Día Cuatro: Delirante
"Mensaje poco claro", tecleé en la lupa de aquella página web de tonos morados y animaciones de corazoncitos.
"Su búsqueda ha obtenido: 0 resultados".
Lo borré y traté de cambiarlo un poco. "Mensajes que no se entienden". Nada. "Mensajes de amor confusos". Tampoco. "Bodas".
El despliegue de hilos que me apareció entonces fue tan extenso que me dio ansiedad con solo pensar en la idea de tener que abrirlos todos.
Regresé al menú principal y repasé con la flecha del ratón los subforos: Presentaciones, Primer amor, Decepciones, Tertulia y Café, Quedadas, Ocio en pareja, Psicólogo del amor. Rayos; ¿en serio? ¿Hasta eso tenían?
"Significado de los colores de las rosas", se me ocurrió buscar.
Una conversación sobre los tipos de flores me saltó a la pantalla. Rebusqué por las líneas en donde alguien pedía consejo sobre ramos y otros tantos le daban recomendaciones para al final concluir en que lo mejor era "seguir el dictamen del corazón para acertar".
El dictamen del corazón. Ya. Quedaba bonito decirlo pero muy pocos se atrevían a hacerlo.
Me quité las gafas y me froté los ojos, cansados por la falta de sueño, antes de posarlos sobre el precioso conjunto de flores que un repartidor me había entregado ayer y que había puesto en un jarrón que había ido expresamente a comprar. Era la primera vez que me regalaban algo así y, aunque sabía que Jimin era el tipo de persona que compraba detalles cuando se sentía culpable, todavía no había conseguido deshacerme de los nervios que me habían entrado al cogerlo. De hecho, si me ponía a pensar, me daba cuenta de que venía estando así desde antes, exactamente desde nuestra conversación en el restaurante de carnes a la brasa al que habíamos ido al salir de la casa de Woo Young.
—Voy a volver a disculparme por lo de esta mañana —había comenzado él, con los ojos clavados en las piezas de carne que chisporroteaban en la parrilla—. Sé que tenía que haberte dicho que me metí en la web "Encuentra la pareja perfecta" anoche y te prometo que quería hacerlo.
—¿Y qué te detuvo? —Giré con las pinzas los trozos de comida para que se doraran—. La verdad, si te dijera que no me preocupas te mentiría.
—Lo sé, noona —contestó—. Es que... Pues... Empecé a buscar y...
—¿Encontraste algo importante? —Solté el utensilio y me pegué más a la mesa, buscando proximidad. Ya se me estaba empezando a disparar la cabeza otra vez—. ¿No me lo quieres contar porque crees que la información me va a poner mal?
Sacudió la cabeza a ambos lados.
—No vi nada que se pudiera asociar con el caso. —El rostro se le tornó en una expresión avergonzada—. Lo que te quería decir es que abrí un hilo de conversación.
Vaya. Eso sí que no me lo esperaba.
—¿Te pusiste a hablar con un desconocido de madrugada? ¿En una red que sabías que podía tener relación con nuestro testigo?
—No lo reflexioné de esa forma. —Agachó la cabeza, con pesar—. Lo siento.
Mil ideas me sobrevolaron por la mente. El pulso se me aceleró como un tambor y comencé a retorcer la servilleta que tenía en el regazo. Primero aceptaba la flor de Tae y luego se metía en la web a escondidas. ¿Qué rayos pretendía? ¿Acaso no veía el peligro de exponerse él solo de esa manera? ¿Y si empezaba a revivir recuerdos pasados? ¿Y si le sobrevenía de nuevo la depresión? ¿Y si se hacía daño a sí mismo?
—Lamento haber dado pie a que te agobiaras. —Cogió las pinzas que yo había dejado y comenzó a repartir el contenido de la parrilla en los platos—. Y es verdad que borré el chat pero no lo hice porque quisiera ocultarte nada peligroso sino porque lo escribí me daba demasiada vergüenza.
—¿Y eso? —Disimulé la desazón y me llevé un trozo de panceta a la boca—. No es como si yo fuera a censurarte. Te quiero, lo sabes.
—Sí. —Unas pupilas inseguras analizaron mi expresión—. Yo también a ti.
Me pareció que apretaba el mantel. Hablar le estaba costando horrores.
—Yo tampoco lo hice bien —busqué conciliar—. Tuve un mal sueño, me levanté muy alterada y me alarmé al verte eliminar la conversación pero en realidad no soy nadie para husmear en tus asuntos personales y entiendo que los quieras mantener en la intimidad.
No dijo nada así que estiré el brazo por encima de la mesa y apoyé la mano sobre la suya.
—Como te dije antes, a partir de ahora voy a confiar en ti y en lo que quieras contarme y también respetaré lo que decidas callar.
Sus dedos se movieron por entre los míos, en unos segundos eternos en los que me pareció que se debatía internamente sobre cómo continuar.
—La conversación que eliminé era sobre amores no correspondidos —murmuró—. Hablé de ello con una tal Akane.
Abrí la boca pero, antes de que pudiera comentar nada, retiró la mano, dejando la mía abandonada sobre el mantel, y cambió de tema como una exhalación.
—Por cierto, ¿qué piensas de las rosas que había en la casa de Jung Kook? — Trasteó con los palillos las verduras de la bandeja—. Parecía que Tae Hyung se las hubiera dado pero eso no puede ser, ¿verdad? —Cambió al cuenco del arroz—. No han tenido la ocasión de verse.
Esto... No, bueno. ¡Rayos! Un gusanillo nervioso comenzó a bailarme por dentro. Me quería poner a analizarlo pero no podía. ¿Amores no correspondidos? ¿Acaso había estado buscando consejo? ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Sería que..? No, no. Me hubiera dado cuenta, ¿verdad? Habría notado algo. Esas cosas se veían o... O no. Igual no tanto. Igual yo estaba tan metida en el trabajo y en el dolor del pasado que no era capaz de mirar nada más allá.
—Antes dijiste que Tae Hyung podría estar dentro de un delirio porque se inventó lo de la boda pero parecía convencido de que era cierto. —La voz de Jimin me llegó lejana, flotando a la deriva entre oleadas de pensamientos—. ¿Una decepción amorosa como la que ha contado Jung Kook podría desencadenar un cuadro así?
—Si la persona es vulnerable a ese tipo de patologías sí. —El tono me salió demasiado robótico. Un amor no correspondido, cielos—. Tendremos que indagar en sus antecedentes.
—Yo podría ir al hospital mañana y hacerlo mientras pasas la consulta.
Sus pupilas deseosas de aceptación se levantaron de la comida y el golpe de ansiedad que me entró cuando se posaron en mí fue tan grande que me tuve que beber un vaso de soju entero para calmarme. Ay; qué diantres.
—Pídeselo a Suni —simulé normalidad—. Te ayudará a buscar a datos.
Y, de hecho, debía de estar recogiendo montones porque hoy se había marchado de la clínica a eso de la cuatro de la tarde y ya eran más de las ocho, la consulta había acabado y todavía no había vuelto. En fin, tampoco era cuestión de que le llamara para ver dónde estaba como una controladora obsesiva, ¿verdad? No, claro que no.
Me estiré en la silla, cerré el navegador y abrí con cuidado el dossier de la víctima que me habían dado en el juzgado y que todavía no había tenido tiempo de leer. En el primer folio figuraban los datos personales junto con una fotografía antigua de la chica que habían grapado para que no se moviera. Parecía estar en una especie de fiesta de cumpleaños, a juzgar por el gorro de pico morado que llevaba en la cabeza y el enorme pastel de nata que tenía ante sí, se veía mucho más joven que en el momento de la muerte y, a su espaldas, algunos de los que debían ser sus amigos se mostraban sonriendo con el signo de la victoria.
Repasé su rostro ovalado, los ojos color avellana y las dos trenzas del cabello. Me seguía resultando familiar.
Nombre: Park Soo Bin.
Edad: 25 años.
Estado civil: soltera.
Profesión: periodista.
Origen en el padrón de habitantes: Daegu.
El nombre también me sonaba y... ¿Daegu? ¿Era natural de Daegu? Madre mía. Aquella ciudad parecía la cuna de todas las desgracias.
Datos recogidos en la entrevista a su tía materna: Nos comenta que la señorita Park vivía sola en un apartamento de nivel económico elevado en el distrito de Gangnam, en donde residía de forma habitual desde hacía varios años. Refiere que era una persona socialmente muy valorada, con muchos amigos, y que trabajaba desde hacía tres meses en Glamorous, una conocida revista de moda, como editora. No tenía pareja conocida ni tampoco enemigos.
Salté los datos relativos al currículum y a los logros deportivos y me fui directa a las fotografías del homicidio que estaban metidas en un sobre. Se notaba que la puesta en escena había sido trabajada a conciencia, sobre todo en lo que se refería al cuidado, al orden de los elementos y a la limpieza, sin una sola gota de sangre, algo que había debido requerir horas de dedicación. Por lo tanto, el acto tenía que había sido muy planificado.
"Mi hipótesis de partida es que el autor conocía a la víctima", escribí en el cuaderno. "Arregló el el cadáver, lo colocó con cuidado y eliminó la sangre, un sello muy apreciado en la psicopatía, con lo que, presumiblemente, le guardaba cierto afecto. Eso me lleva a pensar que el perfil homicida es emocional". El bolígrafo voló por la hoja. "Por otro lado, la desnudez y la limpieza son elementos que podrían adecuarse a un ritual de purificación".
¿Y la balanza? La busqué entre las tomas y me la pegué a la cara.
"En el ritual, tras la muerte, el corazón se arranca de la cavidad torácica y se pesa para evaluar el volumen de los pecados cometidos y valorar si merece perdón. Después se procede a la purificación para borrar las afrentas y mostrar al alma corrompida el camino hacia el buen destino".
Carraspeé. Bien mirado, lo que acababa de escribir sonaba a delirio místico de campeonato. ¿Podría ser? Regresé a la primera imagen y las extendí todas sobre la mesa. Empezaba a comprender la escenografía pero, con tan pocos datos, no podía justificar el Modus Operandi ni hilar nada en torno a Tae Hyung. Más que un simple testigo, aquel chico tenía toda la pinta de haber sido partícipe o coautor y haber comprado las flores para...
—¡Dichosos los ojos que por fin te ven!
La inesperada exclamación me pilló tan de improviso que por poco doy un salto y echo a rodar la silla contra la pared. ¿Suni?
—¡Mei, cielo!
Apilé las fotos en un montón y planté el dossier encima para taparlas antes de incorporarme y encontrarme con la cara entrada en años de mi amiga, eufórica y con los brazos extendidos.
—¡Ay, mi niña! —me abrazó—. ¡Cuántas ganas tenía de saludarte!
—¿No tendrías que estar trabajando? —Una amplia sonrisa se me dibujó en los labios cuando la sentí mesarme la espalda como lo haría una madre—. ¿Cómo va todo?
—Digamos que vivo en un no parar y he decidido salir del hospital un rato. —Gesticuló como si estuviera a punto de volverse loca—. Tenemos una planta nuevecita y preciosa, habitaciones divinas y un sistema de seguridad de tecnología punta pero la voluntad de los trabajadores es tan parsimoniosa que a veces quiero tirarles las sillas a la cabeza.
Sí, conocía la sensación. Recordaba sus caras de molestia y el tono fastidioso con el que me hablaban cuando aún trabajaba allí y les interrumpía en sus tertulias de café para pedirles que me ayudaran con algo. Suponía que ahora, trasladados en un nuevo complejo y con mil y una cámaras vigilando por ellos cada rincón, estarían aún más relajados.
—¿Y Dak Ho? —me interesé por el jefe de la Unidad—. ¿Cómo está?
—Cada día más desquiciado —me puso al tanto—. Se ha declarado devoto amante de las reuniones de emergencia sin horario y de los gritos indiscriminados.
—¿Más aún?
La verdad, me costaba creer que pudiera empeorar. De por sí, le encantaba vocear y amenazar a quien se le atravesara con darle vacaciones eternas.
—Cuando yo estaba, ya nos convocaba hasta para discutir hasta de los menús de la cafetería. —Le evoqué sentando en su despacho, despotricando porque la comida de guardia no era nutricionalmente apropiada, y la carcajada se me salió sola—. "En mi Unidad mis médicos tienen que llevar una dieta ejemplar" —le imité—. "Juro que los de la cocina me van a oír, que esto es Psiquiatría, no el comedor de una escuela infantil".
Mi puesta en escena le hizo romper a reír y la seguí.
—Deberías volver —me sugirió—. Todos, incluido Dark Ho, te echamos mucho de menos. —Sus manos abarcaron el perímetro imaginario de la habitación—. ¿De verdad prefieres estar aquí?
—Me gusta mi clínica.
En realidad, el trabajo hospitalario era mi especialidad pero no quería deambular por la planta. Todas las veces que lo había tenido que hacer había terminado visualizando a Yoon Gi por los rincones.
—¡Oh, ya, ya entiendo, ya! —Me dio un codazo y su expresión mudó a un gesto pícaro—. Con un ayudante como el que te has echado, ¿quién querría ver a los viejos carcamales del hospital?
—¿Qué? —Parpadeé; desde luego, pero qué conclusiones—. Suni, por favor, no digas tonterías.
—¿Sabes que cuando he visto a Jimin al principio no le he reconocido? —me ignoró—. Le recordaba como un jovencito triste y apagado, desvalido y muy necesitado de cariño, que apenas comía y que no tenía fuerzas ni para abrocharse los botones del pijama.
El trasiego de papeles en la recepción me hizo mirar a través de la puerta abierta, azorada. Habían venido juntos, claro, y, aunque él se había quedado fuera, nos estaría escuchado.
—Ha sido toda una sorpresa. —La voz de mi amiga siguió retumbando en medio del silencio—. Es un niño muy lindo y... —Me sonrió de oreja a oreja—. Se le iluminan los ojos cuando habla de ti.
—Esto...
Vaya por Dios. ¿Y esto a qué venía?
—Cielo, todavía eres muy joven —continuó con su retahíla chismosa bien alto, sin importarle un comino mi incomodidad—. No te quedes anclada y aprovecha.
Sentí que se me subían todos los colores. Rayos. ¡Pero esta mujer!
—¿Ahora quieres ganarte la vida como casamentera? —traté de tomármelo a broma a fin de bajar el ardor que notaba en la cara—. ¿Crees que vas a poder hacer algo con esta pobre solterona sin remedio? —Me devolvió un mohín que, por supuesto, le regresé—. Soy de difícil trato.
Abrió la boca para contestar pero el sonido de los nudillos de Jimin al tocar en la puerta, le hizo cambiar de idea y se volvió hacia él.
—¿Y tu qué? ¿No tienes nada que decir a esto? —le soltó, sin paños calientes—. ¿Lo vas a dejar estar?¿Es que Mei no te gusta?
Ay, cielos.
—No, es que... —El aludido se llevó las manos a la nuca, más rojo que un tomate y sin saber qué decir. Normal, la situación se las traía—. Sí me...
—Pues claro —completó Suni, como si fuera evidente—. Obviamente, te gusta.
Ya. Suficiente.
Cogí una de las fotos del homicidio y la meneé en el aire ante sus ojos, con toda la parsimonia del mundo y, tal como esperaba, el acto la calló y la hizo retroceder, lívida y con las pupilas espantadas.
—¡Ay, Mei, por Dios! ¡No me muestres ese tipo de cosas! ¡Por favor te lo pido!
Corrió al sillón destinado a las terapias de relajación, que era el que estaba más lejos, y se dejó caer en él con las manos sobre el pecho.
—Si me matas a traumas no voy a poder hablarte de Tae Hyung.
Listo. Había funcionado.
—¿Habéis encontrado algo? —Devolví la imagen al montón y regresé a mi asiento.
—Nada, noona. —Jimin se acomodó frente a mí, con los brazos cruzados sobre la mesa y los ojos fijos en el dossier del juzgado—. Kim Tae Hyung no tiene antecedentes psiquiátricos.
—¿Y su familia? —Esta vez fue Suni la que negó con la cabeza—. ¿Primos, tíos, abuelos? —enumeré, por si las moscas—. ¿Nadie?
—Me temo que no, cielo.
Ahí me explicó que sus abuelos maternos habían fallecido hacía mucho en un accidente de tráfico y los paternos, pescadores de oficio, estaban jubilados y residían felizmente en Busan, en una casita junto al mar. No había tíos ni hermanos y los padres, residentes en Daegu, regentaban desde hacía varios años un restaurante de pollo a la brasa llamado Plumas Picantes que, por lo visto, les iba de maravilla. Tanto era así que gracias al negocio habían podido enviar a Tae Hyung a estudiar Magisterio a Seúl y aún hoy en día le ayudaban a pagar los gastos de su alquiler y manutención. Definían a su hijo como una persona educada, sociable y alegre, con bastantes amigos y una vida sana que le excluía de las fiestas desenfrenadas del campus y del consumo de alcohol y otras sustancias relacionadas con la aparición de brotes psicóticos. Vamos, lo que venía a ser un chico normal, con un detalle, a priori, insignificante: a pesar de su apariencia agradable, nunca había tenido demasiada suerte con las chicas.
—Estupendo.
Me dejé caer sobre la mesa, frustrada. Con lo que me acababa de contar, la hipótesis del delirio parecía improbable.
—Si supiéramos a dónde le ha llevado el dichoso forense, Don "tu ayúdame mientras yo hago lo que quiero" al menos podría entrevistarle otra vez. —Resoplé, molesta—. Esto es peor que buscar una aguja en un pajar porque ni siquiera sé si lo que estoy buscando es realmente una aguja.
En ese instante, el teléfono de Suni estalló en una rítmica melodía de K-pop que la hizo levantarse y correr hacia fuera.
—¡Me llaman del hospital! —se excusó, con el pie en la calle—. ¡Ahora mismo regreso!
Aproveché su marcha para tumbarme del todo. La víctima llevaba una vida normal y el testigo, si realmente lo era, también. Cerré los ojos. Y encima los dos eran de Daegu.
Daegu...
Daegu...
Daegu...
—Noona. —Un tacto suave me zarandeó de la manga y me sacó de mi momentáneo ensimismamiento—. Hace un rato me ha llamado Kim Wo Kum. Disculpa por decírtelo ahora pero con Suni aquí no sabía hasta qué punto debía hablar.
—¿Te ha llamado a ti? —Me faltó tiempo para ponerme recta—. ¿Por qué?
—Dijo que tu no cogías el teléfono y tenía prisa por subir a un avión.
Busqué el móvil en el bolsillo de la bata y comprobé las cinco llamadas perdidas que tenía. Genial. Como había estado en consulta, lo había puesto en silencio y había olvidado restablecerlo.
—¿Qué es lo que quiere? —Le marqué desde la agenda de contactos pero me saltó el buzón de voz—. ¿Te ha explicado por qué nos ha dejado tirados en medio de la investigación?
—Se fue porque un posible testigo que querían entrevistar se ha suicidado en el centro psiquiátrico en donde estaba y... —Se interrumpió unos segundos; se le notaba inquieto—. Dice que la fiscal quiere quitarle la investigación y que tenemos que hacer las cosas antes que ella.
Ya. Él y sus típicas prisas.
—El asunto que se traiga o se deje de traer con la fiscalía es problema suyo —valoré—. No pienso correr solo porque le hayan entrado ganas de competir como si esto fueran unas olimpiadas criminales.
Se me quedó mirando, en silencio, como si mascullara algo para sus adentros.
—¿Es todo? —inquirí—. ¿No te dijo nada más?
—No.
—¿Y entonces en que estás pensando ahora, que te has quedado tan serio?
—En que quiero que estés bien.
Iba a responderle con un "no te preocupes tanto" cuando Suni irrumpió como un torbellino, con el teléfono en la mano, el rostro desencajado y los ojos convertidos en dos bolitas angustiadas.
—¡Cielo! ¡Es Kim Tae Hyung! —exclamó, agobiada—. ¡Se ha precipitado desde la terraza de su casa!
Mei ya tiene un esbozo del escenario psicológico del homicidio pero le faltan datos.
El testigo parecía un chico normal pero acaba de arrojarse al vacío.
El enfrentamiento entre el forense y la fiscal es inminente.
¿Te lo quieres perder?
Te espero en la próxima actualización.
N/A:
Voy a explicar un poquito más "profesionalmente" por qué era tan importante para Mei rebuscar en la familia de Tae Hyung.
La génesis de un Delirio ( y de la Esquizofrenia también) se explica a través de del modelo de vulnerabilidad- estrés. ¿En qué consiste esto?
—Vulnerabilidad —> La persona tiene que ser vulnerable a presentar ese tipo de problemas. Esto quiere decir, que debe hablar una predisposición genética (alguien de la familia debe tener algún síntoma de tipo psicótico. No necesariamente el mismo, ojo). Sin embargo, no por tener genes compatibles significa que la persona vaya a desarrollar la enfermedad. Por eso hablamos del otro factor: el estrés.
—Estrés —> Para que nos entendamos, en psicología tener estrés no es estar nervioso. Significa más bien pasar por momentos malos de la vida. Por ejemplo, perder un trabajo, una ruptura de pareja, o perder los amigos, la muerte de alguien muy querido... Si el suceso es fuerte y hay vulnerabilidad es cuando "debuta" la enfermedad pero lo habitual es que haya un único suceso sino un conjunto de ellos de natura la más o menos cotidiana. Otro estresor que suele asociarse mucho a los brotes es el consumo de sustancias (en especial cocaína).
Y hoy hasta aquí llegamos. Este es el capítulo de ayer que no pude subir porque me dio un fuerte dolor de cabeza.
Abracitos.
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