Día Siete: Está muerta


(Voz narrativa Yoon Gi)

Conté las carpetas apiladas sobre la mesa. Había más de cien. Joder; hubiera preferido someterme a una exposición antes que revisar todo aquello. ¿Por qué mierdas no había insistido? Por mucho que Mei creyera que si me zambullía en mi realidad bloqueada me perdería en la angustia, yo estaba seguro de poder resistir. Solo tenía que enfrentarme a los estímulos que me mostrara, como podían ser las fotografías de la escuela preparatoria o de Shin Hye y sus compañeros de aula, y dejarme guiar, y eso se me hacía sencillo.

Ni siquiera tenía que esforzarme por confiar. Me salía natural porque era "ella". Lo intuía. Era Mei a quien yo había estado evocando en sueños. La que me sostenía de las manos y me abrazaba. La que me había dado luz en los peores momentos de oscuridad y me había aceptado en mi retorcida locura. La que yo, pese al vacío de mi memoria, amaba.

Estaba seguro.

—Estos son todos los homicidios ocurridos en el país durante los últimos tres años. —La fiscal Yoo Hyeon dio unos golpecitos con la mano a la montaña de documentos y me miró desde su silla, con las pupilas rebosantes de curiosidad—. ¿Serías tan amable de decirme por qué los has pedido?

Porque, a falta de hurgar en mis agujeros mentales, era lo único que se me había ocurrido para sacar algo más del "asesino de las novias", como le había bautizado.

Independientemente de que al final se tratara de Tae Hyung, cosa que, por cierto, dudaba, lo que estaba claro era que no podía haberse limitado a dejar solo dos víctimas en tres años. Si no que me lo preguntaran a mí que, desde los diecisiete, me había estado cargado a unas cuatro personas como mínimo de media.

—Es que me aburría. —Saqué mi mejor pose de psicópata sacatripas y crucé un pie sobre otro—. Las fotografías de los homicidios son fascinantes. —Se me quedó mirando como si fuera un fantasma y le sonreí—. Ya sabe, todos esos restos humanos rebanados en medio de ese festival carmesí trasmiten un...

—Sí, ya —me cortó, espantada. —Ya.

—Si sus oídos no están preparados para escucharme no sé por qué pregunta.

—No, es que... —Se esforzó por responder con calma pero las palabras se le atascaron—. Creo que... —Se sacudió las pulseras de las muñecas y por fin arrancó—: Estaría bien que te esforzaras en la rehabilitación y cambiaras las fotos por cosas normales como, por ejemplo, ver la televisión.

—Nunca he visto la televisión.

—¿Ah, no?

—No.

No era mentira. De niño no la podía poner porque su sonido molestaba a mi padre y eso se traducía en palizas y, tras su muerte, entre la gran cantidad de tareas domésticas que me tocaba hacer debido a los trabajos de mi madre y la asistencia a la escuela, cuando por fin conseguía tirarme en el sofá, prefería charlar con mi hermano antes que atender a esa caja insulsa que no hacía más que matar las neuronas de la sociedad.

—¿Y qué hay de la chica que querías encontrar? —La fiscal volvió a la carga—. ¿No te gustaría ir a buscarla?

Claro que sí. De hecho, me moría por salir a su encuentro pero resultaba que me había prometido volver a las diez y yo había decidido portarme bien y esperar. El problema ahora consistía en que solo quedaban diez minutos para que el reloj de la pared marcara esa hora y, si Yoo Hyeon no se largaba, no podría verla. Tenía que echarla.

—La chica ya no me interesa.

Cogí varios expedientes de la pila y dejé que mis ojos volaran por las fotografías de una señora de cincuenta y tres años, asesinada a golpes por su hijo mayor, las de otra un par de años más joven envenenada por culpa de una herencia familiar y la de una tercera a la que alguien había empujado por una escalera y que había quedado tirada en el suelo con un enorme surco rojo en la cabeza. Nada.

—Te has rendido porque piensas que no vas a dar con ella. —Mi interlocutora se hizo la entendida—. Sin embargo, te dije que te ayudaría, ¿recuerdas?

—No es necesario.

—Pero tengo muchas influencias y...

—No me hace falta.

Su tez adquirió el color de las cerezas.

—¿Por qué muestras tanta negatividad hacia mí? —La indignación le pudo más que el miedo que me tenía—. Te saqué de Tokyo, te permito moverte con bastante libertad y encima me estoy esforzando por acortar tu condena.

Nada de eso. En realidad no había hecho una mierda ni tenía la intención de hacerlo. Me dejaba deambular cuando podía sacar provecho, como en la planta, para luego ponerme una de las inyecciones de Yamamoto y mandarme a dormir, y había rellenado la solicitud de revisión de mi caso solo para quedar bien antes de esconderla en el cajón de la derecha donde, por cierto, todavía seguía.

—Le dije que no soy un idiota. —Levanté la cabeza de las fotos y le dirigí la mirada más gélida del mundo—. Loco está claro pero idiota no.

Mi gesto hizo el efecto deseado porque las ruedas de su silla retrocedieron.

—Ya... —Regresó a su actitud inicial—. Ya sé... Sé que no... Yo... Yo solo pretendo garantizar tu bienestar.

"Garantizar tu bienestar". Pero qué graciosa. Me acababa de regalar la forma perfecta de librarme de ella.

—Sus problemas con la deseabilidad social son alarmantes —le dejé caer—. A lo mejor necesita que alguien le enseñe a no preocuparse por las ideas que los demás se forman de usted ya que, por mucho que finja amabilidad y se arregle como una estrella del firmamento cinematográfico, las personas siempre pensamos lo que nos da la gana y cuando nos da la gana.

La boca se le abrió de par en par.

—No. —El labio le tembló—. Yo no tengo ese problema.

—¿No? —continué—. ¿Entonces por qué tiene miedo hasta de lo que un psicópata como yo opine de usted? ¿Qué le pasó? ¿Le rechazaban los compañeros de clase?

No me hizo falta más. En un abrir y cerrar de ojos había abandonado su lugar en la mesa y taconeaba fuera de la habitación.

—Me voy. —Tomó carrera por el pasillo—. No voy a permitir que me analices.

—No corra —contesté, mordaz—. Se puede caer.

Volví sobre las agujas de la hora. Diez menos cinco.

Me eché el pelo hacia atrás, me puse derecho y traté de concentrarme en las pegatinas de las carpetas, en donde se leía el número del caso y el motivo del fallecimiento. No quería que Mei me encontrara pendiente de la puerta y con las piernas bailando.

Descarté todos los atropellos que vi, las precipitaciones desde balcones y los casos relacionados con empresas y luchas de poder, y terminé observando los restos de una señora de Daegu a la que habían encontrado en un contenedor de basura, descuartizada y metida en bolsas.

"En memoria del Carnicero de Daegu".

Me quedé de piedra al leer la transcripción del mensaje que le habían encontrado metido en la boca. Vamos, no me jodas. ¿Un fan?

"Limpiaste las calles de los abusadores, violadores y maltratadores. La ciudad te da las gracias".

¿Y me había dedicado su homicidio? Este tipo estaba peor que yo.

Deseché la carpeta y fui a por la siguiente. Esta vez me encontré con una chica joven y una escena mucho más interesante porque yacía en medio de un charco de sangre en el salón de su casa, degollada, y, sobre la mesa del comedor, se apreciaba algo parecido a un velo. Un velo de novia.

Revisé el informe. Moon Ga Yoong, de veintisiete años, había arrastrado problemas emocionales desde la infancia y su tendencia exigente e incoformista le había llevado a consultar cientos de terapeutas en busca de consejos que nunca llevó a la práctica. Por lo demás, sus días habían transcurrido entre su trabajo como dependienta en una tienda y los pubs de alterne de Itaewon hasta que, la madrugada del seis de Julio de hacía dos años, la habían encontrado muerta gracias al aviso de una llamada anónima y la culpa había recaído sobre un chico al que, al parecer, había rechazado días antes.

El mismo patrón. Tenía que ser él.

Volví sobre las fotos. Sangre por todas partes. Diferentes tomas de las extremidades inertes. Un corte abismal en el cuello. El pelo hecho una maraña de grumos oscuros. El velo ensangrentado y una casa tan parecida a la que le recordaba a Woo Young que no pude evitar echar un vistazo a la dirección.

Joder. Era su vecina.

—¿Hyung?

La tímida voz de Jimin me devolvió al despacho. Estaba en la puerta, sin atreverse a entrar y con una enorme emoción contenida en los ojos, y verle aparecer hizo que me olvidara de todo y el corazón se me hinchó como un globo.

Mi hermano. Mi querido hermano.

—Hola, Hyung —volvió a saludar—. Perdona por presentarme así. Sé que estás trabajando pero como no hemos tenido tiempo de vernos y la comida aquí es muy mala...

Levantó una bolsa, con dos cajas de almuerzo y las latas del refresco de naranja que tanto me gustaban.

—Mei ha preparado todo esto —explicó a continuación—. Lo íbamos a traer juntos pero Kim Wo Kum la ha interceptado abajo con algo sobre unas fotos que quería ampliar y... —Se rascó la nuca, inseguro—. Pensé que podría estar bien si aprovechaba y desayunábamos juntos.

—Me encantaría. —Aunque me decepcionaba que Mei se retrasarara, había extrañado terriblemente a Jimin—. Te he echado mucho de menos.

—Ay, Hyung... –Mi comentario le hizo correr y echarme los brazos al cuello—. ¡Estás aquí! —Me apretó entre sollozos—. ¡Estás aquí de verdad! ¡Yo también te extrañé! Fue muy difícil adaptarme a tu ausencia... Mucho... Y... Lo siento... Lo siento por lo que has tenido que pasar y...

—No llores, que me vas a terminar contagiando y formaremos un río entre los dos. —La visión se me empañó y le revolví el cabello, como cuando estábamos en la secundaria y le notaba preocupado de más—. No creo que la fiscal se tomara muy bien que le enchárcaramos el despacho, teniendo cuenta el dineral que ha invertido el tresillo. —Señalé el sofá de piel negra del rincón—. Por cierto, valdrá millones pero es un ofensa ocular.

Se echó a reír y, con ello, las lágrimas se disiparon.

—No has cambiado nada —me dijo—. Es genial.

Dedicamos un buen rato a ponernos al día, sentados precisamente en aquel espantoso chairslonger, con las cajas de comida sobre los cojines y los pies encima de esa funda que me recordaba a las bolsas de basura.

Le hablé de Tokyo y de su grupo "para ser felices", de Yamamoto y de los talleres de cocina y jardinería a los que me había obligado a asistir y él me contó sus meses en prisión, sus deseos de morir y cómo Mei le había sacado y acogido en su casa bajo condición de que se sometiera a una terapia y usara su experiencia para ayudar a otros pacientes.

—Me alivia mucho saber eso. —Apuré el caldo; llevaba años sin probar algo tan delicioso y lo había devorado en un santiamén—. En Tokyo solía preguntarme cómo estarías y si habrías conseguido rehacerte. Estoy orgulloso de comprobar que lo hiciste.

Jimin desvió la mirada a su cuenco, completamente rojo.

—Esto... Hyung... —susurró entonces—. Me da mucha vergüenza, por la situación y todo eso, pero el caso es que me gustaría pedirte consejo.

—Espero que sea fácil porque mi mente está hecha un asco —bromeé, con la lata de refresco en los labios—. ¿De qué se trata?

—Es que... —Apenas le escuché—. Me gusta... Una chica.

Poco me faltó para escupir la bebida.

—¿Quieres que te aconseje sobre amor?

Asintió, despacio. Vaya.

—No creo ser el más indicado. Por si no te habías dado cuenta, de entre los dos, yo soy el más soso y el que menos gracia tiene.

—No es cierto. —Sus ojos almendrados me observaron con timidez—. Lo que ocurre es que, como pasas tanto de todo el mundo, no te enteras del interés que generas y, además... —Se interrumpió unos instantes, como si le costara seguir—. Además, ya has tenido novia y yo no.

¿Cómo?

—¿Yo? —Desde luego, decir que mi mente era una mierda era decir poco—. ¿En serio? No lo recuerdo.

—Seguramente sea porque enfermedad no te deja. —Mi hermano regresó la vista a la comida y mareó los fideos con los palillos—. Tuviste algo así como un medio tonteo bobo en la secundaria que no fue a ningún lado pero cuando estuviste ingresado en el hospital iniciaste otra relación y esa sí fue seria y de verdad.

El pulso se me aceleró. Entonces era lo que yo pensaba. Me estaba hablando de Mei.

—Érais una pareja perfecta y estoy seguro que, de haber podido, os hubierais casado. —Bajó de nuevo la voz—. Fue una pena que las cosas terminaran de forma tan terrible.

Eso sonaba a...

No, un momento.

—Te refieres a Mei, ¿verdad? —busqué confirmar.

El pesado suspiro que emitió me lo dijo todo.

—Mei fue tu terapeuta y te ayudo muchísimo pero...

Aquel "pero" me resultó peor que si me hubieran clavado un metal candente en la piel.

—El caso es que a tu novia, Hoseok la... —Desvió la vista a los pies—. Bueno... La... Mató...

El impacto que me sobrevino me impidió hablar. El mundo comenzó a a girar a mi alrededor, cada vez más rápido, y las naúseas se instalaron en mi estómago. Vi a mi hermano, lloroso, suplicando que lo perdonara por decirme aquello, pero al mismo tiempo no lo vi con mis ojos. Sentí mis manos apretando el cojín pero no eran las mías. Mis zapatillas se me hicieron dos pegotes blancos en los pies. Respiré pero tampoco noté el aire.

Me había equivocado. La estúpida esperanza me había hecho proyectar en Mei mi corazón roto cuando la realidad era que mi persona especial estaba muerta.

Muerta.

Muerta a manos de Hoseok.

"Una pérdida". La voz del que fuera mi vecino de la infancia, salida de algún rincón de la represión, me taladró las sienes. "Una que sea profunda, que te rompa y te deje una huella parecida a la mía".

Las lágrimas se me saltaron. Joder; no. No, mierda, no.

"El día que yo pueda hacerte eso eso cumpliré mi sueño y seré como tu".

Flaskblack (Yoon Gi)

Está nublado. Apenas son las cuatro de la tarde pero el cielo está completamente encapotado y amenaza con descargar un torrente agua de un momento a otro. Aprieto el paraguas. Estoy en patio central de la escuela, en el lugar asignado a las competiciones deportivas, con el informe puesto y una marea de estudiantes delante de mí.

Maldición; ya me ha vuelto a pasar. Se suponía que iba a ir al despacho de la dirección a que la señora Yung me explicara las condiciones de una de las becas que los pesados de la Asociación Mentes Brillantes, o como se llamara esa panda de superdotados presumidos, me habían ofrecido y, sin embargo, allí estaba. En los exteriores. Mirando lo que parecía ser algún tipo de evento.

Me muevo por entre la marea de chaquetas azules. Varios de mis compañeros se abrazan en piña. Otros tantos se miran entre sí con las caras hasta al suelo y no faltan los que lloran junto a los profesores que, con la misma expresión, se esfuerzan por consolarlos.

¿Qué es lo que ha pasado?

La respuesta la encuentro apenas dos metros después. En la pared de la cancha de baloncesto alguien ha montado un altar con la foto de una chica sonriente de pelo largo y un montón de rosas blancas y rojas su alrededor.

La reconozco en seguida. Es Kim Shin Hye. Iba a la clase de en frente y, cuando me la encontraba por el pasillo, solía mirarme como si yo fuera la estatua de un museo. Sin embargo, hace más de un mes que está desaparecida y, a juzgar por el homenaje que tengo delante, le han debido dar por muerta.

—Esta es la mierda más grande de todas las mierdas.

Woo Young, la persona más próxima a "amigo" que tengo, se me acerca, con las manos en los bolsillos y los ojos rojos de tanto llorar.

—Yo lo sabía —me dice, con la mirada puesta en las flores—. Te juro que lo sabía.

—¿El que sabías, idiota?

Nos volvemos al unísono hacia la voz femenina que, con un enfado descomunal, nos observa desde atrás.

Es Soo Bin, la mejor amiga de Shin Hye.

¿Quieres saber cómo sigue?
El resto del flashback y mucho más en la próxima actualización.
No te lo pierdas.

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