Día Nueve: Terapia Narrativa (Primera parte)
(Voz narrativa: Yoon Gi)
No quiero abrir los ojos. No quiero.
Solo deseo estar en silencio, aislarme y, simplemente, desaparecer. Quizás así, con un poco de suerte, nunca vuelva a ver la cabeza de aquella niña en ese sótano que tanto me recuerda al de mi casa. Quizás la deje de recordar frente a mí, con su mochila azul a la espalda y la tez enrojecida de vergüenza, dándome un tímido beso en la mejilla antes de volar calle abajo y perderse tras la esquina. Quizás me ahorre el suplicio de escucharla gritar y consiga segar la deseperación que me envuelve al descubrirme corriendo en medio de la oscuridad del bosque, con el hombro quemado y un enorme trozo de cristal en la mano.
No pude ayudarla. Ni siquiera pude encontrar su cuerpo. Y eso no fue más que el principio de la desgracia.
Tampoco pude salvarla a "ella", a quien tanto amaba.
Estoy seguro de que "ella", cuyo nombre no soy capaz de evocar, fue, con diferencia, lo mejor que he tenido dentro de la vida de mierda que me ha tocado arrastrar.
No recuerdo gran cosa pero siento que pudo llegar a mí, que me entendió como no creí que nadie pudiera hacerlo y que me sacó de mi eterna pesadilla y de mi enfermedad. Hasta creo que logró hacerme pensar que cambiar era posible y que, pese a mis terribles actos, podía mejorar. Me ayudó a ver que no tenía por qué limitarme a observar el entorno, que no había necesidad de estar solo y que podía caminar a su lado hasta el final, como dos compañeros de viaje en busca de un destino sencillo pero al mismo tiempo imposible de alcanzar para ambos por separado. Sin embargo, ese final le llegó mucho antes que a mí y el mundo me demostró, una vez más, que así como un día te regala preciosos momentos, al otro te exige un precio demasiado elevado por ellos.
Por eso no quiero. No quiero abrir los ojos. No puedo imaginarme cómo será despertar sabiendo que ella ya no está.
—Yoon Gi.
Me repliego sobre mí mismo, en algún rincón oscuro en medio de ninguna parte, y escondo la cabeza entre las piernas. Las voces están volviendo pero no son reales. No lo son.
—Yoon Gi.
Las lágrimas me empapan las rodillas. Hoseok. Maldito Hoseok; me diste en el único sitio que me podía lastimar. Jimin, querido hermano, ¿por qué? ¿Por qué tuviste que hacerlo? ¿Por qué? ¡¿Por qué?! Podía imaginarme todo menos eso. Todo menos eso. ¡Mierda!
—Yoon Gi, escúchame. Soy yo.
Ya todo me da lo mismo. Nada es verdad. Nada existe. Ni siquiera yo. Lo sé porque de repente mi cabeza está en blanco y se siente vacía. Empiezo a dudar de mi nombre. No estoy seguro de mi edad ni de dónde estoy y ni mucho menos entiendo por qué me duele tanto el pecho. No entiendo nada y el punto de coherencia que me grita a pleno pulmón que algo malo me debe de estar pasando me resulta casi ridículo pese a que sé que debe ser cierto. Una nube enorme me eclipsa. Lo único que me viene a la mente es una conversación con mamá durante una cena que no sé ni cuándo he tenido. Me avisa de que es el gran día. Que él vendrá. Que va a quedarse y vivir con nosotros. Que será mi hermano.
—Yoon Gi. —El extraño eco retumba en el ambiente y me impide seguir devanándome los sesos—. Yoon Gi, soy Mei.
¿Mei? ¿Y quién se supone que es Mei? ¿Una profesora? ¿Alguna amiga de mamá?
—Dime, Yoon Gi. —Es raro; debería enojarse porque no le presto la debida atención pero en lugar de hacerlo siento que me está suplicando—. ¿Sabes dónde estás? ¿Cuántos años tienes?
Un desasosiego enorme se apodera de mí cuando intento abrir la boca y me doy cuenta de que no conozco las respuestas. Pensaba que estaría en el colegio pero no veo el pupitre ni la pizarra ni tampoco a ninguno de mis compañeros y solo soy capaz de escuchar la risa de Sam, el estudiante de intercambio que se sienta detrás y que se pasa la vida dándome toquecitos en la espalda para que le haga caso.
Esto no es normal. No lo es.
—No... —Me obligo a hablar pero las palabras se me atascan—. No sé —consigo decir—. No sé nada.
—Debes estar muy agobiado. —La contestación me acaricia los oídos—. Quedarse como una tabla en blanco es una experiencia aterradora pero tiene solución. Puedes usar el tacto y el resto de sentidos para comprender lo que te rodea. Las memorias sensoriales son las primeras en formarse y, por lo tanto, las que más resisten la regresión.
No tengo ni idea de lo que es eso de la regresión pero me suena a una mierda muy grande así que sigo el consejo y me palpo la ropa. Parece que llevo unos jeans de tela gruesa y rugosa. Y un suéter... No, no es suéter. Acaricio una capucha a la espalda. Es una sudadera.
—¿Puedes decirme ahora cuántos años tienes? —Ella repite la pregunta.
Me toco las zapatillas y las manos. Son grandes. No descomunales pero sí mucho más de las que corresponden a un niño y, aunque la idea me desconcierta, intento no descomponerme y usar el sentido común.
—Más de dieciocho —decido—. No llevo uniforme escolar.
—¿Y dónde podrías estar entonces, si no eres un estudiante?
Toco a mi alrededor. Estoy sentado sobre una superficie lisa y fría en la que no parece haber nada.
—Es un sitio desconocido.
—¿Estás seguro?
Afino el oído. La persona que me da conversación está delante. Estoy rodeado de oscuridad pero siento que está ahí.
—Es un lugar diáfano, sin muebles. —Extiendo las manos; quiero ubicarla, tocarla—. No es la escuela porque ahí está todo lleno de mesas y los espacios amplios tienen pisos de madera y tampoco es mi casa porque mi madre la tiene forrada de alfombras —continúo—. ¿Quién has dicho que eras?
—Alguien que quiere ayudarte.
—¿Y cómo lo harás?
—Tirando de confianza —murmura—. De sinceridad...
Confianza. Suena utópico y, la verdad, poco útil. El mundo está repleto de decadencia y malas intenciones y no se puede confiar en nadie. Y, en cuanto a lo de la sinceridad, me parece hasta gracioso. Es de película o...
O no. Más bien de terapia.
Terapia.
Confianza. Sinceridad. Y... Había otra más. Había otra.
¿Respeto?
—Respeto —confirma—. Confianza, sinceridad y respeto.
Joder; ¿no eran esos los tres componentes del vínculo?
Algo parecido me dijo en una ocasión una psicóloga a la que en un principio no quise tomar en serio, pese a que no tenía nada en especial contra ella. Más bien era al contrario; su presencia me llamaba la atención y me sentía realmente atraído por ella pero estaba haciendo la especialidad de Salud Mental y esos profesionales me asquean. Son de todo menos auténticos. Por eso me negué a colaborar en la primera entrevista y también en el segundo intento, cuando apareció con un compañero de lo más presumido y un arsenal de empatía bajo el brazo y me preguntó si había dormido bien y si la comida había estado aceptable. De hecho, no bajé la guardia hasta me demostró que de verdad era diferente. Fue cuando me quitó la contención y...
Joder. Lo recuerdo.
"Antes de empezar quiero dejar muy claro que únicamente hablaré contigo". Los hilos de una conversación pasada regresan a mi cabeza. "No me gustan los psiquiatras ni los psicólogos y menos aún ese egocéntrico que tienes como compañero".
"También soy psicóloga, por si acaso se te había olvidado".
"Para mí no. Tu eres Mei, sin más. Creo que soy capaz de confiar en Mei ya que ella confió primero en mí".
¡Lo recuerdo!
Extiendo otra vez las manos. Alguien me las toma. ¿Es ella? ¿Es la misma persona de entonces? ¡Tengo que verla! Abro los ojos. Me cuesta horrores porque estoy mareado y los destellos luminosos de la barra reflectante del techo no ayudan pero me obligo a centrarme en la silueta que se encuentra de rodillas frente a mí y me dejo llevar por el calor de su palma apretando la mía. La conozco.
—¿Dónde estás, Yoon Gi?
—En un hospital. —Me alivia ser capaz de responder—. Esto es un hospital.
—Pero los hospitales tienen muchas plantas y cada una tiene muchas habitaciones.
Su forma de hablar es curiosa. No confirma nada pero tampoco lo deja al azar. Está guiando el rumbo de la conversación, tocando detalles vagos pero concretos a la vez, hacia un fin que desconozco. Es como si quisiera que yo mismo construyera la respuesta.
—Si hablas de confianza y sinceridad entonces estamos en Psicoterapia y eso convierte a este lugar en Psiquiatría —concluyo—. Eres psicóloga.
Los detellos diminuyen. Distingo su cabello largo y la tela de su vestido en el suelo. La madera del marco de la puerta se me clava en la espalda. No me había dado cuenta de que estaba recostado en él.
—Si así fuera, ¿significaría entonces que eres mi paciente?
El pulso se me acelera y más retazos de ideas regresan a trompicones.
"Solo acepté hablar contigo, te dejé muy claro que no pienso ser tu paciente" vuelvo a escucharme.
"¿Y qué nombre le podrías tu entonces a esta especie de relación que hay entre nosotros si no es terapia?"
—No —concluyo, sin ser del todo consciente de lo que voy a decir—. Es una colaboración amistosa.
Su sonrisa ilumina la habitación. Le he dado la repuesta que esperaba y, como por arte de magia, me empiezo a sentir mejor. La nube se aclara. Me vinculo a un punto real.
—¿Podrías ser tan amable de colaborar amistosamente conmigo entonces? —Su pregunta me resulta conocida; en el pasado ya me la hizo—. ¿Accederás a que te guíe?
"Solo tu y si no eres tu no me interesa".
Los fogonazos en mi memoria se siguen sucediendo.
"Por favor, ayúdame a resolverlo. Me dejaré guiar por ti hasta el final."
—Ya lo estoy haciendo. —Intento asociar la frase con lo que me venga a la mente, sea lo que sea —. Quédate conmigo, por favor.
La petición le hace sonreír. Yo también lo hago. Me apoya. Puede que le paguen por hacerlo pero el vínculo que noto entre nosotros va más allá y me gusta. Me gusta mucho. Y, por eso mismo, me resulta tan aterrador y tan inexplicable que, de buenas y primeras, un eco inrrumpa en mi cabeza y barra de un plumazo todos mis esfuerzos y lo que había conseguido.
"Hay que arreglarlo".
Suelto a Mei. Me aprieto las sienes. La respiración se me corta.
—Yoon Gi. —Su voz denota preocupación—. Céntrate en el frío del suelo o en el de la pared, en lo que sea, pero que sea algo que puedas tocar. Nuestros sentidos nos vinculan a nuestro pasado pero también nos pueden dirigir en el presente.
—Sí, lo entiendo —asiento—. Lo entiendo.
Pero, claro, comprenderlo no es suficiente. Mi cabeza va por libre y no me obedece y, en el momento en el que extiendo la mano para recuperar el contacto con su piel, dejo de verla y mi mundo se torna en la más completa oscuridad. ¿Por qué? Agito el aire, impotente. No. No, no, no. Mei. ¡Mei!
—Mei... —Ni siquiera escucho mi voz—. Mei... No te vayas...
Busco el frescor de las baldosas. No noto nada. Me palpo el cuerpo. Es como si no tuviera uno. Como si no hubiera nada. Nada salvo vacío. Salvo soledad.
"Hay que arreglarlo".
Reconozco el eco. Es el de mi hermano. Suena angustiado y eso me alarma más aún.
"Lo sabe todo".
No. Joder; no.
—¡Mei!
La desesperación me ahoga. Ya no estoy seguro de que se llame así. Mierda; ni siquiera estoy seguro de haberla visto. Igual lo imaginé, para variar, y, en medio del mar de posibilidades que se me abre, al final me abandono y termino cerrando los ojos. La letargia me sobreviene, implacable. La mente se me espesa. Pierdo el sentido de mi identidad.
No importa. Nada importa. "Ella" murió. Murió.
"Shin Hye siempre está con Hoseok".
Parpadeo.
Estoy en el salón de casa y me esfuerzo por recuperar el aliento. Acabo de subir las escaleras del sótano como alma que lleva el diablo y delante de mí mi hermano acaba de dejar caer la bolsa de tenis al suelo al darse cuenta de que una niña de nuestro instituto, una de la clase frente a la mía que responde al nombre de Shin Hye, ha abandonado precipitadamente la casa llamando a gritos a Hoseok, nuestro vecino.
—Hyung, ¿qué has hecho? —Se me acerca, temblando de pies a cabeza, hasta que distingo sus ojos asustados y su mejillas contraídas arrasadas en lágrimas—. Por favor, dime que no ha pasado nada. Dime que todo está bien, te lo suplico.
¿Lo dice porque el cuerpo de mi perro Dan está en el sótano, descabezado, y esa chica lo ha visto? No, no creo que sepa que eso está ahí. Habría entrado en colapso.
—¡Por favor, Yoon Gi! ¡Por favor, dime algo! ¡Dime algo! ¡Dime que está todo bien! —Como no reacciono, me agarra de los hombros y me zarandea—. Hermano... ¡Hermano!
—Tengo que salir a la calle —logro contestar, a duras penas—. Voy a salir.
—¿Cómo que vas salir ahora? —Sus cejas se arquean— ¿Qué es lo que vas a hacer, Hyung? ¿Es que te ha sucedido algo con esa chica?
Me duele que siempre se preocupe tanto pero, claro, visto lo visto, es lógico. No soy el alma de la sociabilidad precisamente, nunca he traído a nadie a casa y sabe de sobra que no pongo un pie en la calle a menos que tenga que algo que hacer que no pueda resolver por Intenet. Pero la cabeza de mi perro está en la habitación bajo mis pies, en medio de un charco de sangre oscura y coagulada que emite un olor repulsivo, y no puedo hacerme el loco y fingir que no pasa nada.
No, tengo que buscar a Shin Hye y hablar con ella. Tengo que explicarle que creo que tengo un problema mental y prepararme para asumir las consecuencias. Y también tengo que hablar con mamá. Pedir ayuda. Ingresarme en algún sitio.
—¡Por lo que más quieras! —La mirada de Jimin bucea en ansiedad—. ¡Dime que no es lo que creo!
—Ojalá pudiera. —Decido hablarle con la verdad; le va a doler pero es lo mejor—. Acabo de descubrir que en mi tiempo libre mato animales.
Me parece que contiene la respiración.
—¿Qué? —musita—. No, tu no... —El cuerpo le tiembla—. Tu no harías eso.
—Pues Dan parece opinar diferente. —Señalo al sótano y él empieza a hiperventilar—. Está ahí pero no vayas. Te vas a poner malo.
No me hace caso. En un abrir y cerrar de ojos me ha soltado y se ha perdido escaleras abajo, sin molestarse en alumbrar el camino, y las exclamaciones y sollozos de pánico que se suceden a continuación me permiten confirmar que, tal y como me temía, la escena le ha sobrepasado.
Me ha sobrepasado hasta a mí. ¿Cómo he podido hacerlo? Con lo que quería a ese perro... Y encima no recuerdo nada.
Debo estar loco. Es la única explicación que se me ocurre.
—Jimin, lo siento. —Me asomo a la oscuridad de la escalinata—. Siento que tengas que pasar por esta mierda. —El silencio, tan solo roto por su respiración agitada, me comprime el pecho—. Buscaré una solución —continúo—. Hablaré con mamá y le pediré queme lleve a un hospital, ¿vale?
No dice nada. Bajo un par de peldaños.
—Voy a poner de mi parte —sigo hablando—. Haré lo que sea necesario para que esto no vuelva a pasar.
Su silueta sale del sótano y se apoya en la pared, con el borde de la camiseta tapándole los ojos y el cuerpo botádole como un balón en una pista de baloncesto. Mierda; es mi culpa. Me siento fatal.
—Jimin. —Disimulo las ganas de llorar—. Soy consciente de que esto es muy gordo y de poco sirve que me disculpe. No es como si hubiera roto un puto vaso pero de verdad que voy a...
—¿Entonces Shin Hye lo ha visto? —Su conclusión congestionada interrumpe mi explicación—. Ella siempre está con Hoseok. Lo debe saber todo.
¿Todo? ¿Qué todo? ¿Entonces sí estaba al tanto de esto?
—No soportaría que ingresaras en un centro —prosigue—. No me dejarían estar a tu lado y, créeme, Hyung, puedo con todo menos con eso.
La terapia narrativa ha contactado a Yoon Gi con Mei pero la carga emocional que él arrastra es demasiado grande en comparación con el recuerdo diana usado y no ha sido suficiente para retenerle.
Los recuerdos completos, taponados a base de disociación, empiezan a emerger.
La verdad escondida durante años está a punto de revelarse.
¿Te lo vas a perder?
La sesión de terapia sigue en la próxima actualización.
N/A:
En este capítulo he tratado de explicar la terapia narrativa aplicada a trauma desde la perspectiva del paciente porque me parecía más interesante de exponer y, además, la trama me pedía que lo hiciera así.
Como ven, en esta sesión Mei lo que hace es coger un recuerdo diana que estima importante para Yoon Gi (usa los momentos en los que se conocieron y que vimos en el primer libro):
—lo primero que hace es emplear la focalizacion sensorial (usar los sentidos, salvo la vista, que es el más engañoso debido a los flashbacks) para intentar ubicarle en el espacio de la habitación.
–A continuación va introduciendo de forma sutil algunos detalles de conversaciones de la época, elementos importantes que marcaron la relación, como fue el vínculo de terapia y la famosa negativa de Yoon Gi a aceptar asumir el rol de paciente.
—Los detalles bien narrados (es decir, sin explicaciones de más, sin aclararle) son como detonadores que hacen que Yoon Gi recuerde espontáneamente cosas. Aclaro que en parte su inteligencia lo facilita porque lo capta todo a la primera.
Sin embargo, al final el contacto se pierde y Yoon Gi vuelve al punto inicial. Esto es porque la carga emocional traumatica es demasiado grande en comparación con la del recuerdo diana que Mei ha usado. Bien es verdad que, dadas las condiciones, no daba para más y había que empezar por algún lado. A la primera es imposible que algo tan complicado salga bien.
En cuando a la parte final del capítulo, para quien quiera desempolvar y captar todos los detalles, he retomado el flashback que vimos a trozos en el segundo libro, en el capítulo de la terapia de exposición. Sí, lo sé, soy muy retorcida y lo interconecto todo al milímetro.
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