Día Nueve: Mensaje

En cuanto le vi tambalearse y buscar el apoyo del suelo, luchando contra la hiperventilación, no me lo pensé y pulsé la alarma antes de correr de nuevo a su lado y abrazarle, con cuidado, para evitar que se cayera.

Lo había logrado, ¿verdad? Sí, lo había hecho. Había roto la regresión y vencido el bloqueo de su memoria y me sentía enormemente feliz, a pesar de que mi corazón seguía estrujado y las lágrimas amenazaban con convertir mi cara en una catarata.

Había sido duro.

Me había tenido que exprimir el cerebro como nunca sin saber si iba por el camino correcto y con la sensación constante de caminar al borde de un precipicio y, para colmo, los recuerdos que habían emergido de ese flashback del infierno habían sido tan abrumadores que me preocupaba que le hubieran dejado secuelas. Por eso había solicitado el apoyo: necesitaba que le hicieran un chequeo médico cuanto antes.

—No te ... preocupes... —Fue increíble que, en su estado, fuera capaz de adivinarme los pensamientos—. No llores... Estoy bien.

Intentó levantarse pero los pies no le respondieron y terminó trastabillando hacia delante. Suerte que mi brazo le sostuvo y pudo apoyar la frente en mi hombro.

—Mejor dicho... —corrigió—. Casi bien.

—No te fuerces, ¿vale? —Mis dedos acariciaron con más reparo de lo esperado su mata de cabello oscuro—. Has estado mucho tiempo ausente y acostumbrarte a los estímulos de la realidad te va a costar un poco.

—Me doy cuenta —asintió—. Me siento como si me hubiera tragado el pescado en salsa verde que solían poner de cenar cuando estaba aquí.

La comparación me relajó un poco. Si podía bromear así significaba que era cierto que estaba bien.

—No sé si alguna vez lo viste pero las noches que lo servían se montaban auténticas carreras por los pasillos por llegar a las cestas de yogures sobrantes y hacer acopio para sobrellevar el hambre —continuó recordando—. Esas cáscaras de almeja medio crudas flotando en ese musgo líquido activan el instinto de supervivencia de cualquiera.

Ah, sí. Ese plato.

—Yo un día llamé para ver si lo podían mejorar. —Me visualicé años atrás, sentada en el despacho de la planta, mareando un bolígrafo entre los dedos mientras marcaba el número de las cocinas—. Lo hice con toda la educación del mundo pero el asistente del chef no me tomó en serio y le terminé colgando el teléfono. Al día siguiente recibí una bandeja cargada hasta arriba de ese pescado con una nota en donde me animaba a aliviar mi mal estado de ánimo con su alimentación sana y natural.

Rompió a reír. Yo también lo hice y, cuando me quise dar cuenta, había conseguido levantar la cabeza y sus ojos, limpios y algo más serenos, me observaban de cerca, con esa profundidad apabullante y al mismo tiempo atrayente tan propia de él.

—¿Estás mejor? —musité, perdida en sus pupilas.

—Ahora sí.

Contuve la respiración. Su aliento me acarició la mejilla y un familiar hormigueo me recorrió el estómago pero entonces un par de golpes se hicieron eco en la puerta y nos separamos.

—¿Que hacéis? —La enfermera Min, con el aparato de las constantes y el botiquín a cuestas, nos contempló con la desaprobación pintada en la cara—. ¿Por que estáis aquí? Está prohibido entrar en habitaciones vacías, Mei, lo sabes muy bien.

—Lo siento mucho —busqué a la carrera alguna disculpa que sonara medianamente convincente—. Íbamos a ver a Jung Kook, que está en la habitación de al lado, pero hemos terminado aquí porque mi compañero se ha empezado a marear.

Los ojos de Min saltaron de mí a Yoon Gi y de Yoon Gi a mí antes de regresar sobre éste.

—Oye, ¿pero no es el de...? —Palideció—. ¿El de Tokyo que...? —Ahogó un grito—. ¡El de la disociación de los descuartiza...!

—Te he dicho que se encuentra mal.

Reiterarle lo importante funcionó bastante mejor de lo que hubiera esperado. Min era una profesional muy implicada y, a pesar del miedo que le producía comprender ante quién se encontraba, se comportó acorde a su trabajo y le realizó el chequeo correspondiente antes de conseguirle una silla de ruedas, ponerle una bolsa de suero intravenoso en un gotero metálico y volar de regreso al control como si su vida dependiera de ello.

—Tus compañeros guardan un cálido recuerdo de mí. —Yoon Gi siguió con la vista el mono azul que huía despavorido—. La influencia del loco carnicero Min se deja notar.

—No los culpes. —Me dejé caer en el colchón—. Eres la única persona con un TID real que han conocido.

—En el fondo me alegro de ser la nota discordante en Salud Mental. —Comprobó las ruedas de la silla y revisó el gotero que, lento, empezaba a dejar caer sus gotitas incoloras en el tubo—. Lo mío es una enorme mierda que no le deseo a nadie.

Mis dedos se movieron sobre la superficie de lona y trazaron pequeños círculos imaginarios. No se me ocurría nada que objetar. Su mente había resultado ser un laberinto lleno de terribles sorpresas y mantener una postura optimista no era realista, máxime después de descubrir que Pang Eo, al margen de la personalidad paterna, se había nutrido también de lo que había hecho su hermano.

Dios; aún no me lo terminaba de creer. Jimin era... Era... ¡Ay! Jimin era "Jimin" y él le quería. Le quería muchísimo. Y yo también.

¿Cómo se suponía que íbamos a afrontar aquéllo? Había matado a Shin Hye y, probablemente, también a las otras dos personas que habían encontrado enterradas con ella. Lo había hecho y, sin embargo, había guardado silencio y dejado que Yoon Gi cargara con toda la responsabilidad. Y, por si fuera poco, no hacía falta ser un genio para darse cuenta de que también le había mentido deliberadamente con respecto a mí.

¿Qué hacer entonces? ¿Decirle? ¿Exponerlo al forense? ¿Callar?

Aún recordaba la evaluación que yo misma le había hecho durante su primer ingreso. En ese entonces las puntuaciones habían apuntado no solo a la dependencia emocional sino también a la sociopatía pero yo, llevada por la compresión y por los rasgos de buena voluntad que había percibido en él, lo había dejado estar hasta el punto de meterlos en un cajón y relegarlos al olvido.

"Equipo". Le recordé mostrándome la palma de la mano, con la voz quebrada por la emoción. "Eres mi equipo, Mei".

Los ojos se me empañaron.

"Te amo, noona. Te amo y me gustaría que me aceptaras".

Maldita sea. No sabía ni cómo sentirme.

—Es increíble que mi cabeza pueda realmente funcionar como lo hace. —La reflexión de Yoon Gi, que seguía tratando de recomponerse, me devolvió a la habitación—. Creía que era fuerte, que nunca había tenido la necesidad de esconderme y que huir no iba conmigo pero ahora me doy cuenta de que cuando encontré a esa niña muerta en mi casa eso fue exactamente lo que hice —concluyó—. Me negué a procesarlo por lo que significaba, porque no era capaz de asumir que mi hermano hubiera actuado así por voluntad propia, y mi mente lo reprimió.

—Así funcionan las defensas —puntualicé—. Por ese entonces tu identidad ya se había partido en dos y tu otra mitad hizo su trabajo y asumió el peso de esa realidad por ti.

—Pues es una putada —se quejó—. Que un mecanismo automático decida lo que puedo o no saber es un asco.

—Ya.

—Es por eso, entre otras muchas cosas, que quiero darte las gracias. He tenido mucha suerte de que aparecieras en mi vida.

Nuestras miradas se volvieron a encontrar pero la desvié y terminé analizando las bolitas del colchón. Uf; había tocado las teclas justas para cambiar el rumbo de la conversación y yo, como una pánfila, sentía el cuerpo temblar como una gelatina.

—Has sabido guiarme y darme las claves para avanzar, y, aún cuando mis neuronas atascadas no me dejaron reconocerte, te quedaste a mi lado a pesar de estar pasándolo mal por mi culpa.

Las imágenes de la terrible noche en la que me abracé a Jimin sin parar de llorar y con mi disociación dando saltos en mi conciencia me vinieron a la cabeza.

—No —negué—. Tampoco he estado tan mal.

—No es cierto.

Demonios.

—¿Te crees que tienes un detector de mentiras en el cerebro o qué? —fingí indignarme—. Si digo que no estuve mal es porque no lo estuve.

—Vale, vale —aceptó—. Digamos que te fue estupendamente. —De repente, abandonó la silla y, en un par de parpadeos, le tuve enfrente, con las rodillas en el colchón y una medio sonrisa maravillosa—. ¿Significa eso que ya no me estabas esperando?

—Yo no he dicho eso.

—¿Ah, no?

El espacio entre nuestros cuerpos se redujo. El golpeteo atronador en mi pecho me colapsó los tímpanos.

—No —reafirmé—. O sea, sí... Sí me acordé de ti y... —Ay; ¿por qué sonaba tan tremendamente estúpida? —. Te extrañé y.... Traté de ir a Tokyo muchas veces pero la burocracia japon...

Su contacto en mis labios, suave y lento, me erizó el vello del cuerpo y al instante me olvidé de lo que estaba diciendo. Cerré los ojos y dejé que el tacto de su mano aliviara mi mejilla, que su calidez me embargara hasta hacerme arder por dentro y que sus besos, encadenados, bebieran de mi deseo, sin prisa pero sin intención de parar.

—Lo siento —murmuró—. Sé que llego muy tarde y en las peores condiciones y lo siento. —Me rozó la punta de la nariz con la suya—. Te quiero, ¿sabes? Eres el agua en medio del desierto de mi vida.

Apoyé la espalda en el colchón y le arrastré conmigo hasta tenerle encima.

—Pienso lo mismo. —Le eché los brazos al cuello—. Mi Kudu no crece si no estás.

Volvió a besarme, esta vez con más intensidad, y yo me dejé arrastrar sin medida, como si ansiara recuperar todo el tiempo que nos habían arrebatado. Como si su boca fuera la único que existiera. Como si mi lengua al enroscarse sin parar con la suya me devolviera mi esencia, mi yo verdadero y mi estabilidad.

—Esto es muy mala idea. —Los labios de Yoon Gi descendieron por mi cuello y sus manos, esculpiendo mi cuerpo por debajo de la ropa, me hicieron estremecer—. Estamos en el hospital.

—Deberíamos... —reprimí un jadeo—. Parar...

—Sí, deberíamos. —No solo no lo hizo sino que me desabotonó la blusa y me acarició los senos—. Pero no me apetece. Amarte me hace más falta que respirar.

Descendió por mi piel, hacia el vientre, y yo, pese a que sabía el riesgo de la situación, lo asumí y hundí las manos en su cabello oscuro, disfrutando de las corrientes eléctricas y del deseo que su contacto me producía.

Entonces lo oímos: una tremenda exclamación de angustia procedente de la sala contigua.

—¡Déjame! ¡Déjame! ¡Déjame! —bramaba—. ¡El mensaje no estaba claro! ¡Yo lo sabía! ¡Tae! ¡Tae!

Nos detuvimos. Era Jung Kook. Acaba de despertar.

—¡Para! ¿Me oyes? ¡Para! —Los intentos de Swan se oyeron desesperados—. ¡Estáte quieto y siéntáte! ¡Siéntate o nos vamos a ver obligados a atarte!

—¡El mensaje no estaba claro! ¡Las boda son blancas pero cogió el rojo! ¡Y yo soy inmortal, de la muerte invulnerablemente mortal, y puedo volar! ¡Mira, mira!

Di un salto, me acomodé la ropa y corrí fuera. En el pasillo me topé con dos auxiliares que volaban al botiquín, con el vigilante de seguridad colgado de un teléfono, pidiendo a voces acceder al visionado de las cámara de seguridad, y con un carrito de inyecciones mal puesto que seguro me hubiera llevado por delante de no ser por Jimin, que apareció de improviso y lo apartó de una puntapié.

—¡Noona! —exclamó, sin poder disimular la alteración—. ¡Ay, noona, me he vuelto loco buscándote!

Me abrazó y al hacerlo me entraron unas tremendas ganas de llorar. Por qué... Por qué tuvo que ser así...

—Estaba muy agobiado porque tardabas mucho y como se ha armando el revuelo pensé que... —Una mueca de asombro se le dibujó en la cara al ver a Yoon Gi—. Ah... Hyung...

—Estoy aquí por la investigación —respondió éste, sin pestañear—. Tenía que hablar con la psicóloga de algunos datos.

—Oh, ya. —Su hermano se apresuró a sacar una sonrisa—. Sí, claro, supongo que tenéis muchas cosas que comentar sobre el caso.

La respuesta de Yoon Gi fue repasarle de arriba a abajo, como si pretendiera sacarle una radiografía pormenorizada, y una enorme intranquilidad empezó a bailarme por dentro. Sin embargo, los gritos, que seguían sucediéndose uno detrás de otro, se encargaron de cortar toda posibilidad de conversación y nuestra atención volvió sobre la habitación que teníamos delante.

—¡Tae! ¡Tae! ¡Taaaae! ¡Taeeeeeee! ¡Tatatae! ¡Tatatae!

Era el espectáculos que más había temido. Jung Kook, con el cabello alborotado y un lado del pijama por dentro del pantalón, estaba encaramado a una ventana inexplicablemente abierta y forcejeaba con el auxiliar que le sujetaba por las piernas mientras la enfermera Min luchaba por inyectarle un calmante en el brazo, sin éxito.

—¡Tatatae, tatatae! —Sacó la cabeza al exterior—. ¿Oíste? ¡Es el ritmo perfecto! —vociferó— ¡Tatatae! ¡Por qué no me contestas! ¡Tengo el mensaje! ¡Voy a bajar por ti!

Demonios. Estaba delirando a chorros y eso, en su situación, podía entenderlo pero que mencionara lo del susodicho mensaje era otra cuestión muy diferente.

—Me prometiste que no intentarías volar. —Le tenía de espaldas así que levanté la voz para asegurarme de que me escuchaba—. Es lo que acordamos.

—¡Taaaaaaaaaatatatatae!

Me acerqué más, devanándome los sesos sobre lo que decir, pero, antes de que hubiera terminado de armar un argumento adecuado, Yoon Gi se me adelantó, apartó a Swan y a Min y, con una frialdad apabullante, le asió de la ropa y tiró. Jung Kook cayó al suelo, se golpeó el pie con la silla y terminó encogido en el suelo, llorando a mares.

—¿Te sientes culpable? —El mayor de los Min se arrodilló ante la bolita que era su cuerpo—. ¿Crees que debido a ti esto pasó y ahora quieres darte el honor de imitar la gloria de tu amigo y vomitar tus sesos en la acera? —continuó y, de repente, la voz se le tornó más opaca—. ¿Te vale un pimiento lo que sientan tus padres cuando el equipo forense les llame para identificar tus restos? ¿Te importa una mierda?

Todos, salvo yo, ahogaron una exclamación. Sonaba mal pero era una verdad más grande que un templo.

—Ay, maestro... —El aludido sacudió la cabeza como un molinillo, invadido en mocos—. Maestro de los muertos que no están vivos, no me riñas, por favor con favor de favoritismo favorito. —Juntó las manos a modo de oración—. Yo vuelo y solo quiero ver a Tae.

—Tae Hyung está muerto —aproveché el momento para confrontarle con la realidad—. Murió de una forma espantosa en una situación espantosa porque las personas no pueden volar y tu tampoco puedes.

—Pero... —Se sorbió la nariz—. Me dijeron que podía.

Cielos.

—¿Quién?

Volvió a sacudir la cabeza. ¿No? ¿No qué?

—¿No me lo quieres decir?

Guardó silencio. Miré a Yoon Gi y él me miró a mí. ¿Sabía algo? ¿Había decidido callar? No sería extraño. En el pasado había estado en una situación parecida y el silencio había sido precisamente lo que le había salvado.

—Estás asustado así que tienes que pensar qué vas a hacer con tu miedo. —Agradecí que mi compañero echara mano de su agilidad mental para reconceptualizar la escena—. ¿Lo vas a usar para sacar lo mejor o lo peor de ti? —Le señaló la frente—. Si te dejas llevar por él, te convertirás en un esclavo de la pesadilla y en las pesadillas ya sabes que salen seres monstruosos.

Jung Kook se restregó los ojos.

—Pero yo no quiero ser un monstruo, gran máster, no, no. Monstruos no.

—¿Entonces vas a enfrentarlo?

—Supongo... —Se rascó la nuca—. No sé... No sé...

—Si lo haces te ayudaré.

—¡Ah, entonces sí! —De repente dio un brinco y su estado emocional viró en ciento ochenta grados de forma espectacular—. ¡Sí sí, sí! —repitió, eufórico—. ¡Yo quiero ser un súper héroe heroico ultra valiente envalentonado en valentía como tu! —Le abrió los brazos y se le tiró encima—. ¡No soy listo pero no importa porque tu si lo eres y me proteges! ¡Tu me proteges! ¡Y no quise callar de guardar secreto sino que no me di cuenta, que es lo que me pasa cuando no entiendo las cosas, y muchas veces no las entiendo! —Se aceleró y, con ello, la fuga de ideas se hizo más evidente—. Ay, maestro, es que tenía flores pero no las quise porque las abejas necesitan esas flores y yo estornudo mucho, aunque a mi madre le gustan que se las regale por su cumpleaños y yo lo hago, y a mi padre lo que le gustan son los libros pero de flores no ha leído ninguno porque no es jardinero y yo tampoco y...

—¿Dices que tenías flores? —reconduje—. ¿Son esas dos rosas del salón de tu casa?

—¿Cuáles? —Se separó de Yoon Gi y un par de canicas redondas me observaron con curiosidad—. ¿Yo tengo flores?

No eran suyas. Rayos; entonces...

—¿Las rosas de la estantería son de Woo Young? —Cambié el foco de la pregunta.

—¡Ah, ah, ah, ya, ya, ya! —asintió—. Es que es un hacker ultra poderoso pero está triste porque no le sale nada bien y ella no le quería y por eso las tiene ahí, y a mí me da mucha pena porque es un genio y es más guapo que los súper cantantes del "wonderland".

¿Eh? ¿Cómo?

—¡Sí, sí, sí! —situó relatando, imparable—. ¡Y tengo el mensaje! ¡He recordado que tengo el mensaje!

El mundo se detuvo ante mí. Yoon Gi le tendió el móvil amarillo y en medio segundo, estábamos de nuevo ante esa web morada, navegando por el buzón de mensajes privados de un perfil al que no presté atención hasta...

¿Otro mensaje de Kim Shin Hye?

¡Kim Shin Hye!

Jimin, que guiado por la curiosidad, se había aproximado también a la pantalla, palideció y yo tuve que apoyar una mano en el suelo para no caerme.

"Hace tiempo yo tenía una maceta en el jardín". Yoon Gi comenzó a leer. "No era muy grande y solo tenía tierra pero el que me la regaló me prometió que, si la cuidaba adecuadamente, obtendría algo hermoso de modo que, aferrada a esa idea, cada mañana al despertar, la regaba con primor, acariciaba la tierra y le hablaba, pidiéndole que creciera. Tardó en hacerlo pero cuando lo hizo surgió una rosa roja realmente linda y, aunque las espinas la convertían en algo peligroso, la amé. Sin embargo, un día, descubrí que mi perfecta rosa no estaba sola: por la parte más escondida de las hojas, un pequeño capullo de color blanco había aparecido".

Continuará...
No te pierdas la próxima actualización.
Se viene un cambio de narrador.

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