Día Seis: Milly

El encerado del piso chirrió cuando las suelas de mis zapatillas de goma se detuvieron frente a aquella habitación en donde, fiel a las típicas costumbres de comisaría, el policía de turno echaba la tarde viendo una serie en el móvil sin prestarle ninguna atención a la puerta que custodiaba mientras su compañero, sentado en el suelo como un buda rechoncho, daba buena cuenta de un bol de ramen instantáneo.

Atrás había dejado los baños, una sala de espera que parecía sacada de una revista y un improvisado control de seguridad, en donde un tipo enjuto y delgaducho como un fideo, me había obligado a identificarme y a volcar la mochila sobre la mesa, a pesar de llevar mi identificación colgada del cuello y de haberle dicho al menos tres veces a lo que me dedicaba.

—¿A dónde va con todo...? —El vigilante me había revisado de arriba a abajo, espantado, al comprobar las fotos—. ¿Todo esto?

—Ya le he dicho que soy la psicóloga de la investigación y que estoy aquí porque la fiscal Yoo Hyeon me ha pedido que venga. —Mis labios acompañaron la mentira con una sonrisa que me quedó estupenda—. No le puedo decir más porque es un asunto confidencial.

El hombre, aún boquiabierto, se acomodó las gafas y metió la cabeza en una agenda de lomo marrón, buscándome entre las reuniones.

—No tengo cita. —Me apoyé sobre el mostrador—. Ha sido una llamada de última hora.

—Su Excelencia ahora mismo se encuentra reunida. Está preparando la acusación con el señor Jeon Jung Kook y no puedo decirle cuándo va a terminar.

Vaya. No era lo que en un principio había ideado pero, bien mirando, su ausencia me venía de perlas.

—No importa —improvisé—. ¿Le molesta si me quedo aquí y la espero?

—Haga lo que considere.

Mi interlocutor cerró la libreta y regresó a la entretenida tarea de analizar los pasillos vacíos que mostraban las cámaras de seguridad y yo, resignada a perder el tiempo un rato, me aparté del mostrador y me dediqué a contar las grietas del techo hasta que el pitido del correo electrónico me animó a echarle un vistazo.

Sabía que tenía muchos mensajes sin leer, algunos de publicidad y otros de cupones descuento, pero el que aparecía con el asunto en blanco fue el único que decidí abrir.

"Señorita Eun, desde luego es usted única e irrepetible, y no se lo digo como elogio, precisamente". Las palabras del forense volaron ante mis ojos. "Haga el favor de dejar a un lado su impulso adolescente y tómese las cosas con la sensatez apropiada o vamos a tener un problema importante".

Con que sensatez apropiada...

No. Esta vez no. Al diablo.

Habían sedado a Yoon Gi. Lo habían dejado volver solo para usarle y hacerle desparecer otra vez, como si hubiera sido un espejismo, sin darme si quiera la oportunidad de hacerle saber lo mucho que le había extrañado y lo que, aún hoy, le extrañaba.

Porque, pese a mi aparente tranquilidad, a mi trabajo y a la compañía de Jimin, el hueco de su ausencia no había dejado de ser el doloroso agujero en el que me había estado cayendo una y otra vez. Uno que había empezado en el momento en el que había despertado en la habitación del hospital con Kim Woo Kum sentado a horcajadas en un taburete junto a la cama y que, con el paso de los años y de las infranqueables barreras que me había ido encontrando, se había ido haciendo cada vez más profundo.

Lo peor había empezado el seis de Julio. Ese había sido el día de mi fracaso definitivo para entrar a trabajar en Tokyo. El día en el que había comprendido que, hiciera lo que hiciese, nunca estaría con él.

Seis de Julio.

Seis.

"¿Te hago olvidar?"

El timbre de mi propia voz me retumbó entonces en la cabeza y, de repente, volví a experimentar el molesto mareo que me hacía flotar sobre el suelo. El seis de Julio también era la fecha que figuraba en el precinto del piso que había frente a la casa de Woo Young. ¿No me había contado que allí habían asesinado a otra chica? Sí, había sido por un... Por un...

"Dijeron que fue un enamorado que tenía, que la mató porque lo rechazó, pero vete a saber".

Los colores a mi alrededor se tornaron más fuertes, más vívidos, y busqué el tacto frío de la pared. El golpeteo de unos zapatos de tacón resonó con estridencia en mis oídos y las siglas Y. M reaparecieron como por arte de magia escritas en medio del intenso manto rojo de la sangre derramada. Una a sangre que, me empezaba a dar cuenta, no era la mía.

—Ay... Ayu... Ayúdame...

Me giré hacia el susurro ahogado que zumbaba, moribundo, a mi alrededor pero lo único que alcancé a ver fue la realidad de las baldosas grisáceas y mis zapatillas blancas. Parpadeé, perdida, e inspiré hasta que, poco a poco, el suelo fue recuperando su tonalidad y me di cuenta de que el vigilante se había marchado.

Corrí al mostrador. Me encontraba al borde del colapso pero no podía dejar pasar la oportunidad así que puse lo mejor de mí para centrarme y revisar los papeles de la fiscal. No encontré nada. Analicé los recordatorios pegados a los bordes de la mesa. Tampoco. Abrí la cajuela de metal adherida a la pared y me topé con una infinidad de llaves numeradas sin indicación. ¡Rayos! Toqueté el monitor y las imágenes de las diferentes cámaras del pasillo A se fueron sucediendo antes mis ojos, completamente desiertas. Cambié al pasillo B. Localicé a dos policías frente a una habitación cerrada. No me lo pensé y volé hacia allí.

—¡No me lo puedo creer! —La exclamación de uno de ellos retumbó con fuerza en el corredor —. ¡La ha dejado!

—¿Quién a quién? —preguntó el otro.

—¡Pues el protagonista!

Alcancé a divisarles. Estaban a lo suyo. Uno comiendo. El otro viendo videos.

—¡Quince capítulos luchando por su amor y cuando parece que van a poder ser felices va y la deja!

Sí, qué cosas. Parecía mentira pero a veces resultaba así.

—Yo por eso no veo series. —Su interlocutor contestó con la boca llena de fideos. —Detesto los romances complicados en donde el protagonista no tiene tres dedos de frente y hace el idiota mientras el otro en discordia se desvive por ganarse el amor de la chica.

—Buenas tardes. —Como sabía que no me dejarían pasar, me hice la descarada y me atravesé, rauda, hacia la estancia que guardaban.

El que estaba de pie levantó la cabeza y abrió la boca pero yo estuve más rápida y le cerré la puerta en las narices. Revisé a mi alrededor. Estaba en una habitación pequeña, prácticamente vacía, salvo por la vieja cama y el aseo en la zona contigua.

—No creo que seguir con el debate psicológico sea necesario.

Tae Hyung, sentado en el colchón, se giró nada más notar mis pasos y la decepción me invadió. Vaya; había estado tan esperanzada en encontrar allí a Yoon Gi...

—Ya he confesado todo, ¿sabes? —Su rostro, blanco como la cal, con los labios cetrinos y las cuencas de los ojos enrojecidas de tanto llorar, me contempló con melancolía—. Ahora quiero que me dejen en paz.

"Nada es lo que parece".

—No estoy aquí para hacerte preguntas.

Decidí aprovechar la oportunidad que se me brindaba y me acequé a la ventana. Afuera, la oscuridad era notable y las farolas alumbraban las transitadas aceras de gente saliendo de sus trabajos, ajenos a lo que ocurría tras las paredes del edificio en donde estábamos.

—He venido porque quiero echarte un cable —le hice saber—. Te hace falta, dada la situación en la que te has metido.

—¿Acaso puedes devolver la vida a esas dos chicas? —Tae Hyung se hurgó en los bordes de la escayola, tan frenético que por un instante me pareció que intentaba romperla—. Porque, con franqueza, creo que a estas alturas es lo único que me ayudaría.

—¿Tu crees?

—¿Es que no sabes lo que les hice?

—Cuando estudiaba Criminología en la Facultad mi máxima aspiración era entender por qué una persona podía llegar a matar a otra y en qué grado aparecería la culpa. —Traté de que la reflexión sonara hecha para mí—. Sin embargo, la experiencia me ha enseñado que el cómo se mata a veces es incluso más crucial que el motivo.

—El cómo... —El brazo sano se le cayó sobre el regazo—. La verdad, no puedo responderte a eso porque no sé cómo —expuso—. Solo sé que Soo Bin era una mujer maravillosa y que, aunque sigo pensando que me quería, empiezo a entender que seguramente el delirio ese que dices que tengo es el habla —suspiró, abatido—. De lo contrario ella no habría elegido al desgraciado de Jung Kook y yo no la habría matado por ello.

—Esa parte la entiendo. —Regresé la vista a la ventana—. Aunque suene extraño, comprendo que dentro de tu cabeza creyeras que lo mejor que podías hacer por Soo Bin fuera purificar su cuerpo y su alma para hacerla regresar al amor que creías puro y correcto. —Le observé por el rabillo del ojo agachar la cabeza, hundido—. Sin embargo, lo que concierne a Milly se me hace algo más difícil de cuadrar.

—Ah... Verás...

Me pareció que se volvía a tirar de la escayola. Pang Eo tenía razón. Algo andaba mal.

—Lo que pasa es que ella quería salir con Jung Kook y venía mucho a casa —comenzó a explicarme—. Solía presentarse sin avisar y, cuando no se pasaba las horas muertas sentada en el sofá mirándole embobada, se dedicaba a asediarme a preguntas sobre él...

Al principio no me importó y hasta le mostré fotos y le conté algunas de las mil y una historias en las que solía meterse mientras cenábamos algo o zapeábamos entre los canales de televisión esperando a que su enamorado regresara de las clases de la Universidad pero, a medida que los meses fueron pasando, mi relación con ella se fue haciendo más estrecha y el hecho de que solo tuviera ojos para él empezó a molestarme.

Juro que me esforcé por olvidarme y no darle importancia. Hasta me apunté a un gimnasio, a clases de teatro y a un curso de cocina para principiantes para tener las tardes lo más ocupadas posible y evitar verla. Sin embargo, justo a la semana de mi distanciamiento la localicé, a lo lejos en un parque, paseando agarrada del brazo de Jung Kook, y me puse tan malo que le di una patada a una de las papeleras de la zona y la volqué. Fue entonces cuando comprendí que lo que me ocurría era que aquella chica me gustaba y empecé a barajar la posibilidad de decírselo.

—¿Te has enamorado? —Puede sonar estúpido pero a única la persona a la que le conté lo que me pasaba fue precisamente a Jung Kook—. ¡Ay, qué bonito! —Recuerdo que pareció alegrarse mucho y hasta me dio un abrazo— ¡Eso es tan precioso y tan sensacional que me entran ganas de hacer una súper fiesta y llenar la casa de globos de corazones de esos enormes que dicen "I love you"!

—En realidad es un problemón, Kookie —carraspeé, consciente de que llegaba la peor parte—. Se trata de Milly.

—¿Milly? —La cara se le cambió por completo y no necesité más; pese a que nunca había dicho nada, a él también le gustaba. —¿La misma Milly que yo conozco?

A partir de entonces las cosas fueron en picado. Jung Kook empezó a llamarla y a quedar con ella como nunca antes lo había hecho, sin tener en cuenta cómo podría sentirme yo, aunque, para serte sincero, en ese momento hasta le comprendí. Al fin y al cabo, él la había conocido antes y ambos compartían un historial de enfermedad mental, de vivencias hospitalarias y de apoyo mutuo que yo nunca podría igualar. Sin embargo, el hecho de haya vuelto a hacer lo mismo y encima esta vez con alguien a la que yo llevaba mucho tiempo idolatrando, me hace cuestionarme sus intenciones de entonces. Pero bueno, ese es otro tema y no viene a cuento.

El caso es que los dos empezaron a quedar más formalmente pero ninguno me lo contó, a pesar de que los veía cuchicheando a diario, y eso me fue generando poco a poco una bola de malestar que estalló cuando el amigo de la infancia de Milly, un tipo un tanto peculiar que, al parecer, siempre la había amado en silencio, apareció de nada y se le confesó.

Aguanté la respiración. Ese era el chico que se había ahorcado en en el sanatorio mental, Yung Ho.

Lo hizo una tarde en el portal de mi casa y yo, que venía de comprar algo de comida y estaba por abrir la puerta, lo escuché todo a través del eco de las escaleras.

—Lo siento —se excusó ella—. Ya te he dicho mil veces que no puedo corresponderte porque estoy interesada en otra persona.

—No es verdad —negó el chico—. Nosotros somos la pareja perfecta y yo sé que me quieres. ¡Me quieres!

—Lo siento —volvió a repetir ella. —Lamento mucho si mi cariño hacia ti te ha hecho pensar lo que no es. Te quiero de forma fraternal.

La respuesta le hizo romper a llorar. Duele que la persona que adoras te haga ver que eres parecido a un hermano cuando tu deseas ser algo diferente.

—No puede ser —El pobre se empeñó en no aceptarlo, exactamente como me pasa a mí ahora—. Yo quería que nos casáramos. Quería eso. Me lo merezco. ¡Me dijeron me lo merezco y que tu tienes que estar conmigo! ¡Y es así! ¡Tiene que ser así!

—Mira, ya deja de montarte películas. —Fue ahí cuando el timbre de Milly empezó a resultarme desagradable y molesto, muy molesto—. Mi precioso amor se lo merece mil veces más que tu y punto.

En ese momento me imaginé que era a mí a quien decía aquello. Sentí el rechazo en propia piel. La decepción en las palabras hirientes. Mis sentimientos estrujándose y rompiéndose en pedazos. Y se me hizo injusto. Terriblemente injusto que no le diera una oportunidad.

Se interrumpió unos instantes. Lo que Yung Ho había dicho en ese entonces era muy similar a lo que Tae Hyung solía expresar. Tanto que parecía que ambos compartieran el mismo delirio.

Esa noche fui a su casa —finalizó—. Llamé a su puerta y la maté. —Los labios le temblaron—. Lo hice, sí, lo hice.

Vale. Me lo estaba confesando claramente y, aunque la historia en sí tenía lógica, me resultaba extraña, máxime teniendo en cuenta que el otro también se había autoinculpado.

—¿Sabes quién es Kim Shin Hye? —Decidí cambiar de tema y probar—. Era de Daegu, como tu.

—Daegu es muy grande.

—Lo sé pero Shin Hye no era una persona cualquiera —añadí—. Era una estudiante que dieron por desaparecida hace mucho tiempo y por la cual su familia y amigos movilizaron una importante campaña de búsqueda durante varios meses.

Mi interlocutor se racó la cabeza.

—No me suena —negó, y añadió—. ¿Por qué lo preguntas?

—Porque su historia me ha recodado un poco a tu caso —improvisé sobre la marcha—. Estaba enamorada de alguien y se cegó tanto con él que desestimó los sentimientos de quien siempre la había apoyado. —Dos canicas brillantes y desconcertadas se posaron sobre mí—. ¿Tampoco conociste a Jung Hoseok?

—No.

Demonios.

Pensé en seguir, en relatarle con más detalle los incidentes de aquella época y en contarle su fatal desenlace por si acaso se alineaban los astros y resultaba que mi peregrina asociación cobraba sentido pero, cuando aún barajaba la mejor forma de hacerlo, la puerta se abrió y Kim Wo Kum irrumpió como una exhalación, con la cara roja y una carpeta marrón bajo el brazo. Genial. Ya podía dar por finalizada la conversación.

—Acompáñeme ahora mismo. —Hizo tintinear en el aire una llave plateada—. Tengo lo que quiere así que ahórrese la saliva que va a usar para censurar mi interrupción y venga aquí antes de que mi conciencia profesional me haga cambiar de opinión.

Obedecí sin rechistar, claro que lo hice, no sin antes despedirme del detenido, y me dejé guiar por el corredor hasta el fondo, con el corazón saltando a cada paso y una intensa ansiedad bailándome por todo el cuerpo.

—De más está decir que ahora espero de usted, como mínimo, una implicación plena con mi equipo y un informe preciso que nos permita ganar el caso.

—Todos mis esfuerzo son para usted —acepté.

El forense me devolvió una cara más que molesta y se detuvo ante la última puerta, la de la esquina, para a continuación dirigirse al par de vigilantes que nos cerraban el paso, con sus malas pulgas rezumando por los cuatro costados.

—¡Apártense! —Le propinó al que tenía más cerca un golpe en el hombro con la carpeta—. ¿Es que no ves quién soy?

—¡Oh, su excelencia! —Ambos se apartaron de un brinco—. ¡Discúlpenos!

—¡Qué disculpas ni qué disculpas! —le reprendió éste, al tiempo que introducía la llave en la puerta y la giraba, bajo mi nerviosa mirada—. Si quieren seguir trabajando aquí guarden el respeto apropiado.

La madera chirrió. Ante nosotros se abrió una estancia idéntica a la Tae Hyung en todo, salvo en que las luces estaban dadas y la cama, en vez de orientarse hacia una ventana lo hacía en el sentido contrario, contra la pared.

—Yoon... —Me faltó tiempo para entrar, con un desasosiego que se hizo enorme cuando comprobé que estaba acostado, con los ojos cerrados, sedado—. Yoon Gi...

No se movió. Mis pies saltaron los escasos metros que me separaban del colchón. Los ojos comenzaron a picarme.

Dios mío; ¿por qué? ¿Por qué le tenían que tratar así? Me incliné sobre él. Respiraba, ¿verdad? Sí, lo hacía. ¿Y el resto estaba bien? Analicé sus mejillas claras, sus líneas redondeadas y el cabello oscuro desordenando sobre la almohada y, sin darme ni cuenta, mi mano se movió y le acaricié la frente.

—No has elegido el mejor de los momentos para venir a darme los diez minutos que te pedí. —Mi sorpresa fue mayúscula cuando abrió los ojos y la oscuridad de sus pupilas se reflejó en las mías—. La Olanzapina me deja hecho una mierda.

El corazón se me disparó a mil.

—Estoy aquí porque necesito consultarte algunas cosas sobre el caso de Tae Hyung. —No era el motivo pero, claro, decirle algo como "necesitaba verte porque te quiero" no quedaba precisamente bien—. Ya que tu eres el otro investigador, he creído conveniente ponerte al tanto de las dudas que me han surgido pero sí te encuentras mal y prefieres descansar puedo irme y regresar en otr...

—No, no te vayas. —Su petición, somnolienta, me interrumpió antes de que sus ojos se cerraran de nuevo—. Quédate conmigo, Mei.

La historia de Tae Hyung con Milly no ha hecho más que sembrar aún más dudas en la cabeza de Mei. Una cabeza que, por otro lado, parece esconder un incidente importante que quizás ella sola no pueda desentrañar.

Todo esto y mucho más en la próxima actualización.
No te lo pierdas, que viene un cambio de narrador.

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