Día Ocho

Me abracé las piernas y contemplé con desgana, desde la cama de muelles hundidos, el humo que salía del cuenco de fideos que Kim Wo Kum había dejado sobre la mesita de ruedas.

Llevaba sin probar bocado desde que me habían metido en aquella fría y desagelada habitación a eso de las cuatro de la tarde del día anterior, y, aunque olía bien y el caldo tenía una consistencia aceptable, las náuseas me impedían comer. No podía tragar. Tampoco dormir y, a duras penas, respirar.

A lo largo de las horas que llevaba encerrada, en espera de que el juez autorizara mi interrogatorio, no había hecho otra cosa más que probar técnicas de mentalización con la idea de provocarme un flashback y aclarar lo que fuera que hubiera hecho pero lo único que había conseguido había sido angustiarme, si cabía, aún más. En cuanto cerraba los ojos, la imagen de Tae Hyung con los brazos en cruz, dejándose caer al vacío tras haberle hecho prometer a Yoon Gi que detendría el turno, me traladaba de tal forma que los músculos se me paralizaban y la anestesia emocional se adueñaba de todo mi ser.

Por supuesto, tampoco había podido responder a ni una sola de las preguntas que el forense me había intentado hacer. Era consciente de que me convenía pero, al abrir la boca, las imágenes volvían a hacer de las suyas y me quedaba sin palabras. Regresaba al momento en el Jung Kook había salido disparado tras su amigo, gritando que podía salvarle porque era capaz de volar, y un puñado de hombres le reducían para evitar que saltara. Veía el instante en el que solo se habían escuchado gritos y chillidos desgarradores a mi alrededor. Al segundo en el que me había quedado agarrada a la barandilla contemplando, como si de una película se tratara, cómo el cuerpo de aquel al que tendría que haber ayudado explotaba, literalmente, contra el asfalto.

Lo había hecho. Realmente lo había hecho y era culpa mía.

Por dejarme arrastrar sin prestar la debida atención a las alertas de Jimin y, encima, haberme dado el lujo de dudar de él. Por no haberme puesto a analizar mis extraños sueños, mis recuerdos borrosos o la voz de mi otro yo preguntándome cada dos por tres si me hacía olvidar. Por no haber valorado la posibilidad de que mi estado subclínico pudiera llegar a convertirse en un trastorno. Uno como el de Yoon Gi.

Dios; ¿por qué? ¿Por qué había empeorado tanto? ¿Se debía a la separación? No dejaba de ser curioso que mis sentimientos, los mismos que en el pasado me habían anclado, ahora fueran los responsables de mi destrucción. Curioso y terrible.

"Te lo dije, linda. Para ganar primero hay que saber perder".

Pues seguro que ahora no me costaba aprender. Total; acababa de perderlo todo y estaba sola. Completamente sola.

—Esto es suyo, ¿verdad? —Recordé a la fiscal en su visita de la tarde, orgullosa de mostrarme el reverso de una tarjeta de citas con el logotipo azul de la Psicología y los datos de mi clínica—. Este es su nombre y su empresa.

Me limité a levantar la frente de las rodillas, en silencio.

—¿Cómo cree que ha podido llegar a la cartera de la fallecida? —había proseguido—. ¿Sabe que tiene varias fechas escritas? ¿Sabe que la última corresponde al día anterior a su muerte?

Repasé el trazo de los números. Era mi letra pero al mismo tiempo parecía no serlo.

—¿Y bien? —insistió—. Si me aporta datos, consideraré que está cooperando y le facilitaré lo necesario para que el interrogatorio sea un proceso suave.

La verdad, que fuera o no suave me daba lo mismo. Mi cabeza acababa de regresar a Tae Hyung y no era capaz de pensar en otra cosa.

—¿Y Jimin? —Apenas se me escuchó—. ¿Dónde está?

—Limítese a contestar. —Mi intervención le debió molestar porque, de repente, se cruzó de brazos y sus ojos se trasformaron en un par de puñales—. ¿Sabe que hemos encontrado una víctima anterior? ¿Sabe que esa chica también acudía a consulta con usted? ¿Y sabe que la tal Milly pidió cita en su centro al menos tres veces antes de su muerte?

El corazón se me subió a las sienes.

—¿Qué tipo de consejos son los que da? ¿Habla primero con las víctimas? ¿Incita a los chicos para que las maten y luego se suiciden?

Maldición; basta. Ya basta.

—Acusar en base a especulaciones es muy poco profesional. —Mi otro yo, aún activo y con movilidad propia, habló por mí—. Te recomiendo que seas cautelosa. Por lo que te pueda pasar, más que nada.

La aludida carraspeó y estiró el cuello, cual ave colocándose las plumas.

—No pretendo acusarla sino ayudarla. —Sus palabras chocaron con su actitud corporal—. Si tan sólo me dijera alguna cosa, lo que fuera, me aseguraría de...

—¿Le vas a ofrecer dar un paseo por el pasillo?

La ironía de Yoon Gi me agitó el pecho como si del sonajero de un bebé se tratara y, con ello, mi disociación se silenció. Estaba en la puerta, recargado en el marco, y nos observaba con expresión indescifrable.

—¿Quizás vas a ir más lejos? —fngió pensar—. ¡Ya, ya! ¡Ya sé! Te vas a armar de originalidad y le vas a dejar ver la televisión.

—No te voy a dar el gusto de debatir, Yoon Gi.

No supe qué me sorprendió más, si el brinco que la mujer dio al darse cuenta de que le tenía a la espalda o las rapidez con las que se olvidó de mí y decidió irse.

—Voy a ver si ya salió la maldita autorización y puedo trabajar.

Nos quedamos solos. Un silencio de lo más extraño nos envolvió. Revisé su cabello, peinado en ese estilo desenfadado tan suyo, sus ojos oscuros más fríos de lo normal, la expresión seria de su rostro y la enorme distancia nos separaba. Se encontraba bien, ¿verdad?

—¿A quién se lo has dicho?

—¿Eh? —La pregunta me pilló de improviso—. ¿Decir el qué?

—Tienes el mismo trastorno que yo —contestó él, como si fuera algo de lo más obvio—. ¿Quién lo sabe?

La rapidez de la deducción me dejó anonadada. A mí me había llevado días y pruebas diagnósticarselo a él.

—Nadie. —Por un instante pensé en negarlo y disimular pero lo descarté—. Solo Jimin.

—¿Padres o hermanos? —continuó—. ¿Compañeros de trabajo? ¿Jefe? ¿Pareja?

Rayos.

—Siempre me las he arreglado para que mi familia no se diera cuenta —respondí—. Mis compañeros de trabajo, jefe incluido, me toman por una persona equilibrada y, aunque ha habido momentos en los que me han visto en brote, creo que no han llegado a imaginarse lo que era. —Cogí aire; después de lo que le había pasado, dudaba que fuera adecuado decirle que... —Y, en cuanto a lo último, mi pareja sí que lo sabía pero ya no está —opté por una verdad a medias—. No está así que no importa.

La profundidad de sus pupilas se me hizo un abismo y desvié la vista a la sábana.

—¿A qué vienen tantas preguntas?

—Curiosidad.

Ya. Pues genial, sí. Genial.

—¿Entonces solo mi hermano está al tanto?

Hice memoria. Los rostros de mis amigos de secundaria pasaron, uno a uno, ante mí. El incidente de la fábrica. Los compañeros de la Universidad. La pelea con Ho Rae en el cuarto de baño. Mi trabajo de medio tiempo en la cafetería mientras me preparaba el examen de acceso al hospital. Los otros residentes con los que había coincidido en la formación. La gente de los cursos. Los profesores. Kim Seok Jin. Jung Hoseok.

—Seok Jin —decidí, al final.

—¿El psiquiatra?

Asentí.

—¿El que es hermano de Shin Hye?

Volví a asentir.

—Vale, entonces por hoy es todo.

Me dio la espalda. Un momento, ¿se marchaba? ¿Así sin más? ¿Pensaba largarse y dejarme sola aún sabiendo mi estado? ¿Y sin despedirse? ¿Sin una miserable palabra cercana o mínimamente amable?

—Es... —El corazón se me puso a mil cuando le perdí de vista—. ¡Espera! —Salté de la cama y, sin calzarme, volé tras él—. ¿Cómo estás? ¿Cómo te encuentras?

Un par de policías se me plantaron en frente y me impidieron atravesar el umbral.

—Sufriste un severo episodio de shock —continué—. ¿Estás bien? ¿Notas algo diferente?

Se detuvo. Regresó a mirarme.

—¿Cómo lo hiciste para salir de semejante estado? ¿Quieres que hablemos?

—No, gracias.

La sequedad me dejó atónita. Definitivamente algo no iba bien. Le conocía. Él no era así. Al menos no conmigo.

—¿Qué ocu...?

—Nada —cortó—. El día en el que quiera hablar con un psicólogo buscaré uno.

Los ojos me escocieron. La imagen de Tae Hyung regresó a mi cabeza. La respiración se me entrecortó.

"Permíteme que insista. Si quieres vencer debes saber aceptar".

—Creo que lo suyo es que te centres en arreglar tu propia situación. —El borde de una carpeta azul me acarició el canto de la mano—. Podrías empezar por dejar esa posición de terapeuta entregada que, no es por nada pero no te ayuda, y echarle un vistazo a las escenas del primer homicidio.

No fui capaz de objetar. Me acababa de quedar bloqueada.

—Tu utilizaste fotos para hacerme recordar a mí así que, si las observas, es posible que se te venga algo a la cabeza.

Sí... Claro...

—¿Vas a volver? —inquirí.

—No creo que sea necesario. —La negativa me generó un intenso dolor; uno muy grande—. Ya nos veremos.

Suspiré y me obligué a volver al presente y rebuscar el dossier entre los pliegues de la sábana donde, tras el rechazo frontal, lo había tirado sin mirarlo.

Yoon Gi me había dejado sola.

Le necesitaba pero no estaba y mis sentimientos, heridos y descompuestos en pequeños trozos, empezaban a cuestionarse lo que debía hacer. Yo siempre le había apoyado. Lo había dado todo con gusto y sin pestañear, y había luchado contra viento y marea porque le amaba. Le amaba hasta el punto de haber perdido, literalmente, la cabeza. Pero, ¿y él? Él había vuelto del shock, que era lo importante. Había perdido el interés por mí pero quizás eso fuera lo mejor y la que estaba mal era yo. Después de todo, lo nuestro siempre había sido imposible y la vida le iría mucho mejor sin bitácoras que cumplir.

"Es hora de cambio del turno".

La visión de Tae Hyung tirándose al vacío interrumpió de nuevo el flujo de mis pensamientos.

"¡Páralo, Yoon Gi, tu puedes!"

Dios... Tae... Dios...

Me enjuagué los ojos y me obligué a abrir la carpeta. La imagen de un cuerpo flotando en un lago de roja oscuridad se me coló en la retina. Era el de mi flashback.

Había muerto ahogada por la sección de la arteria del cuello, encharcada en su propio líquido, en una posición aún más burda y descuidada que la Milly, que ya era decir, y, en cuanto al velo... Ese velo... La idea no había sido dejarlo simplemente ahí, ¿verdad?

Flashback (Mei)

—Ayu... —El eco moribundo me resulta melodioso, casi glorioso, y me arrodillo, embebida en la fascinación que solo me produce la muerte—. Ayu...

—Me temo que es un poco tarde para eso. —Introduzco las manos en el líquido y el calor me fluye por la piel, aportándome energía y, paradójicamente, vida—. Te lo advertí en la consulta pero eres pretenciosa y no escuchaste. —Garabateo una Y y la M de mi nombre no tarda en seguir—. Si juegas con los sentimientos, al final estos terminarán jugando contigo.

Se retuerce, desesperada, buscando un aire que los pulmones encharcados no le permiten obtener.

—Ayu... —repite—. Está...

—Podría rematarte —le ofrezco, mientras repito el trazado de las siglas que guardo con profundo dolor en mi corazón—. Es lo único que parece que puedo hacer por ti, dadas las circunstan...

No llegó a terminar. Algo me oprime la garganta y me arroja hacia atrás. Caigo de espaldas. Me llevo la manos al cuello. Es una cuerda. Trato de tirar. Me returzo. Me empiezo a quedar sin aire pero no siento dolor. Tampoco miedo. Solo entusiasmo. Un extraño entusiasmo que me hace dejar de forcejear y dejar caer los brazos, laxos, en la fría superficie.

La presión disminuye. Una presencia de ropa deportiva oscura como la noche se inclina sobre mi cabeza. Mis dedos acarician la improvisada soga que estúpidamente ha soltado, creyéndome acabada.

Pobre y penoso ser.

Le propino una patada que le hace caer y me incorporo, con la soga entre las manos, entusiasmada ante la idea de devolverle el regalo respiratorio que me dedicado, hasta que me aburro y le suelto para que intente huir porque el ahorcamiento, la verdad, no es el estilo que considero más favorecedor.

—Hay que ver qué mal te organizas. —Me dirijo al aire mientras los tacones ensangrentados me guían por el pequeño apartamento—. No te imaginabas que te seguiría los pasos y vendría, ¿verdad?

El mundo empieza a darme vueltas. Todo se torna borroso. No veo por dónde voy y... Y...

—¡Noona!

Parpadeo. ¿Qué ha pasado? Estoy de nuevo junto al cuerpo inerte de la chica y en las manos sostengo una sombrilla blanca con una punta de aguja roja preciosa y la tela teñida de coágulos oscuros.

—¡Noona, por favor, mírame! —Jimin me tiende la mano—¡Mírame y vuelve en ti! —implora—. ¡Ánclate y vámonos a casa! Solo vámonos... Vámonos...

Rompo a reír.

—Cielo, tu capacidad para aparecer en todas partes y tratar de salvarme de lo insalvable roza la obsesión. —Me aproximo, sin dejar de sonreír—. Te recomiendo encarecidamente que lo dejes de hacer. A ti no te conviene y yo no lo necesito.

Acerco mi rostro al suyo. Sus ojos se hacen los fuertes y se obligan a sostener la frialdad de los míos.

—Da igual —murmura—. Lo voy a seguir haciendo.

—¡Ay, de verdad! —Ladeo la cabeza—. Admito que te me figuras un cristalito muy lindo, uno que me gustaría tener para mí.

Aguanta la respiración y yo, guiada por una disociación exultante, le rozo los labios en un beso.

—Lástima que no pueda ser, tesoro.

Me aparto pero me agarra de ambos brazos y me retiene en el sitio.

—Suelta.

—No, Mei, no, tu puedes controlarlo —Sacude la cabeza—. Recuerda algo que te guste, lo que sea, y no te dejes llevar.

—Ese es el problema. —Apunto con la sombrilla a su abdomen y da un respingo pero no se mueve—. Nada me sirve porque la novia de la muerte solo necesita a la muerte.

—¿No va comer? —El tono carrasposo del forense resonó de fondo, en la lejanía—. Es consciente de que no me regalan la comida, ¿verdad?

Inspiré con fuerza. Reparé en la vieja cama. En la luz parpadeante. En las fotos del crimen extendidas en la sábana. Kim Wo Kum.

—Jimin. —No medí el agobio de mi propia voz—. Déjeme verle, por favor. Déjeme aunque sea un minuto. Aunque sea menos. Un segundo.

—¿Se han puesto de acuerdo o algo así? —Mi fefe arqueó una ceja, al tiempo que empujaba el carrito de la comida al rincón y se cruzaba de brazos—. Llevo escuchando esa misma retahíla desde ayer y, francamente, tengo demasiada edad como para sentirme con fuerzas de aguantar a su compañero metido en mi despacho día y noche destrozándome las neuronas.

Ay. ¿Me estaba esperando también?

—Sí.. —hilé con dificultad—. Es que...

—Sí, sí , sí, déjelo y no me dé explicaciones, que él ya me dio todas las posibles y no quiero escuchar más. —Abrió la puerta y se dirigió al exterior—. Ande, pase antes de que me arrepienta.

El conocido cabello rubio entró en la estancia, despacio, y el corazón me dio un brinco.

—Perdona por llegar tan tarde, noona. —Un velo acuoso me nubló la vista cuando me mostró una bolsa de tela cargada de cajas—. Sé que no has comido porque la ansiedad quita el hambre pero, dentro de eso, siempre hay algo que entra mejor y, como no sabía lo que podría ser, te he traído varias cosas y una tontería que te quería haber dado el otro día.

Echó mano del bolsillo interior de la chaqueta y un par de florecitas de geranio emergieron, pequeñitas y espléndidas, a la luz de la lámpara.

—Sé que es una simpleza sin importancia —continuó—. La idea era ponerlas en tu bandeja de desayuno pero no me atreví y las terminé escondiendo en el fregadero. —Me miró y las palabras que tanto había querido escuchar de labios de Yoon Gi emergieron de los suyos—. Todo va salir bien. No tengas miedo. Estoy contigo. No va a pasar nada.

Los ojos se me llenaron de lágrimas y, como si tuviera un resorte, corrí hacia él y, cuando me quise dar cuenta, le había echado los brazos al cuello y le abrazaba con todas mis fuerzas.

Él era mi apoyo incondicional. Mi equipo. Mi compañero de alegrías y también de lágrimas. Mi compañía insustituible y quizás...

Quizás también el único que pudiera llenar mi vacío aunque fuera un poco.

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