Día Nueve
Tuve suerte de que el forense me permitiera asearme, cambiarme de ropa y darle un par de tragos a un vaso de agua con rodajas de limón antes de acompañarme, seguido por dos de sus hombres, a una sala enorme plagada de sillas en los laterales y luces cegadoras, y ordenarme situarme en la que única que había en medio, frente a una mesa de color negro ocupada por un señor de toga oscura y cara intelectual que repasaba con atención lo que debían ser los documentos del caso. Se trataba, claro, del juez Kim Hoo Bin.
—Eun Mei Te —me nombró sin levantar los ojos de las hojas—. Es usted psicóloga especialista en Psicología Clínica y trabaja aquí como colaboradora del equipo forense en el caso de la balanza, ¿es así?
Cogí todo el aire que me permitieron los pulmones. Estaba de los nervios y las miradas desaprobatorias del secretario que tomaba nota en el ordenador, y de la fiscal, que, de pie junto a un proyector, mantenía una posición de altanería increíble, no me pasaban desapercibidas.
—Sí. —Conté las vetas de la madera—. Es correcto.
—Y se encuentra aquí porque ha sido precisamente el testigo de ese caso y anterior acusado, el señor Kim Tae Hyung, quien le ha señalado como implicada directa en los hechos antes de poner fin a su vida. —Un par de pupilas firmes se levantaron por encima del metal de las gafas—. ¿Eso es también así?
—Con respecto a ese tema...
—Sí, Señoría, fue así. —La impaciencia de Yoo Hyeon me interrumpió sin miramientos—. Yo estaba allí.
Me mordí el labio. Claro, era de esperar. Mi falta de colaboración en el careo previo que habíamos tenido había herido su amor propio y ahora estaba aprovechando para resarcirse.
—¿Hay algo que desee explicar antes de que empecemos? —El juez volvió sobre mí—. ¿Alguna cosa que le gustaría que tuviera en cuenta?
Dejé caer las manos en el regazo. No se me ocurría nada coherente que argumentar salvo, quizás, confesar mi trastorno. De hecho, si me ponía a meditarlo, esa hubiera sido la recomendación que yo hubiera hecho si alguno de mis pacientes estuviera en mi lugar.
—Pues... —Reuní fuerzas—. La verdad es que, si soy sincera, todo esto...
Eché una rápido vistazo a la puerta.
Jimin estaba al otro lado, sentado en una de las sillas de los policías, esperándome pese a que el forense le había dicho que se fuera, pero saberle fuera no me hacía sentir mejor. Su apoyo y sus sentimientos eran lo más precioso que tenía y los quería atesorar pero la presión de la situación diluía como un disolvente la importancia de nuestro beso en mi cabeza.
Me superaba.
Lo que estaba ocurriendo me superaba.
Haberme visto a mí misma arrodillada frente a una pobre chica, sesgando su vida a placer, me ahogaba tanto en culpa que la angustia me había anulado al punto que ya no entendía nada ni era capaz de separar lo correcto de lo incorrecto. Porque, por un lado, quería vomitarlo todo y liberarme de la carga pero por otro, ¿qué ocurriría cuando lo hiciera? Mi yo humano, construido a base de esfuerzo y tesón, se destruiría en cuestión de segundos.
—Todo está muy confuso dentro de mi cabeza —conseguí decir—. No podría asegurar qué hice y qué no hice.
El juez apoyó los brazos en la tarima y se inclinó hacia mí, animándome a continuar.
—La cosa es que padezco un...
El repentino golpeteo de una silla contra el suelo me interrumpió.
—Señor Min, haga el favor. —La llamada de atención sonó como la de un profesor a un alumno—. Mantenga el orden y deje de balancearse en la silla.
Me faltó tiempo para girarme hacia atrás.
—Lo siento, Señoría.
El corazón me dio un triple salto mortal hacia delante.
Yoon...
Un molesto velo acuoso me empañó la vista.
Yoon Gi...
—Es que cuando me aburro me sale solo. —Un sin fin de sensaciones me bailaron por el estómago cuando se irguió para colocarse correctamente—. ¿Puedo proponer que agilicemos un poco esto y empecemos con la exposición de los hechos? —preguntó, con ese tono despreocupado con el que solía decir todo lo que le parecía—. No es que tenga nada en contra de escuchar el discurso de aparente buena fe de la detenida pero, aparte de que no nos va a aporta nada, son las seis de la mañana y ya sabe que tengo una enfermedad un poco jodida. —Se señaló a la cabeza—. La Doctora Yamamoto dice que si no descanso las horas adecuadas puedo entrar en crisis y, sinceramente, no creo que nadie aquí quiera verme en crisis.
El juez se apresuró a asentir, más blanco que el papel. ¡Cielos! ¿Pero qué hacía? ¿Intimidarle? ¿Desviar el tema para evitar que dijera lo que me pasaba? ¿Por qué? Y, ¿"aparente buena fe"? ¿Había dicho "aparente"?
—Yo no tengo fe "aparente". —Mis labios se movieron sin remedio—. Si la tuviera nunca me habría embarcado en ayudarte a ti con lo que tenías encima cuando ingresaste en la planta, para empezar.
—No fui yo el que te suplicó que me evaluaras —replicó—. Lo hiciste porque tu jefe te lo mandó.
Me revolví en el asiento. Era cierto, por supuesto, pero solo en parte. Solo había sido así al principio.
—¿Y crees que también me mandaron abandonar mi puesto de trabajo y tragarme un viaje de Seúl a Daegu solo para hacerte una sesión?
—Que te apeteciera hacer turismo regional fue cosa tuya, psicóloga. —Se encogió de hombros y el gesto actuó como un revulsivo tremendo—. Los límites de un terapeuta llegan hasta donde éste los quiera poner.
Empecé a ofuscarme. Rayos.
—Siempre y cuando no te toque la suerte de tener que atender a un paciente que tenga por costumbre saltarse las normas porque sea un listo al que le sobra el orden, los roles y todo lo que no cuadre en su anarquía mental.
Se echó a reír y eso, claro, me molestó aún más.
—¿Me estás responsabilizando de tus decisiones? —asoció—. Eso es muy poco profesional, Eun Mei Te.
Abrí la boca, rebuscando en mi cabeza qué replicar, pero en ese momento el juez, más seco que la carne en salazón, nos mandó callar y, con ello, mi interlocutor me retiró automáticamente la atención.
—Yoon Gi —le susurré entonces, en un intento por no perder el contacto—. Oye, Yoon Gi.
Nada.
—Yoon Gi.
Ni caso.
—Yoon Gi —insistí, un poco más fuerte—. Yoon...
Sus ojos, glaciares, me traspasaron como dos puñales y me arrepentí al instante de haberle llamado. Tonta; ¿pero qué me había creído? No porque soltara alguna genialidad a mi favor o se pusiera a discutir conmigo significaba que las cosas había cambiado y yo le interesaba. Claro que no.
—Si nos centramos en lo que nos ocupa, Señoría, hasta la fecha tenemos tres crímenes con el mismo patrón. —Yoo Hyeon, armada en seguridad, cogió el mando y se situó en medio de la sala—. El primero corresponde a la joven Moon Ga Yoong y tuvo lugar hace hace dos años, exactamente cuando se cumplía el aniversario del secuestro que sufrió la doctora aquí presente y que estuvo a punto de costarle la vida.
Las luces se apagaron. El proyector iluminó en la pared las imágenes del crimen.
—En esta ocasión el detenido fue un tal Park Cheol Gi quien, por cierto, admitió haberla matado antes de cometer suicidio, para variar.
Desvié la vista al suelo. No quería volver a ver aquellas escenas. Ya tenía suficiente con los flashbacks. Con la culpa. Con todo.
Los minutos transcurrieron de forma agónica. La investigadora dio todo lujo de detalles sobre la escenografía del asesinato, su simbología y el posible perfil del autor antes de hacer lo propio con Milly y Soo Bin y yo, mientras todos escuchaban boquiabiertos y me dedicaban miradas de asco y rencor, deseé morirme y desaparecer.
¿Cómo había podido hacer todo eso? No era capaz aceptarlo. Y Tae Hyung... Ese pobre chico... Y Jung Kook... ¿Cómo habría quedado Jung Kook? Seguro que le había destrozado la vida.
—Y he aquí la pregunta que tanto me interesa. —Los zapatos puntiagudos de Yoo Hyeon dejaron de pasearse y se detuvieron frente a mí—. ¿Las víctimas eran sus pacientes?
—Yo... —La voz apenas me salió—. No lo sé.
—¿Cómo es posible que no lo sepa?
Zapatos blancos. Zapatos blancos teñidos de sangre. Mis zapatos. ¿Dónde había guardado yo esos zapatos?
—Le he hecho una pregunta —me apremió—. Le recuerdo que ahora está ante un juez y es su obligación responder.
Levanté la cabeza.
—Le he dicho que no lo sé.
Mis traicioneros ojos se empeñaron en buscar a Yoon Gi una vez más. Se había cambiado de sitio y ahora estaba más cerca, casi a mi lado, y me miraba en silencio sin entrever ningún tipo de emoción. Dios; aquello era peor que una pesadilla.
—Dice que no lo sabe pero esas personas tenían consultas agendadas en sus teléfonos con usted. —La investigadora, petulante, siguió la disertación—. Sin embargo, hemos registrado la clínica y no hay ningún archivo al respecto. —Hinchó el pecho—. ¿Los ha borrado?
—No sé de qué habla.
—Apuesto a que no. Y también apuesto mi sueldo a que tampoco quiere explicarme los consejos que les dio por Internet a los chicos para que terminaran convirtiéndose en asesinos.
—No es que no quiera —maticé—. Es que no recuerdo haberlo hecho.
—¿Y va a tener el descaro de negarnos que los conocía? —resopló, asqueada—. Kim Tae Hyung asumió la tutela de Jeon Jung Kook durante sus ingresos en el hospital así que, dado que usted ostentaba el cargo de psicóloga allí en ese entonces, debió de haberle entrevistado en algún momento.
Me froté la cabeza, dudosa. A lo largo de los años me había reunido con tantas personas que era difícil memorizarlos a todos.
—Sí —admití—. Eso es posible.
—Doctora, por favor, haga un esfuerzo.
Kim Wo Kum, que, desde que habíamos entrado había permanecido en el rincón, se me acercó, con el rictus serio y las pupilas impregnadas en tristeza. Debía de estar muy decepcionado. A pesar de nuestros continuos tiras y afloja, siempre se había preocupado por mí y descubrir a mi verdadero yo le había debido dejar hecho polvo.
—Demuéstrenos que todo esto es solo un malentendido y que...
—Lo que tu llamas malentendido, es una realidad clarísima —le cortó la fiscal, con los brazos en jarras—. Tratas de justificarla porque está en tu equipo pero, ¿sabes qué? Has sido tu el que ha metido la pata proponiéndole analizar su propio crimen y por eso es culpa tuya que ahora tengamos en el depósito un testigo con el cuerpo hecho pedazos.
"¡Páralo, Yoon Gi!"
Empecé a marearme. No. Me llevé las manos a la cabeza y me la apreté. Por favor, no. Los oídos se me entaponaron. Ahora no. ¡Ahora no!
"Es hora del cambio de turno".
Cambio... De... Turno...
—Cielo, vas a tener que hacer un esfuerzo. —Mi voz disociada emerge de improviso en mi cabeza aunque, en esta ocasión, lo hace en forma de un eco que me transporta a la casa vieja de edificio de Woo Young—. Explícamelo de forma más clara.
Cojo aire. Me veo. Sé que no me he movido del interrogatorio y escucho a los investigadores discutir de fondo pero al mismo tiempo me veo. Me encuentro en penumbra, amenazando con el paraguas la garganta del tipo de negro que ha intentado estrangularme y que ahora, lloroso, gimotea en el suelo como un pajarillo herido.
—Yo que tu no me lo pensaría tanto. —La frase emerge de mis labios con solemnidad—. A tu dudosa estabilidad mental le va a resultar más fructífero contármelo, créeme.
—Señorita Eun.
Parpadeé y me encontré, de golpe, con un sobre rectangular pegado a la cara.
—Coja de una vez las retratos de los suicidas, por el amor de Dios, que se me está cansando la mano de tenerla en el aire. —El forense agitó el papel—. Mírelos bien.
Obedecí sin pestañear.
¿Qué había sido eso? ¿Un flashback semi consciente? Tenía que remontarme a la época de la Universidad, cuando aún estaba aprendiendo a controlar, para recordar una situación donde tuviera, de forma simultánea, un pie en los recuerdos y otro en la realidad.
Extraje las fotos. Estaban del revés. Le di la vuelta a la primera. Que algo así me hubiera ocurrido significaba que quizás no fuera tarde y aún pudiera recuperar el contr...
El pulso se me detuvo.
"Nena, me decepciona un pelín que no me hayas reconocido pero, ¡qué le vamos a hacer!"
Mis ojos, incrédulos, recorrieron la escritura en rotulador azul del mensaje plasmado en un papel fotográfico vacío.
"Como me estoy esforzando por ser un digno merecedor de tu traumatizado corazón, no te lo tomaré en cuenta, al igual que tampoco le daré importancia al hecho de que te hayas refugiado en el hermanito inocente durante un rato".
Me quedé helada. Muda. Atónita.
"Tengo un don innato para la actuación, ¿verdad?"
De... ¡Demonios! ¿Había sido él todo el tiempo? Maldita sea, Pang Eo. Mil veces maldita sea.
"Por otro lado, sabes que detesto hacer favores, entre otras cosas, porque para eso ya están las simpaticonas monjitas de la caridad" seguí leyendo. "Sin embargo, mi alma rehabilitada, en su esfuerzo por integrarse es esta bonita sociedad que compartimos y que tan bien nos trata, estaría dispuesta a hacer una excepción contigo siempre y cuando me lo devuelvas como corresponde". Llegué al final. "¿Quieres ver la cara de tu amiguita fiscal arder de rabia?"
Revolví el resto de imágenes, fingiendo analizarlas. Sonaba tentador pero... Pero...
Si me implicaba con él, mi trastorno seguiría empeorando y, además, estaba Jimin tenía razón. No podía fiarme. No sin las emociones de su identidad primaria frenándole aunque, claro, él, como la brillante mente manipuladora que era, ya había previsto mis dudas de antemano. Lo supe al ver las dos últimas frases, escritas en un lugar diferente, al pie del sonriente retrato de Tae Hyung.
"Yoon Gi te sigue necesitando, amor".
Mi resolución se volatilizó al instante, como un puñado de cenizas arrastradas por el viento. Y yo. Y yo a él. Mucho. Muchísimo.
"Ayúdale y yo te ayudaré a ti".
Los ojos se me humedecieron. Eso significaba que...
No. No, no. Ojalá me equivocara. Ojalá.
—¿Y bien? —El tono carrasposo de Kim Wo Kum me arengó de nuevo—. ¿Qué me dice? ¿Reconoce a alguien?
Hice mi mejor esfuerzo por tragarme las lágrimas antes de devolver las imágenes al sobre.
—A Kim Tae Hyung nada más.
El hombre resopló, se echó hacia atrás y, de buenas a primeras, el rostro maquillado y perfecto de Yoo Hyeon arrampló con su lugar y se abalanzó sobre mí.
–¿¡Por qué insiste en mentir!? —me escupió—. ¿¡Sabe que está cometiendo un delito que por sí sólo justifica una pena de cárcel!?
Mis ojos la esquivaron y se posaron en Pang Eo, más impacientes de lo que me hubiera gustado, y, con ello, una sonrisa de medio lado emergió de la comisura de sus labios.
—Señoría, a mí también me gustaría hacer una pregunta. —Levantó la mano y todas las mirada se posaron sobre él—. ¿Puedo?
La pregunta y mucho más en la próxima actualización de DELIRANTE.
No te la pierdas.
N/A: como casi todas las cosas en esta vida, en Salud Mental, la complejidad/ dificultad se haya en los grados de la patología y sus síntomas.
Existen tres grandes estados en los niveles de conciencia:
- consciente: lo que viene a ser el estado de vigilia normal de cualquier persona.
- inconsciente: los estados en donde se producen todos los procesos automáticos y los diferentes mecanismos de defensa.
-preconsciente: el estado medio entre un lado y otro.
Por línea general un estado de flashback va a conllevar un salto directo entre el inconsciente y el consciente. Sim embargo, el estado intermedio, raro pero posible, indicaría un grado de control parcial de la situación. Y aquí es donde parece que está Mei ahora.
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