Día Seis


(Voz narrativa: Jimin)

Destapé la olla y, en un segundo, la cocina quedó impregnada del denso humo a caldo de verduras y frijoles que había aprendido a preparar en la época en la que mi madre había asumido varios trabajos a fin de pagar las deudas familiares y no venía a casa más que para asearse, cambiarse de ropa y dejar en el mostrador de la cocina un puñado de wones y una nota en la que nos deseaba suerte en los estudios y nos pedía que nos esforzáramos por estar bien.

Había sido una época difícil. Mi hermano y yo tratábamos de mantener la casa aseada y con un ambiente medio decente, pese a lo siniestro de las cortinas clavadas a los marcos de la ventanas y el olor a muerte de las escaleras del sótano, y aprendimos a hacer de todo. Preparábamos la comida, íbamos a comprar al supermercado, lavábamos y planchábamos la ropa y nos hacíamos compañía en medio de la fría soledad de aquel lugar que nos quedaba grande y que ambos odiábamos. Sin embargo, recordaba que, a pesar de todo, en ese entonces yo había estado bien porque todo servía con tal de que Yoon Gi estuviera a mi lado. Él había sido mi pilar. Mi fuerza. Lo único que había necesitado para ser feliz. Y había dado por supuesto que siempre sería así.

Hasta ahora.

Verle en el hospital me había revuelto de arriba a abajo, aunque en un sentido muy diferente al esperado, y me sentía al borde del abismo. Por una parte, el efusivo abrazo que me había dado en el hall y las cariñosas frases que habíamos intercambiado antes de subir a la planta, me habían alegrado al punto de hacerme llorar y mi cabeza se había lanzado a fantasear mil y una situaciones en las de nuevo podía disfrutar de su compañía. Pero, por otra, el pecho se me había quedado agarrotado, como si me lo hubieran atado con esparto, y un miedo atroz me había empezado a recorrer sin control por todo el cuerpo.

Me aterraba. Le quería pero me aterraba. Temía que su regreso destapara todo y la idea de tener que volver a vérmelas con su otra identidad hacía que me temblaran las piernas. Pero, por encima de todo, lo que más me angustiaba era que, con su regreso, seguramente Mei se alejaría de mí. Ay. ¡Pero qué estúpido era! Tenía presente que no me merecía ni una migaja de su afecto y, sin embargo, ahí estaba, aferrado a ella como un desesperado. ¿Por qué no podía centrarme en ser un buen hermano y valorar a Yoon Gi como antes? Kim Woo Kum me había advertido que algo en él había cambiado y, ahora que había comprobado con mis propios ojos a lo se refería, ni siquiera me pesaba admitir que deseaba que se quedara así. ¿Se podía ser más ruin? ¿Cómo podía querer que no recordara a Mei? Era un grandísimo egoísta. Egoísta y traidor.

Me aferré a las asas de la olla y observé el interior con aire distante, seco. El agua en ebullición chisporroteaba en pompas ardientes y los trozos de zanahoria y col bailoteaban flotando en medio del calor. Si metía las manos ahí dentro me escaldaría la piel y la culpa desaparecería. Me lo merecía.

"¡Ey, cielo!"

La vibración del móvil me hizo apartarme del caldo y desviar la atención a la encimera, donde lo había dejado. Era Suni.

"Me imagino que estarás muy ocupado con el regreso de Yoon Gi y demás pero, por favor, vigila a Mei. Aunque no te lo diga, te necesita".

Me tomé un par de segundos para enjuagarme las lágrimas con la manga de la camiseta.

"Te agradezco muchísimo el interés que estás poniendo" escribí. "No te preocupes. No me moveré de su lado".

"Eres un amor". Leí a continuación. "¿Hay alguna novedad por allá?"

Me asomé a la puerta y atisbé desde la distancia el dormitorio. Mei seguía dormida, con el edredón hasta la cabeza y la respiración espasmódica propia de haber pasado media noche llorando y la otra media enajenada pidiéndome que me quedara a su lado porque temía perderse y convertirse en una extraña. Por supuesto, no se imaginaba que no hacía falta que dijera nada porque, pasara lo que pasase, nunca la dejaría.

"Ninguna".

"Pues por aquí ya hemos preparado un despacho para lo de Tae Hyung que, por cierto..."

Los tres puntos me dejaron en suspenso. ¿Por cierto qué?

"¿Sabes?" decidió a continuar. "La intervención que Yoon Gi hizo con él ayer fue muy buena. Podría haberos perjudicado pero logró que el chico se mostrara más confiado en realizar la sesión con Mei, hasta el punto de que ya ha preguntado varias veces por la hora en la que se realizará".

Ya. Mi hermano era único para lograr ese tipo de cosas pero era raro que estando en el equipo fiscal nos ayudara. ¿Acaso ya sospechaba? No, no podía acordarse. Cuando Mei lo guiaba había necesitado varias sesiones para tomar conciencia del pasado y ni así había podido rememorarlo todo. Ahora mucho menos.

"¿Y Jung Kook?" se me ocurrió preguntar.

"Seguimos la instrucción de Mei y le llamamos varias veces pero no nos coge el teléfono así que al final hemos contactado con su compañero de piso".

El corazón se me subió a la garganta. Qué pesadilla. Woo Young otra vez.

"Al principio se mostró un poco esquivo y se negó a colaborar pero al rato nos llamó y nos dijo que traería a Jung Kook aquí a las doce".

"¿Entonces va a llevarle?" La pregunta era más que obvia pero la ansiedad me obligó a emitirla. "¿Tan mal se encuentra Jung Kook que necesita un acompañante?"

Un fallo en la red de datos bloqueó la aplicación y tuve que reiniciarla. Fue entonces cuando me di cuenta de que las manos habían comenzado a temblarme y, desde luego, no era para menos. Woo Young podía parecer un pasota desentendido pero siempre se las arreglaba para meterse en todo y tenerle merodeando me inquietaba. Además, vivía frente a "esa casa" y la forma en la que se había dado a conocer ante Mei no me había parecido normal. Algo quería. O peor: algo buscaba.

"Eso parece". El mensaje de confirmación me agobió aún más. "Por lo visto está empezando a tener alucinaciones y delirios y necesita supervisión continua".

Me dejé caer al suelo. Vale, lo entendía, pero no me hacía ninguna gracia. Tenía que actuar y hacerlo ya.

"Suni, esto me sabe falta pero no voy a poder seguir hablando contigo" me excusé con la mejor educación. "Tengo una olla al fuego y me parece que se me está empezando a quemar".

"¡Oh, cielo, no te preocupes! Hablamos en otro momento".

Me levanté, con las piernas como dos flanes, cogí las llaves de la clínica y la bolsa cruzada con la que solía salir y me apresuré a preparar la bandeja del desayuno para Mei antes de irme. Le serví un cuenco de caldo hasta arriba, coloqué cuchara, palillos, zumo de frutas y envolví un par de florecitas de una de nuestras macetas dentro de la servilleta.

¿Estaría bien así? Contemplé como un tonto la composición. No, quedaba raro. Cambié las flores a un vaso alargado junto al zumo. Tampoco. Las acomodé encima de los palillos. ¿Se vería excesivo? A lo mejor le desagradaba.

—¿Cómo es que no tienes sueño? —Su voz a mi espalda me hizo dar un brinco; estaba tan a lo mío que ni la había sentido—. Apenas has descansado.

—Buenos días, noona. —Retiré dismuladamente las flores y las escondí en el fregadero, bajo la bayeta amarilla de limpiar la encimera—. Lo que pasa es que me he despertado acordándome de la sopa que hacía de adolescente cuando me enfermaba y me han entrado ganas de hacerla. He pensado que te podría gustar y estaba poniendo un plato por si...

—Gracias. —Su suavidad me silenció de golpe y un intenso calor me abrasó las mejillas—. Gracias por lo de ayer y por lo de hoy. Gracias por todos los días.

Me obligué a respirar despacio. El pulso se me estaba volviendo loco.

—No, no es nada. —Me costó horrores que no me temblara la voz—. Es lo que haría cualquier buen hermano.

—No lo creo —negó ella, con profundidad inhabitual que me puso aún más nervioso—. ¿Hasta cuándo vas a seguir creyéndolo tu?

Me tiré de los puños de las mangas. Pues...

—Ayer te diste cuenta enseguida de mi cambio de actitud —prosiguió—. Me has debido ver muchas veces antes así.

Ay.

—Yo... Esto... —titubeé; por nada del mundo quería que se sintiera peor—. Algunas —admití, y me apresuré a matizar como una bala—: Pero tampoco muchas. Para nada muchas. Diría que tres o cuatro. Solo tres o cuatro. Quizás menos.

—Tendría que habértelo dicho. —La preocupación se reflejó en sus ojos castaños—. Ya tuviste bastante con las disociaciones de Yoon Gi como para que ahora venga yo a romper tu estabilidad con las mías. —Los hombros se le desplomaron—. Lo siento —murmuró, y repitió—: Lo siento mucho.

—No importa. De verdad, no me importa en absoluto.

Y, de hecho, así era. Lo entendía y no había motivo para que me tomara tan en consideración.

—Si te soy sincera, hasta ahora no me había preocupado padecer disociaciones porque siempre me había cuenta de los síntomas y podía controlarlos. —Sus ojos recorrieron la estantería hasta detenerse en la rosa blanca de Tae Hyung—. Pero, desde que Yoon Gi se fue, mi memoria tiene lagunas y eso quiere decir que he ido empeorando y que a veces mi otro yo ha aparecido y no he sido consciente de él. —Regresó la mirada hacia mí—. ¿Recuerdas si alguna vez me he referido a mí misma con otro nombre o he hablado en tercera persona?

—No, noona. No lo has hecho.

—¿Y te he lastimado? —continuó, bañada en silenciosas lágrimas—. ¿Te he hecho daño de algún modo?

—Tampoco —le rocé el brazo—. Todo está bien.

Me agarró de la manga.

—¿Seguro?

—Seguro.

Acorté la escasa distancia que nos separaba y le sequé los ojos con la mano. No se movió y yo, perdido de repente en su proximidad, me atreví a acariciarle la mejilla y a inclinar el rostro hacia ella hasta que mi frente quedó apoyada contra la suya.

—Por favor, noona —me escuché rogar—. No llores más.

Sus manos se deslizaron por mi nuca y me estremecí.

—Igual dentro de poco lo logro —susurró—. Tu haces que esté mejor.

Aquello me empujó y busqué sus labios. Con miedo. Con inseguridad. Con pavor. Pero lo hice y, para mí sorpresa, ella no se movió.

¿Podía ser? ¿Podía llegar a aceptarme?

No alcancé a comprobarlo porque, para mi mala suerte, el timbre del teléfono retumbó y entonces me soltó.

Ay.

—¡Son los del departamento de investigación de la Universidad! —La distancia se abrió entre nosotros y la decepción me invadió—. ¡Me han hecho caso!

Me quedé pasmado en medio del salón y la contemplé correr hacia el dormitorio como si le fuera la vida en ello.

—Sí, buenos días —contestó la llamada—. Sí, soy yo... Sí... Les he escrito un mail porque estoy interesada en un material clínico... Sí... Sí... Quería saber si tenían algo sobre la amnesia en la disociación. No... Algo relacionado con los períodos de tiempo que pueda abarcar y las técnicas de terapia, si es que las hay.

El rostro se me ensombreció. Apreté el puño. Las llaves de la consulta se me clavaron en la piel. Era algo para mi hermano.

—Quiero entender lo que le ha podido pasar a Yoon Gi —me explicó, retirándose el teléfono de la oreja—. Necesito tener algo en mente antes de volver a verle o me dará un infarto cerebral.

Ya. Normal, sí. Lógico. Era de esperarse.

—Espero que lo encuentres. —Le mostré mi mejor sonrisa pero los ojos se me empañaron así que preferí darle la espalda—. Si necesitas mi ayuda dímelo y haré lo que sea.

—Entonces luego te cuento.

Reprimí el sollozo y me dirigí a la puerta. ¿Qué podía objetar ante eso? ¿Que lo dejara estar porque yo también la amaba? No. ¿Que me diera una oportunidad a mí? Menos.

—Voy a la clínica —me despedí, en un hilo de voz—. Suni ha programado la terapia con Tae Hyung a las doce así que voy a aprovechar para arreglar la agenda y revisar los mensajes del contestador.

—Vale —la escuché a mi espalda—. En un rato voy a buscarte.

Claro.

Bajé las escaleras envuelto en una melancolía abismal que me revolvió todos los monstruos internos. Un vecino me saludó al salir pero no respondí, crucé sin mirar el paso de peatones que separaba la casa del edificio en donde teníamos el local y me metí por la puerta de atrás para esquivar a la señora de la limpieza, que a esas horas solía estar abrillantado los cristales de los escaparates.

La recepción estaba fría y la oscuridad de las persianas bajadas apenas permitía distinguir el paragüero y el mueble recibidor pero preferí no accionar interruptores y me fui directo a prender ordenador para a continuación desplomarme en la silla y dejarme caer, como peso muerto, sobre la mesa.

Ay; mierda. ¿Pero qué demonios pasaba conmigo? Tenía que centrarme. Mei debía ser feliz y mi papel era asegurarme de que lo fuera. Si se iba con Yoon Gi me tenía que dar lo mismo. Si no me quería, también me tenía que dar lo mismo. Yo daba lo mismo.

"Soo Bin".

Tras cerca de veinte minutos de auto convencimiento, conseguí recomponerme y teclear, con los ojos secos y el ánimo de una estatua, el nombre de la segunda víctima en el buscador de historias clínicas. El sistema me llevó a la carpeta ciento treinta y cinco.

Ahí estaba.

Lo recordaba como si fuera ayer. Aquella chica de aspecto recatado y carácter exhibicionista había venido a la consulta meses atrás derrochando simpatía y había intentado convencerme de que la invitara a cenar. Era difícil olvidar su insistencia frente a la recepción, halagándome y aprovechando cada oportunidad para hacer contacto físico y yo, avergonzado, me las había visto y deseado para conseguir que se marchara.

—¿Qué es lo que le ocurre? —me había interesado, una vez hube echado el cerrojo de la puerta—. ¿Está eufórica o algo así?

—Le ocurre que es lamentable. —La respuesta de Mei me dejó sorprendido—. Es alguien que no respeta el amor que se le brinda ni lo trata como se merece, aunque no lo corresponda, porque no sabe lo que es perderlo. Eso la convierte en una de esas almas penosas susceptibles de un buen castigo.

Marqué la carpeta con el mousse y la envié a la papelera antes de hacerla desparecer también de allí y meter el documento de su consentimiento de terapia en la trituradora de papel.

Ya estaba. Ahora todo saldría bien. Y más si el asunto se dirigía, como parecía, hacia Jung Kook.

"La Web Encuentra la pareja Perfecta le comunica que tiene 01 mensajes en el buzón personal".

Una notificación me iluminó la pantalla del móvil. Vaya; ¿alguien me estaba escribiendo? ¿Otra vez? Pulsé en el enlace adjunto y la conversación con el usuario Y. M se abrió.

"Me sigue resultando curioso tu usser, Akane." Fue lo primero que leí. "¿No es nombre japonés de mujer?"

"Hola, Y.M" ignoré el comentario. "¿Cómo estás?"

"He tenido una noche un poco complicada y me acabo de levantar. Justo ahora estoy desayunando y me preguntaba cómo seguirías. ¿Qué tal va tu historia de amor?"

"No va" contesté. "Pero tampoco voy a hacer nada para que vaya".

"¿Y eso?"

"Porque no me lo merezco".

"Lo que dices me hace recordar que las personas exitosas y populares que lo han tenido todo creen merecerse el cielo mientras que los que nunca han tenido nada piensan no ser merecedores de que alguien les ame".

Parpadeé, pensativo. Ya.

"Sin embargo, los sentimientos son como entes propios contra los que no se puede, ni se debe, luchar. Al contrario; afrontarlos es la única manera en la que puedes demostrarte si estás en lo correcto y no mereces nada o, por el contrario, mereces más de lo que crees. Es tan fácil como atreverte a usar lo que tienes de tu lado y luchar por hacerte digno porque en el amor, amigo mío, todo vale".

"Lo que propones no lo veo para nada sencillo".

"Pero lo es" me contradijo. "Todo se justifica en lo que sientes. Todo lo que hagas es entendible".

Todo justificado, repetí para mis adentros. Todo entendible.

"Te ves a ti mismo como un egoísta pero en realidad buscas el bienestar de la persona que amas y estás dispuesto a permanecer a su lado aunque ella tenga los ojos puestos en otro. Dime, ¿es eso egoísmo? Porque para mí es una dulce abnegación que merece el mayor de los premios".

Releí el texto hasta tres veces seguidas. Decía eso solo porque no sabía la clase de animaña que era yo.

"Te equivocas" repliqué. "Yo soy un desastre muy grande y causo dolor a los que me rodean".

"¿No te das cuenta de que el verdadero desastre ocurre cuando uno no sabe entender los mensajes que se le dan?"

Me pegué a la pantalla.

"¿A qué te refieres? " tecleé a toda velocidad.

No me respondió. Supuse que se me había caído la conexión de modo que salí de la web y volví a entrar.

"Y. M" le volví a escribir. "No entendí lo último".

Nada.

"Por favor explícamelo" insistí.

"Empieza por confesarme lo que quieres de verdad, chico- desastre". Detecté la ironía en sus palabras. "Si lo haces quizás te explique algunas cosas".

La verdad.

Lo que yo quería de verdad.

La verdad.

Lo que quería.

La verdad.

"Quiero confesarme a la mujer que amo sin sentirme la mierda más grande del universo" volqué, por fin, mis deseos sobre las letras. "Quiero apartar a la persona que se interpone sin experimentar culpa. Quiero ser correspondido".

En el amor todo vale.
Todo se justifica en lo que sientes.
Todo lo que hagas es entendible.
Y los desastres ocurren cuando uno no sabe entender los mensajes que se le dan.

Te espero en la próxima actualización.
No te lo pierdas.

N/A:

A propósito de la trituradora de papel del capítulo, hoy voy a comentarles un poco sobre los papeles en las consultas de Salud Mental.

Las historias clínicas están informatizadas pero hay dos documentos que se usan en papel y que deben entregarse a un usuario que solicita terapia (en el sector de clínicas privadas, en los hospitales no son necesarios):

—Un documento sobre la protección de datos de carácter personal en donde te comprometes a no usar la información de esa persona para nada más que para su tratamiento y a garantizar la protección de lo que te cuenta.

—Un consentimiento informado de terapia donde explicas el tipo de tratamiento que vas a hacer, la frecuencia y el costo económico, además de las vías para anular las consultas y los motivos por lo que eso ocurriría.

Ambos documentos se deben entregar al paciente el día de la primera consulta. Éste debe firmarlos (si es menor de edad los padres son los que firman) y quedan guardados en un archivo numerado bajo llave "por lo que pueda pasar". Esto es muy importante porque supone la garantía legal de un terapeuta.

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