Día Dos
"Yo iba a casarme".
Me dejé caer en el sofá con uno de los últimos manuales de Psicopatología que había comprado en el regazo y la mirada perdida en el vaso de agua que permanecía intacto sobre la mesa.
"Pero el mensaje no estaba claro. No sabía qué flores tenían que ser".
Uf; ¿pero qué era eso?
Me había pasado toda la mañana y parte de la tarde del día anterior consultando libros y buceando en artículos de bibliotecas científicas virtuales y aún no había conseguido ponerle nombre a aquella extraña repetición de frases.
Era la primera vez que veían una manifestación así y, por mucho que revisaba, no cuadraba con nada que conociera. No era una ecolalia, pues eso era más propio del autismo y saltaba a la vista que el chico no cumplía con el perfil. Tampoco se trataba de una resonancia, típica en la esquizofrenia, puesto que, según acababa de repasar, en esos casos se repetía el eco de lo que otro dijera, como un papagayo, pero no un mensaje propio. Y, en cuanto a los automatismo verbales, para considerarlos debía cumplirse un cuadro traumático más amplio que, por el momento, no había detectado.
Demonios.
Tendría que haberme molestado en indagar un poco más en vez de haber terminado la sesión en la forma apresurada en la que lo había hecho pero, la verdad, el asunto de las flores me había dejado los nervios más tensos que las cuerdas de una guitarra y no había podido continuar.
"Me las encargaron".
¿Por qué? ¿Para qué?
Recorrí con la mirada las baldas de la estantería que enmarcaba mi pequeña televisión. Allí, junto a mis novelas, descansaba el jarrón con la solitaria rosa blanca que Jimin se había llevado. Dios; todavía no me cabía en la cabeza que hubiera sido capaz de cogerla ni que ahora estuviera decorando mi casa cual trofeo criminológico. Resultaba de lo más inquietante.
"Encuentra la pareja perfecta".
Y esa frase...
Más que el contenido, lo que me había alarmado había sido el tono con que Tae Hyung lo había pronunciado, en una amabilidad robótica difícil de interpretar que me había dejado congelada. ¿Sería algún lugar de citas? ¿Una pedida de mano? ¿Un consejo para nosotros? ¿Un reflejo distorsionado del crimen? ¿Quizás solo su mente atascada en asociaciones libres?
—¿Pareja perfecta?
Jimin, que había dejado caer los brazos sobre la mesa debido a la impresión, me había buscado con una mirada de desconcierto que yo le había devuelto de la misma manera. Los dos habíamos estado muy perdidos.
—¿Qué es la pareja perfecta, Tae Hyung?
—Yo iba a casarme. —El aludido se limitó a repetir lo anterior.
—¿Serías tan amable de explicármelo un poco? —Su interlocutor se aclaró la voz e intentó reproducir la fórmula con la que había conseguido minutos antes sacarle una frase más—. Como te he comentado, soy un poco lento y me cuesta entender algunas cosas. —Se encogió de hombros, con aire simpático—. De verdad, discúlpame por ser tan tonto.
Esta vez no hubo respuesta y el denso silencio se adueñó de la habitación. Llegar a él desde la alianza terapéutica no estaba funcionando.
—Noona, me parece que no vamos a conseguir nada. —El desaliento de Jimin me cosquilleó en la oreja—. No entiendo lo que le ocurre. Parecía encontrarse bien pero ahora está completamente ido.
Asentí pero no pude responderle porque nuestro entrevistado rompió a canturrear y abandonó su lugar en la mesa para ir a por los ramos y depositarlos frente a nosotros.
—No sabía qué flores tenían que ser. —Sus dedos acariciaron el plástico del envoltorio—. El mensaje no estaba claro.
Vale. Se expresaba de forma deshilachada pero, ¿y si trataba de meterme en el discurso, como se hacía con la esquizofrenia? El tema de las parejas me escocía bastante pero me serviría de excusa y le daría más autenticidad a la conversación. Total, nada perdía.
—¿Qué tengo que hacer para encontrar la pareja perfecta? —le solté, con una firmeza que apareció de la nada y que me sorprendió hasta a mí—. Quiero conseguirla porque resulta que soy muy infeliz.
Vi por el rabillo del ojo cómo la silueta de Jimin se revolvía, espantado ante mi repentina confesión, pero no me quedó más remedio que ignorarle y mantener la vista sobre el testigo. Ya que había empezado, tenía que seguir.
—No sabía qué flores tenían que ser.
Ya. Venga. Un poco más.
—Sé que compraste ambos ramos porque el mensaje no estaba claro —proseguí—. ¿Debo hacer lo mismo?
Las pupilas de Tae Hyung chisporrotearon en un brillo extraño, como fascinado.
—. Yo tenía... —Cogí aire, con dificultad; vamos; podía decirlo, ¿verdad? —Yo también quería casarme —conseguí terminar—. Estaba muy enamorada pero las cosas no salieron bien y le perdí. —Eché el cuerpo hacia delante—. Ahora estoy sola y necesito saber qué tengo que hacer.
—Nadie puede estar seguro.
Mis pulmones se liberaron de la tensión. Por fin. Por fin algo diferente.
—A lo mejor ya tiene una rosa.
¿Cómo?
—Quién sabe... —Tae Hyung continuó hablando como si lo hiciera para sí mismo, mientras rompía los envoltorios y extendía las flores, una por una, en una hilera de perfecta simetría—. Quién sabe... —repitió—. El mensaje no estaba claro.
Uf.
—¿Quieres probar suerte?
Me costó unos segundos procesar que la pregunta no se dirigía a mí sino a mi ayudante, que se había quedado complemente rígido y contemplaba la cadena de rosas boquiabierto.
—¿Quieres una flor? —le animó, con una sonrisa de oreja a oreja—. Escoge.
Dios; ¿pero qué...?
—¿Yo? —La voz de Jimin apenas se escuchó—. ¿Por qué yo?
—Encuentra la pareja perfecta.
Y así había sido como él, medio turbado, había terminado cogiendo la primera rosa blanca de la fila y yo, al ver el rumbo que estaba tomando todo aquello, me había alarmado de tal forma que me había levantado y había dado por terminada la entrevista.
Flores. Mensajes. Parejas. Repeticiones de frases. Y, en medio de todo, el crimen que me había negado a analizar. Así no había manera de hacer un análisis decente.
Suspiré y tanteé con la mano el cristal de la mesa, tratando no moverme más que lo estrictamente necesario, para coger el móvil y buscar en mi lista de correo la dirección de Kim Wo Kum.
"Envíeme las fotografías del homicidio". Me salté el saludo y las formas protocolarias. "Creo que me van a hacer falta".
—Ya es la hora de comer, noona.
El cojín del sofá se hundió y levanté la vista de la pantalla. Jimin acababa de dejar un enorme bol de ramen humeante sobre la mesa y me observaba, sentando a mi lado, con la misma expresión hermética que le había acompañado desde que habíamos abandonado el juzgado.
—Seguiré repasando en tu lugar. —Antes de que pudiera reaccionar, me quitó el libro de encima y sus ojos se zambulleron en las páginas—. Por favor, descansa y disfruta de la comida.
—¿Tu no vas a comer?
—No tengo hambre. —Alzó los ojos levemente—. Pero no te preocupes.
Ya. Por supuesto.
—¿Qué te pasa?
Le rocé el hombro pero mi contacto le hizo meter aún más la cabeza en el manual y una punzada de culpabilidad me agitó el pecho. No tendría que haberle permitido entrar en la entrevista.
—¿Sigues inquieto por lo del caso? —inquirí— ¿Estás agobiado?
—No.
Le arrebaté el libro, sin contemplaciones, y lo cerré.
—No me mientas, Min Jimin.
El aludido, azorado, no fue capaz de sostenerme la mirada y la desvió sobre la alfombra de motivos geométricos que habíamos comprado hacía unos meses.
—No lo hago, noona, de verdad que no —musitó—. Solo estoy un poco preocupado por... —Se llevó la mano a la nuca—. Por lo que has dicho antes a cerca de que eras infeliz y... —carraspeó—. Es que no quiero que seas infeliz. Hago todo lo posible para que no lo seas.
—Lo sé —le devolví, con suavidad.
—Y además... —Volvió a titubear—. No me gusta que digas que estás sola porque no es verdad.
—También lo sé.
—Pero te sientes así —concluyó—. No importa lo que haga. Te sigues sintiendo así.
Vaya. La situación le había puesto tan nervioso que sus inseguridades empezaban a aflorar.
—No, lo que tu haces siempre me importa —corregí—. Tu compañía es mi tesoro y la cuerda que evita que me caiga pero... —medité la continuación—. No todo puede depender de ti, Jimin.
—¿Y por qué no puede? —Me sorprendió que me devolviera la pregunta pero su tono de molestia lo hizo aún más— ¿Por qué no, noona?
—Porque eso se llama dependencia y es un problema muy grande.
—Dependencia. —Entrecerró los ojos, en una mezcla entre la tristeza y la ofuscación—. ¿Me quieres dar a entender que el hecho de que esté contigo, intentando que estés bien, procede de mi tendencia a la dependencia? —preguntó entonces—. ¿Y que quiero que tu también dependas del mismo modo de mí?
No contesté. En parte sí lo pensaba pero, en todo caso, la culpa de que eso estuviera ocurriendo había sido mía.
Aquel chico de talante depresivo y carencia afectiva extrema había aparecido en el rellano de mi casa tras el ingreso de Yoon Gi en Tokyo, aferrado a la idea de ayudarme bajo la creencia de que se lo debía a él, pero al final había sido yo la que le había asumido. Y lo había hecho a tal extremo que empezaba a darme cuenta de que su presencia a mi lado estaba adoptando un cariz demasiado importante.
El detonante se había producido cuando, tras unos cuantos días escondido entre las cuatro paredes de mi apartamento, había conseguido convencerle de que se entregara en el juzgado y, al hacerlo, le habían caído cinco años de prisión y otros tantos de condicional. Recordaba que entonces me había llamado la atención su firmeza al aceptarlo pero, claro, detrás de su fachada complaciente se escondía una intención opuesta que no tardó en salir a la luz.
Fue un Martes por la tarde cuando recibí la llamada. A la hora de la comida, había estrellado una jarra de agua contra el suelo y había utilizado los pedazos de vidrio para cortarse las muñecas y tratar de agredir a los trabajadores que habían intentado detenerle y, como era de esperar, el suceso precipitó la llamada de Kim Woo Kum. Quería que lo visitara y lo evaluara y yo ni me lo pensé.
No tardé ni una hora en llegar. Estaba en el suelo de la pequeña habitación, frente al ventanuco blindado que daba al patio de recreo, con el cabello rubio revuelto y las manos vendadas tras los cerca de quince puntos que le habían tenido que dar, y se debatía entre silenciosos espasmos de llanto.
—Yo podía haberle detenido —me dijo, nada más percatarse de mi presencia—. Podía haberlo hecho pero soy una escoria y no quise. —Se encogió aún más—. Fui un egoísta —continuó—. Solo soy un maldito despojo humano que no sirve nada más que para empeorar las cosas.
Como no sabía a lo que se refería y tampoco era el mejor momento de intentar abrir la caja de los horrores, me limité a sentarme a su lado y mis ojos analizaron la desnudez de la bombilla del techo.
—Todos cometemos errores —murmuré.
—Pero no todos implican la muerte de personas.
—Eso es cierto —admití—. Pero lo que ocurrió con tu hermano fue algo excepcional que...
—No se trata de Yoon Gi, noona —me cortó—. En esta ocasión no me refería a él.
La mente se me quedó en blanco. Rayos; ¿no?
—¿Y entonces de quién hablas? —me interesé— ¿A quién tendrías que haber detenido?
Por toda respuesta, se replegó sobre sí mismo y su cabello rubio desapareció entre sus rodillas. No me lo diría. Callar y arrastrar la culpa era una opción más fácil para él.
—Bueno, tampoco importa de quién se trate —reconduje—. No creo que fustigarse por el pasado vaya a hacer que se arregle y tampoco va a mejorar nada.
—Hablas así porque no sabes. —La réplica resonó cargada de ansiedad—. En realidad no sabes lo que... —Ahogó un gemido —. Simplemente no puedo vivir con ello... No puedo seguir... No puedo...
—Yo también he hecho cosas terribles. —Decidí probar con una autorrevelación, consciente de que quizás no sería lo mejor pero a la vez esperanzada en que sirviera para movilizarle—. Al igual que tu, mis acciones han afectado a la vida y a la muerte de varias personas y, también como tu, hubo un momento en que quise arrancar mi monstruo y eliminarlo. —Los sollozos cesaron—. Fue Yoon Gi el que, a través de su trastorno, me enseñó a aceptarlo.
—Yo no creo que pueda hacer eso. —La cabeza de Jimin se sacudió en negativa —. No puedo.
Fue entonces cuando un regusto salado en la comisura de los labios me hizo darme cuenta de que yo también había roto a llorar.
—¿Y si te ayudo? —Me sacudí las lágrimas con la manga antes de que sus ojos, hinchados y enrojecidos, se volviera hacia los míos—. Tendrías que comprometerte a seguir una terapia —me apresuré a explicar—. Y también tendrías que prometerme que buscarás mi ayuda si te colapsas en vez de hacer este tipo de cosas. —Le tiré de la venda—. De ese modo podrías trabajar conmigo. Podrías sentirte útil usando tu experiencia para ayudar a otras personas.
Se me quedó mirando largamente, boquiabierto y sin saber qué contestar, hasta que un par de lágrimas rezagadas decidieron jugarme una mala pasada y me empañaron la visión.
—Noona... —murmuró, consciente de mi estado—. Noona, no llores...
Desvié la vista al lado contrario, tan rápido como pude, pero no funcionó y sus brazos terminaron rodeándome, con esa ternura tan característica que siempre le había hecho especial.
—Me iré contigo —susurró—. Haré terapia y te doy mi palabra de que no volveré a autolesionarme pero, por favor, deja que yo también sea un soporte para ti.
Después de aquello, hicieron falta dos semanas de papeles, informes y vistas preliminares para que el juez aceptara mi propuesta de condena terapéutica. El menor de los Min fue puesto en libertad bajo la cláusula de "importante riesgo vital para sí mismo" y confiado a mis manos, con una pulsera de localización y un montón de condiciones que me comprometí a cumplir y, desde entonces, nos había ido bien. Hasta ahora.
—Voy a volver a calentar la sopa.
Aquella frase me devolvió al presente mientras él abandonaba el sofá y recogía el plato, cabizbajo.
—Jimin, lo sient...
—No te disculpes, noona —Su silueta perdió en el interior de la cocina—. Entiendo que creas que es dependencia puesto que así fue con mi hermano y también contigo, al principio. —Las teclas del microondas resonaron—. Pero ya no —corrigió—. No busco cuidarte para subir mi autoestima ni pretendo sentirme importante con el hecho de que solo me tengas a mí. —Me pareció que suspiraba—. No tiene nada que ver con eso.
¿Ah, no?
La vibración del móvil tintineó sobre el cristal de la mesa e interrumpió la conversación. Era Kim Wo Kum.
"Señorita Eun, menos mal que ha decidido entrar en razón y tomarse esto con la seriedad que corresponde porque me hace muchísima falta el informe del estado mental del testigo".
Vaya; desde luego, ese anciano vivía en un estado de urgencia permanente.
"Le adjunto el fichero de fotos cifrado y la clave en otro correo".
—Las fotos —anuncié—. Me acaban de mandar las fotos.
Jimin reapareció, con la cuchara de revolver sopas en la mano y el rostro más pétreo que le había visto en años en el instante en que introduje la contraseña y le di al botón de descargar archivos.
Una ristra de imágenes en miniatura se desplegó ante mis ojos.
Amplíe la primera. Me pegué a la pantalla.
Era una mujer. Estaba tumbada con los brazos cruzados sobre el pecho y...
¡Cielos!
¿Quieres probar suerte?"
"¿Quieres una flor?"
"Encuentra la pareja perfecta".
Todo estoy y mucho más en la próxima actualización.
¿Te lo vas a perder?
N/A: ¿Adivinan quién reaparecerá en la siguiente actualización?
Sí, es a quien todxs estamos deseando leer.
¡Ahora sí que no te lo puedes perder!
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