Día Siete: Tu turno
Flashback (cont.)
—Nada. —Mi amigo agacha la cabeza y le da un puntapié a una de las piedras de la arena de patio—. En realidad no sé nada. —Su mirada acobardada busca reforzarse en la mía—. Lo que quería decir es que el asunto me dio mala espina y ahora, después de un mes...
—Shin Hye no está muerta. —La réplica cae peor que un bofetada—. ¿Por qué insinúas que lo está? —Un velado recelo abraza cada sílaba—. ¿Acaso has visto el cuerpo?
Woo Young da un respingo. Cualquiera que le viera pensaría que oculta algo pero en realidad no es así. Solo está tenso porque le da pavor hablar de la muerte. Le pasa desde que su madre entró en parada cardiorespiratoria y él la tuvo que atender y, aunque de eso hace ya varios años, aún no ha aprendido a manejarlo.
—Claro que no.
—Entonces no te hagas el listo —le reprende ella—. Déjate de "malas espinas".
Debería intervenir. Soo Bin es una desagradable de campeonato y merece que alguien le de un par de dosis de realidad pero no lo hago porque, hasta cierto punto, soy capaz de entenderla. Se siente frustrada y sola porque su inseparable amiga, la única que ha permanecido a su lado desde primer año, ya no está. Está cansada de colgar carteles, harta de patearse las calles y aburrida de indagar por la ciudad sin encontrar nada útil y ha canalizado su impotencia en un odio general contra el mundo.
—Lo siento.
Como de costumbre, Woo Yo admite una culpa absurda y desvía la vista al altar. La aguanta porque la ama, pese a que es consciente de que debería dejar de intentar agradarla y empezar a respetarse a sí mismo.
—No me des la razón como a los tontos, ¿quieres? —A pesar de la disculpa, el regaño prosigue—. Shin Hye está viva y no me cabe ni la más mínima duda al respecto porque, escúchame bien lo que te voy a decir, resulta que hace tres días publicó un mensaje en Internet —confiesa, y, ante nuestro desconcierto, añade—: En la web que estás haciendo para el concurso de Nuevas Tecnologías.
Los ojos de Woo Young se trasforman en dos canicas llenas de estupor.
—No, imposible —niega—. Aún no la he terminado.
—¿Ah, no? —La chica entrecierra los ojos, se lleva la mano a la mochila y extrae un puñado de folios arrugados—. Porque resulta que lo he impreso todo para que lo veas.
Mi amigo no tarda ni en segundo en coger las hojas y, hecho un manojo de nervios, se pega a mi lado como un niño pequeño en busca de protección.
Efectivamente, se trata de la presentación de su proyecto, una movida sobre consejos para amores unilaterales como el suyo y tips para echarse novia, y allí, en medio de aquel foro vacío de usuarios en el que tan solo figuran mensajes de prueba, alguien que responde al usuario "Kim Shin Hye" ha dejado un hilo abierto.
—La puta madre. —WooYo pasa de página y observa la siguiente—. Joder... —No da crédito—. ¡Ay, joder! —Me busca, aterrado—. ¡No es posible, Y.G!
—"Encuentra la pareja perfecta". —Me centro en el título del post; de entrada la frase suena a juego—. "Hobi, perdóname por todo. Te mereces ser feliz y encontrar a alguien que te valores como realmente mereces. Podría ser tu momento. O podría ser el del que esté leyendo estas líneas. Podría ser tu partida. Tu turno".
—¿Turno de qué? —El murmullo asustado de mi acompañante me cala en el oído—. Estoy alucinando.
La verdad es que yo también. A parte del tema de la partida y el turno, el contenido se me hace demasiado serio y austero para haber sido escrito por una persona tan vital y afectusa como era Shin Hye. No sé, me hubiera cuadrado más que hubiera dejado algo efusivo tipo: "¡Hobi! ¡Acuérdate de mantener tu bella sonrisa y de mostrarla al mundo como solo tu sabes hacerlo!"
—No lo posteó ella. —La conclusión se me escapa.
—¿Qué? —Soo Bin da un respingo y de repente la tengo frente a mí—. ¿Cómo lo sabes? —inquiere—. Se está identificando.
—Entonces si yo me registro y digo que soy Soo Bin supongo que es porque soy Soo Bin pero soy un memo y no me he dado cuenta.
Los colores se le suben.
—Esto... —musita para el cuello de su camisa—. Bueno...
—Toma, Yoon Gi.
La interrumpción me llega por la espalda. Me giro. Hoseok, con los ojos hinchados de tanto llorar pero la misma actitud simpática de siempre, me ofrece una de las rosas del altar. Una roja.
—Las flores no son lo mío.
Me limito a observarla. No tengo por costumbre aceptar cosas de nadie y menos si proceden del homenaje de otra persona.
—Venga, hombre, no me hagas el feo y cógela , que yo también me quedaré una y así al menos podré decir que tenemos algo en común. —Me muestra un pequeño capullo a medio abrir de color blanco—. Te doy la roja porque es la más grande y, además, es tu color.
Mi color.
El rojo.
Rojo como la sangre.
La cabeza me retumba. Los oídos me zumban. La vista se me nubla. Caigo de rodillas pero no siento el golpe y, de repente, me encuentro envuelto en una oscuridad absoluta, desorientado y perplejo, hasta que el frío de un picaporte me devuelve a la realidad y me veo de pie frente a una puerta que, a juzgar por las llaves que tengo en la mano, acabo de abrir.
¿Qué mierdas ocurre? ¿Por qué no estoy en el patio de colegio? ¿Qué hago yo aquí y a oscuras? Empiezo a agobiarme y palpo la pared, a ciegas, en busca de un interruptor que no encuentro. Mierda.
Meto la cabeza en la habitación. Distingo el reflejo del latón de un armario, abierto de par en par y varios de sus utensilios desperdigados por el suelo, el techo lleno de grietas y bolsas y cubos apilados por los rincones. Se parece al sótano de mi casa pero el olor es...
Un bulto redondo del tamaño de un balón interrumpe mi razonamiento y, de repente, me viene a la cabeza que las luces de todas las viviendas del vecindario tienen los paneles a la derecha. Lo acciono. La bombilla tintinea.
Es una cabeza humana. Una de cabello largo que me observa, limpia, peinada y con los ojos muy abiertos. ¡Joder!
La impresión hace que se me caigan las llaves. La conozco. ¡Yo la conozco! Es...
Retrocedo. Es Shin...
¡Mierda! ¿Pero qué estoy viendo? ¿Por qué está así? ¿Y cómo es que yo sabía que estaba allí? Maldita sea. ¿Quién le ha hecho eso? ¿Acaso he sido yo? No, no puede ser. ¡No puede ser!
"Dejarse llevar por el desconcierto es un error muy mediocre, Yoon Gi".
Mi propia voz me retumba de forma extraña en las sienes. Qué... Qué es lo que pasa... Qué me pasa...
"Escúchame".
No. No sé si alguien realmente me está hablando o si simplemente estoy loco y sufro alteraciones sensoriales pero, sea lo que sea, no voy prestarle atención. No quiero. Necesito largarme allí. Buscar ayuda. Decírselo a alguien.
"Yoon Gi".
¡No!
Intento darme la vuelta y correr escaleras arriba pero, para mi asombro, el mundo vuelve a cambiar y, como un escenario virtual, me descubro dentro de la cocina quemada de mi casa, contemplando con los ojos empañados en lágrimas la cabeza de otra chica, esta vez con las cuencas vacías y los ojos colgados de las orejas, y la nueva visión me deja mudo y mucho más impactado, si cabe, que la anterior.
Es ella.
La persona que amé.
Lo sé porque me duele el pecho. Porque no puedo respirar. Porque me siento morir. Porque lo único que me viene a la cabeza es que la he perdido y que voy a arrancarle las tripas a Hoseok por lo que le ha hecho antes abandonarme e irme con ella.
"La desesperación confunde la mente".
Desesperación. ¿Y qué sabe él, quien quiera que sea, de la verdadera desesperación? Solo se entiende cuando se llega a un colapso similar al que arrastro yo ahora.
"Mucho, mi querido Yoon Gi. Yo nací y crecí en tu desesperación".
Me cubro la cara con las manos. Dios; basta. Me da igual. Todo me da igual. Esto es una puta pesadilla y lo único que quiero es despertarme. ¡Quiero despertarme! Necesito verla. Necesito que me sonría y me diga está bien, que no le ocurre nada. Por favor. ¡Por favor!
"La angustia no debe bloquearte. Mientras me tengas a mí todo estará bien".
No, no lo estará. No puede estarlo.
"Si me dejas sí".
¿Cómo?
"Hazte a un lado. Cierra los ojos. Déjame ser tu".
Ser yo...
—Yoon Gi. —Pese al tremendo nudo que tenía en la garganta, me las arreglé para que la voz no se me quebrara—. Yoon Gi, ¿me oyes? —Deslicé la linterna por las inexpresivas pupilas, perdidas en algún punto muerto del espacio—. Yoon Gi, soy Mei.
Solté la luz y le apreté las manos. Nada. Le limpié el rostro, el cuello y las muñecas con un paño húmedo para ver si, con suerte, conseguía estimular los puntos potenciales de la relajación o, al menos, que el frío le hiciera reaccionar. No se movió.
—Señorita Eun, creo que lo mejor es que llamemos a Psiquiatría. —Kim Wo Kum, apoyado en la pared junto a la puerta, dejó caer un par de toses—. Su situación no parece buena.
Ya. Llevaba sin responder a estímulos desde que Jimin, lloroso y con una crisis de angustia monumental, me había ido a buscar balbuceando no sé cuántas cosas sobre lo mala persona que era por haberse saltado mis recomendaciones y haberle hablado a su hermano sobre el pasado y de eso hacía más de tres horas. Sin embargo, ingresarle no serviría para traerle de vuelta.
—Por favor, cierra la boca, Wo Kum. —Las pupilas de la fiscal Yoo Hyeon, sentada al otro lado del sofá, se posaron sobre mi jefe con repulsión—. ¿No ves que, con tus opiniones baratas, lo único que consigues es poner nerviosa a la doctora?
—No estoy nerviosa —corregí y, antes de que se enzarzaran a discutir, añadí—: Pero ambos deberían que guardar silencio porque de lo contrario no puedo concentrarme.
En verdad estaba hecha polvo, claro, pero no podía dejar que lo notaran. Ver a Yoon Gi sumido en aquel estado de shock, sin guía ni elementos de anclaje que usar para sacarle, me había destrozado y apenas era capaz de contener las lágrimas. Si seguía así corría el riesgo de entrar en regresión, de desintegrar su vida adulta por completo y de...
No. Alto. No. No iba a pasarle nada. Podía recuperarle. Tenía que poder.
—En tal caso le muestro mis disculpas —observó entonces Yoo Hyeon—. Me había dado la impresión de que le guardaba al señor Min un cariño bastante particular y, por lo mismo, creí que estaba muy afectada y quería brindarle mi apoyo.
"Cuidado".
—En absoluto —fulminé el asunto y me dirigí a Jimin que, arrodillado sobre la moderna alfombra de motivos geométricos, todavía no había conseguido calmarse. —Sé que estás mal pero necesito que me ayudes.
—Es que... —Las palabras se le ahogaron en la garganta—. No puedo. —Su cabello rubio se agitó a ambos lados—. Soy una escoria. Sabía que no debía contarle nada pero... Lo hice... Lo hice... Y ahora... Ahora él...
—Todos hacemos cosas que sabemos que no deberíamos hacer. —Procuré mantener mi tono más amable; lo que había pasado me dolía pero entendía que había sido un error—. Lo que nos diferencia es lo que hacemos para arreglarlo.
—¡Pero yo no puedo hacer nada! —Reprimió un sollozo—. Siempre tomo malas decisiones y no puedo... No puedo hacer nada bien... No puedo...
Aquel "no puedo" me revolvió de tal forma que mi yo disociado saltó como un resorte y, antes de que me quisieras dar cuenta, le había agarrado de las muñecas y le obligaba a mirarme.
—Lindura, ese tono lastimero no te favorece —señalé—. Tu yo sabemos que escondes una faceta diferente que, por cierto, estoy deseando volver a ver.
—No, yo...
Le clavé una mirada profunda, intensa.
—Está bien, noona —admitió entonces—. Haré lo que pueda.
La idea, en principio, era simple. Partiendo de la base de que los estados de shock eran producto de niveles muy elevados de ansiedad, empecé por administrarle a Yoon Gi una inyección de Loracepam que había encontrado en el maletín que Yoo Hyeon había traído de Tokyo. Si el efecto sedante conseguía debilitar al menos un poco su fuerte mecanismo de defensa, cabía la posibilidad de que fuera más fácil contactar con él y ahí era precisamente donde necesitaba a Jimin.
—Tienes que ser tu —le expliqué—. A mí no me recuerda y mi voz le será desconocida pero tu eres su hermano y te quiere. Tienes que contarle algún momento bueno que hayáis vivido juntos.
—Me temo que no hemos tenido muchos.
Sí, eso era lo complicado.
—¿Y nunca le has visto reír? —valoré posibilidades—. Y por reír no me refiero a sonreír sino a algo más espontáneo.
—Solo contigo.
Rayos. Me estaban entrando ganas de llorar otra vez.
—¿Y travesuras infantiles? —Jimin negó con la cabeza—. ¿Bromas? —Repitió el gesto y la desesperación me invadió—. ¿Nunca le habéis hecho trastadas a nadie?
—No salíamos de la casa para nada más que para asistir a la escuela o ir a la compra.
Estupendo.
—Aunque lo podría intentar con algo pero no estoy seguro de que funcione.
—No importa. —Me aferré como si de ello dependiera mi vida—. No lo sabremos si no probamos.
Mi ayudante asintió, con una serenidad completamente opuesta a la imagen de dolor que había mostrado segundos atrás, y se sentó junto a su hermano. Yoo Hyeon descruzó las piernas y su atención de tonos anaranjados se imprimó sobre la escena. Kim Woo Kum se acercó. Los policías de seguridad que, llamados por la curiosidad, habían ido abandonando sus puestos para asomarse al despacho, se miraron unos a otros, expectantes.
—Hyung, ¿te acuerdas del día de la bicicleta?
Crucé los dedos y recé a todo lo que se me ocurrió.
—Se la quitaste al presumido de Hye Hyung delante de sus narices, en la puerta del salón de videojuegos, como castigo por haberme tirado las zapatillas de gimnasia a la taza del w.c. —El discurso emergió lento, suave—. ¿Recuerdas cómo nos maldijo cuando nos vio irnos en su tesoro más preciado? Aún me pregunto cómo lo hiciste para pedalear tan rápido llevándome en el sillín.
Me retorcí las manos. Lo estaba haciendo genial, con preguntas directas y detalles concretos, pero Yoon Gi seguía igual. Dios; seguía igual. ¿Por qué? Al menos la medicación tendría que haberle hecho efecto.
—¿Te acuerdas de cuando llegamos a la cuesta de la frutería y dejaste ir los pedales para bajarla a toda velocidad? —continuó Jimin—. ¿Sentiste la fuerza del aire en la cara? ¿El estruendo de los gritos que di cuando casi nos tragamos el camión de los lácteos? ¿El compás de tus contagiosas carcajadas al detenernos frente a la fuente?
No estaba funcionado. ¿Significaba que no había forma de devolverle a la realidad? No, no, de ninguna manera. Me negaba a aceptarlo. Me negaba.
—Yoon Gi —intervine; a pesar de que no tenía intención de hacerlo, la ansiedad me superaba—. Seguro que te sientes solo y abrumado ante lo que estás viendo ahora mismo.
Escurrí el paño en la palangana y se lo pasé de nuevo por la cara, con toda la delicadeza del mundo.
—Es duro y angustiante no entender lo que ocurre y sentir el mundo cambiar y girar, lo sé muy bien. Sin embargo, también sé que eres muy fuerte y que nunca te has rendido.
Todo siguió igual.
—Por favor, no te abandones ahora. —Me dejé caer sobre la alfombra, ya sin ideas y cada vez más bloqueada—. Yoon Gi... —Le llamé por enésima vez—. Yoon Gi...
—Hay que llamar al hospital. —La insistencia del forense me llegó lejana—. Sé que le duele y créame que lo entiendo pero seguro que comprende que el señor Min no va a...
—¡Tae!
Aquella repentina exclamación procedente de algún punto del exterior, angustiosa y cargada de terror, nos dejó a todos con un abrupto nudo en la garganta.
¿Jung...? ¡Jung Kook!
—¡No, Tae, no! —El eco se repitió—. ¡Tae!
—¡No puedo retrasar más el cambio! —gritó el aludido, a pleno pulmón—. ¡Cambio de turno!
La fiscal y el forense volaron fuera de la habitación. Los policías corrieron pasillo a través. Escuché pisadas, un sinfín de órdenes apresuradas, voces y exclamaciones de desconcierto pero, a pesar de todo, no me pude mover. Me sentía anestesiada.
—¡Doctora Eun! —Alguien que no supe identificar me reclamó—. ¡Por Dios, venga! ¡Venga!
Yo... No...
No podía. No podía dejar a Yoon Gi así.
Una ola brumosa me dejó sin aire. Los dibujos de la alfombra empezaron a bailar vertiginosamente. Me sentí desvanecer, caer, desparecer.
—Noona. —Los brazos de Jimin me sostuvieron y evitaron que terminara dándome de bruces contra el suelo—. Noona, ánclate, por favor —me pidió—. Puede que yo no sea mucho pero estoy contigo. —Y añadió—. Te amo y estoy contigo.
Pasado y presente se han entrecruzado mientras el caos se adueña del juzgado.
Yoon Gi parece haber entrado en un estado de bloqueo emocional de no retorno y Jimin, luchando contra sus contradictorios sentimientos hacia su hermano, se ha declarado.
Y en cuanto a Tae...
Es el momento del cambio de turno.
Te espero en la próxima actualización.
No te lo pierdas.
N/A:
En este capítulo, a parte de los ya conocidos flashbacks de la clínica traumática, he intentado describir lo que es un estado shock desde dentro (a través de Yoon Gi) y desde fuera (a través de Mei).
Por otro lado, junto a la represión (de la que ya hemos hablado en capítulos anteriores), Mei ha mencionado otro mecanismo de defensa, la regresión. En la primera, la persona reprime recuerdos para no sufrir y, en la segunda, lo que se hace es retroceder a conductas y actitudes de tiempos pasados que fueron mejores. Por ejemplo, ocurre cuando un adulto adoptas las formas infantiles que tenía de niño o cuando un niño que come en plato de repente vuelve al biberón. Esta regresión, en su formas leves, es muy pero muy habitual en las consulta.
Ahora bien; si los dos mecanismos se combinan, ¿adivinan el resultado?
Tendríamos a un adulto convertido en niño que no se reconoce como adulto porque no recuerda sus vivencias. Imagínense el drama y la angustia subsiguiente.
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