Día Diez


(Voz narrativa: Jimin)

Contemplé, al borde de las lágrimas, las suaves líneas del rostro de Mei, abstraídas en redactar en su cuaderno una lista que había titulado "elementos del caso" mientras el forense, sentado al lado, revisaba con cara de no enterarse de nada el mensaje que Jung Kook nos había entregado.

No aguantaba más estar allí, apotronado en aquella mesa de reuniones. Quería gritar, correr o romper algo, lo que fuera. Quería hacerle saber a todos, a ella, lo espantosamente mal que me sentía. Y, sin embargo, para variar, lo que había hecho había sido limitarme a sonreír y a asentir a todo lo que me decían, tragándome la creciente sensación de nulidad y aquel espantoso miedo que me envolvía y que había empezado en el restaurante de pollo del centro comercial.

En el instante en el que Mei me había dicho que era consciente de lo que había ocurrido entre nosotros pero que Yoon Gi seguía ocupando su corazón, el mundo se me había caído encima. De hecho, había tenido que concentrarme en la carne para evitar romper a llorar.

No me parecía bien. No me parecía en absoluto bien pero había adoptado esa actitud de aceptación amparado en la idea de que mi hermano, gracias a la mentira que le había soltado, seguiría a lo suyo y la alejaría con la misma contundencia con la que espantaba siempre a todo el mundo. Había esperado el rechazo, que le hablara mal y que después ella regresara a mí en busca de consuelo. Sin embargo, nada de eso había ocurrido y yo no entendía qué había fallado.

Los había visto al anochecer.

Mientras deambulaba por el pasillo de protección de testigos, en busca de las habitaciones que Kim Wo Kum nos había cedido para descansar, los había encontrado charlando con evidente complicidad frente a la máquina de comida. Y yo, claro, había entrado en pánico y me había terminado mordiendo el carrillo hasta hacerme sangrar.

¿Le estaba haciendo caso? ¿Y si se enamoraba de ella otra vez? O, peor aún, ¿y si empezaba a recordar? Me odiarían y se irían juntos. Me quedaría solo. Solo y con un amor roto e inútil entre las manos y eso... Uf; eso me aterrorizaba.

—¿Y qué se supone que debe responderse? —El forense soltó el teléfono sobre la mesa y se quitó las gafas—. Debo estar haciéndome viejo porque no lo entiendo.

—Esa es precisamente la intención del mensaje. —Mei levantó la cabeza unos segundos, antes de volver a bajarla sobre sus notas—. Es una elección basada en una creencia personal.

—Eso lo veo. —El hombre se rascó el mentón y entonces me miró—. ¿Cuál dirías tu que es la buena?

El corazón se me subió a la garganta. ¿Yo? ¿Y por qué yo? ¿Qué más daba lo que dijera yo? Ni siquiera había leído el mensaje completo. Ver el nombre de Shin Hye escrito ahí me revolvía demasiado como para atreverme a hacerlo. ¿Acaso...? ¿Acaso sospechaba de mí? No, calma. Venga, calma.

—Lamento mucho no poder ser de ayuda, señor Kim. —Me tragué los nervios—. No se me da muy bien analizar ese tipo de cosas.

"Sin embargo, un día, descubrí que mi perfecta rosa no estaba sola" —me leyó en voz alta—. "Por la parte más escondida de las hojas, un pequeño capullo de color blanco había aparecido".

Contuve el aliento. Shin Hye. El que lo había escrito decía llamarse Shin Hye. No creía poder escuchar más manteniendo la entereza.

"No era igual". —Las palabras me palpitaron en el pecho—. "De hecho, ni se le parecía. Era sencilla y no generaba la atracción de su hermana y, como había emergido por detrás, no podía verla a menos que la buscara a conciencia. Sin embargo, no tenía espinas y, por lo tanto, tocarla era más fácil y bastante más agradable".

Intenté centrarme en Mei. Había dejado de escribir y se restregaba los ojos, como si le escocieran. ¿Qué le ocurría? ¿Estaba llorando? ¿Tenía sueño? Eché un vistazo al office del fondo. Localicé tres tazas colgadas en un palo de madera junto a un estante de cápsulas de bebida y me levanté, con cuidado, en busca de la cafetera. Si le preparaba algo me relajaría un poco y ella por lo menos me miraría un par de segundos. Quizás hasta me sonriera. Eso era mucho.

"Quise cuidar de las dos pero al poco tiempo empezaron a marchitarse de modo que las llevé a un jardinero" —proseguía el mensaje—. "Hay que elegir una, me dijo, muy serio. El tiesto no está pensado para dos y, si lo dejas así, seguramente morirán". —Un líquido oscuro de olor a tostado comenzó teñir el fondo de la cerámica—. "¿Cuál arrancar? La roja es la primera, la más fuerte y también la que amo pero la blanca, aunque haya llegado después y sea más frágil, también es más accesible y me consuela por no poder tocar la otra".

Coloqué la taza colmada en su plato y le añadí un terrón de azúcar. Yo eliminaría la roja.

—Para el autor del texto, la respuesta correcta es quitar la roja porque la blanca es la que representa lo que le debió ocurrir a él.

La aclaración de Yoon Gi me hizo dar un respingo y el café por poco se me desborda. Había entrado, con un par de bolsas, y ni cuenta me había dado.

—El mensaje aboga por destruir lo que destaque a los ojos, lo que sea bello o llame la atención, en aras de elegir a quienes pasan desapercibidos.

Sacó del paquete el transportador de bebidas de una conocidas cadena de cafeterías y lo colocó en el centro de la mesa.

—Inculca a los chicos la idea de que son unas pobres rosas blancas y, a través del cuento, les enseña que serán arrancados del tiesto si no se mueven. Al final lo que consigue es que les entregue a la víctima y hasta que colaboren en la muerte, creídas en que el alma de su amada se redimirá por preferir el rojo y podrán casarse con ellas después.

Destapó uno de los recipientes, removió el interior y se lo alargó a Mei, que lo tomó con una sonrisa preciosa. Eso me sentó fatal. Era yo quien siempre le preparaba el desayuno.

—Pero por supuesto ellas no vuelven y, si le añadimos que una vez realizada la sentencia el autor desaparece, el delirio compartido se desvanece —completó Mei—. No puedo creer que hayas ido ido donde la señora Won. —Cambió de tema, con los ojos puestos en las siglas del envase—. Suele tener mucha gente a estas horas.

—La perspectiva de echarnos la siesta en medio del caso era peor. —Él, no contento con haberle comprado bebida, le tendió una caja roja rectangular—. Ten.
La reconocí al instante. Eran galletas. Las galletas que yo había intentado comprarle el día anterior.

—Tenías un ticket en el abrigo. —Se apresuró a aclarar, antes de que Mei, anonadada, pudiera preguntar al respecto—. Compraste tres el mes pasado así que supuse que te gustaban.

Volqué la taza sobre el fregadero, sin ningún cuidado, y el borde del plato se resquebrajó.

¿Cómo había llegado a ver ese ticket? ¿Cómo? Y, ¿por qué era él el que se las daba y no yo? Yo también las había comprado pero, entre unas cosas y otras, no había encontrado el momento de entregárselas y ahora me sentía acabado, hundido y tan desterrado que quizás lo único que me quedara fuera llorar y estrellar la cerámica contra la pared. Menos mal que Kim Wo Kum volvió a hablar y su comentario me hizo consciente de dónde me encontraba: era arriesgado que me vieran descontrolarme.

—Pensaba que el señor Min se ganaba la medalla de oro al trastorno mental más rebuscado —observó—. Sin embargo, veo que la competencia no tiene desperdicio.

—No me compare, por favor —bromeó el aludido—. Yo soy un psicópata con mucha coherencia.

—Pues, sinceramente, espero que su coherencia sirva esta vez para evitar muertes en vez de para producirlas. —Su teléfono, apoyado en la mesa, se deslizó en las rítmicas vibraciones de varios mensajes de texto—. Y, mire por dónde, aquí llega su oportunidad de demostrarlo y ganarse esa libertad que, discúlpeme la sinceridad, yo preferiría que no tuviera. —Le mostró la pantalla—. El juez acaba de autorizar que se reúna con el hermano de Kim Shin Hye.

—Le diría que no se ponga tan nervioso y que confíe un poco en mí pero no gastaré tiempo porque, diga lo que diga, no lo va a hacer.

—Mi recelo se lo ha ganado usted solito y a pulso —replicó éste—. La última vez montó un espectáculo dantesco, le clavó un bolígrafo en el ojo a uno de mis hombres y luego se dio a la fuga.

—No entiendo el ataque gratuito —intervino entonces Mei—. En ese momento Yoon Gi no él y eso usted lo sabe —remarcó, despacio—. Y sí, aunque le pese, porque es obvio que le pesa, ese espectáculo al que llama fuga dantesca fue lo que desenmascaró a Jung Hoseok y me salvó la vida a mí.

Kim Wo Kum frunció el ceño y yo aproveché que empezaba a protestar para escaquearme y salir al pasillo. El agobio me había bloqueado y no me dejaba escuchar más.

¡Ay, Dios mío! Acababan de mencionar asuntos del pasado sin temor a la reacción de Yoon Gi y, encima, ésta había sido de lo más normal. ¿Ya se había dado cuenta? ¿Y si había deducido quién era Mei y por eso cuchicheaban tanto entre ellos?

Todo había salido mal. ¡Había salido terriblemente mal!

"Y. M, creo que las cosas se han descontrolado". Me senté en la escalera de incendios, junto a la máquina expendedora, sin apartar los ojos del chat de la web. "Pensé que podría lograrlo pero he sido muy lento y ya no tengo nada que hacer".

"¿Te rindes?". Su mensaje fue rápido; estaba conectado. "Qué lástima, chico- desastre, que aceptes entregar tu felicidad con tanta facilidad".

Me escurrí las lágrimas con la mano. No podía entregar lo que nunca había tenido.

"Es que tu no sabes lo listo que es mi hermano" traté de explicarme. "Le mentí para que se alejara y, por si acaso, también la engañé a ella. Me comporté como una auténtica escoria, como un ser de lo más despreciable, y la dejé llorar y desesperarse con tal de lograr que me viera como su único consuelo pero creo que él se ha dado cuenta y le ha dado la vuelta a todo y ahora yo... Yo... "

Me interrumpí. No sabía cómo explicarlo. Estaba enfadado. También frustrado. Rabioso pero a la vez culpable por mis actos. Y triste. Muy triste.

"Me odio por ser así" escribí al final.

"No tienes por qué ya que en el amor todo vale y todo está permitido." Me recordó mi amigo desconocido. "Tu sentir es genuino y puro, es lícito y, por lo tanto, lo que hagas estará bien" siguió. "Todo estará bien".

Aquello, pese a ser solo un puñado de letras, me reconfortó un poco. Era verdad. Por eso lo había empezado. Porque en el amor todo valía. Porque era justo. Porque estaba bien, hiciera lo que hiciera.

"Además, fíjate en el detalle. ¿No me habías dicho que tu chica se había propuesto separarse de tu hermano y que la habías besado el otro día?"

"¿Acaso importa ahora?"

"Claro que sí". Me bebí la contestación. "Son señales inequívocas de que te ama pero el pasado le nubla demasiado y le impide darse cuenta".

¿En serio? No me había puesto a mirarlo de esa forma pero, ahora que lo pensaba, cuando había estado encerrada en la habitación, había corrido a abrazarme. Había llorado. También me había dicho en varias ocasiones que yo era más importante de lo que pensaba. Y el beso. Me había correspondido.

"Hay que hacerla despertar".

La conclusión de Y. M me embargó el pecho de un extraña esperanza. Sí, aún lo podía conseguir.

"Puedo ayudarte. Solo dame su nombre y una dirección donde encontrarla y te diré qué hacer".

Pero...

—¿Estás cómodo con el culo puesto en esa escalera que, con suerte, limpian una vez al año?

¿Yoon Gi?

Me apresuré a bloquear la pantalla y la conversación desapareció.

—Es que no quería molestar pero el caso es que me estaba agobiando ahí dentro.

Busqué algo que fuera medianamente verdad. Si me inventaba una excusa, se daría cuenta.

—Con lo del mensaje me han venido un montón de recuerdos espantosos sobre la... —Sus ojos me analizaron—. La fosa —Tragué saliva; ¿me miraba extraño o era mi imaginación?—. Con eso de que el autor usa el nombre de Kim Shin Hye, me visualicé cavando en el bosque y escondiendo los restos y me entraron ganas de llorar.

—Sé que convivir con los errores es duro. —De repente, me tendió una lata de refresco de naranja y, antes de que me quisiera mover, se había sentado a mi lado—. Yo también lo hago cada día y es tan agotador que alguna vez se me ha pasado por la cabeza si no sería mejor simplemente cerrar los ojos y fingir que nada pasó.

Eso hacía yo. Fingir y ocultar mi monstruo. Ocultarlo de todos. Hasta de mí.

—Sin embargo, el pasado siempre estará ahí. Por mucho que ansiemos rebobinar el tiempo, nunca podremos cambiar cosas como, por ejemplo, el día de la muerte de papá.

—Yo no cambiaría eso. —El chasquido de la lata al abrirse burbujeó el tenue aroma de la naranja—. Era un ser despreciable y se merecía lo peor.

—Posiblemente. —Mi hermano le dio un trago a la bebida—. Pero ese fue el detonante de toda la mierda posterior de Hoseok y del psiquiatra y... —Me acarició el hombro—. De la tuya también.

El pulso se me aceleró. Lo sabía. ¡Ay, Dios! Pero, ¿cómo? ¡¿Cómo?! No, no lo sabía. No podía saberlo. Estaba preocupado por mí. Nada más.

—Yo no siento que eso me afectara tanto, Hyung —me las arreglé para responder—. El pasado ya casi no me molesta.

—¿No acabas de decir que el nombre de Kim Shin Hye te produce ansiedad?

Sentí que el estómago se me encogía, como si alguien me hubiera dado una fuerte patada y estuviera a punto de caer al suelo.

—Yo... —Esta vez no pude evitar titubear—. No es... No es eso...

—Me trae sin cuidado lo que digas que sea o deje de ser —me cortó—. No me interesa que te excuses con la primera estupidez que se te ocurra ni que andes lloriqueando por las esquinas lamentándote de la mala suerte que tienes por seguir vivo y, añado, libre por las calles de Seúl cuando bien podrías estar metido en una celda hasta que te salieran canas en el pelo.

—Pero... —Estaba acabado, ¿verdad? Lo estaba—. Hyung...

—Jimin, me encantaría verte bien. Por eso, si de verdad te arrepientes de algo solo asegúrate de no repetirlo y, si crees que no eres capaz, yo estoy aquí para ayudarte.

Ese comentario que, por supuesto, no esperaba para nada, me derrumbó por completo. Tanto que le abracé.

Hyung... Mi Hyung...

Quería contarle lo que me atormentaba y pedirle perdón. Quería redimirme y hacer las cosas bien. De verdad quería. Y también quería poder sentarme a su lado y abstraerme con sus excepcionales comentarios, como había hecho tiempo atrás, en el suelo de la alfombra mientras esperábamos que las palomitas que la señora Jung me traía a escondidas todos los días, se hicieran en el pequeño microondas de la cocina.

Y, quizás por eso, por ese anhelo, empecé a hablar y a recordar los buenos momentos que habíamos tenido juntos primero Daegu y después en el piso que habíamos alquilado de las afueras de Seúl para que yo postulara en empresas de publicidad mientras él se metía de lleno en la Facultad de Medicina, como siempre había querido. Hasta que la secretaria del forense apareció para anunciarle que le esperaban en la oficina de prisiones y nos despedimos.

—Quédate aquí con Mei y ayúdala con la entrevista que quiere hacerle a Woo Yo —pidió—. Puede que la notes algo seria y distante pero no te asustes —añadió—. Necesita tiempo para analizar algunas cosas pero te quiere.

Me quería. Y.M ya me lo había dicho. Me quería y hasta mi propio hermano lo reconocía.

Me quería.

Me quería a mí.

"¿Vas a meditar con la almohada la conveniencia de aceptar mi ayuda, chico- desastre? " Un nuevo mensaje me saltó a la pantalla. "Tengo algo importante que hacer ahora y, aunque me encantaría poder concederte más tiempo de reflexión, necesito una respuesta urgente". Leí. "Dime su nombre o cede el turno a otro".

Contemplé la espalda de mi hermano alejarse a buen paso en dirección al hall de la escultura de la diosa Justicia.

Lo sentía.

Lo sentía enormemente por él pero quería ser feliz.

"Se llama Mei" escribí. "Eun Mei Te".

El mensaje se ha revelado y con él el extraño delirio compartido pero, ¿quién se esconde detrás de la difunta Kim Shin Hye?
¿Quién es Y.M? ¿Y por qué parece querer ayudar a Jimin?

Todo esto y mucho más en la próxima actualización.
No te lo pierdas.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top