Día Seis: Flashback
Eran las doce y cinco cuando llamé al ascensor y pulsé, a tientas, el piso de la planta. Detestaba llegar tarde a las sesiones pero la espantosa noche que había pasado me había dejado los ojos hinchados y el cuerpo desfondado como si hubiera corrido una maratón y no había sido nada fácil recomponerme y adecentarme para salir. De hecho, los oídos aún me zumbaban y al caminar tenía la sensación de ir subida en una nube que había convertido mi cuerpo en el de un autómata que se movía por inercia sin comprender nada. Nada, salvo que Yoon Gi me había olvidado.
—¿Qué tal te ha ido con los de la universidad? —Jimin echó un último vistazo a su móvil antes de bloquearlo y guardarlo en el bolsillo del pantalón—. ¿Has encontrado algo útil?
—No. —Introduje, sin mirar, la tarjeta de acceso y activé la petición de autorización restringida—. Me han mandado textos demasiado genéricos.
Un pitido de error retumbó en la cabina. Saqué la credencial y la volví a meter. La compuertas tenblaron. El sonido se repitió. Vaya; ¿se había roto? Genial. Subir a un tercero por esas escaleras retorcidas de tres bloques por planta era lo que me faltaba para animar la mañana.
—Creo que la has puesto al revés.
¿Eh?
Mi sorpresa fue mayúscula cuando Jimin se aproximó al panel, me cogió de la mano, le dio la vuelta a la tarjeta y me acompañó en el movimiento para introducirla en la posición correcta. El ascensor se elevó. La vergüenza me acaloró la cara. Ay.
—Noona, he estado pensando que para mejorar los síntomas disociativos quizás te venga bien un cambio de aires que te sirva para hacer cosas nuevas y explorar posibles anclajes.
—Y, ¿se te ha ocurrido algo? —La verdad, no tenía ganas de nada pero tenía que reconocer que la idea no era mala—. ¿Qué crees que me ayude?
—Salir —respondió, y matizó—: Salir conmigo.
Poco me faltó para que se me descolgara la mandíbula. Que alguien tan inhibido como él expresara una petición semejante con tanta tranquilidad se me hacía extraño. Y sorprendente. Sobre todo sorprendente.
—Pues... —Me quedé en blanco—. No sé.
—Entiendo que lo veas como una tontería y que creas que no te va servir, y seguramente tengas razón ya que en estas cosas tu eres la experta —se anticipó a mi réplica, cosa que me dejó aún más a cuadros todavía—. Pero sería genial que me dieras el margen de la duda y lo intentaras. —Se interrumpió a coger aire—. A mí me gustaría mucho salir contigo.
Se inclinó sobre mí, tanto que su respiración me acarició las mejillas y la ansiedad se me disparó. Retrocedí y me pegué a la pared. El frío del metal me caló la camisa.
—Por favor, Mei. —Él buscó de nuevo la proximidad—. ¿Me concederías una pequeña oportunidad?
Empecé a encontrarme mal. Lo suyo era decir que sí. Imaginaba la cantidad de vueltas que le habría dado hasta atreverse a pedírmelo y, además, una parte de mí deseaba aceptar. Jimin me había dado todo su amor en el momento más frágil y complicado de mi vida y yo le había entregado los restos que habían sobrevivido del mío. Pero... Aún así...
—Puede —musité.
—Ese "puede" ya es algo bueno. —Su rostro se pegó al mío—. Significa que quieres.
—Tarde.
El rostro contraido de Dark Ho, que nos esperaba pegado a las compuertas ascensor con el fonendo en el cuello, la carpeta de medicación bajo el brazo y la peor de las caras, nos interrumpió. Jimin se separó de mí, voló hasta el otro extremo del ascensor y clavó la vista en el suelo y yo, ardiendo por la tensión, forcé una sonrisa que me quedó de lo más bobalicona.
—Buenos días —saludé, con mi mejor cordialidad—. ¿Qué tal?
—Mal porque si digo que la sesión es a las doce es porque es a las doce. —Mi interlocutor dio rienda suelta a su reproche, más seco que la carne en salazón—. Ni a menos cuarto, ni a menos cinco, ni a y cinco. A las doce.
—Es verdad. —Preferí no afearle su obsesión con los minutos. Total; no era como si fuera a servir de algo—. Lo siento.
Se me quedó mirando como si lo meditara y, cuando ya pensaba que la molestia se le había pasado, su ego recargó pilas y me echó uno rapapolvos de los grandes. Al parecer, el origen de su enfado radicaba en que Jung Kook había llegado antes que yo, con tan mala suerte que se había cruzado con Tae Hyung cuando éste paseaba por el hall y el follón que habían armado había requerido la intervención de tres enfermeros y de un par de buenas amenazas con dosis de anti psicóticos intravenosos. Eso, claro, sin contar con el caos que se había formado entre los pacientes que los habían visto pelear.
—Y, para colmo, tu antiguo despacho parece un trastero en vez de una consulta médica —siguió, imparable—. Cuando te fuiste, me prometiste que te llevarías tus cosas pero ayer lo abrí y ahí siguen, apiladas en cajas encima de la mesa y eso es del todo inaceptable.
Ya.
—No pasa nada —le quité importancia—. Ahora lo arreglo.
—Pues qué bueno que te parezca tan fácil porque te doy cinco minutos exactos para hacerlo antes de que empieces a trabajar. —Se llevó la mano al reloj del pulsera—. Cinco y no seis, ni siete ni ocho. Cinco.
Puse los ojos en blanco. Y yo que me quejaba de Kim Wo Kum. No sabría decir cuál de los dos era peor.
—¿Me he explicado o no?
—Como el agua cristalina.
El busca de urgencias le vibró entonces en el bolsillo y aproveché que lo revisaba para huir por el pasillo. Me cruzé con la enfermera Min, que llevaba un carrito de la medicación vacío al botiquín, saludé a dos pacientes que conocía de mi época de formación y mis ojos terminaron sobre Woo Young que, con su cazadora de cuero y el cabello peinado hacia atrás, esperaba sentado en una silla giratoria frente al control jugando con el móvil, completamente abstraído. Y, a todo esto, ¿por qué sentía mis pasos tan solitarios?
Llegué a la puerta de cristal y me giré. Estaba sola.
—¿Jimin?
Estiré el cuello hacia el ascensor. El móvil me comenzó a sonar. Era él.
—Noona, Dark Ho no me ha dejado entrar contigo y me me ha mandado a la enfermería —explicó—. Quiere que me encargue de Jung Kook y que lo acompañe a la consulta y no he podido decirle que...
—¡Mi gran amiga en la salud y la enfermedad! —La repentina exclamación del implicado invadió la línea, con tanta fuerza que me tuve que separar el aparato de la oreja—. ¡No te preocupes! ¡Yo le cuido! ¡Y te tengo que contar muchas cosas! ¡Contando te cuento el cuento cuentista de que tengo un sombrero que trasmite ondas que leen la mente mental! Y, ¿adivinas? ¡He descubirto que soy inmortal!
Vaya por Dios. Fijo que se quedaba ingresado. Fijo.
—¡Y tengo muchas ideas! ¡A montones muy grandes, con árboles y animales y ríos y un arcoiris, aunque para eso hace falta que llueva y no me gusta mojarme!
Fuga de ideas. Delirio de grandeza. Ensalada de palabras. Uf. Ese despliegue de síntomas añadiría un plus de dificultad al encuentro con Tae Hyung. Seguramente por eso habían discutido: la euforia había podido con él y el otro, tan susceptible, lo había interpretado como un ataque personal.
—Jung Kook, creía que me habías dicho que te estabas tomando la medicación.
—¡Y te mentí! —Rompió a reír como un niño pequeño en medio de una trastada—. ¡Las tiro por la ventana sin que mi amigo, el todopoderoso hacker, se entere!
Así que, ¿Woo Young se dedicaba a eso? ¿Por eso tenía ese gran ordenador enganchado a esas cámaras o lo que fueran? Entonces quizás pudiera ayudarme a analizar la web de pareja, ¿no? Seguro que...
"A lo mejor ese tipo mató a alguien".
No. Mejor no.
—¡Ya no voy a tomar más nunca el litio litioso! —La exclamación me cortó el hilo—. ¡No me hacen falta porque soy invulnerable! ¡Invulnerable e inmortal! —Se carcajeó de nuevo, de esa forma tan graciosa con la que era casi imposible no contagiarse—. ¡Si me tiro por una ventana seguro segurísimo que no me pasa nada!
Ay.
—Te creo. —Recurrí al vínculo—. Sabes que siempre te creo.
—¡Sí, sí, sí! ¡Lo sé, lo sé! ¡Lo sé de saber con sapiencia y sabiduría!
—Entonces prométeme que no harás ninguna demostración de tu inmortalidad hasta que hablemos del asunto.
—¡Hasta que hablemos, sí! ¡Tu mandas, jefa de los psicólogos que psicologizan lo psicologizable! ¡Tu mandas!
Perfecto.
—En cinco minutos nos vemos y aprovechamos y luego lo tratamos —acordé—. Y ahora, ¿podrías pasarme a Jimin?
—¡Oh, no puedo! ¡Se ha ido!
—¿A dónde?
—Al ordenador de la enfermera —La voz se le trasformó en un susurro—. Es Sherlock Holmes investigando a los muertos.
Rayos; ¿y eso que significaba exactamente? Me eché a temblar. Solo esperaba que no se hubiera puesto a fisgar a escondidas en las historias clínicas de las víctimas. Me había prometido que no iría por libre y yo había decidido confiar en él. No, no me iba a fallar. No lo haría.
—Voy a colgar —me despedí—. Devuélvele el teléfono cuando vuelva.
Entré en la zona de los despachos. Estaba desierta, con todas las puertas cerradas y una calma sepulcral cargada de un frío que no invitaba a quedarse. Me acerqué al panel de electricidad. El termostato estaba, como de costumbre, al mínimo.
—Suerte. —Las palabras de aliento de Woo Young me llegaron de improviso desde el otro lado, acompañadas de un simpático saludo—. Ánimo, M. T.
M. T. Qué curiosa forma tenía de usar los nombres de las personas.
M. T.
"Y.M".
Aquellas extrañas iniciales, hiladas sin sentido, aparecieron de la nada en mi cabeza y me aceleraron la respiración.
"Y. M".
Empecé a marearme. Las paredes se estrecharon y cambiaron a un color crema. Una lámpara de candelabros viejo sustituyó los plafones del techo. La oscuridad se adueñó del espacio a mi alrededor y, de repente, el rítmico traqueteo de unos tacones retumbó sobre las baldosas. Me miré los pies. Era el sonido de mis zapatos. Unos rojos de aguja que tenía guardados en el armario para ocasiones excepcionales. Estaba, sin previo aviso, entrando en un flashback.
Flashback (Mei)
Acaricio la cal del recibidor con la mano. Sé que no estoy en esa casa extraña atentada de muebles clásicos y que no llevo ese vestido negro entallado ni ese calzado que me lastima los talones y trato desesperadamente de centrar mis percepciones y anclarme. No puedo permitirme algo como esto ahora. No cuando tengo un caso de homicidio entre manos y a dos chicos que me necesitan.
Respiro hondo e intento pensar en la playa a la que acudía de niña, en el olor de mi comida favorita y en las canciones que me gusta escuchar. Repaso minuciosamente las caras de las personas que aprecio, como mis padres, Suni y mis amigas de Busan. Me centro en Jimin. Trato de aferrarme a la dulzura con la que me habla y a la mirada entregada que tanto me suele aliviar pero su imagen se me antoja demasiado lejana y comprendo que he entrado en barrena y que ya nada me puede calmar.
"La vida es tan injusta, mi niña".
Piso una sustancia resbalosa. Miro hacia abajo. Estoy en medio de un enorme charco de sangre fresca, reciente, y, sin saber cómo, me encuentro de rodillas, con las manos metidas en su rojo esplendor, jugueteando y garabateando en el líquido frases que se borran al instante.
"¿Te hago olvidar?"
Mis dedos se mueven en la sustancia y dibujan por inercia una Y y, en ese instante, el escenario se transforma y aterrizo en el suelo de una cocina ennegrecida por el fuego, sin aire y con intenso dolor en el abdomen que me impide moverme. Estoy en la casa de los Min, en Daegu, y el cuerpo desmembrado que diviso junto a la puerta me hace entender que Hoseok acaba de morir y que, por lo tanto, estoy herida de gravedad.
Palpo a mi alrededor. Una mano busca la mía y la aprieta. Es Yoon Gi. Está tumbado a mi lado, pegado a mí, y respira entrecortado tras el masaje cardíaco que me ha hecho volver a abrir los ojos.
—No puedes irte —susurra—. Por favor, Mei, por favor, sé fuerte. Sé fuerte y no te vayas.
No, no deseo hacerlo. Le quiero demasiado como para dejarle solo en un mundo que le ha tratado de forma tan cruel pero mi mal estado no me permite decírselo e intento trazar en el suelo, con mi propia sangre, las iniciales de nuestros nombres. Necesito trasmitirle de alguna forma que él, pase lo que pase, es y será siempre parte de mí.
La Y me sale errática pero lo entiende y su mano me dirige y ayuda a trazar la M.
Y. M.
Las sirenas de las ambulancias se tornan entonces atronadoras. Escucho un golpe sordo, como si acabaran de tirar algo pesado contra el suelo, y una serie de carreras se suceden por el pasillo. Kim Wo Kum brama instrucciones y yo entrelazo con fuerza los dedos de Yoon Gi entre los míos.
Por favor, que no se lo lleven lejos. No quiero que lo aparten de mí.
—¡Fin del juego, señor Min! —No reconozco al que habla pero me siento tan débil que su dureza hace que se me salten las lágrimas—. ¡Aléjese de la doctora despacio y ponga las manos en la cabeza, donde se vean bien!
No.
—Mei, no te preocupes. —Su rostro cansado se inclina una última vez sobre el mío—. Te prometo que encontraré la manera de regresar a tu lado pero mientras tanto no te olvides de quién eres y sigue ayudando a personas como yo. Ya sabes que tenemos un contrato que no es cancelable.
Un contrato...
—Bitácora de Yoon Gi. —Me susurra entonces al oído—. Serán tres mil seiscientos setenta días los que te amaré.
—¡Le hemos dicho que se separe! —Otra voz coge el mando—. ¡Hágalo! ¡Hágalo ya!
Me suelta. La confusión y el caos se adueñan del lugar. Un remolino de gente se apelotona a mi alrededor para alzarme y termino tumbada en una camilla, con respiración asistida y no sé cuántas cosas más.
—Vas a estar bien, niña —me dice la enfermera que empuja la cabecera—. Tu tranquila.
No. No voy a estar bien. ¿Y Yoon Gi? ¿Qué le van a hacer? ¿A dónde se lo van a llevar? ¡¿A dónde?!
Le busco desesperadamente con la mirada por entre los policías y el equipo sanitario. Veo a la fiscal Le Mi Sou discutir con el forense, a una chica de cabello de rubio y ropa casual parada como un espantapájaros frente a los restos mortales de Hoseok y a otro joven tras ella, con las orejas llenas de aretes brillantes y una mochila a la espalda con un bate atado, que analiza con cara de espanto las vísceras desperdigadas. Ella se vuelve hacia él.
—No me lo puede creer, WooYo —le dice—. ¿De verdad a Hobi se le fue la cabeza por la muerte de Shin Hye y asesinó a todas esas chicas? —le pregunta, y añade—: No me quiero imaginar cómo debe sentirse Jin ahora mismo.
—Está de lo más jodido —responde éste—. Que maten a tu hermana y encima tengas un amigo que te utiliza a su antojo para esconder atrocidades en tu casa es una súper putada.
—Pobrecillo mío. —Ella parece a punto de llorar—. Pobrecillo.
No puedo escuchar más porque la camilla sale el pasillo y allí, por fin, vuelvo a ver a Yoon Gi. Le han esposado las manos a la espalda sin que oponga resistencia y ahora le están arengando a que camine.
—No... —murmuro—. No...
Se gira, lloroso, hacia mí.
—No has dormido.
La botella de agua se agitó ante mis ojos y me hizo parpadear. ¿Eh?
—Tus ojeras hablan por sí solas.
¿Cómo que mis...?
Yoon... ¿Yoon Gi?
—Por cierto, no te ofendas pero de todos los despachos médicos en los que he estado, y han sido unos cuantos, el tuyo se lleva el premio al más espantoso. —La curiosidad empañó sus ojos oscuros—. ¿De verdad eres capaz de crear un clima de comodidad con tus pacientes trabajando en un ambiente tan poco amigable?
Necesité varios minutos para centrarme y comprender lo que ocurría. Había salido del flashback y mis zapatillas acariciaban las baldosas blancas de la que había sido mi consulta, con una botella de agua entre las manos mientras Yoon Gi, de pie frente a la mesa, colocaba lápices y bolígrafos dentro de un bote. El mismo que me había regalado tiempo atrás.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Mis ojos repasaron la estantería, impecablemente ordenada, y los póster motivacionales, que habían vuelto a la pared—. Es... Yo... —Me pellizqué la mano para dejar de balbucear—. Esto es una área sanitaria privada y no se puede entrar así por las buenas.
—Ya lo sé —Ni se inmutó—. Por eso he traído la orden del juez que me da permiso para hacerlo. —Señaló el entorno —. ¿Qué te parece? He ordenado lo mejor que he podido lo que tenías en las cajas.
Dios mío. Era como un "deja vu". Habíamos estado en una situación parecida al poco de conocernos.
—Por mucha orden judicial que tengas dudo que eso te habilite para hurgar en mis cosas. —Me costó horrores reprimir el batiburrillo de emociones y dirigirme a él con indiferencia—. No es aquí donde guardo los datos de la investigación.
—No seas tan mal pensada. —Se recargó en la mesa, decepcionado—. Si, como dices, mi interés fuera husmear en tus avances, me habría ahorrado el esfuerzo de venir y ordenar trastos. Kim Wo Kum es un anciano muy cascado que tiene todos los reportes que le envías encima de la mesa de su oficina a la vista de cualquiera y sin seguridad.
De modo que ya los había leído. Por supuesto.
—¿Y entonces qué es lo que te ha traído aquí?
—Tu increíble amabilidad de ayer cuando me cerraste la puerta en la narices con ese "ya te buscaré" que he traducido en un "quizás el año que viene me digne a atenderte". —Se me acercó y nervios me comieron. —No me has dejado muchas opciones para poder hablar contigo.
No moví ni un músculo. Deseaba tocarle pero una confrontación directa podría bloquearle y empeorar su estado amnésico. Por eso, creía, mi otro yo había insistido tanto en que debía apartarme. Para ganar primero había que perder.
—Pues lamento entonces tener que darte otro chasco. —Decidí volver a evadirle—. Estoy a punto de recibir a Ta...
—La terapia no es problema porque voy a hacerla contigo —me cortó y, ante la evidente cara de lela que se me debió quedar, añadió—: Tu paciente ha puesto como condición que yo también esté aquí.
Me quedé atónita. Atónita del todo.
—Además, si te ayudo te sentirás culpable de evitarme con tu malas formas y no te quedará más remedio que dedicarme tiempo para que tu conciencia se pueda restaurar.
Hilé el razonamiento sin terminar de asimilarlo del todo. ¿Ayudarme? ¿Para que quedara en deuda con él? Rayos; ya se me había olvidado lo increíblemente listo que era pero, a todo esto, ¿malas formas? ¿Cómo que malas formas?
—Yo no tengo malas formas.
—¿Te has molestado?
—En absoluto.
—Sí, te has molestado.
El rostro se le iluminó en una sonrisa espontánea que me tambaleó internamente como un flan llevado con prisas a una mesa.
—No creo que el objetivo de esta conversación sea debatir sobre mis supuestas molestias. Y tampoco creo apropiado que me alecciones sobre las formas que debo o no tener ya que fuiste el primero que zanjó nuestra conversación de mala manera cuando supiste dónde trabajaba.
Rompió a reír.
—¿Te hace gracia?
—No —negó, aún divertido—. Lo que pasa es que en el centro en donde estaba los terapeutas siempre se dirigían a mí con un exceso de educación y una dosis de hipocresía importante que usaban para enmascarar el miedo que me tenían. —Se acercó aún más—. Que tu no lo hagas me hace sentirme bien por primera vez en mucho tiempo.
El corazón me dio un salto pero, en ese instante el auxiliar Swan apareció con Tae Hyung y no me quedó más remedio que centrarme en lo que había ido a hacer.
—Buenos días— saludé.
—No sé qué tienen de buenos— fue la respuesta—. Ese traidor con el que me vas reunir está fatal de la cabeza. Sinceramente, me arrepiento de haber accedido a esto.
No te pierdas la sesión de terapia.
Te espero en la próxima actualización.
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