Día Seis: Nada es lo que parece

- Nombre: Kim Tae Hyung.

Mis dedos se deslizaron por el teclado. Estaban a punto de dar las siete de la tarde y eso significaba que solo me quedaba media hora para presentar un informe preliminar que había borrado y cambiado al menos diez veces desde que había llegado a las dependencias judiciales. De por sí, organizar la información sobre papel de forma que quedara clara y sencilla ante ojos inexpertos no era fácil pero si a eso le añadía que mi cabeza no había dejado de pensar en Yoon Gi ni un solo segundo, ya se convertía en materia imposible.

No sabía dónde estaba ni qué harían con él ahora que el caso parecía haberse encarrilado y tampoco me atrevía a preguntar porque nadie me inspiraba la suficiente confianza como para hacerlo. Rayos; por no poder ni siquiera había podido quedarme a hablar con él porque, segundos después de que Jung Kook soltara aquella inesperada acusación, Jimin había apretado el botón de emergencias y el despacho se había llenado de enfermeros armados con botiquines y de policías con la mano en el revólver del cinturón.

—Cómo me decepciona comprobar que sigues haciendo las mismas mamarrachadas de siempre, rubito. —La mirada que Pang Eo le había dirigido a su hermano había sido tan gélida que hasta yo había entrado en pánico—. Acabo de llegar y ya me estás tocando los huevos.

—No, Hyung, es que... —El aludido agachó la cabeza y volvió a refugiarse tras la mesa—. Es que...

—¿Es que qué, pequeño as del drama depresivo? —Soltó a Tae Hyung que, cayó al suelo como si fuera un guiñapo y escondió la cabeza entre las piernas—. ¿Ya vas a ofender mi intelecto con uno de tus lamentables discursitos de hermanito devoto?

—Yo... —La voz de Jimin apenas alcanzó a escucharse; estaba cada vez más nervioso y empezaba a hiperventilar—. Lo he... —Jadeó—. Es... Por tu bien... Para... Para que... No te pase nada. —Y repitió, de corrido—. No quiero que te pase nada.

—Ay, pero qué bonito. —La apreciación retumbó impregnada en afectación—. Tu increíble amor desinteresado merece todas las condecoraciones posibles.

—Hyung, te lo...

—Tienes una obsesión un tanto lamentable por quedar como el niño bueno de la película. —Pang Eo chasqueó la lengua—. Lo suyo es que te largaras corriendo a soltar mocos por algún rincón como haces siempre pero, fíjate qué cosas, aquí sigues, como un grano en el culo, gimoteando sentimentalismo. —Sus pupilas oscuras le revisaron de arriba a abajo—. Eso me lleva a la inevitable conclusión de que estás pensando en joder a Yoon Gi otra vez.

¿Otra vez? ¿Cómo otra vez? ¿De qué hablaba? ¿De cuando había ocultado los primeros cadáveres de sus obras? No, no era eso. Si usaba la tercera persona se refería a la identidad primaria y no a él.

—No, no, no. —El cabello rubio se agitó en una apresurada negativa—. No.

Pang Eo ladeó la cabeza y le observó, en silencio.

—¿Cómo puedes pensar algo así? —Los ojos del menor me buscaron, guiados por una angustia más que evidente, antes de volver sobre su interlocutor—. Yo te quiero. Te quiero mucho.

—Por ahí vas mal, nene llorón. —La réplica no se hizo esperar—. Muy pero que muy mal.

Quise intervenir pero los tacones de la fiscal retumbaron entonces en la habitación y, a su orden, los policías que nos observaban se pusieron en funcionamiento y me obligaron a retroceder. Jung Kook, con los ojos húmedos y una marcada hiperactividad en las manos, abandonó el despacho para prestar declaración formal. Dos enfermeros levantaron a Tae Hyung y un tercero le remangó el pijama y le inyectó Risperidona intravenosa. Escuché a Yoo Hyeon pedir por teléfono un furgón escoltado y a Jimin suspirar, aliviado, a ver que Pang Eo le daba la espalda, como si de repente hubiera perdido todo interés y solo le importara marcharse. Nadie se atrevió a impedírselo.

—Es una auténtica lástima que tengamos que aplazar nuestro fogoso y apasionado reencuentro, mi estimada psicóloga, pero no sufras, que a la próxima follamos.

Su impertinencia me hizo temblar las piernas. Por supuesto, que le escucharan le importaba un comino pero a mí sí me preocupaba.

—Mientras tanto confío en que seas capaz de no delegar al olvido la esencia que te distingue de la mediocridad que nos rodea porque, como ya te dije en una ocasión, resulta que nada es lo que parece.

"Nada es lo que parece".

Resoplé y eché una rápida ojeada a la mensajería del teléfono. Allí seguían los mensajes que me había enviado desde un número desconocido media hora después de que le perdiera de vista.

"El mundo sobrevive envuelto en una red de mentiras cuya utilidad es ocultar la verdadera deplorabilidad que reside en el ser humano" Leí. "Por eso confiar en los otros es como ponerse jugar a los dados y, mi amor, cuando se juega mucho, se suele perder".

"¿Es otra especie de advertencia de las tuyas?" Le había respondido al instante, eso sí, procurando mantener la tan complicada distancia emocional. "Admiro tu labia explicativa pero no estaría mal que me lo dijeras claramente, para variar".

"¿Y así qué gracia tendría? Rebelar datos sin recibir nada a cambio carece de lógica, máxime cuando es a ti, mi vida, a quien pagan por estudiar mentes y no a mí".

"¿Entonces por qué demonios me hablas?" La frustración me invadió. "Si estás aburrido, te recomiendo que te busques otro foco de entretenimiento, como amenazar con tenedores a los operarios que tengas a tu alrededor o hacer chistecitos con los traumas que vayas detectando por ahí".

"Amor, pero qué cosas dices. Lo de los tenedores ha pasado a ser un nostálgico recuerdo. Estoy en rehabilitación y tengo que ser bueno".

Ya. Seguro.

"¿Qué necesitas de mí?" Pese al agotamiento que sentía, mi cabeza se lanzó a trabajar.

"¿Yo necesito algo?" La pregunta quedó de lo más burlona y me generó una rabia tremenda. "Caramba; ni idea. ¿Qué podría ser?"

Demonios. Vale. No era la primera vez que me obligaba a exprimirme los sesos. Podía.

"Voy a partir de la base de que eres una defensa psicológica" empecé a organizar mi argumento. "Eso significa que tu razón de existir es velar por la identidad base". A medida que mis dedos se fueron deslizando por las letras, el aire me fue abandonado. "Por tanto presumo que lo que quieres es que Yoon Gi esté bien" continué. "Te doy mi palabra, tal y como hice hace tiempo, de que estaré junto a él y le acompañaré, independientemente de que me recuerde o no".

"Kim Shin Hye".

Me costó unos minutos comprender que mi ofrecimiento había sido acertado y que el nombre de la difunta hermana de Seok Jin era la información que me ofrecía a cambio.

"¿Kim Shin Hye?" repetí. "¿Qué tiene que ver ella en todo esto?"

"Nada o mucho, eso depende".

"¿Qué?"

No volvió a contestar y a mí, después de cerca de dos horas revisando la mensajería como una idiota, no me había quedado más remedio que resignarme a esperar a que le diera la gana volver a aparecer y me había ido al juzgado a trabajar. Sin embargo, de eso ya hacía tres horas y ya estaba que me subía por las paredes.

- Edad: veintidós años.
- Motivo de ingreso: encontrado en la escena del segundo homicidio de la investigación que nos ocupa, tras un interrogatorio fallido en el que se evidencia una posible sintomatología en el curso y contenido del pensamiento, el paciente realiza intento autolitico precipitándose desde el balcón de su domicilio.
- Exploración clínica: mantiene un discurso delirante de contenido amoroso centrado en una relación de pareja con la víctima, quien, al parecer, le rechazó. En esta línea, se observan reiteraciones y perseveraciones contínuas así como una tendencia a la irritabilidad cuando se siente cuestionado que desemboca con facilidad en un cuadro de heteroagresividad. Además, el episodio delirante viene acompañado de una aparente desconexión emocional (belle indiference), el juicio de realidad está alterado y no existe conciencia de enfermedad, con lo que se recomienda que se mantenga al paciente bajo vigilancia y monitoreo exhaustivo durante la duración del proceso judicial.
- Diagnóstico preliminar: Trastorno de ideas delirantes persistente (subtipo: Síndrome de Clerembault).

Abrí la carpeta de fotos y me acerqué a los ojos la primera que pillé, la de la balanza con el corazón en el platillo. Esa forma de arrancar el órgano de la cavidad torácica era curiosa. Lo juzgaba pero a la vez lo exhibía. Lo avergonzaba pero al mismo tiempo lo ensalzaba. Lo destacaba.

-Análisis de la conducta criminal: Al encontrarse el sentido de la realidad comprometido, el paciente ejecuta el acto homicida bajo la firme creencia de estar haciendo un acto de purificación. Por medio del mismo pretende conseguir ser amado y borrar del corazón de la víctima los sentimientos que ésta ha desarrollado por otra persona (su amigo Jeon Jung Kook). De este modo, en la escena se evidencian multitud de elementos que denotan el afecto del autor por la fallecida como, por ejemplo, la cuidada colocación del cuerpo, la limpieza y el cepillado del cabello.

Cogí otra fotografía, una que mostraba el cuerpo desnudo, y la giré en el aire centrándome en la herida casi imperceptible del cuello. Le había seccionado limpiamente la carótida, con lo que la víctima había pasado varios minutos agonizando, ahogándose en su propia sangre. Sin embargo, Milly no había muerto de esa forma y la recreación me seguía pareciendo muy antisocial.

—¿Tienes ya el perfil? —Me aparté del teclado y giré el cuello hacia Jimin que, en el ordenador de al lado, consultaba los baremos del cuestionario MCMI-III de Millon que Tae Hyung, dócil como un corderillo, había rellenado nada más llegar a las dependencias judiciales—. ¿Qué va saliendo?

—Estoy repasándolo por si me he equivocado al traspasar las respuestas. —Sus pupilas revisaron las filas numéricas de datos—. Puntúa muy alto en la escala de Trastornos de Pensamiento pero en lo que se refiere a Trastornos de Personalidad está en rangos bajos.

—¿Y ha dicho la verdad? —Teniendo en cuenta su estado, tampoco sería extraño que hubiera fabulado.

Jimin movió el cursor y la ristra de datos bailaron desenfrenadas en el monitor antes de que su cabeza se moviera en un leve asentimiento.

"Nada es lo que parece".

Coloqué, una a una, las imágenes sobre el teclado, y busqué en el cajón el juego de lupas viejas que alguien había guardado a modo de preciadas reliquias en un estuche de terciopelo rojo.

—¿Ocurre algo? —Jimin me siguió los movimientos con los ojos como dos platos.

"Kim Shin Hye".

—No lo sé. —Situé las pocas imágenes que tenía del primer homicidio debajo de las anteriores y me incliné sobre ellas con una de las lentes pegada al ojo—. Creo que algo anda mal.

—¿Mal? —repitió mi ayudante, confuso.

—Ajá.

Repasé con detenimiento los trozos de pared, el suelo, el mobiliario y la piel de los cadáveres. No encontré nada, salvo un par de manchas pequeñas a la altura de la muñeca derecha de Milly.

—Noona, Kim Woo Kum nos pidió que nos limitáramos a redactar la sesión.

—Ya.

Cogí la foto de Soo Bin de nuevo. Manos limpias, brazos limpios, vientre limpio. Nada en las baldosas ni en la mesa de la balanza. La balanza. Me fijé en el pie de sujeción. Estaba manchada. En medio de toda la pulcritud tenía puntos de... ¿Sangre?

—¿Por qué no le haces caso y lo dejas estar?

¿Cómo? Levanté la cabeza.

—No todo tiene que tener necesariamente una respuesta complicada –se apresuró a explicar—. Tae Hyung confesó la autoría de los dos homicidios y, aunque que a ti como profesional los detalles te parezcan muy importantes, no es necesario analizar cadáveres y contemplar órganos arrancados cuando ya hay un culpable.

Su exposición me hizo soltar la lupa. Sabía que estaba preocupado y era lógico, claro, pero, ¿en serio me estaba proponiendo que pasara por alto mi ética y que presentara una valoración superficial?

"El hermanito oculta algo".

La voz de mi otro yo emergió, profunda, de entre las profundidades de mi mente.

—¿Estás bien? —Recordé el comentario de Jung Kook referente a investigar a los muertos y me eché a temblar; no quería hacerlo pero me lo empezaba a tomar en serio—. Te noto extraño.

—Estoy bien, noona, no te preocupes.

—Le diste a la alarma en medio de una confesión crucial y eso me impidió profundizar en la declaración de Jung Kook y ahora no quieres que revise los detalles del caso. —Una punzada de desconfianza me agarrotó el corazón—. ¿Acaso sabes algo que yo no sé?

—No. —Me pareció que contenía la respiración—. Te prometo que no.

—¿Y entonces qué ocurre? —le solté, de corrido—. Y no me digas que nada, por favor.

Sus ojos me esquivaron y se posaron sobre el estuche de lupas.

—Solo es... —La voz le tembló—. La situación. —Sus manos se perdieron dentro del jersey—. Me siento cada vez más desubicado porque todo me recuerda demasiado a mi padre, a mi hermano y a las cosas que hice y... —Un velo acuoso le empañó los ojos—. Y, no sé, después de tantas barbaridades como he vivido, de repente me he puesto a pensar que es imposible que alguien como yo te tenga a ti y... Bueno... —Se limpió las mejillas—. No quiero perderte.

Escuchar aquello me encogió el pecho. Tonta. Estaba sufriendo en silencio con su inseguridad y sus monstruos y yo me había mantenido tan embebida en el caso, en Yoon Gi, en mis propios sentimientos, que no le había brindado la debida atención.

—¿Por qué crees que me vas a perder?

—Pues...

—El pasado no tiene por qué determinar el futuro —expuse y, sacándome un renovado entusiasmo de la manga, añadí— ¿Qué te parece si dejamos a un lado toda esta historia y en vez de salir a comer mañana nos vamos hoy a cenar?

Sus pupilas, incrédulas, por fin se posaron sobre las mías.

—No quiero molestarte —murmuró.

—¿Así respondes a una chica que quiere invitarte a salir? —Aproveché la coyuntura para intentar bromear—. Desde luego, si esta es tu actitud para ligar, te vas convertir en un viejo solterón a la altura del simpatiquísimo jefe Dark Ho alias "el conquistador".

El apelativo le hizo soltar una carcajada y, segundos después, ambos nos habíamos relajado y nos encontrábamos inmersos en una divertida charla sobre los amargamientos de la soltería hasta que el reloj de pared dio las ocho y el timbre del teléfono nos devolvió a la realidad. Descolgué al quinto tono.

—¿Y el informe? —La voz cascada del forense se me antojó de lo más impertinente; ni "hola", ni "buenas tardes", ni nada—. La fiscal ya ha presentado su alegato y yo necesito el nuestro.

—Me alegro mucho por Yoo Hyeon, se nota que es una persona muy capaz. —No tenía en mente ironizar pero, la verdad, entre las exigencias y los modos que se gastaban entre los dos, era difícil no hacerlo—. Y lo siento por usted porque no lo haré.

—¿Cómo dice? —Me imaginé su cara de perplejidad, con el labio descolgado y las gafas en la punta de la nariz—. ¿Qué es lo que no va a hacer exactamente, si puede saberse?

—El informe.

—¿Acaso desea verme morder el polvo, presa de la humillación, frente a todos?

No, no era la idea.

—¡Usted tiene una obligación conmigo! —exclamó—. ¡No puede hacerme esto y olvidarse de todo lo que he hecho por usted! ¡No puede!

De más estuvo decir lo mucho que me mosquearon sus formas. Lo suficiente como para plantearme no explicarle las dudas que me habían surgido en la evaluación y mandarle, directamente, a freír espárragos.

"O puedes aprovecharte y utilizarle".

¿Cómo?

—Sepa, señorita Eun, que si me abandona en medio de esto, le contaré a todo el mundo que usted y el chico de los descuartizamientos de Da...

—¡Oh, por favor, hágalo! —me dejé llevar por la disociación—. Así toda Corea sabrá que hay un médico forense que detectó una falta ética grave en uno de sus trabajadores pero que no lo denunció porque los análisis de la psicóloga inmoral podían catapultarle al éxito y, claro, triunfar es lo primero.

Mis palabras hicieron que Jimin diera un bote en la silla, alarmado, pero me apresuré a calmarle, sonriéndole con el dedo en los labios, para darle a entender que esta vez controlaba.

—Usted no es así. —La respiración al otro lado se hizo más fuerte—. No haría eso.

—No tiene ni idea —continué, casi divertida—. Podría comprobar con sus propios ojos lo que puedo llegar a hacer o no, dependiendo de lo que me facilite las cosas.

—¿Facilitarle? —masticó la palabra—. No, esto ya me lo conozco —dedujo—. Quiere que haga otra vez a un lado mi integridad y que le permita reunirse con Min Yoon Gi, para variar, porque de lo contrario no me entregará el maldito informe, ¿verdad?

—Es usted más listo que el hambre.

—Y usted está loca. —Me sonreí ante a la apreciación; ya—. El señor Min se encuentra bajo la vigilancia de la fiscalía, en espera de una revisión de medidas. Lo tienen sedado para evitar que le dé por hincar bolígrafos en los ojos de sus guardianes así que no sé qué quiere que yo...

Le colgué, sin más, antes de recoger las fotos, meterlas en la mochila y volar al pasillo.

—¡Noona! —La llamada de Jimin me llegó lejana—. Noona, ¿a dónde vas?

A salvarle.

A evitar que lo ingresaran a Tokyo de nuevo.

A sacar la verdad.

El caso parece cerrado pero los detalles de la escena del crimen no cuadran con el perfil de Tae Hyung, pese a la confesión, y las advertencias de Pang Eo vuelven a darnos qué pensar.

Todo esto y mucho más en la próxima actualización.
No te lo pierdas.

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