Día Tres: Jimin
(Voz narrativa: Jimin)
Repasé la ubicación de Mei varias veces, sin saber qué hacer. No había mirado el mapa web pero el nombre me sonaba y creía que no estaba lejos de donde me encontraba, en una de las floristerías de la zona centro, dando tumbos de un lado para otro con una inquietud que hacía años que no sentía y cientos de ideas en la cabeza.
¿Qué sería lo mejor? ¿Estaría bien si iba y me reunía con ella? Habíamos quedado a la hora de la comida y solo eran las once. ¿No se vería raro? ¿Desesperado? ¿Sospechoso? Lo último que quería era que desconfiara de mí porque eso supondría un problema enorme para poder asegurarme de que estuviera bien.
Eso era todo lo que quería.
Que no sufriera. Que no se desestabilizara y que no acabara como Yoon Gi porque, en ciertas ocasiones, me había recordado tanto a él que había llegado a temer que desarrollara un trastorno como el suyo y no era capaz de asimilar lo que sería de nosotros, de ella y de mí, si algo así llegaba a ocurrir.
—¿Qué le parece? —La dependienta de la tienda, una chica bajita con aspecto de estudiante y cara agradable, levantó el ramo de prueba que se había ofrecido a hacerme y me dedicó una sonrisa de complicidad—. Seguro que le encanta. —Acarició con la punta de los dedos los pétalos de las flores silvestres—. Mi consejo es añadir hoja verde, que resalta los colores, y encajarle algunas rosas sueltas para ensalzar el conjunto y darle elegancia.
Rosas. Pues...
—No —rechacé; seguro que tenía razón pero la sola mención del tipo de flor me daba ansiedad—. Muchísimas gracias por la recomendación y por tomarse la molestia de ocupar su tiempo en un ensayo para mí -me mostré lo más amable posible—. Creo que es un trabajo perfecto y sensacional.
—¿De verdad? —Me pareció que se sonrojaba—. ¡Oh, si esto no es nada! —Se ocultó tras el ordenador de pedidos, azorada—. En realidad, es algo muy sencillo. No tiene que agradecerme.
—No se quite mérito —continué halagándola—. Seguiría perdido con las combinaciones de las plantas si no fuera por usted.
—Ay, qué encanto. —Ella soltó un par de risitas nerviosas y abandonó el lenguaje formal—. Te mereces toda la suerte del mundo con la receptora del regalo.
Suerte.
Era curioso que hasta hacía poco esa palabra no hubiera existido en mi vocabulario.
Mi primera infancia había transcurrido en orfanatos de los que apenas recordaba nada y mis vivencias con los Min, mi familia adoptiva, no habían sido precisamente las mejores. Si cerraba los ojos, todavía podía sentir los murmullos ahogados de mi madre al ser golpeada por el borracho de su marido, el pinchazo del destornillador en las costillas como castigo por no haberme terminado la cena a tiempo y el dolor de la nariz partida al tirarme del cabello y estrellarme la cabeza contra la pared. Podía ver a Yoon Gi defenderme, pagando por mi ineptitud, y experimentar la sensación de asfixia cuando aquel que llamábamos padre me asía del cuello y me levantaba del suelo hasta hacerme perder el conocimiento para que mi hermano "aprendiera a ser un verdadero hombre" capaz de reírse hasta de la muerte.
Había sido duro pero lo peor había llegado después. La muerte de mi padre a manos de un Yoon Gi en trance, que lo había descuartizado con el hacha del sótano, y mi propia imagen metiendo los restos en bolsas para ocultarlo habían sido lo que en verdad habían marcado el principio de mi final. Porque yo había decidido dejar de ser "yo" para convertirme en una escoria social de tal magnitud que aún hoy me resultaba difícil deshacerme del asco que sentía hacia mí mismo y hacia mis acciones.
Era normal. Asumir los actos y aceptar mi egoísmo no eran asuntos fáciles de digerir así como tampoco lo era mi monstruo interior. Porque ese ser criado en la inseguridad y en el autodesprecio, ese que tanto disfrutaba disfrazándose de amabilidad para buscar su propia conveniencia, se había llegado a hacer tan grande que reducirle a un rincón apartado a veces todavía me resultaba imposible. De hecho, estaba seguro que me habría descontrolado mil veces si Mei no hubiera estado conmigo.
—¿Quieres ponerle tarjeta?
La pregunta me hizo morderme el labio. ¿Debería?
—Lo mejor es añadirla para recalcar lo que se quiere trasmitir —se apresuró a explicar, guiada por la enorme cara de indecisión que debía verme—. Por ejemplo, en el caso de una declaración de amor, una frase tipo "siempre estás en mis pensamientos" o los clásicos "me gustas" o "te quiero" funcionan muy bien.
"Te quiero".
No, no. Si ponía algo así seguro que a la hora de la verdad terminaba escondiéndome la tarjeta en el bolsillo.
—Lo que busco es pedirle perdón por algo —tiré por la calle del medio, como llevaba haciéndolo desde ni sabía cuándo—. ¿Tendría algún tipo de tarjeta de disculpa?
—Oh... —La joven abrió mucho los ojos, apurada—. Lamento entonces haberle puesto el ejemplo de una declaración. —Regresó al leguaje formal—. Me pareció que estaba tan ilusionado eligiendo las flores que me imaginé otra cosa.
Me limité a asentir. No podía objetar nada porque en realidad tenía razón y había visto a la primera lo que yo llevaba años siendo incapaz de expresar.
No recordaba cuándo había empezado pero, sin buscarlo, había pasado de respetar a Mei por lo que había sido para Yoon Gi a quererla por lo que era ella en sí. De cuidarla en nombre de mi hermano a desear acompañarla a todas horas por necesidad propia. De valorarla por lo que había representado para otro a amarla por lo que significaba para mí. Y, sin embargo, ¿qué podía yo brindarle más allá de una simple compañía fraternal? ¿Cómo atreverme a confesarme siendo tan poca cosa? Y encima con mis evasivas, con mis problemas depresivos y con mi poca capacidad para decir las cosas como debían decirse. Con todo lo que tenía que esconder. Con lo que nunca podría contarle.
—"Te ruego que me perdones". —La dependienta leyó en la pantalla una aproximación a lo que le había pedido y me miró, no muy convencida—. Es un mensaje claro pero no es muy estético.
"El mensaje no estaba claro".
Las palabras de Tae Huyng me revolvieron la mente.
"¿Quieres probar suerte?"
Uf; aún no terminaba de asimilarlo. Jamás creí que volvería a verle y el hecho de que fuera precisamente él el testigo del caso me habían impedido pegar ojo en toda la noche.
—Mejor sin mensaje, gracias.
Le extendí la tarjeta de crédito y activé el navegador del móvil. Me estaba intranquilizando a pasos agigantados y necesitaba repasar la ubicación de Mei
—¿Cuándo lo recibirá?
—Esta tarde llegará a la dirección asignada.
Le agradecí de nuevo la dedicación y, tras una inclinación formal por mi parte y mil sonrisas por la suya, salí de la tienda y me perdí por las calles adyacentes. Atravesé el centro comercial de moda, que estaba hasta arriba, la clínica de estética del Doctor Yho, el restaurante de pollo frito que tenía siempre tanta cola y crucé el semáforo para girar en la primera bocacalle y terminar justo en el punto que me indicaba el mapa.
—No puede ser.
Levanté la vista, anonadado ante el edificio gris medio abandonado y con la sensación de tener un saco de piedras dentro del pecho.
—Mei... —El shock al reconocer el lugar me hizo llamarla en voz alta y, de repente, me descubrí temblando y con ganas de estrellar el teléfono contra el suelo—. No... Mei... No...
Me lancé escaleras arriba, hasta el cuarto, y pulsé como un desesperado al timbre de la puerta B, tratando de ignorar la casa precintada que tenía a mis espaldas. ¿Por qué? ¿Cómo era posible? ¿Cómo?
"Estoy en el sitio que me enviaste y me está dando muy mala espina". Le escribí, a toda velocidad, ya hiperventilando. "Noona, por favor sal de ahí y vámonos".
Leyó el mensaje pero no lo contestó. Tampoco me abrieron. Las sienes comenzaron a palpitarme. Llamé otra vez.
—¿Hola? —Pegué la boca a la rendija de la puerta—. ¿Noona? —No oí nada—. ¡Noona!
Conté tres segundos que se me hicieron eternos hasta que el ruido de unos cerrojos al descorrerse me hicieron contener el aliento.
—Menos mal. —La localicé en medio del pasillo, con el teléfono en la mano y una carpeta marrón en el bolso abierto, y los pulmones se me llenaron de aire—. Este lugar me ha puesto los pelos de punta.
Abrió la boca pero alguien se le adelantó.
—Lo que tiene uno que oír. —La inconfundible voz de acento callejero me dejó petrificado en el sitio—. Me extraña que tu te puedas asustar de algo.
Mis ojos se posaron en él. Sostenía la puerta como si pesara toneladas y me observaba con una mezcla de antipatía y ansiedad demasiado familiar.
Woo Young.
Jung Woo Young.
¿Él? ¿Aquí? Imposible. Hacía años que había desaparecido y ni siquiera su propia familia sabía dónde estaba. ¿Cómo era que...? Un segundo, ¿vivía en Seúl? ¿En aquella casa? El cuerpo se me tensó.
—Hola, WooYo. —Me esforcé por sacar una sonrisa—. Es increíble volver a saber de ti —expresé la media verdad porque así era más fáci—. Me alegro mucho de verte.
—Sí, ya me imagino que sí.
La escueta respuesta vino acompañada del golpe seco del bate de béisbol al caer contra el suelo pero fingí no darme cuenta. Podía manejarlo. Podía. No era la primera vez que lo hacía.
—¿Esta es tu casa? —continué, con las manos a la espalda para disimular la inquietud maniática que me hacía tirarme de las mangas y deshilacharme la ropa—. ¿Puedo pasar?
Abrió del todo y ya me disponía a agradecérselo cuando me dio la espalda y desapareció por el pasillo, con ese trasto intimidatorio en el hombro y sin una sola una palabra más.
Vaya; al parecer, seguía sin tolerarme aunque, para ser sincero, él a mi tampoco me había caído nunca bien. Era una de esas personas que metían la cabeza en todo y su presencia nunca iba asociada a nada bueno.
—¡Ay, qué emocionante! —Un efusivo e inesperado abrazo me hizo dejar de lado a Woo Young y tambalearme hacia atrás—. ¡Tu también estás aquí! ¡Has venido a verme! —Me apoyé en la pared para evitar caerme—. ¡El súper héroe de las injusticias de la planta!
¿Quién? ¿Yo?
—¡El mega protector anti tiranías del doctor Kim!
No tardé en asociar esa peculiar forma de expresarse.
—¡Qué ilusión! ¡Qué bien que me visitéis los dos! ¡Os quiero tanto tantísimo que me dan ganas de tocar el "tan tanto tantito" del tambor!
Semejante muestra de entusiasmo me humedeció los ojos. Jamás hubiera imaginado que Jung Kook, el chico que había estado ingresado con Yoon Gi y que disfrutaba corriendo por los pasillos del hospital con ese blog de dibujo bajo el brazo lleno de proyectos rocambolescos, pudiera guardar un recuerdo bueno de mí.
Me apreciaba. ¿Por qué? No me lo merecía en absoluto.
—Jimin ahora trabaja conmigo. —Mei se nos acercó y le palmeó el hombro con esa delicadeza maravillosa que solo ella sabía imprimir—. Estamos analizando un caso bastante importante —le aclaró, con un deje simpático—. De estos que son súper difíciles y que necesitan pensarse mucho.
—¡Qué guay! —Por fin, me soltó y sus ojos me revisaron con profunda admiración—. ¡Te cualificaste para incluirte en la misión de salvamento de los cerebros locos! —No pude reprimir la carcajada y él también se rió—. ¡Suena ultra emocionante!
—¿Qué te parece si nos ayudas? —se me ocurrió seguirle el tono—. ¿Te animas a participar tu también?
El rostro se le trasformó como por arte de magia en una máscara de angustia.
—¿Tiene que ver con Tae? —me preguntó—. ¿Queréis arreglar el coco mortíferamente muerto de Tae?
—Algo parecido —contesté.
La aclaración le hizo subirse la capucha de la sudadera y apretársela hasta que solo quedó visible la punta de su nariz. Parecía asustado.
—Jung Kook, de verdad no quiero ponerme a indagar en tus problemas personales si no es tu deseo hacerlo —intervino Mei, en un esfuerzo por evitar que el tema se nos fuera de las manos—. Pero si nos aclararas algunos datos, los que puedas, te lo agradeceríamos mucho y nos harías un enorme favor.
—¿Uno muy grande de esos enormes? —Me pareció que se encogía—. ¿Serviría eso para ayudarle?
—Por supuesto —reafirmó ella.
La tela amarilla se movió, despacio, en señal de afirmación.
—Lo intentaré. —Arrastró los pies hacia el interior de la vivienda—. Responderé las preguntas respondibles que tengan respuesta.
Mei suspiró aliviada, sacó la libreta de notas en la que solía apuntar de todo, desde asuntos de pacientes pendientes hasta la lista de la compra, y se dispuso a seguirle y yo aproveché que me quedaba atrás para echarle una ojeada a la puerta y a los mil cerrojos que la protegían, con la cabeza puesta en el piso clausurado. No se vería nada desde la mirilla más allá de un palmo, ¿verdad? Me asomé para confirmarlo y me encontré con la reconfortante oscuridad del rellano. No, no se distinguía.
—Es un edificio un poco inquietante. —La voz de Mei me llegó de fondo—. ¿Te agobia?
Sí. Ya lo creo que sí.
—Un poco —escogí otra media verdad. —Es que se ve desierto, las paredes parecen estar a punto de derrumbarse, no me gusta la suciedad y además... —me detuve; tenía demasiadas ideas dándome vueltas y no sabía cómo ordenarlas—. Noona...
Me aproximé a ella y los nervios me hicieron acercarme tanto que no fui consciente de la escasa distancia que nos separaba hasta que escuché su respiración y el corazón empezó a darme saltos como loco.
—Tengo que decirte muchas cosas y... —Ay; maldita ansiedad—. Bueno... Conozco a Woo Young —dije, al final—. Iba a mi instituto y tuvimos un par de desencuentros así que verle otra vez aquí, en medio de todo este lío, me ha revuelto un poco y... —me detuve; vaya explicación lamentable— . El caso es que no quiero que pienses que trato de ocultarte las cosas porque...
—No quiero desconfiar de ti, Jimin. —Sus palabras me acariciaron los tímpanos—. Eres la persona más importante de mi vida y dudar de ti hace que me duela el corazón.
Mei... Yo... Yo...
—Tu también eres lo primero para mí, noona. —Me las arreglé para contestar a pesar de me escuchaba los latidos como si fueran golpes de martillo—. En la comida te lo explicaré todo mejor —prometí—. Te gustan las carnes a la brasa, ¿no?
—¿Te refieres a las que se hacen a fuego en la mesa?
Echó a andar en pos de Jung Kook, simulando con la libreta y el bolígrafo que cocinaba en una parrilla. El pecho se me infló. Una de las cosas que más amaba de ella era su facilidad para cambiar de estado y hacerlo todo sencillo.
—Suelo destrozar los solomillos de formas catastrófica cuando los quiero partir —bromeó—. Aún así me encantará ir contigo.
Encontramos a nuestro entrevistado en el sofá, jugueteando con las cuerdas de una capucha que no se había quitado, y a Woo Young enganchado a un videojuego en esa especie de monstruo cibernético que tenía por ordenador, aparentemente absorto y con los auriculares puestos. Y realmente era "aparentemente" porque no me pasó desapercibido cómo sus ojos se desviaban de la partida en cuanto entré y me seguían a través del reflejo de la pantalla, generándome una incomodidad enorme de la que no me pude desahacer ni cuando Mei comenzó a trabajar.
—Una de las primeras cosas que me gustaría preguntarte es si Tae Hyung está comprometido —la escuché comentar—. En la entrevista que tuvimos con él me pareció entender que iba a casarse.
—¿Casarse? —Los ojos redondos y perplejos de Jung Kook se asomaron por la tela amarilla—. ¡Casarse!
—¿Te sorprende? —interpretó ella—. ¿No tiene novia?
La negativa fue instantánea.
—¿Y está buscando una? —prosiguió Mei—. Nos comentó que tenía que encontrar una pareja perfecta para él.
La reestructuración me dejó con la boca abierta. Utilizar los mensajes repetitivos de Tae Hyung como si hubieran transcurrido dentro de una conversación normal era una táctica muy inteligente.
—No sé.
—¿No te contó nada?
—No sé —repitió.
—J. K, lo suyo es que te extiendas un poco, ¿sabes? —Woo Young se quitó los auriculares y giró la silla hacia nosotros. Ya me estaba pareciendo extraño que no se metiera—. Tu "no sé" es lo mismo que ir a hablar con los peces del acuario.
—¡Es que de verdad no lo sé! —se defendió él—. ¿Casarse? —Se encogió de hombros—. ¿Novias? —Agitó las manos en el aire—. ¡No, no, no!
—Entonces no es lo que yo pensaba. —Mei garabateó un par de cosas en el cuaderno y se rascó la barbilla con el bolígrafo—. Quizás Tae Hyung esté metido en un delirio o en una fabulación.
"¿Quieres probar suerte?"
—¿Tampoco probó suerte? —No fui consciente de hablar hasta que mi propia voz me retumbó en los tímpanos—. Quiero decir si no había alguien que le interesara, que le gustara.
El chico dio un brinco en el sofá.
—¡Oh, sí! —exclamó, como si se le acababa de encender una bombilla—. ¡Sí, eso sí! —Se deshizo de la capucha y su maraña desordenada de pelo bailó ante nuestros ojos—. Me dijo que le gustaba una chica —recordó y se lanzó de carrera, sin respirar—. Lo malo es que ella no le quería de quererle sino que su salud y enfermedad de compañerismo compañero eran para otro así que Tae buscó estrategias de conquista pero le salieron mal pero súper mal y la chica pues le dijo clara clarificadamente que no y luego lloró cataratas de mocos y se quería morir pero no quería de verdad y se enfadó y...
Mei apoyó la mano en su brazo y le zarandeó con suavidad.
—Perdón. —Jung Kook captó el gesto y frenó—. Es que estoy muy nervioso.
—Respira profundo. —Ella le señaló el diafragma—. No quiero que lo pases mal.
Se hizo un breve silencio en el que Woo Young se recargó en el respaldo de la silla y Jung Kook, con la guía de Mei, se dedicó a la tarea de practicar la relajación mientras yo, casi tan alterado por dentro como él, hacía lo propio.
—¿Qué es eso de las estrategias de conquista? —retomé, en cuanto vi que recostaba la espalda en el cojín, ya más tranquilo—. ¿Dónde se pueden encontrar?
—Encuentra la pareja perfecta —dijo entonces.
Un escalofrío me recorrió de arriba a abajo.
—¿Qué quieres decir con eso? —Mei se inclinó hacia él y le cogió de ambas manos, para tratar de anclarle con el contacto físico y anticiparse a la posibilidad de que empezara a divagar—. Jung Kook, no paramos de escuchar eso a todas horas.
—Es un foro de Internet. —Fue Woo Young el que respondió—. La página está ideada para pedir consejos de amor, desahogarse y demás cuestiones pastelosas y vomitivas —aclaró y, ante nuestra cara de estupefacción, añadió—: No es que yo esté metido en eso pero no hay nada en Internet que no conozca y, además, esa página es algo famosa.
—¿Me la puedes enseñar? —solicitó Mei entonces.
La petición me puso el corazón en la garganta. No estaba dispuesto a ver nada delante de otros y menos si ese otro era Woo Young y, ya estaba por levantarme para objetar cualquier excusa, cuando reparé en la única repisa de la habitación. Apenas era una balda con tres libros y un jarrón pero lo que me dejó helado fue lo que contenía.
Una rosa roja y otra blanca, como los ramos de Tae.
"No sabía que flores tenían que ser".
Cuanto más se tira de la madeja más se enrevesa el hilo que tenemos entre las manos.
Te espero muy pronto en la próxima actualización.
¿Te lo vas a perder?
N/A.
- Delirio: trastorno del pensamiento en el que la persona desarrolla una idea que no existe pero que cree verdadera. Es un síntoma de los Trastornos Psicóticos (hay muchos tipos, no solo la Esquizofrenia) y puede tener diferente temática. Las más habituales son las de persecución (creer que alguien te persigue con la intención de matarte) pero las hay místicas, nihilistas (pensar que te han robado una parte del cuerpo), de grandeza (creerse famoso) y un espectro tan amplio que necesitaría un anexo entero para explicar cada una.
-Fabulación: acepción psicológica que se refiere al hecho de que alguien se invente algo y se crea su propia mentira.
Y ahora la pregunta de las preguntas: Viendo cómo va la historia, ¿a quién elegimos para Mei, tesoros? ¿A Jimin o a Yoon Gi?
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