Día Seis: Traidor
—¿Por qué? —me interesé—. ¿Te ha dicho algo inoportuno?
—¡Yo tenía que casarme! —Se sentó en la primera silla que pilló, rezumando enojo por los cuatro costados—. ¡Iba a hacerlo pero ese tipo se metió en medio y por su culpa no se entendió el mensaje!
Rayos; ya estaba con lo mismo. Seguro que se debía al encontronazo con Jung Kook de hacía rato. Siguiendo mi hipótesis sobre el estado delirante, lo esperable era que los síntomas se activaran ante temas, lugares o personas relacionados con la fabulación. A ver cómo me las ingeniaba para reconducirle.
—¿Te refieres a lo que me contaste ayer? —retomé la intervención de la mejor forma que se me ocurrió—. Te pregunté si a la chica le interesaba otro que no fueras tu pero no recuerdo muy bien lo que me respondiste —me hice la tonta—. ¿Era que sí?
No contestó. Me dejé caer en el asiento de enfrente.
—¿Se trata de eso cuando dices que tu ex amigo se metió en medio? —insistí.
—Es un traidor —masculló, entre dientes—. Un traidor.
—¿Por qué traidor?
—Porque lo es.
Vaya. Estupendo. Al parecer la única forma en la que se podía hablar con él era cambiándole de tema continuamente pero eso, más allá de diagnosticarle, no me permitiría realizar una exploración en condiciones de su papel en el homicidio ni de la implicación de Jung Kook y el tiempo apremiaba.
Tenía dos cadáveres con escenografías de matrimonio, un forense que se tiraba de los pelos por ganar prestigio, un juez que no hacía más que meter prisa, mil posibilidades y ninguna certeza. Ninguna salvo que un psicópata en desarrollo, con rasgos temperamentales y un cuidado exquisito para las puestas en escena, andaba suelto por algún lado.
—¿Tanto te cuesta admitir que Soo Bin no te aceptó que prefieres dedicarte a acumular odio hacia otra persona y rebozarte a gusto en él?
La intervención de Yoon Gi, directa y clara, fue un regalo caído del cielo. Su facilidad para entender y resumir las cosas era, desde luego, impresionante.
—Soportar un amor como el tuyo debe ser bastante jodido. —Se recargó sobre la pizarra blanca—. Luchaste mucho por ser correspondido y es lógico que, al no recibir lo que esperabas, te hayas frustrado. Sin embargo, culpar a otro solo sirve para alimentar una ceguera mental que no te está dejando ver la realidad.
—¿Y qué realidad se supone que no veo? —El aludido meneó a ambos lados la cabeza—. No, ella me quería.
—¿Estás seguro?
—Del todo —reafirmó—. Me iba a elegir a mí.
—Si dices que te iba a elegir es porque aún no te había elegido.
Tae Hyung agachó la cabeza y bajó la vista a las baldosas del suelo, pensativo.
—No sé —murmuró, para el cuello de su camisa—. No estoy seguro. —Se balanceó en la silla—. El mensaje no estaba claro.
—Vamos a suponer que la chica te rechazó. —La deducción que siguió fue fulminante—. También vamos a suponer que ese mensaje del que tanto hablas no es más que una decisión que te niegas a aceptar —continuó—. Y vamos a terminar con que, días después, ella fue asesinada y tu estabas ahí.
—No sabía qué flores tenían que ser. —Nuestro entrevistado adoptó una actitud impersonal y se cerró en bucle—. Yo iba a casarme.
Vale. Hora de intervenir yo también. Había titubeado y eso significaba que, si insistíamos en la reestructuración, podíamos desarmarle. Entre los dos podíamos.
—¿Recuerdas que me preguntaste por lo que te ocurría cuando tiraste la almohada? —regresé a la sesión anterior y su asentimiento, a cámara lenta, me ánimo a seguir—. ¿Has oído hablar alguna vez del Síndrome de Clerambault?
Levantó el rostro y un par de ascuas interrogantes me contemplaron.
—Es un tipo de delirio que también se conoce como delirio de amor o erotomanía —proseguí—. Consiste en mantener la idea de ser amado por alguien que en realidad no nos corresponde.
—O sea que no me creéis. —Nos observó alternativamente, medio molesto—. ¿Y entonces qué hay de mi boda?
Me encogí de hombros. Desconocía hasta dónde podía ser real pero la reiteración que reflejaba y el hecho de que en el historial de la víctima no hubiera detalle alguno sobre un compromiso apuntaba más a un deseo fantasioso que a otra cosa.
—Soo Bin no tenía pareja —me limité a señalar.
Se hizo un breve silencio. Incliné el cuerpo hacia él. Yoon Gi abandonó su lugar en la pizarra y se situó a mi lado.
—No... A ver... No... —El titubeo llegó acompañado de los golpecitos de las patas de la silla al chocar contra el suelo—. Admito que puedo cometer errores al razonar pero no es lo que lo dices — negó, cada vez más ofuscado—. No lo es... No lo es... ¡No lo es!
Diablos.
—¿Me animaste a venir aquí y escuchar la versión de ese mal amigo porque piensas que la mía es falsa? —Se dirigió a mí con toda la antipatía del mundo—. ¡Y encima me dijiste que habías pasado por algo parecido! ¡Me dijiste que me entendías!
—Y lo entiendo.
Estiré el brazo con la intención de calmarle a través del contacto físico, pero, en cuanto le rocé, huyó mi contacto y se apartó.
—Mi amor no es un trastorno mental. —Los ojos se le empañaron—. Ella me quería pero él lo fastidió así que no fue culpa mía.
"Culpable".
—¿Culpa de qué?
—Te digo que no fue culpa mía —reiteró, a cámara lenta, sin hacer caso a lo que le acababa de preguntar—. La flor blanca era la correcta. Tenía que ser la elegida.
"Culpable".
—La culpa es un concepto demasiado subjetivo como para que te escudes en ella ya que en realidad no hay acciones correctas o incorrectas en sí. —Yoon Gi intervino de nuevo y su sentido común me echó un cable—. Vamos por la vida con versiones creadas desde nuestro punto de vista así que no deberías dejarte guiar por ellas como si fueran un canon universal con tanta facilidad.
—¿Es eso lo que tu hiciste? —La contestación, algo más calmada, sobrevino en forma de pregunta—. Es decir, sé que estuviste ingresado. ¿Cómo lograste no terminar loco con tanto cuestionamiento?
—Confié en alguien y ese alguien me ayudó a compreder que las cosas no eran como yo creía que eran.
—¿Quién?
—Una persona que me abrió las puertas de su mundo y me aceptó incondicionalmente.
El corazón me dio un salto y mis ojos le buscaron y, como si detectaran un imán, los suyos se movieron e hicieron lo mismo. El tiempo se detuvo a mi alrededor.
—¡Ya estoy entrando por la entrada sin ticket de acceso pero no importa porque como soy inmortal tengo pase V.I.P como en los conciertos de K- POP!
El alegre canturreo resonó acompañado por el chirriar de unas zapatillas de goma y me distrajo del tamborilleo desenfrenado de mis latidos. Jung Kook, con el cabello hecho un remolino, unos jeans, camisa a cuadros y una pulsera de identificación en la muñeca entró como un torbellino y, sin ton ni son, intentó saltar encima de Tae Hyung. Menos mal que Jimin, que había entrado justo detrás y se olía las intenciones, le asió de la ropa y le obligó a retroceder.
—¡Ay, no me tires de mi piel postiza que me duele! —se quejó el recién llegado.
—Recuerda que me has prometido quedarte quieto —le recordó mi coterapeuta, con esa suavidad encantadora tan suya, antes de dirigirse a mí—. Noona, siento la tardanza pero preferimos esperar a... —La perplejidad le invadió al ver a su hermano a mi lado—. ¿Hyung? ¿Estás..? ¿Qué estás...? ¿Cómo has...?
—¡Maestro! —Jung Kook abrió los brazos, pletórico—. ¡Mi guía y mentor en medio de mi caos!
Dio un brinco y se le echó encima.
—¡Te guardé dos diseños de los impermeables para peces y los juegos de botas para las aletas! ¡Y tengo un detector de hambre para que nunca te suenen las tripas! ¡Y escribí una canción para tu boda que si quieres te la canto pero te aviso que los inmortales a veces desafinamos!
Lo siguiente que sobrevino fueron tres oleadas de apretones y al menos cincuenta ideas más que Yoon Gi, pese a que seguramente estaba perdido en las lagunas de su memoria, escuchó con toda la simpatía del mundo, como si le entendiera a la perfección, y yo aproveché para perderme un rato en su imagen, extasiada como una boba.
—¿Todo bien? —Jimin buscó el asiento junto al mío y lo pegó hasta que chocamos las rodilla—. ¿Sigues bien?
—Esto está siendo complicado de abordar.
—Me lo imagino. —Me rozó la mano—. Si quieres, cuando terminemos nos vamos a dar una vuelta —propuso entonces, con una sonrisa—. A lo mejor te relaja.
—Creo que hoy no voy a poder. —Recordé la conversación que Yoon Gi me había pedido. —Tengo que hablar con tu hermano.
Su respuesta fue desviar la vista a los cordones de los zapatos.
—¿Te parece bien si lo dejamos para mañana?
—Claro, noona. Cuando decidas.
En ese momento la antipatía manifiesta de Tae Hyung retumbó en el aire como un vaso de cristal estrellándose contra el suelo y corto la conversación.
—¡Tu tienes la maldita culpa! —le gritó a su ex amigo—. ¡Reconócelo ante los investigadores!
El aludido, que estaba haciendo molinillos en el aire mientras seguía relatando proyectos, dejó caer los brazos y se quedó muy quieto, sin atreverse ni a mirarle.
—Ya no dices nada, ¿ah? —Su interlocutor le siguió increpando—. Parece que no has roto un plato, maldito traidor.
—Lo siento, Tae. —Un repentino pesar cargó el aire—. Te pedí perdón mil veces, de ese sincero que te dicen en la iglesia que sirve para limpiar lo pecados, y, a propósito, le conté al cura que quería diseñar un púlpito para... —Agitó la cabeza; se estaba dando cuenta de que descarrilaba—. Solo quiero decir que lo siento.
—¿Crees que pedir disculpas va a solucionar algo ahora?
—No... Bueno... ¿Sí?
Los ojos de Tae Hyung relampaguearon en rabia.
—Sabías que ella me gustaba y te dio lo mismo. —Las palabras emergieron de sus labios como cuchillos—. Te la follaste.
—¡No, Tae, no, yo no hice eso! —Jung Kook negó con la cabeza varias veces—. ¡Te estás liando! ¡Liando de liarte como una bobina de lana súper grande en el cerebro descerebrado!
—¡No me lo niegues porque yo sé muy bien que lo hiciste! ¡Le diste pena con tu rollo de sufridor con Trastorno Bipolar y te la tiraste!
El chico volvió a negarlo y, con ello, la ira del que fuera su amigo se multiplicó de tal forma que, antes de que me diera tiempo a parpadear, había levantado la silla y la había estrellado contra la mesa. El ordenador tembló. Los botes de lápices se volcaron. Una cascada de bolígrafos cayó al suelo. Dios mío.
—Sé que estás muy enfadado. —Me incorporé de un salto—. Sin embargo, admitiste que tenías que aprender a controlarte y una buena forma de hacerlo es sentarte y dejarme a mí tratar esto, como acordamos.
—Este asqueroso me quitó el amor —fue la respuesta—. Es culpa suya.
No me dio tiempo a más. Levantó el puño y se lanzó sobre el chico, con la clara intención de golpearle. ¡Oh, no!
—¡Tu la mataste! —bramó.
Corrí hasta la alarma. Jimin empujó a Jung Kook y le apartó. El puñetazo de Tae Hyung sacudió el aire.
—¡Asesino! ¡Tu lo hiciste! ¡Lo hiciste! ¡Lo hiciste!
Intentó asestar un segundo golpe. Yoon Gi le sujetó el brazo y se llevó una considerable patada. La agresión le arrancó una medio sonrisa burlona.
—Parece que tus papis no te han enseñado a comportarte en un hospital. —El sarcasmo inconfundible de Pang Eo, mucho más jocoso de lo que mi memoria recordaba, me dejó clavada en el sitio y con las piernas temblando—. ¡Qué despliegue más innecesario!
Me llevé las manos al abdomen y traté de controlar la respiración pero de nada me sirvió. En cuanto le asió del cabello, sin miramientos, y le estampó la cara contra la pared mis nervios se descontrolaron.
—Qué voy a hacer contigo, mi pequeño obseso de los jardines de flores. —El paciente gimió al ser inmovilizando por la espalda—. Tu dramatismo chocarrero ni siquiera me entretiene y me ha dado por pensar que tu estilillo de Romeo patológico le daría un toque romántico a mi abandonada colección de arte.
La velada amenaza cogestionó el aire. Jimin, lívido y con las manos temblando como gelatinas, retrocedió sobre sus pasos y se escondió tras la mesa. Jung Kook, por el contrario, le acercó, con los ojos muy abiertos.
—Yo... —Tae Hyung, visiblemente asustado, no se atrevió a moverse—. V... Va... Vale... Lo... Siento...
—No te he preguntado si lo sientes o no.
Cielos. No. No podía permitir una escena como esa ahora.
—Te recomiendo que lo sueltes, Pang Eo.
Me planté en el centro de la sala, con el tono más indiferente e impersonal que pude y él, divertido, ladeó la cabeza.
—¡Oh, caramba! —exclamó, jocoso—. ¡Pero si es el amor de mi vida! Mi oscura alma de trastornado asesino ha llorado inconsolablemente por ti.
Sabía que se estaba mofando, claro, pero aún así mi estúpido corazón comenzó a botar como una pelota de baloncesto. Él me recordaba. Sabía quién era yo y... Y... No, no podía dejar que se diera cuenta de que me ilusionaba. Si lo hacía, me vacilaría, se burlaría aún más y me manipularía cada vez que se le antojara. No.
—No creo que haga falta que te recuerde que, si haces algo improcedente, perjudicarás la libertad condicional de Yoon Gi y, por lo tanto, la tuya propia. —Pasé por alto sus palabras, con sequedad—. Conociendo tu tendencia a aburrirte e incordiar al prójimo, Tokyo no ha debido de ser precisamente el palacio de la felicidad como para que desees volver.
Como era de esperarse, rompió a reír.
—Me encanta el espíritu que le pones para conseguir que nuestros reencuentros sean cada vez más efusivos. —Sus ojos, fríos como cristales, me observaron fijamente—. Nunca decepcionas, amor.
Sí, ya. Trabajo me costaba.
—Me voy a permitir insistirte en que dejes ir a mi paciente —ignoré el sarcasmo—. Si eso no te supone un trauma, claro.
—Nena, no es por llevarte la contraria, ya sabes que mi corazón de psicópata en rehabilitación late por ti, pero si le dejo ir mucho me temo que te vas a quedar sin trabajo.
Le jaló del cabello y le dio la vuelta para ponerle cara a la sala, obviando las quejas y aullidos contenidos que el pobre chico no dejaba de emitir con los ojos al borde de las lágrimas.
—¿Verdad, pequeño Romeo rechazado, que te mueres por ver cómo tus piececitos se retuercen en el aire mientras una cuerda te deja sin respiración? —le preguntó entonces, con toda la mordacidad del mundo.
El agredido sollozó.
—¿Qué es esto, nene cobardica? —siguió Pang Eo—. ¿Me quieres privar de escuchar tus obsesivas razones?
—No, es que... —La presión hizo efecto y los labios de Tae Hyung se movieron, temblorosos—. La flor elegida tenía que haber sido la mía pero... Se confundió... Y había que devolverla al camino correcto... Pero... Pero su corazón estaba lleno de impureza... Era necesario pesarlo...
La boca se me secó. Dios. ¡Dios!
¿Él?
—Tae... —La intervención de Jung Kook, ahogada como nunca antes la había escuchado, me sacó de dudas—. Yo sé que hice mal en quedar con ella pero tu... —Rompió a llorar—. Tu... —Resopló en busca de fuerzas—. Tu fuiste el que la mató.
La naturaleza humana nos lleva a escapar de la crudeza de la realidad y de la culpa de nuestros actos.
A veces lo hacemos como Disociación. Otras como un Delirio. Pero, casi siempre, simplemente proyectamos en los demás lo que no podemos aceptar como propio.
Todo esto y mucho más en la próxima actualización.
¿Te lo quieres perder?
N/A:
Paso a recordarles un poco la técnica de terapia que ha aparecido en el capítulo. Se trata de la Reestructuración Cognitiva, y consiste en hacerle preguntas al paciente para hacerle pensar y cuestionar sus ideas. Es la terapia de elección en trastornos emocionales y es lo que Mei intenta. Por su parte, Yoon Gi, por su personalidad más directa, usa un derivado de la anterior llamado Confrontación, consistente, básicamente, en decirle al paciente las cosas claras y de una vez.
Ambas técnicas son buenas y eficaces, aunque la Confrontación requiere echarle más narices y la Reestructuración es más sutil.
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