Día Ocho: Confesiones

Me costó horrores separarme y dejarle respirar. Su contacto me había aliviado y temía que al soltarle todo se fuera al traste y las imágenes de mi terrible verdad me avasallaran de nuevo. Sin embargo, él no tardó en captar el temblor en mis brazos y la convulsión nerviosa que me recorría el cuerpo y me ayudó a sentarme, iniciando un monólogo para distraerme sobre de los ingredientes de los platos que había traído y sobre cómo había tenido que pelearse con la señora Yun, la vecina de arriba, por conseguir la última calabaza fresca que quedaba en el supermercado.

—¿Y te dejó ir? —Me concentré en el aroma dulzón de la salsa naranja; seguía con el estómago del revés pero quería probarla—. Esa señora tiene muy malas pulgas. —Me acerqué una cucharada a la boca—. Todo tiene que ser siempre como diga.

—Me di cuenta cuando empujó el carro contra la estantería de los lácteos y salió corriendo. —Mi interlocutor ilustró la escena con un par de aspavientos divertidos—. Y, encima, me robó las galletas.

—¿Qué galletas?

—Las que te gustan, las de almendras.

— ¿En serio? —Parpadeé, con el bocado en el aire.

—Sí, pero una de las dependientas fue muy amable y me ha dicho que me guardará un bote. —Jimin rebuscó en otra de las cajas y me colocó en la cuchara un par de tiras de pollo fritas—. Ten. Así está más bueno.

Las mejillas me ardieron. Por supuesto, había hecho ese tipo de cosas cientos de veces pero esta era la primera vez que comprendía que no se trataba de simple cariño fraternal, como siempre había creído.

Ay, cielos. ¿Cuánto tiempo había estado guardándose sus sentimientos mientras yo miraba hacia otro lado?

"Es hora del cambio de turno".

La visión de Tae Hyung interrumpió mis pensamientos.

"¡Páralo, Yoon Gi, páralo!"

Los ojos me escocieron.

Yoon Gi...

Ojalá fuera diferente. Ojalá estuviera aquí, conmigo. Ojalá me recordara y...

No, no. ¿Por qué regresaba a lo mismo? ¿No había decido hacía tan solo un instante que pensar en un amor que ya estaba acabado era no solo absurdo sino también contraproducente? Lo que tenía que hacer era dejar de obsesionarme y centrarme en mí y en quien tenía delante que, al contrario que él, se estaba desviviendo por ayudarme.

Era lo mejor. Sí, lo mejor.

—Noona. —Jimin me acarició el brazo—. Te ayudo a comer. —Me quitó el cubierto—. Tu solo descansa.

Un regusto cálido de agradable textura cremosa me inundó el paladar. Estaba bueno. De hecho, muy bueno.

—Sabes, todas las veces que me he sentido mal, y han sido unas cuantas, antes de hacerme daño solía tumbarme en la cama y me esforzaba por no pensar y simplemente observar lo que me rodeaba—. Revolvió el guiso y me ofreció una segunda toma que acepté sin objeción—. Algunas veces no funcionaba y terminaba deambulando por la casa en busca de algo con lo que lesionarme—. Una tercera y una cuarta cuchara conectaron la distancia que nos separaba—. Sin embargo, en otras ocasiones, lograba concentrarme en algo tonto, como la luz de la lámpara o la grieta del techo, y conseguía evadirme un poco de la situación.

—Hacías una parada de pensamiento —identifiqué el concepto.

Asintió y dejó la caja, a medias, en el suelo.

—Inténtalo —me animó—. Acuéstate y deja la mente en blanco.

—Bueno —acepté—. No pierdo nada con intentarlo. —Me dejé caer boca arriba, con la agitación aún bailándome por el pecho a un ritmo frenético—. Probaré.

—Espera, lo haré contigo.

No me sorprendió que se ofreciera pero sí que se recostara a mi lado con tanta resolución, sin un ápice de la timidez que normalmente le acompañaba.

—Vamos a buscar juntos los desperfectos del techo.

Intenté relajarme y atender a la superficie de cal mientras la suavidad de su voz iba relatando lo que iba viendo. Uno. Dos. Un agujero. Tres. Una raya cuarteada de pintura. Cuatro.

"Si juegas con los sentimientos, al final éstos jugarán contigo".

Respiré profundo. Cinco y dos puntos de relieve. Seis.

"Encuentra la pareja perfecta".

Siete. Ocho. Nueve. Respira. Diez. Respira más profundo. Once.

"Es hora del cambio de turno".

Doce. Palpé la sábana. Estaba áspera. Trece. Busqué la mano de Jimin y la entrelacé con la mía. Catorce.

"Iba a casarme pero no sabía qué flores tenían que ser".

No más, por favor. ¡Ya no más! La técnica no estaba funcionando y yo ya no lo soportaba. Necesitaba que parara.

—¿Qué tal te fue al final con Woo Young? —Decidí interrumpir el ejercicio; quizás hablar de algo que me interesara me fuera más útil—. ¿Conseguiste arreglar las cosas con él?

—No. —El colchón crujió cuando se ladeó para mirarme de frente y su brazo me rodeó la cintura—. Se ha cerrado en banda pero en el fondo tampoco me extraña. Yo no soy santo de su devoción y él tampoco ha sido nunca el mío.

—Me cuesta asumir que alguien te pueda caer mal a ti.

—Pues... —Aguantó la respiración—. La verdad es que en realidad... —Me pareció que durante unos instantes sopesaba la idoneidad de contármelo—. En realidad me caen mal muchas personas pero, como creo que es una actitud incorrecta, intento deshacerme del sentimiento y tratar bien a todo el mundo —confesó al final, antes de matizar—: Sin embargo, Woo Yo es diferente. No me fío de él.

Creo que no he podido hacerlo nunca. Cuando le conocí, una tarde en el gimnasio del instituto, me pareció un tipo extraño y no me preguntes por qué pero me dio que algo escondía y, encima, le dio por pegarse a mi hermano como una lapa.

En los descansos entre clases ahí estaba, esperándole. A la hora de la comida también aparecía y se sentaba a su lado, sin ser llamado ni, por supuesto, invitado. Incluso en los entrenamientos deportivos, las actividades extraescolares y cuando salíamos para ir a casa se nos unía y, conociendo el problema de dependencia que yo tenía por entonces, te imaginarás lo mal que todo eso me sentaba. Sentía como si me lo estuviera robando, como si lo acaparara y lo apartara de mí y, aunque ahora sé que era absurdo, en aquel momento le odié y le deseé todos los males posibles.

Sin embargo, sino hubiera ocurrido nada más, supongo que habría aprendido a dejarlo pasar. Me habría conformado con tirarle dardos de desagrado a hurtadillas y con lazarle cerca alguna pelota de tenis durante los entrenamientos para molestarle. Pero, por desgracia, no fue así.

Poco a poco me fui dando cuenta de que su presencia despertaba el estado enfermo de mi hermano y, claro, viendo los antecedentes, la preocupación se me disparó. ¿Y si Yoon Gi decidía arrancarle la cabeza como le había hecho a papá? ¿Y si se repetía lo de la hermana de Seok Jin? No me sentía capaz de lidiar con más cadáveres ni quería asfixiarme en más culpa de la que ya arrastraba.

Por eso le busqué. Fui a la sala de informática, en donde se pasaba la mayor parte del tiempo, y le mostré la foto de Dan, nuestro perro, descabezado en el sótano de casa. Quería que se asustara, que se alejara, que huyera. Quería evitar más sangre. Quería que Yoon Gi estuviera solo conmigo.

—Ah... Sí... Okey.

Sigo sin tener palabras para expresar lo que sentí cuando esquivó la imagen del animal, sin prestarle la más mínima atención, y siguió tecleando en el ordenador, como si nada.

—¿Okey? —repetí, perplejo—. Perdona mi torpeza pero, ¿qué quieres decir con okey?

Ni siquiera me escuchó. Estaba demasiado enfrascado en la pantalla.

—¿WooYo? —Eché un vistazo al monitor, lo justo para ver unos códigos numéricos y las siglas de su nombre, W. Y, en una especie de foro de discusión prácticamente en blanco—. ¿Qué...?

"Hobi, perdóname por todo". Leí el mensaje señalado en el cursor, sin pretenderlo. "Te mereces ser feliz y encontrar a alguien que te valores como realmente mereces. Podría ser tu momento".

—¿Qué es eso?

Lo cerró al instante.

—Vale, Jimin, mira, gracias por el aviso —fue todo lo que contestó—. Lo tendré súper en cuenta, colega.

Creo que no hace falta que te diga lo mucho que me molestó ese tono. Venía a darme a entender que le estaba importunando y que, por supuesto, iba a pasar de mí pero, como siempre, me tragué el enojo y me limité a sonreír. No fue hasta que le sorprendí en la explanada del bosque, días después, escarbando con las manos en la tumba de Shin Hye, cuando comprendí que se había comportado así porque sabía mucho más de lo que parecía.

Verle ahí, de rodillas y con la ropa llena de tierra, volatilizó mi estabilidad mental y la angustia, la misma que me había hecho perseguir y amenazar a Hobi años atrás, reapareció de golpe.

Si sacaba el cuerpo, todo estaba perdido. La investigación llevaría a la judicial a entrevistarnos a todos de nuevo y, en esta ocasión, Hoseok, dolido por la pérdida, hablaría. La verdad sobre mi padre saldría a la luz. Se llevarían a Yoon Gi. Lo detendrían y lo apartarían de mí. Le cortarían la posibilidad de desarrollar su asombrosa inteligencia. Le impedirían ser feliz. Me quedaría solo.

No lo podía permitir.

Por eso me agazapé tras un árbol y esperé. Esperé a que las manos de aquel metomentodo dieran con el brazo de la fallecida y, cuando el impacto le hizo caer de espaldas y el miedo le agarrotó el cuerpo, salí y le estrellé una piedra en la cabeza.

El impacto no le mató, claro, pero sí le hizo desplomarse sobre en el musgo, gimiendo y sangrando a borbotones, y yo, cegado por el pavor de la situación y por las mil y una posibilidades destructivas que me planteaba, le cogí por las piernas y le arrastré como pude al terraplén que teníamos a la espalda.

—¿Por qué? —Recuerdo que trató de agarrase al suelo y a las ramas bajas que le salían al paso, y que pataleó para soltarse pero el golpe le había dejado sin fuerzas y sus envestidas me resultaron tan suaves como el batir de alas de una mariposa. —¿Por qué lo haces? ¿Por qué?

—¡Eso mismo me pregunto yo! —exclamé, empapado en lágrimas de culpa y asco hacia mí mismo y hacia lo que estaba a punto de hacer—. ¿Por qué tenías que estar aquí? ¿Por qué te has metido donde no te llamaban? ¿Por qué no atendiste a mis advertencias?

—Mierda... —gimió él—. Dé... Déjame...

La ansiedad me formó una bola en la garganta. Tenía que despeñarle. Mucha gente se había caído antes por ahí. Parecería un accidente.

—Oye, déjame... —repitió—. Estás mal... Tu estás muy mal...

—¡Sí, estoy mal! —admití de pronto, con el pecho henchido en una mezcla de dolor, ira y tristeza—. ¡Estoy mal porque quiero hacer lo correcto y llevar una vida normal y no puedo! —En ese momento la presión me pudo y solté, sin control, la frustración que había estado acumulando. —¡La muerte me engulle, me rodea y me hace comportarme de una forma que no quiero! ¡Y nadie se da cuenta de la pesadilla que arrastro conmigo! ¡Nadie lo ve! ¡Y estoy harto de que todo tenga que ser un problema! ¡Harto de Shin Hye y harto de ti! ¡De Hobi! ¡De todos!

Escucharle narrar sus sentimientos de aquella forma me desgarró tanto el corazón que, sin darme cuenta, terminé acariciandole la mejilla. Se había encontrado solo y desamparado demasiadas veces, sin nadie a quien recurrir ni apoyo que le frenara de cometer barbaridades como las que me estaba contando, y, aunque sus actos no fueran justificables, yo no era tampoco la más indicada para dar lecciones.

—Lo siento mucho —murmuré—. Siento que hayas tenido que pasar por lo mismo tantas veces y que yo, lejos de sacarte del bucle, te haya vuelto a meter en él.

—No, si lo pienso detenidamente, yo soy el que se lo busca. —Se aproximó más a mí—. Además, no estoy preocupado por haberme metido otra vez en el "bucle", como lo llamas, porque se trata de ti y tu eres lo que más me importa.

Aquello me dejó en blanco. Rayos; ¿y ahora qué se suponía que debía decirle yo? ¿Que me estaba dando cuenta de que mis sentimientos por él estaban cambiando? ¿Que me gustaba? Uf, no. No sería justo. Yoon Gi estaba demasiado presente en mi corazón.

—Pero... —Unos molestos gusanillos me hormiguearon en el estómago—. Al final... —Tragué saliva y decidí volver al tema—. Al final, ¿le dejaste ir?

—No. Lo que hice fue empujarle por el terraplén.

Reuní fuerzas y le hice rodar hasta que se precipitó al vacío y verle caer fue algo muy extraño porque era consciente de que estaba cometiendo un crimen pero, aún así, me sentí aliviado, libre y con ánimo renovados.

Lástima que me durara solo unos instantes porque cuando me asomé a comprobar el estado en el que había quedado me encontré con que se había conseguido enganchar a una piedra y, con la cara llena de sangre, se esforzaba por alzarse y subir.

—¡Puta madre, Jimin! —Los gritos que me dedicó retumbaron en el eco del vacío que nos rodeaba—. ¡Puta madre! —Me sorprendió que en vez de acobardarse, llorar o suplicar, como pensaba que haría, adoptara una postura de completa hostilidad—. ¡Espérate a que suba, hijo de perra! ¡Espérate y verás!

No te inquietes, Woo. —La frialdad de mi propio tono me enorgulleció—. Ya bajo yo.

Me deslicé por la pendiente, con un ojo puesto en las piedras en las que tenía que apoyarme y otro en la distancia que nos separaba. El camino estaba lleno de baches y de peligrosos desniveles y existía una posibilidad muy alta de que terminara cayéndome pero no podía dejarlo así: tenía que terminar lo que había empezado. Sin embargo, no pude moverme más porque la silueta de Yoon Gi se recortó de improviso en la explanada y me paralizó.

Buen trabajo, geniecillo informático. —Le vi arrodillarse frente a la tumba de Shin Hye y agitar el brazo medio desenterrado, con actitud burlesca, y la sangre se me congeló. —Así que aquí estabas, pequeña niñita. Mira que te advertí que acabarías así. En fin, una pena.

El estómago se me puso del revés. Mi hermano solo se expresaba así cuando estaba brotado y el temor de que hiciera algo me transportó a los hachazos sobre el cuerpo de mi padre, a las vísceras amontonadas en el suelo, a la cabeza en la mesa de la cocina y a nuestra persecución de días atrás, cuando me había llevado un enorme tajo en el abdomen con un trozo de cristal de la vitrina.

—¿En donde andas, rubito? —Sus ojos me buscaron por el entorno—. ¿Ya te has escondido por ahí otra vez a gimotear a tus anchas?

Creo que de tanto miedo como me entró me bloqueé porque apenas recuerdo vagamente haber subido la pendiente y haber echado a correr, sin atender al dolor que se puso en el costado, a la falta de aire ni a las risas a mi espalda.

—Después de aquel día, se hizo una especie de tensa calma —finalizó—. La tumba de Shin Hye siguió ahí y Woo Yo mantuvo la boca cerrada pero entonces ocurrieron otros incidentes y nuestra desconfianza mutua empeoró aún más. Sé que desea vengarse de mí y, la verdad, me preocupa que viva frente a la casa de la primera fallecida y que diga que vio algo.

—No sé —dudé—. Por lo que cuentas, tiene pinta de estar vinculado a Pang Eo y creo que Pang Eo nunca me...

—Noona, no cometas en error de pensar que Pang Eo no haría tal o cual cosa porque si de algo estoy seguro es que puede hacerlo todo —me interrumpió—. Si no te ha hecho daño hasta ahora ha sido solo porque Yoon Gi te quería pero ahora las cosas son diferentes.

Ya. Lo sabía.

Me quedé en silencio, masticado la verdad tras aquellas palabras un tiempo indeterminado que se terminó convirtiendo en horas porque, pese a la trascendencia de lo que estábamos hablando, al final el agotamiento pudo conmigo y, cuando abrí los ojos, me encontré con que me había quedado dormida abrazada a Jimin y con la cabeza apoyada sobre su hombro.

¡Ay! ¡Ay, Dios!

Di un respingo. Los muelles crujieron. Él abrió los ojos y me miró y, de repente, me cogió del rostro y lo aproximó al suyo. Vi sus ojos más seguros que nunca, sentí su respiración en la nariz y su labios cada vez más cerca y yo, bloqueada por el momento, me quedé quieta y dejé que su aliento se fundiera con el mío. Dejé que su boca me acariciara, despacio, me dejé abrazar e incluso le correspondí.

Sí, lo hice.

No sabía si era del todo yo o si me movía en parte por la disociación, ni si mis sentimientos estaban amplificados por mi angustiante situación o por el rechazo de Yoon Gi. Pero el caso fue que lo hice.

—Te amo, noona —susurró—. Te amo y me gustaría que me aceptaras.

—Jimin... —murmuré, confusa—. La verdad, no estoy segura de que...

—Prefiero que no me respondas aún. —Volvió sobre mis labios—. Solo piénsatelo.

—¡Señorita Eun, es la hora!

Kim Wo Kum le propinó un par de golpes a la puerta y eso nos hizo dar un salto, al unísono, y separarnos.

—Tiene que salir y acompañarme ahora mismo —continuó, desde el pasillo—. Su señoría, el Excelentísimo Juez de lo Penal, Kim Hoo Bin, ha autorizado el interrogatorio.

El interrogatorio está a punto de comenzar.
Ha llegado la hora de "detener el turno".
¿Te lo quieres perder?
Te espero en la próxima actualización.

N/A:

He escrito este capítulo en base a cómo yo siempre quise que fuera. Los que están releyendo se habrán dado cuenta de que la primera vez que lo publiqué la escena entre Jimin y Mei fue diferente. Quiero aclarar que en realidad yo la tenía diseñada así pero al final la cambié, por presiones varias, cosa de la que luego me arrepentí mucho.

Por eso ahora estoy tan feliz. He llegado al punto en donde empecé a simplificar cosas y a estropear el sentido que quería que tuviera la historia. Por fin, he podido escribirlo todo otra vez y arreglarlo. Y estoy súper satisfecha con el resultado.

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