❐ Extra |Capítulo especial|


Seis meses después
Voz narrativa: Mei

Seis meses después de la muerte de Jimin empecé a serenarme y a notar que mi mente se aclaraba de la oleada de dolor que me había sobrevenido desde que le había visto agonizar en el suelo, consciente de lo que ocurría pero a la vez orgulloso por primera vez de sí mismo. Seis meses para atreverme a salir de casa de mis padres, en donde me había encerrado, lejos del piso y de la clínica que tanto me recordaban a él, y regresar a Seúl, a un modesto hospital de las afueras donde nadie sabía nada de mi salvo lo que constaba en mi currículum. Seis meses. Seis horribles meses en los que no había podido quitarme a Yoon Gi de la cabeza.

Lo que me había dicho me había lastimado enormemente, tanto que me había largado tan pronto como había podido, resuelta a cultivar el enojo y empujarle después al cajón del olvido. Me sentía como si todo lo que me había atado a él se hubiera volatilizado de repente, como si solo fuéramos un recuerdo perdido, y lo único que quería era estar sola y llorar. Llorar por todo y llorar por Jimin, a quien necesitaba más que nunca.

Ansiaba escucharle trastear con las cacerolas en la cocina. Extrañaba su mirada, observándome con curiosidad, cada vez que me sumergía en algún manual de estudio y perdía la noción del tiempo. Quería ver su sonrisa diciéndome aquello de "no te preocupes por nada, noona". Y saber que ya nunca lo haría me consumía las fuerzas, las energías y las ganas de vivir.

Le había querido. En un momento de mi vida, él había llegado a serlo todo para mí. Y le había amado. Quizás no de forma abrupta, intempestiva y apasionada. Quizás no con esa intensidad desbordante. Quizás no como se suponía que uno se enamoraba sino poco a poco, sin que me diera cuenta, y con un cariño que se había ido haciendo profundo con la convivencia.

Y, sin embargo, a medida que el tiempo había ido pasando, el dolor de haberle perdido se había ido estabilizando y, con ello, había ido comprendiendo que el duelo me había eclipsado la otra parte incuestionable de mi ser.

Mis sentimientos por Yoon Gi seguían ahí y eran los mismos de siempre. Jimin había sido mi soporte en los años de su ausencia pero eso no significaba que lo hubiera sustituido, no. Aquel chico de inteligencia aguda y mirada oscura seguía siendo mi Kudu, mi agua en medio del desierto y mi compañero de vida y también de desgracias.

Pero, ¿y él? ¿Cómo se sentiría él? Había pasado medio año solo y en el peor de los momentos. Si le buscaba, ¿me escucharía? ¿Qué estaría bien decirle? ¿Que me moría por abrazarle y besarle? ¿Que seguía sentado mi corazón? ¿Que sentía haber desaparecido? Uf; solo con pensarlo me entraba ansiedad.

—¿Vas a ir o no?

Ninah, una de las psiquiatras con las que había empezado a quedar a comer, me echó una mirada impaciente por encima de las gafas y mi mente regresó de golpe a la cafetería del hospital.

—¿A dónde?

—¿Adónde va a ser? A la fiesta de Suhyo —respondió, como si fuera evidente—. ¿No te has enterado de lo de su cumpleaños? Lo hablamos ayer en la reunión.

La verdad, ni idea. No lo hacía a posta pero cuando estaba con otras personas había cogido la costumbre de desconectar. Apenas seguía las conversaciones y las pocas veces en las que lo intentaba los contenidos se me hacían tan superfluos que en cuestión de pocos minutos mi cabeza se ponía a pensar en Yoon Gi y volvía a evadirme.

—Disculpa —expresé lo primero que se me ocurrió—. Todavía estoy adaptándome y ando un poco perdida.

—No importa —me sonrió—. Es normal.

En ese instante, el número interminable de lo que parecía ser una administración oficial me timbró en el móvil y poco me faltó para tirarme la taza de café encima.

¡El forense! ¡Tenía que ser él! ¡Ayer le había enviado un correo electrónico y me estaba respondiendo!

—¡Luego nos vemos! —La exclamación me salió tan entusiasta que a mi compañera se le cayó la cuchara con la acababa de remover el batido—. ¡Es que tengo que atender algo importante!

No alcanzó a responderme. Simplemente se me quedó mirando, con la boca abierta como un buzón, mientras me metía entre medias de dos médicos que charlaban en medio del paso y salía al rincón apartado de los ascensores, con el corazón a mil por hora y las manos temblorosas de impaciencia. Ay, por favor. Por favor, ojalá pudiera ayudarme.

—¿Doctora Eun? —Su característico tono carrasposo me saludó al otro lado—. ¿Es usted realmente, resucitando de entre los muertos?

—Señor Kim... —La voz se me atascó—. ¿Cómo...? —Cogí aire; venga, ánimo—. ¿Cómo está?

—Aliviado de escucharla y a la vez molesto por su desagradable forma de desaparecer.

—Lo imagino.

—No, no creo que se haga una idea.

Vaya; acababa de volver y ya me quería regañar. Estupendo. Había cosas que, definitivamente, nunca cambiaban.

—¿Entonces se encuentra bien? —Desvié el tema—. ¿Cómo está de la tos?

La estrategia funcionó porque se relajó y, antes de que me diera cuenta, ya me había contado que estaba siguiendo un tratamiento médico, que había creado una unidad especializada en análisis de perfiles criminales, que había contratado a Woo Young por sus increíbles dotes informáticas y que Kim Yoo Hyeon, a quien yo no podía evitar odiar con todas mis fuerzas, se había suicidado días antes de su traslado a Tokyo, ahorcándose con una sábana que ella misma había roto.

—No puedo decir que lo lamente. —La expresión me salió dura, casi impersonal—. Muy poco ha sido para lo que merecía.

—Ha dicho lo mismo que el señor Min.

Escuchar su nombre me duplicó la velocidad de los latidos.

—¿Le ha visto? —aproveché—. ¿Sabe cómo está?

—Está bien.

Bien. Qué parco. Decir eso y nada era lo mismo.

—¿Cómo está llevando lo de Jimin? —indagué—. ¿Está algo más animado? ¿Acude a terapia según lo acordado? ¿Duerme bien? ¿Tiene síntomas? ¿Le ve con fuerzas? ¿Ha hablado en algún momento de ...?

—Señorita Eun, por favor. —Mi interlocutor cortó de cuajo mi desesperada invasión—. No me diga que está pensado en volver a meterse en camisas de once varas después de lo que le ha costado salir porque me va a dar pie a pensar que sufre algún tipo de Síndrome de Estocolmo.

—Hibristofilia —corregí—. Estocolmo es otra cosa.

—Como sea. —Capté su deje de molestia—. Después de los horrores que ha vivido, debería concentrarse en usted misma y en su estatus laboral, en su familia y en buscarse un buen chico que, aunque carezca del innegable punto de inteligencia del señor Min, no esté pensando en rajarle las tripas al perro a la mínima ocasión.

La recomendación me dejó de piedra. Rayos. Me parecía increíble que siguiera con la misma cantinela.

—Siempre me he preguntado si le pagan por hacer campaña contra Yoon Gi.

—No bromee, que hablo en serio.

—Yo también —me reafirmé—. Desde que le conozco ha estado diciéndonos a los dos que nos separemos.

—Y no me hicieron caso y así les fue.

Chasqueé la lengua. La conversación no estaba resultando como había esperado.

—Mire, para serle sincero, el señor Min sigue en las mismas o, si cabe, todavía peor —confesó, por fin—. Trabaja aquí y, aunque es brillante en lo que a investigación criminal se refiere, en el resto de cosas deja mucho que desear. —Y enumeró—: En primera, acude a terapia dos días a la semana solo para calentar el asiento porque no quiere mejorar. En segunda, le importa un comino el mundo entero y su desinterés general hace que se me suba la bilis cada vez que tengo que llamarle la atención, cosa que, por otro lado, no ocurre pocas veces. Y, en tercera, pero no menos importante, a la mínima aparece ese tal Pang Eo y nos mira a todos como si meditara por dónde empezar a seccionarnos.

Ya. Ya...

—Por eso le pido que lo piense muy bien —finalizó—. Piense en la factura emocional que ha pagado desde que ese chico entró en su vida y en la que va a tener que pagar si vuelve a tratarle.

—Eso lo hice hace mucho.

—Pues vuelva a hacerlo, por el amor de Dios, señorita Eun, vuelva a hacerlo.

—Me gustaría que me pasara con él —me cerré en banda.

Le escuché suspirar y luego balbucear algo que no entendí.

—Por favor, señor Kim, entiéndame un poco —proseguí—. Estos meses he estado yendo a mi aire haciendo justo lo que usted ha dicho y he estado fatal.

Se hizo un incómodo silencio.

—Le tengo en la mente las veinticuatro horas del día y no puedo concentrarme para trabajar. —Ni me planteé medir las palabras—. Y sé que su trastorno mental no es una broma pero... —Me interrumpí unos segundos; me estaban entrado ganas de llorar—. Con enfermedad o sin ella, le quiero.

No dijo nada.

—¿Señor Kim? —me pegué la boca al altavoz—. Señor Kim, ¿me está escuchando? ¿Sigue ahí?

—Sí. —El murmullo al otro lado fue casi imperceptible—. Estoy asimilando que se ha vuelto loca y al mismo tiempo intentando comprenderla.

—¿Significa eso que me ayudará a contactarle?

—Significa que le diré que ha llamado—corrigió—. No estoy seguro de que él piense lo mismo de usted y, además, esta mañana salió sin decir a dónde, como siempre, y apagó el móvil.

Una punzada de decepción se me clavó en el pecho pero lo disimulé y me despedí de la mejor forma para a continuación echarme escaleras arriba al piso tres, en donde estaba mi consulta, concentrada en los músculos de las piernas y en el compás de la respiración.

Igual mi desaparición le había hecho cambiar su concepto de mí. Igual ni trataba de contactarme. O igual echarme de su lado lo había hecho en serio y yo me estaba auto engañando.

Llegué al control y me apoyé en la recepción, sin aliento.

—¡Mei! ¡Mei!

Jojo, la auxiliar del consultas, salió del cuartito del desayuno, con una cartulina de citas azul entre las manos y el rostro en evidente tensión.

—Mei, ha venido un paciente tuyo del otro hospital. —Depositó la tarjeta en el mostrador—. Le he dicho que no es posible que lo atiendas pero entonces ha salido corriendo, se ha metido en el despacho de formación y no ha habido manera de sacarle. Da igual lo que le pregunte, lo único que me dice es que soy muy guapa y luego se pone a cantar.

No me hizo falta más para identificarlo. ¿Jung Kook? Confirmé su nombre en la etiqueta de la cartulina. Efectivamente, Jung Kook.

—No te preocupes —fue todo lo que dije.

Con su tarjeta en la mano, atravesé el rellano de máquinas expendedora y la sala de espera, donde tres personas aguardaban a a ser llamados por pantalla y una cuarta se hacía selfies junto a la ventana, directa a la consulta de formación que, curiosamente, estaba frente a la mía.

¿Qué le traería por aquí? La última vez que lo había visto había estado a punto de tirarse por la ventana para volar y, si había venido hasta aquí y se había puesto a dar un recital de pop, no debía encontrarse estable. Por eso mi sorpresa fue mayúscula cuando, al llegar a mi destino, localicé su remolinos castaños y su camiseta amarilla chillón abandonando la unidad por la salida de emergencia.

—¡Jung Kook! —le llamé a voces—. ¡Jung Kook! ¡Soy Mei! ¿A dónde vas? ¿No querías terapia?

Se dio la vuelta, con la mano en alto y una sonrisa abierta que mostró todos los dientes.

—¡Ay, mi súper amiga en la salud y en la enfermedad, lo siento mucho, no te enfades! —exclamó, con su característico tono radiante—. ¡En realidad no necesito sesiones! — Se subió la manga de la camiseta y me mostró un algodón sujeto con cinta adhesiva a la altura del hombro—. ¡Me encuentro muy bien y llevo al día las inyecciones!

Ya iba siendo hora. Me alegraba. Era un chico con buena cabeza y mejores sentimientos y deseaba que la bipolaridad no le impidiera cumplir sus metas.

—Es maravilloso que empieces a ser responsable de ti mismo —señalé—. Pero, oye, si estás bien, no deberías estar aquí.

—¡Sí, lo sé, lo sé, pero es que tenía que despistar! —Me dirigió un par de sonrisas pícaras, como si todo fuera una gran broma y yo hubiera picado el anzuelo—. ¡Quiero ir de boda y ponerme un traje elegante como el de los mafiosos pero, si no era yo, a lo mejor no venías!

Me quedé sin aire y sentí el cuerpo temblar. Sería que... Apreté el pomo de mi despacho. No, cómo iba a...

Empujé la puerta y mis ojos recorrieron con ansiedad la pared de la que colgaba un póster motivacional precioso que jamás había visto antes para posarse sobre la mesa, con los folios cuidadosamente apilados a la derecha y un calendario nuevecito junto al ordenador. Y, de pie, ordenando los lápices y bolígrafos en los botes, estaba él.

—No tengo una cruzada personal contra tu mesa pero siempre te la coloco porque creo que es importante que tus pacientes perciban un ambiente de orden. —Yoon Gi echó el último bolígrafo al tarro antes de volverse hacia mí—. Eso les ayudará a ordenarse por dentro.

—Sí... —Me quedé completamente en blanco—. Es cierto.

Me miró unos segundos, como si meditara cómo seguir, y yo se la sostuve como pude.

Dios mío; no me creía que estuviera ahí. Se había dejado crecer más el cabello y ahora lo llevaba peinado hacia atrás pero la forma en la que me observaba seguía siendo tan cálida y vibrante como siempre.

—¿Estás bien? —me preguntó entonces y, añadió—: Quiero decir, ¿estás cómoda en este hospital? ¿Tus días son buenos?

No, no lo eran. No podían serlo sin él.

—Sí, todo está bien —mentí.

—Eso es genial. —Esbozó una especie de sonrisa y de repente me entraron unas ganas locas de golpearme en la sesera por la estupidez que acababa de hacer. ¿Pero qué demonios pasaba conmigo? ¿Tan idiota era como para dejarle ir sin decirle cómo me sentía? —Yo espero estarlo ahora que por fin te he visto.

Contuve la respiración. Yo también lo esperaba.

—Te diría que siento haber revisado el correo electrónico que le mandaste a Wo Kum, ya no era para mí, y haber utilizado a Jung Kook para llamarte pero realmente necesitaba verte y disculparme.

Sus ojos oscuros destilaron un brillo acuoso que hizo que los míos también se empañaran.

—Lo siento, Mei. Siento lo que te dije. Nunca debí volcar mi malestar sobre ti y, aunque ya no puedo remediarlo, al menos quería que supieras que soy consciente de cómo te sentiste y que me arrepiento.

—Yo tampoco actué bien —conseguí decir—. Desaparecí sin más y eso no era lo suyo.

—Pero yo creo que fue normal que lo hicieras. —Me pareció que se me acercaba y el bombadeo loco de mi pecho no me dejó ver que me sobrepasaba y que salía de la consulta hasta que estuvo fuera—. Fui yo el que insistió en empezar la relación pero lo único que he hecho ha sido apartarte cada vez que algo ocurría. Por eso me siento aliviado de verte tan bien. Cuídate mucho, por favor.

Le perdí de vista y la angustia me invadió. No, un momento. Fui tras él.

—¿Y cómo esperas que lo haga si no estás conmigo? —Solté la exclamación en medio de la sala, sin importarme quién pudiera escucharme—.Te estuve esperando tres años, ¿sabes?

Se detuvo en seco. La enfermera y una psiquiatra salieron de sus despachos. Jojo se acercó, curiosa, y los pacientes de la sala de espera abandonaron sus asientos y se asomaron. Todo me dio igual.

—¿Te piensas que puedes aparecer aquí, por las buenas, decirme que lo sientes y volver a largarte? —continué—. ¿Y qué pasa con lo que siento yo, eh? —Su rostro, incrédulo, buscó el mío—. ¿No te importa que te ame? ¿Que no pueda concentrarme porque te extraño a rabiar y que mis días sean una mierda porque no dejo de pensar en...?

No alcancé a decir el "ti" porque de repente corrió hacia mí y me abrazó, y sentirle así me hizo romper a llorar.

—Vas a tener que hacerte cargo de cómo me siento —susurré, pegada a su cuello—. Y del tiempo que te he esperado también... Y de esa Bitácora estúpida... Y...

Me levantó la cabeza y, en medio del desconcierto de los presentes, me besó.

—Me haré cargo, Mei —respondió, pegado a mis labios—. Han pasado mil doscientos cuarenta y ocho días y aún te amo.

El sabor salado de nuestras lágrimas impregnó nuestras bocas al volver a unirse y, a partir de ese momento, ya nunca volví a decir "yo". En su lugar, empecé, por fin, a decir "nosotros".

En medio de los malos momentos y de las pruebas adversas que nos pone la vida, surgen los sentimientos más fuertes y auténticos que existen.
En medio de lo malo, encontrar a quien te quiere como eres, con tus taras y defectos, es posible.
No sobrevivimos solos.
Necesitamos anclajes y agua en nuestro desierto para seguir.
Abre bien los ojos para encontrarlos.
Aunque parezca que no hay nada, siempre los hay.

Con cariño para ustedes,
Ada.

N/A: He decidido subir este extra porque sí pero, por favor lo pido, no deseo que nadie que no haya votado en la historia y apoyado los libros venga a comentar "ya era hora, por fin" o nada por el estilo.

Publico esto por cariño y afecto hacia las personas que han votado la Trilogía, me han apoyado con ella y para todxs los que han sabido respetar el final que yo quería. Muchísimas gracias, este es un pequeño regalito extra para ustedes.

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