Día Once
"En medio de todo eso, ella se me acercó".
Las palabras de Woo Young retumbaron en mi cabeza como el eco lejano de un sueño. Me moví. Rayos; estaba tumbada pero, ¿dónde? Y, ¿qué me había pasado? Luché por abrir los ojos. Apenas pude distinguir los destellos de las bombillas. Los volví a cerrar. La luz me molestaba.
"Era una chica callada que solía frecuentar a mis amigos" seguí recordando. "Me la encontraba a menudo pero nunca intercambiábamos ni una sola palabra así que, cuando se me acercó y me dijo que tenía algo muy importante de lo que hablar, le contesté que no tenía tiempo y me marché.
No lo hice con mala idea pero, con todo lo que tenía encima, y, créeme, era mucho, me sentía en la cuerdas floja, a punto de caer en el abismo de un momento a otro, y no quería a nadie cerca. Sin embargo, al día siguiente me encontré una carta suya en mi mesa, citándome en el patio.
No fui y volvió a invitarme una segunda vez, una tercera, una cuarta y una quinta, hasta que al final, uno de esos días en los que había quedado con Yoon Gi a la caída de la tarde, se presentó en los vestuarios de la escuela de fútbol aprovechando que el último de mis compañeros acababa de irse.
—No te niegues a prestarme atención. —En ese momento yo estaba sacando mi bolsa de la taquilla así que no la sentí acercarse hasta que me rozó el hombro y me di la vuelta de un brinco—. Sé que estás muy solo —continuó—. Solo y triste porque Soo Bin no sabe verte adecuadamente y, a pesar de los años que llevas esperándola, no te valora como te mereces.
Como verás, que se metiera en mi vida privada y me soltara cosas de las que no había hablado apenas con nadie me asustó una barbaridad. Eso y también sus ojos. Unos ojos que parecían los de una persona ardida en una fe extrema.
—¿Quién eres? —Me zafé de su roce—. ¿Qué quieres?
—Solo soy una florecilla blanca luchando porque su dueño la salve. —Se me aproximó y retrocedí hasta darme contra la taquilla—. Sálvame, Woo —susurró—. Sálvame".
Ahí ya había empezado a desarrollar el Clerembault. Los "ojos ardidos en fe" eran un signo inequívoco de la expresión exaltada que solían mostrar las personas cuando estaban en pleno delirio.
Me apoyé sobre los brazos y traté de levantarme pero entonces un pinchado agudo me se clavó en la muñeca y me detuvo. ¿Qué... ? Me obligué a mirar. ¿Tenía puesto un gotero de medicación intravenosa? Intenté arrancarlo.
—Te vas a hacer daño, noona. —El tacto de una mano helada se apoyó sobre la mía y me impidió seguir tirando—. Cuando acabe, yo te lo quitaré.
Ji... Jimin.
—Qué... —Mi garganta, áspera como si me hubiera tragado una lija, apenas me permitió hablar—. Qué me has... Puesto...
—Propofol.
Claro, por eso me sentía así. El propofol era un anestésico o, más bien, un sedante muy usado en las endoscopias que, a bajas dosis, te aturdía sin llegar a dormirte del todo y, por lo tanto, te permitía mantener un estado intermitente de conciencia parcial.
—Por... —Noté cómo me acomodaba la almohada y me apartaba los mechones de cabello que se me habían puesto en la cara—. Por qué... —Le apreté la mano—. Por qué... —repetí—. Por qué...
—Porque has pasado mucho estrés y necesitas descansar.
Su silueta borrosa apareció en mi retina. Estaba a mi lado y, aunque no le distinguía la cara, el sonido atascado de su respiración fue todo lo que necesité para comprender que no se encontraba bien. Parecía llorar.
—Qué... —Traté de hacer memoria pero lo único que se me vino a la cabeza fue la maldita balanza con las flores en el almacén de material—. Dónde...
—Por favor, solo duerme un poco y no te preocupes por nada. —Su aliento me acarició la mejilla—. Confía en mí—. Sus labios me acariciaron la frente—. Vamos a estar muy bien y a ser felices juntos, ya lo verás.
Oírle decir aquello hizo que el corazón se me estrujara en un puño.
—Y... —Casi no me atrevía ni a preguntarlo—. ¿Y Yoon Gi?
No respondió.
—Dime dónde está Yoon...
—Me amas, ¿verdad? —La interrupción sonó cargada de ansiedad—. Sí, yo sé que lo haces —prosiguió—. Tienes que hacerlo porque hemos estado juntos tres años compartiéndolo todo y eso no se puede equiparar con Yoon Gi ni con nada, ¿cierto?
Un... Un momento...
—Además, me besaste —siguió—. Lo hiciste estando disociada y estando normal también.
—Jimin...
—Me amas pero estás confunsa —Se incorporó, trasteó el gotero y el líquido empezó a caer a toda velocidad—. Cuando descanses lo suficiente tu mente estará preparada para elegir correctamente.
El mundo se me cayó encima. No. No me lo creía. No, él no. ¡Él no! Era mi dongsae. Mi familia. Mi apoyo incondicional. Mi equipo. Mi persona más querida. Esto no estaba pasando. ¡No podía estar pasando!
—¿Sabes? —El pecho se me apelotonó en agonía pero aún así reuní lo mejor de mí para hablar sin interrumpirme—. No necesitas recurrir a elecciones ni a mensajes ni tampoco a los consejos de un desconocido para convertirte en alguien importante para mí. —El efecto del aumento de la dosis hizo su trabajo porque las palabras se me antojaron losas de hormigón—. Ya lo eres.
—No lo suficiente, noona, aunque entiendo que no es culpa tuya —replicó—. Es culpa de Pang Eo, que ha ejercido tanta influencia sobre ti que tu corazón está eclipsado y no me escucha.
Dios mío. No había dicho eso, ¿verdad?
—Pang Eo no tiene nada que ver.
—Pues yo creo que sí —corrigió—. Fue él, con sus extrañas ideas sobre las almas gemelas y los compañeros de vida y de muerte, el que empujó a mi hermano hacia ti. —Se apartó—. Conozco a Yoon Gi a la perfección y, créeme, noona, nunca te habría tomado ni remotamente en consideración si su otra identidad no se hubiese metido —bajó la voz—. ¿Recuerdas lo que hizo en el juzgado, cuando estabas a punto de elegirme a mí y se sacó de la manga que mi hermano te necesitaba cuando en realidad ni se acordaba de ti ni le importabas? —siguió—. Así lo hace con todo.
Me revolví en la cama. Esto no iba bien. Nada bien. Estaba tan enquistado en la idea que le habían metido que empezaba a tergiversar la realidad.
—No, no fue así —le contradije—. Por favor, piénsalo bien y reflexiona —cambié de tercio, cada vez más desesperada—. No te permitas comenter otro error como el del pasado. —Los ojos me pesaron pero me negué a cerrarlos—. Entiendo lo que has sufrido con ello y ahora tienes la oportunidad de demostrarte a ti mismo que eres capaz de hacer las cosas bien.
—Precisamente, noona. —Su voz me llegó apagada; me estaba durmiendo, ¡maldición! —. Soy consciente de mi desastre y no hay ni un solo día en el que no me haya arrepentido y no haya deseado estar muerto por ello —admitió—. Pero Shin Hye murió porque prioricé a mi hermano sobre cualquier cosa y por eso ahora quiero cambiar y mirar por mí. Por mí y por ti.
—No... —Apenas me quedaron fuerzas para mover la boca—. No... Quiero... Tener... Que lastimarte.
—No me importa que lo hagas.
No alcancé a decir más. La ensoñación pudo frente a mi escasa conciencia y, sin darme apenas cuenta, en un segundo me encontré dormitando, como flotando sobre el colchón, con la mente de regreso al almacén del juzgado y los oídos volcados en Woo Young, cuya historia continuó relatándose como si le diera a l botón de replay.
"La situación volvió a repetirse, esta vez en la puerta de mi casa, casi un mes después. Para ese entonces, me la había encontrado varias veces y hasta estaba empezado a considerarla algo parecido a una amiga.
Durante la campaña de búsqueda de Shin Hye, mientras las tardes se nos iban empapelando barrios y parques con sus fotos, había mostrado una actitud amigable y normal y el día del homenaje del instituto me había brindado el mejor de los apoyos cuando, al acercarme al altar, me había puesto a llorar como un tonto, sabedor de que su cuerpo descansaba en el bosque por culpa de tu queridísimo Jimin pero que, por mi propia situación, no podía decirlo. Eso por no mencionar las innumerables tardes en las que me había quedado en la sala de informática, rompiéndome la cabeza por encontrar alguna pista sobre al autor del mensaje de la web que tan bien conoces, y ella, con toda la amabilidad del mundo, se me había acercado a interesarse por mi estado de salud y a dejarme algo de comer.
—Ya lo has comprobado con tus propios ojos —me dijo, en cuanto abrí la puerta—. Yo soy tu consuelo.
—¿Eh? —La verdad, en ese momento, no entendí una mierda—. ¿De qué hablas?
—De ti y de mí y de nuestro amor.
—¿Amor? —Los ojos se me debieron de poner como dos platos enormes—. Yo... —Yoon Gi me solía decir que una de las claves de enfrentarse al miedo era decir las cosas directamente así me tragué los miles de rodeos que solía darle a todo y me lancé—. Siento si has pensado otra cosa. Para mí eres una amiga.
La cara se le desencajó.
—No, tu me amas —Agitó la coleta con energía, a ambos lados—. Me amas.
—Lo siento mucho.
—Me amas y no te das cuenta —insistió ella—. No te das cuenta del mismo modo que Shin Hye tampoco lo hacía con Hobi y por eso mira cómo terminó.
En ese momento creo que dejé de respirar y la boca se me secó. ¿Lo sabía? Retrocedí al interior de mi casa. ¿Conocía a Jimin? ¿Acaso esto era un plan para ir a por mí? Las piernas comenzaron a temblarme. Joder; puta madre. ¿Por qué me tenía que pasar siempre todo lo malo?
—Elígeme. —Me agarré al pomo—. Si no lo haces Dios tendrá que purificar tu alma.
¡Joder! No me lo pensé y le cerré la puerta en las narices, puse el cerrojo y la cadena y me asomé por la mirilla. No la vi. Respiré y volví a revisar. Un ojo muy abierto se topó con el mío.
—Me amas, ¿verdad?
Caí hacia atrás, presa de la impresión, y terminé en el suelo del rellano. ¡Mierda! Estaba loca. ¡Loca! Busqué las llaves y las eché antes de correr a la puerta del patio, repetir la operación y subir a mi habitación, medio ahogado, y mirar por la ventana. Ahí seguía. ¡Mierda, ahí seguía!
"No puedes huir de mi". El mensaje de texto que me mandó entonces fue la gota que me terminó de desbordar. "Si no soy tu todo, tu serás nada".
Quizás en otro momento no me hubiera puesto así. Quizás solo me habría reído y pensado que era una broma de mal gusto o alguna idea turbia pasajera de alguna mente rara pero, Mei, después de haber contactado con la muerte de primera mano y haber comprendido la locura que regentaba el mundo, entré en pánico. Y, cuando entro en pánico, siempre hago lo mismo: recurro a Yoon Gi.
—¡Y. G, tío, tío! —exclamé, en cuanto escuché que el teléfono se descolgaba—. ¡Ay, joder, tío, tienes que ayudarme! —Recuerdo que estaba tan desquiciado que hasta me tiré del pelo—. ¡Estaba hablando de Shin Hye!
—¿De quién?
—¡Joder, Y. G, de la chica que mató tu hermano! —El silencio al otro lado se me hizo asfixiante—. ¡Dice que me va a pasar lo mismo si no la amo! ¡Me va a hacer algo! ¡Ay, sé que me va a hacer algo!
—¿Y cuál es el problemilla, chiquitín? —respondió, por fin—. Tíratela y date un gustito.
—¡No bromees, que esto es serio! —Para entonces ya me había acostumbrado a la forma socarrona con la que a veces respondía—. Me va a descuartizar, a degollar, a estrangular o... —Me quedé sin aire—. A lo mejor me desangra vivo.
—Eso sería un espectáculo digno de presenciarse.
—¡Por favor! —me descubrí implorándole—. ¡Por favor, por favor, por favor!
—¿Te das cuenta de que esta es la segunda vez que me ruegas que te salve el culo?
—Sí pero a cambio seguiré haciendo todo lo que me pidas.
No respondió.
—¡Yoon Gi! —La histeria me pudo—. ¡Yoon Gi, mierda, no seas mamón!
—No es que no valore tu ardua devoción, mi querido amiguito venido a menos, pero, siendo sinceros, por mucho que lo medito, no veo en qué podrías seguir siéndome útil.
—Para... —Ay; mi madre, ¿por qué sentía que me estaba poniendo a prueba?—. Para el futuro —concluí—. Cuando necesites ayuda en un futuro te prometo que estaré ahí.
No sé ni cómo salió bien pero el caso fue que aceptó y, aunque desconozco lo que hizo, me imagino que debió ser algo tan contundente como su carácter porque la chica no se me volvió a acercar y las cosas siguieron así hasta la graduación, momento en el que decidí que ya iba siendo hora de largarme de aquella maldita ciudad de los infiernos y rompí vínculos con todos salvo, claro, con Yoon Gi, el único al que le envié los datos de mi nueva dirección en Seúl. Sin embargo, dicen que cuando te toca no lo puedes evitar, y eso justamente fue lo que, mucho más tarde, me ocurrió.
El día de la muerte de Hoseok yo estaba con Jung Kook y la llamada que Yoon Gi le hizo al forense pidiendo ayuda se escuchó tan mal, tan llorosa y desesperada, que decidí acompañarle y me presenté en la escena. Y allí, frente al enorme charco de sangre medio coagulada en donde se leían las siglas Y. M, fue donde me topé de nuevo con ella. Era la ayudante de la fiscal".
Sí, yo también la había visto mientras me subían en la camilla pero la mujer que era ahora, con sus trajes, sus zapatos de diseño y sus formas altaneras, me habían hecho imposible reconocerla. Se había camuflado muy bien.
—Creo que la medicación ya terminó. —El retumbar de los tacones, rítmicos y acompasados, me devolvió levemente a la habitación—. Es momento de que la preparemos.
—Pero no le vas a hacer daño, ¿no? —La pregunta de Jimin se escuchó taponada—. Si le ocurre algo yo... —titubeó—. Yo me moriría.
—Descuida, no le va a pasar nada. —Yoo Hyeon, con su timbre de pomposa seguridad, se apresuró a infundirle confianza—. Solo destruiremos su alma corrompida por aquel que la cegó para que pueda renacer y ser ella misma.
Maldición.
Intenté moverme pero solo conseguí doblar las piernas. No. ¡No, no, no! Luché por espabilarme, por levantarme, en vano, y, tras varios minutos dándole golpes a la colcha sin conseguir alzar los brazos, terminé haciendo lo contrario y me quedé quieta, con toda la atención puesta en el compás de mi respiración. Vamos; yo podía. Estaba medicada pero tenía que contactar con mi otro yo. Podía.
Uno. Visualicé explosión de gas en la piscina. Dos. El vaivén del aire al expulsarse de mis pulmones. Tres. La cabeza de mi amiga Dae entre las manos. Cuatro. Inspiración. Cinco. Mi imagen frente a la máquina de la fábrica, contemplando cómo los restos de carne y grasa de aquel chico se trituraban hasta desaparecer. Seis. Expiración. Siete. Se merecía morir por haberse atrevido a ponerme un dedo encima. Nueve. Nadie se atreve a ponerme el dedo encima.
—Noona, se acerca el momento. —El susurro de Jimin me distrajo de mi necesaria concentración instantes antes de que un ligero pinchazo terminara de eclipsar del todo mi conciencia—. Te esperaré en el salón —se despidió—. Te quiero.
La realidad se volvió a diluir. Dejé de escuchar, de ver las luces y de sentir el tacto de la sábana y, de repente, me encontré inexplicablemente de pie, ante un enorme charco de sangre en el suelo que rocé con la punta del pie desnudo al tiempo que mis ojos se posaban en el cuerpo que yacía, curiosamente limpio e impoluto, en el lado opuesto de la habitación.
Me acerqué lentamente. Era yo. Lo supe en cuanto reconocí a Yoon Gi, de rodillas junto al cadáver, llorando como nunca antes le había visto.
Yoon Gi.
No soportaba la idea de verle así.
Yoon Gi.
Después de todo lo que habíamos pasado no podíamos terminar así.
¡Yoon Gi!
Di un brinco.
La habitación, vacía salvo por la cama en la que me encontraba y el gancho de medicación, estaba en penumbra y sin nadie a la vista. Me incorporé, aún con los músculos laxos, y el frío tacto de las baldosas bajo los pies me ayudó a terminar de reaccionar. ¿Dónde demonios estaba? Salí y caminé por el pasillo estrecho y alargado de pared crema, revisando las estancias que me salían al paso, hasta llegar al rellano de la entrada, en donde, como no podía ser de otro modo, me esperaban dos enormes ramos de rosas.
"Sin piedad, cielo".
El eco de mi yo interior se sintió fuerte, seguro.
"Sin piedad".
El aire de la ventana abierta a mi espalda azotó con violencia mi cabello suelto y levantó los bordes del precioso vestido blanco que me habían puesto. Cogí una rosa blanca de uno de los ramos y otra roja del contrario y las aplasté en los puños.
—A mí nadie me dice lo que tengo que hacer. —Los pétalos, rotos y maltrechos, cayeron al suelo, y empezaron a mezclarse unos con otros al en medio del viento—. Nadie.
Te espero en la próxima actualización.
No te la pierdas.
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