadenas no ayudan.

—No tienes palabra, hijo de puta.

Sonrie y sus pasos se alejan, pero sin embargo me dejan atado.

Una sola figura se queda, el de la reina, ella se vuelve hacia Ned, a quien le termina abriendo la puerta de su celda.

—Ayúdame con el.

Mi siervo duda, pero pronto me ayudan a bajar, tengo vagos segundos de conciencia, uno cuando me liberan, en otro ya estoy en el suelo mientras me sostienen.

Mi mirada va al techo, mientras pasan algo frio por mi rostro.

Elina...

No voy a morir, no lo hare.

Tengo que volver con ella, debo regresar a su lado.





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