Día Tres: Seis de Julio

"Noona, disculpa de antemano que te escriba mientras estás trabajando".

El mensaje de Jimin me llegó nada más poner los pies en aquel bloque de pisos viejísimo de color gris plagado de diminutos ventanucos en espejo que apenas dejaban pasar luz y me sirvió de excusa para detenerme en el portal unos minutos con la intención de repasar los buzones de los vecinos. Me llamaba demasiado la atención que pudiera haber gente capaz de vivir en un lugar tan desangelado, con semejante olor a cerrado y mosquitos pegados en las bombillas desnudas del techo, por cerca que estuviera del centro de la ciudad.

"He pensado que quizás estaría bien que, en vez de comer y hablar en casa, lo hiciéramos fuera" siguió escribiendo. "¿Te parecería bien? He mirado un par de sitios".

La propuesta me resultó tan impropia de él que la sorpresa casi me desencaja la mandíbula. En todos el tiempo que habíamos vivido juntos nos habíamos movido de casa al trabajo y del trabajo a casa y, por no salir, ni siquiera habíamos ido de compras juntos ni una sola vez porque el asunto de la pulsera de localización era un tema engorroso que atraía demasiadas miradas. Por eso la iniciativa me resultaba tan extraña y sonaba... Sonaba tan... Tan a...

"¿Quieres una flor?"

La maldita pregunta me saltó como un resorte y me revolvió de nuevo todos los temores. Rayos; aún no me cabía en la cabeza que hubiera sido capaz de aceptar un ofrecimiento tan macabro pero lo peor era que, después de saber que Tae Hyung le conocía y ver lo del ordenador, estaba segura de que me ocultaba algo importante.

Y, a todo esto, ¿por qué había elegido la rosa blanca? El blanco era el color que antaño se asociaba a la muerte, aunque ahora se usara para aludir a cuestiones relacionadas con la pureza.

"Encuentra la pareja perfecta".

¿Podía tener que ver con el amor tal vez? ¿Uno sincero y, por ende, blanco?

"No estoy contigo porque necesite cuidarte para subir mi autoestima. No tiene nada que ver con eso".

Sacudí la cabeza, con fuerza, a fin de deshechar el hilo de devaneos sin sentido que me estaba empezando a montar. ¿Pero en qué tonterías estaba pensando yo ahora? Que le diera vueltas a la simbología del caso era una cosa y que me pusiera a divagar sobre Jimin otra muy distinta. Había tomado esa rosa porque había sido la primera de la hilera, comer fuera no significaba nada del otro mundo y solo se estaba comportando así porque se sentía culpable ante la falta de confianza que me había mostrado. Porque eso era, ¿no? Sí, totalmente, o... ¡Ay, rayos!

"Me parece genial" zanjé el asunto. "Luego voy a casa a buscarte".

"Si no te incomoda me gustaría ser yo el que fuera a por ti".

Mis ojos volaron por las líneas, cada vez más atónitos, mientras me esforzaba por avanzar hacia las escaleras del portal sin caerme.

"Hasta ahora nunca lo he hecho porque sé que eres muy independiente y no quería importunarte comportándome como un latoso pero lo cierto es que cuando todavía trabajabas en el hospital no había día que no quisiera ir a esperarte" continuó. "¿Me dejarías estar más pendiente de ti a partir de ahora?"

La impresión me hizo tropezar con el escalón de forma tan abrupta que Woo Young, como había resultado llamarse el chico del juzgado y al que, por cierto, me había llevado bastante tiempo convencer de que me llevara hasta su amigo, tuvo que agarrarme del brazo.

—Más vale que no te lastimes porque, si lo haces, no te voy a llevar al hospital —me advirtió, con ese aire pasota con el que parecía moverse por la vida—. Esos sitios se han ganado el Primer Premio del concurso "Lugares que WooYo no visitará mientras respire".

Parpadeé unos segundos, asimilando esa peculiar forma de regañarme, y apoyé la espalda en la barandilla de pintura roja descolorida. Otra cosa no pero pelos en la lengua no tenía ni uno.

—¿Por qué dices eso? —quise saber—. Los centros sanitarios cumplen una importante labor para restaurar la salud de...

—Alto —me cortó, sin más—. Por mucho que digas y preguntes, no te lo voy a contar.

Accionó el interruptor de la luz y una parpadeante claridad amarilla iluminó una escalinata angosta y demasiado empinada con pinta de no haberse fregado en meses.

—Ya es suficiente con que haya aceptado que sepas dónde vivo.

Me hubiera gustado indagar más pero asumí que era mejor callar y mantener una actitud de prudencia. Era bastante desconfiado. Si le insistía probablemente se sentiría amenazado y entonces ya sí que no tendría nada que hacer.

—Cuarto piso —me sobrepasó—. Paso de vigilarte los pies así que quédate aquí, chatea a tus anchas y luego sube.

—No, espera —traté de frenarle—. Dame solo un segundo y voy contigo.

No me hizo caso. Su sombra no tardó en desaparecer y a mí no me quedó más remedio que dejar a medias la conversación con Jimin, no sin antes enviarle mi ubicación, y descalzarme para poder alcanzarle sin correr el riesgo de torcerme el tobillo por culpa de los tacones. Desde luego, tenía narices. Para un día que me los ponía resultaba que me tocaba conocer al "rey de las prisas".

Llegué arriba sin aire y tan roja que tuve que detenerme ante el número cuatro de latón oxidado de un rellano que, como el resto del edificio, estaba sucísimo. Las arañas campaban a sus anchas regando telas por la esquinas, una planta muerta decoraba el acceso al ascensor estropeado y la bombilla de turno estaba explotada pero lo que más me llamó la atención fueron las puertas de los dos domicilios. La primera parecía estar a punto de caerse pedazos y estaba precintada con bandas de la policía y un cartel enorme en donde se leía la advertencia: "Acceso restringido Fuerzas y Cuerpos de Seguridad". La otra, en donde Woo Young se había detenido, lucía nuevecita y plagada de cerraduras a diferentes alturas.

Dios mío; ¿en serio necesitaba tanta seguridad?

—Este edificio necesita una reforma. —Admiré las paredes de papel decorativo borroso y medio arrancado—. Una muy grande.

—¡Qué va! —escuché que me respondía—. Cuanto más desastroso el lugar, menos gente merodeando.

—Pues a mí esto me resulta inquietante. —Una araña de proporciones considerables se me atravesó por entre los pies desnudos y me obligó a ponerme los zapatos de inmediato—. No sé si preocuparme más por los bichos, por la pinta que tiene la casa de tu vecino o por la cantidad de cerrojos que has instalado en la tuya.

—Lo que pasa es que a la chica del A la encontraron muerta hace tiempo. —Woo Young me soltó la información como si no fuera con él mientras se afanaba en abrir el quinto pestillo. —Dijeron que fue un enamorado que tenía, que la mató porque lo rechazó, pero vete a saber —dudó—. El sistema es una mierda y no se puede estar seguro de nada.

Ya. Lo entendía. Yo pensaba lo mismo.

—¿Y no te importa vivir en frente? —Me acerqué al precinto y tiré del cartel; estaba muy adherido, como si lo acabaran de poner—. La mayoría se hubiera mudado de inmediato después de un suceso así.

No contestó y ya estaba por reformular la pregunta cuando reparé en los números inscritos en las bandas. Era la fecha de clausura del domicilio.

" 2017.07.06".

Había sido el seis de Julio de hace dos años.

Seis... De... Julio...

Un velo brumoso me nubló la visión. Los oídos comenzaron a pitarme. El pecho se me agarrotó.

Seis de Julio...

La fecha me transportó como por arte de magia a mi casa y, de repente, me vi sentada en el sofá al atardecer, colgada del teléfono con un montón de documentos encima de la mesa.

—Lo siento mucho, tesoro. —La voz de Suni, la trabajadora social de Psiquiatría y amiga mía desde mis primeros pasos en el hospital, resonó al otro lado de la línea—. De verdad que lo siento.

Lo decía por lo de Tokyo. Había estado dos meses ayudándome a recopilar cartas de recomendación y tramitando el papeleo necesario para solicitar una beca de intercambio de estudiantes que me permitiera trabajar al menos durante algunos meses en el centro donde estaba ingresado Yoon Gi y le acababan de llamar para decirle la petición había sido rechazada. Y ya era la quinta vez que pasaba. La quinta.

—No te preocupes. —La voz me salió en un hilo apenas audible—. Gracias por haberme ayudado.

—¡Ay, nena, no es nada! —Se quitó importancia—. Ya sabes que aquí me tienes para lo que necesites pero... —Se hizo un breve silencio—. Pero...

—Vas a pedirme que pare —adiviné—. Que lo deje.

—Es lo mejor, cielo.

Lo mejor. Ya.

—Él dijo que haría lo que fuera para volver.

—Sí, Mei, pero lo más probable es que no pueda hacerlo. —La objeción, pese a ser hecha con toda la suavidad del mundo, me cayó como una ascua candente sobre la piel—. Yoon Gi es un persona capaz como pocos pero hay que ser realista —continuó—. Va siendo momento de que asimiles que tu lugar no va a ser con él.

Esa vez no rompí a llorar ni tampoco me lamenté o maldije la normativa de Japón, no. Solo le agradecí el consejo y colgué para a continuación zambullirme en uno de mis manuales de estudio y evitar pensar en nada pero no debió salirme muy bien. De ahí en adelante recordaba poco.

Sabía que había salido a la calle y que había vuelto a la hora de cenar. Que me había disociado y que Jimin se había dado cuenta cuando, en lugar de comer la sopa, me había puesto a marearla con la cuchara y a buscar mi reflejo en el líquido. Que aquella noche se había venido a dormir a mi cama para hacerme sentir mejor y que había terminado durmiéndome abrazada a él hasta que, a eso de las tres, me había despertado con la extraña sensación de estar desapareciendo y me había levantado a darme una ducha.

Aún notaba la sensación caliente y ahogada del vapor en la piel y la desesperanza de un mundo vacío en el que no entendía cuál era mi función. Mi imagen desnuda, riéndose, frente al espejo. La voz de mi verdadero yo emergiendo de golpe en mi cabeza.

"Úsame, linda".

La petición fue tan contundente que me obligó a apretarme la cabeza. Hacía tiempo que no me sentía tan mal y mi cuerpo parecía querer volatilizarse, trasformarse en otro. En ella. En mí siendo ella.

"Y.M".

—¡Ey, J.K!

La exclamación de Woo Young me sacó de mis lamentables recuerdos y me hizo aterrizar de nuevo en aquel aquel rellano postapocalíptico. La puerta ya estaba abierta y voceaba desde la entrada, golpeando la madera con las llaves como si fuera un tambor.

—¡Ahórrame tener que tirarte de la cama, perezoso! —continuó—. ¡Sal, que te he traído una visita guay!

—Dile que se vaya. —Un murmullo apagado se escuchó desde el fondo—. Lo que era guay ahora es antiguay. Contraguay. Muy desiguay y.... —Se interrumpió—. Ay, Woo... Woo... ¿Qué hago? ¡¿Qué hago?!

El aludido soltó las llaves y suspiró con resignación, antes de animarme a pasar y lanzarse como un rayo a cerrar y acomodar los pestillos. Lo dicho, a prisas nadie le ganaba.

—Te he traído a una persona que seguro que te puede ayudar —se dirigió a su amigo, no sin antes revisar la correcta colocación de los enganches de las cadenas. —Ven, anda.

—¡No, no, no! ¡No voy!

Vaya. La cosa no pintaba fácil.

—J.K, te estás ganando a pulso que te tire por la ventana. —Mi acompañante echó a andar hacia el interior de la vivienda y yo le seguí, en silencio. —¿Has fingido desayunar? —siguió hablando y, ante la ausencia de respuesta, insistió—. ¿Has manchado el plato y lo has metido en el fregadero otra vez? —Reinó el silencio—. ¿Te has tomado al menos la medicación?

—Woo... —Se le volvió a escuchar—. No te esfuerces más por mí y déjame morir.

Avanzamos por el pequeño corredor. El piso no era grande pero, para mi alivio, estaba limpio y destilaba un aire acogedor completamente opuesto al del portal. La cocina tenía los electrodomésticos justos para vivir y un discreto juego de té encima de la encimera, el pasillo estaba decorado con póster de personajes de videojuegos y un paragüero con un bate de béisbol en su interior, y el salón, un lugar minúsculo pero con una iluminación natural estupenda, contaba con una mesa, un sofá de esquina y un escritorio con dos ordenadores monstruosos conectados a nada más y nada menos que cinco pantallas.

Deslicé la mano por uno de los teclados y la imagen en hilera de un montón de cámaras de seguridad saltó al monitor principal. ¿Pero ese chico a qué demonios se dedicaba? Entrecerré los ojos, para distinguir lo que se enfocaba. Parecía una cárcel o...

—Te agradeceré hasta el final de mis días que no husmees en mi trabajo. —Woo Young desenchufó el monitor de un tirón y me dejó con una enorme sensación de disconformidad—. ¿Te apetece comer algo? —cambió de tema— ¿Tienes sed?

—No, muchas gracias.

Una silueta se me atravesó entonces por el rabillo del ojo. Distinguí un cabello castaño despeinado y arremolinado en mechones desordenados, un sudadera amarillo chillón y unos ojos brillantes abiertos de par en par revisándome como si no pudieran creer lo que veían.

—Mei... —balbuceó—. Ay... Eres Mei... —repitió, alucinado—. ¡Mi amiga! ¡Mi amiga en la salud y la enfermedad!

La boca se me abrió como un buzón de correos. Aquella apariencia ingenua e inocente era inconfundible.

—¡Jung Kook!

La cabeza comenzó a darme vueltas. Cielos, ¿él era el amigo de Tae Hyung?

—¡Eres tu! ¡No puedo creerlo!

—¡Mei! —El aludido dio un salto y en un segundo me envolvió en un abrazo descomunal—. ¡Ay, mi súper psicóloga hiper inteligente! —Sonó ilusionado—. ¡Por fin volvemos a estar juntos!

—Me alegro mucho de verte —correspondí al gesto con una radiante sonrisa que me salió desde lo más profundo—. Estoy muy feliz de saber de ti.

Y lo estaba. Ya lo creo que lo estaba.

Jung Kook había sido uno de mis primeros pacientes y le guardaba un cariño especial. Le había conocido en las consultas cuando apenas llevaba un mes trabajando y mi pericia clínica estaba aún a medio desarrollar pero a él, un chico que arrastraba un trastorno bipolar tipo I desde temprana edad y que tenía un carácter de por sí tan expansivo que parecía vivir en continua hipomanía, mi poca experiencia no le había importando y había enganchado conmigo con tanta facilidad que la alianza terapéutica había sido cosa de coser y cantar.

—¿Cómo estás? —Le di un par de palmaditas en la espalda—. ¿Qué tal te sientes? Tu amigo Woo Young me ha contado que estás pasando unos días un poco complicados.

—Pues... —Me soltó—. El caso es que estoy... —Se cubrió el rostro entre las manos—. ¡Ay, no sé! —Rompió a llorar—. Estoy bien pero mal y más mal que bien pero no tan mal como podría ni tan bien como cuando estoy bien y a la vez es un mal que no es en sí mal pero tampoco es bien hasta que llega el rato en el que es súper mal.

Uf. Menuda desorganización.

—Vale.

—No, no vale. —Ahogó un suspiro—. No me estoy explicando. Se me amontonan las palabras.

—No te preocupes —le quité importancia—. Estás un poco nervioso y eso hace que se te dispare la fuga de ideas, ¿recuerdas eso? —le centré y él asintió—. Además te he entendido, que es lo que importa.

—Estoy muy estresado. —Alzó el rostro y se limpió las lágrimas—. A mi amigo Tae se le ha muerto mortíferamente el cerebro mental y es culpa mía.

—¿Qué te parece si lo hablamos? —le ofrecí—. Podemos sentarnos y pensar entre los dos qué ha ocurrido y sus posibles soluciones.

Se sorbió la nariz y me pareció que el cuerpo se le relajaba. Ya estaba. Solo faltaba que...

—No, Mei, no puedo.

La negativa me pilló de improviso y me dejó en blanco. ¿No? ¿Cómo que no?

—Sé que me ayudarías un montón amontonado de montones pero no puedo.

—Jung Kook, cuando uno se guarda las cosas, lo que suele pasar es que termina explotando.

No le dio tiempo a responder. El timbre de la puerta tronó con un pitido ensordecedor y Woo Young, que se había ido al dormitorio con la intención de darnos privacidad, salió corriendo y se hizo con el bate.

"Estoy en el sitio que me enviaste y me está dando muy mala espina". El mensaje de Jimin me pitó al segundo. "Noona, por favor sal de ahí y vámonos".

—Es mi ayudante. —Busqué a Woo Young, que se había pegado a la mirilla con un gesto de agobio descomunal—. Le mandé la ubicación hace un rato.

—Joder. —masculló él, entre dientes—. ¡La madre que me parió! ¡Cómo no! Tenía que ser él. ¿Por qué tenía que ser él? —continuó—. Esto es una puta broma.

Miré a Jung Kook, sin entender, pero éste se limitó a agachar la cabeza. Rayos; ¿qué ocurría?

—¿Cuál es el problema? —La pregunta me salió nerviosa.

—El problema es que creo que pueda con esto. —Las palabras de Woo Young retumbaron, amargas y cargadas de ansiedad—. No, mierda. No puedo.

¿Qué secreto esconde Jung Kook? ¿Por qué no puede hablar?
¿A qué se debe la reacción de Woo Young?
¿Qué pasó aquel seis de Julio?

Tenemos muchas preguntas.
Todo eesto y mucho en la próxima actualización.
No te lo pierdas.

N/A: Voy a hacer un repaso de los conceptos que han aparecido en este capítulo para quiénes quieran refrescar cosas.

Disociación: mecanismo de defensa psicológico que se activa ante la ansiedad o el desbordamiento emocional y que, por línea general, consiste en una Despersonalización (verse ajeno, como si se fuera otra persona) y/o Desrealización (ver el mundo como si fuera extraño o sin sentido). En los casos graves esta Disociación se escinde (esto es, se separa como un ente propio) y surge una identidad alternativa. UNA identidad defensa es lo normal. Vamos a recordar que esto surge de un trauma y con el sentido de defenderse. Se admite que pueda haber dos y, como muchísimo, tres. No hay cinco, ni veinte, ni treinta y cuatro.
Entonces es cuando se dice que la persona presenta un Trastorno de Identidad Disociativo. Este es el cuadro clínico que presentan Yoon Gi (como vimos en su división ante el suicidio del compañero) y Mei (en este capítulo).

Trastorno afectivo bipolar tipo I. Un trastorno del estado de ánimo en donde se alternan los episodios de manía (euforia, sensación de no necesitar dormir, energía excesiva y planes ideales, delirios y aluciaciones) con estados depresivos (en los que también puede haber delirios y alucinaciones).

Hipomanía. Estado similar a la manía pero de menor intensidad y, por lo tanto, menos grave.

Fuga de ideas. Es un síntoma de alteración del pensamiento en donde las ideas se amontonan y es difícil ordenarlas con sentido en una frase.

Y hasta aquí llego hoy. Espero que el capítulo les haya gustado.

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