Día Cuatro


(Voz narrativa: Yoo Hyeon)

La lluvia arreciaba como si se acercara el fin del mundo cuando Mo Ra, mi asistente personal de confianza, abrió la puerta del taxi para que me apeara, cargada con un paraguas enorme que aún así no impidió que ese maldito viento salido de los mismos infiernos empujara el agua con violencia contra mi cara, echando a perder las ondas de la melena que tanto cuidaba y obligándome a apoyarme en la mugrosa chapa del auto para evitar caerme.

—¡Oh, no, fiscal, qué horror! —Su tez madura mostró una expresión de angustia al revisarme la falda y la chaqueta y comprobar que las tenía empapadas y, por lo tanto, arruinadas—. ¡Dios mío! ¡Con lo divino que era ese traje! ¡Y encima era de una línea exclusiva que ya no se puede conseguir! —se lamentó— ¡Qué fatalidad! ¡Qué tremenda fatalidad!

No, en absoluto. Puede que para otros el hecho de que un traje carísimo que ya no se fabricaba se estropeara fuera una agonía pero para mí no tenía ninguna importancia. No había nada más sencillo que reponer cosas materiales. Mi red de contactos era extensa y muy influyente y, entre el aspecto angelical que tan concienzudamente me trabajaba, aclarándome el cabello en un perfecto rubio dorado, sonriendo con la máxima dulzura y cuidando la tez del rostro para que se viera de porcelana, y mi agilidad mental en decir lo exacto en el momento exacto, no había nada que no pudiera conseguir. Solo tenía que personarme en la oficina del diseñador, bromear un poco con los operarios de turno y me harían otro traje idéntico o, seguramente, hasta mejor.

—Por favor, no te apures, que esto no es nada —saqué mi tono más cariñoso y me sacudí el agua del pelo mientras dos de los auxiliares de ese centro de internamiento para trastornados con apariencia de cárcel, me ofrecían un par de toallas al entrar—. ¿Alguna novedad?

—Ninguna salvo que el excelentísimo forense Kim Wo Kim ha estado aquí hace media hora y se ha reunido con el equipo médico.

Vaya; así que el "Excelentísimo" también había venido a Tokyo. ¿Por qué no me sorprendía? Aquel anciano que luchaba contra las leyes de la naturaleza para no morirse de un ataque de tos seguía dando coletazos, desesperado por obtener la autoridad plena en "el caso de la balanza", con la intención de dejarme fuera y ridiculizarme como, de hecho, llevaba intentando desde que había tomado posesión de la fiscalía dos meses atrás.

En fin. Pobre idiota. No quería aceptar que yo fuera mil veces mejor pero iba siendo momento de demostrárselo. La investigación sería mía. No podía permitir que otro llevara las riendas. Y estaba dispuesta a todo por evitarlo.

—¿Tiene los datos del suicidio? —me dirigí al secretario Choi, un hombre de apariencia tosca pero extremadamente educado que me esperaba sosteniendo la puerta que abría un enorme pasillo de despachos médicos—. ¿Le han facilitado la ficha del ingreso?

—Sí, señorita.

—¿Y los papeles del otro chico? —recordé—. ¿Se los han enviado también?

—Llegaron por e mail hace un par de horas.

Le mostré la palma de la mano y al instante el plástico naranja de una carpeta me acarició la piel. Perfecto. Así debían de hacerse las cosas. Disciplinadamente y con celeridad.

—Es usted un trabajador maravilloso —le alabé—. Por cierto, ¿utilizó su hija las entradas vips que le conseguí para el concierto exclusivo del Jueves pasado?

El secretario asintió y se inclinó en una reverencia cargada de gratitud.

—Disfrutó muchísimo —me hizo saber—. Todo lo bueno que nos ha pasado en la vida se lo debemos a usted y a su generosidad.

Evidentemente. Lo cierto era que "conceder deseos", como me gustaba llamarlo, se me daba de maravilla y a él, como al resto, le convenía tenerlo presente. La memoria era algo muy efímero y las voluntades demasiado cambiantes pero el que permaneciera a mi lado tendría siempre lo mejor.

—¿Es usted la fiscal? —Una médico bajita de mediana edad, con la cara redonda como una rosquilla y un fonendo colgado al cuello, me salió entonces al encuentro y me saludó en un coreano bastante aceptable—. ¿La fiscal Kim Yoo Hyeon, del juzgado penal de Seúl?

—¿Quién lo pregunta?

—Soy la Doctora Yamamoto, la responsable terapéutica del señor Min Yoon Gi—se presentó—. Ayer hablamos por teléfono.

Sí, ya. La misma que había estado negándose a atender mi llamada hasta que mi incansable perseverancia la había desesperado, ¿verdad?

La revisé de arriba abajo. Llevaba el cabello negro encrespado, zapatos de hacía una década y unos pantalones que le quedaban grandes. Por Dios. Sería una médico estupenda pero desde luego estilo tenía muy poco.

—Es un enorme gusto conocerla. —Mis ojos se desviaron de su indumentaria y se posaron sobre la chapa de su bata, que la promocionaba como psiquiatra y directora de terapias—. Ha sido muy amable en aceptar mi visita.

—Lo he hecho porque en todos los años que llevo de profesión he visto muchas cosas pero nunca que un paciente estable se suicide el mismo día que recibe el alta.

Me indicó que la siguiera a lo largo de un pasillo interminable de azulejos tan relucientes como espejos y tubos fluorescentes demasiado brillantes.

—Jung Ho era un chico alegre que estaba deseando regresar a casa. —Sus palabras retumbaron en eco en medio del silencio—. Lo que ha ocurrido no tiene ningún sentido.

—Por eso estoy yo aquí —me señalé—. Confío en que el señor Min colabore apropiadamente.

—Sobre eso... —Se detuvo ante una habitación cerrada, sin número ni señalización, y se volvió en lo que me pareció una actitud de superioridad que para nada me agradó—. Le ruego que se mantenga suave y comprensiva con él. Recuerde que esto no es un juzgado y que mientras yo esté aquí nadie va a venir a alterar a un paciente.

Vaya; pero qué descaro. ¿Se atrevía a darme órdenes sin conocerme?

—¿Por qué lo dice? —disimulé la indignación—. ¿Acaso le parezco alguien que no es capaz de medir sus palabras o de respetar a quien tiene ante sí?

—El Señor Kum también parecía un hombre razonable y sin embargo le hemos tenido que sacar de la sala.

Escuchar aquello esfumó de un plumazo mi mala impresión y poco me faltó para echarme a reír. ¡Ay, "Excelentísimo"! ¡Pero qué lástima haberme perdido algo así!

—Ese individuo y yo trabajamos en equipos opuestos —le aclaré, con la cabeza bien alta—. No tengo absolutamente nada que ver con él.

Mi explicación pareció convencerle porque descorrió el ventanuco de observación de la puerta.

—Ahí está —se retiró hacia atrás—. Todo suyo.

Se suponía que debía moverme pero el caso fue que los tacones se me quedaron clavados en el sitio. Tenía que echar un vistazo antes de entrar, ¿cierto? Es decir, ahí dentro me esperaba nada más y nada menos que Min Yoon Gi y debía andarme con cuidado.

—Señorita. —La voz de Mo Ra me sacó de mis cavilaciones—. ¿Quiere que entre con usted?

Retorcí las gomas de la carpeta entre los dedos. Justo cuando estaba a punto de acariciar mi objetivo, el plan que tan primorosamente había organizado me empezaba a parecer una temeridad.

—El señor Choi y yo...

—No es necesario —le corté; podía tener dudas pero yo no era ninguna debilucha a la que hiciera falta compañía—. Va a salir a la perfección.

Me asomé por el agujero. La habitación, como el resto del edificio, estaba fuertemente iluminada y lucía prácticamente vacía, salvo por un escritorio de bordes redondeados y un par de sillas, una a cada lado.

—No veo a nadie. —Oteé las paredes de cal blanca y me pegué más al cristal—. ¿Dónde...?

—Esa manía que tienen todos de husmear por la ventana creyendo que no me doy cuenta es sumamente molesta. —El repentino siseo del interior me hizo reprimir un respingo—. ¿Es la moda o lo aprendéis en algún cursillo exprés de Internet?

Unos ojos oscuros y profundos como los de un pozo sin fondo aparecieron de improviso al otro lado. Di un salto hacia atrás. La carpeta se me resbaló de las manos.

—Deberías pedirle a la psiquiatra del "Maravilloso Mundo de Oz" un par de pastillitas de esas para los nervios. —Percibí el tono de mofa y luché por componerme. Si me amilanaba, estaba perdida—. Sería vergonzoso que te desmayaras antes de entrar.

—Buenos días, señor Min. —Saqué mi orgullo y me decidí a abrir; total, ya me había visto y en mis planes no entraba que me considerara una patética—. Soy la fiscal Kim Yoo Hyeon y pertenezco al juzgado número tres de Seúl.

La frialdad con la que me miró me hizo apretar la carpeta y echar un vistazo hacia atrás. Tanto la Doctora Yamamoto como los miembros de mi equipo vigilaban desde fuera. Bien. Todo estaba bien.

—Señor Min. —Él ladeó la cabeza y me analizó de arriba a abajo con una expresión indescifrable—. Estoy aquí porque...

—Tus motivos no me interesan —me interrumpió—. Las justificaciones suelen ser decepcionantes y muy pero que muy aburridas.

—¿Tampoco le interesan las muertes? —me guié por los informes que hablaban de que parte de su Modus Operandi consistía en sacar fotos a los cuerpos desmembrados de sus víctimas—. ¿Los crímenes y demás?

—Yo no llamaría "muerte" al ahogamiento soso y simplón de ese pobre sujeto con problemas para asimilar mensajes poco claros. —La alusión me hizo reprimir una exclamación de asombro; ¿cómo conocía eso?—. Hoy en día se le pone el título a cualquier chapucilla.

Sabía lo inteligente que era pero verlo en acción me dio una enorme seguridad. Era una apuesta arriesgada pero tenía muy claro que solo una mente como la suya podría enlazar el viejo caso de su compañero muerto con el del homicidio de hacía un par de días y darme las pruebas que necesitaba para ganar. Sí, definitivamente. Solo así acariciaría el éxito y me levantaría sobre el viejo y sobre su analista, esa espabilada de la Doctora Eun.

—Hablando del suicidio...

—No tan rápido, muñequita. —Se llevó el dedo a los labios—. No he dicho que me interese.

Por todos los demonios.

—¿Dónde has dejado a la mamá frustrada?

Arqueé las cejas, desconcertada, y él se rió.

—¡Oh, vaya! —Se dirigió a la silla y en un segundo estaba semi tumbado y con las piernas sobre la mesa—. ¿No conoces a la defensora de las causas perdidas, la inimitable Le Mi Sou?

El nombre me revolvió intensamente por dentro. Claro que la conocía. La antigua fiscal había sido mi instructora y también una madre para mí.

—La excelentísima ya no se encuentra entre nosotros — respondí—. Falleció.

—Pero qué desafortunada es la vida. —Los dedos de Yoon Gi tamborilearon en los reposabrazos—. Una lástima.

Un nudo de incomodidad se me formó en el pecho. Hablar de mi mentora era algo que no estaba en mis planes. Me hacía sentir demasiado mal.

—Hace dos años una chica fue estrangulada en su casa —cambié de tema—. El sospechoso del homicidio, Lee Jung Ho, padecía esquizofrenia y en uno de los interrogatorios mencionó algo sobre un mensaje. —Yoon Gi chasqueó los labios pero no dijo nada así que proseguí—. Hace dos días hemos encontrado un nuevo cuerpo con un Modus Operandi muy diferente al anterior pero hay un testigo y él también habla de un mensaje.

Se hizo un denso silencio. ¿Y ahora? ¿Seguía?

—He venido a verle porque no hay nada mejor que una mente criminal para analizar a otra mente criminal —finalicé, y añadí, con mi tono más profesional—: Quiero que usted entreviste al testigo antes de que se haga daño a sí mismo, como parece que puede pasar.

No me esperé que fuera a romper a reír como lo hizo.

—¡Ay, caramba! —Sus formas me hicieron sentir como un ridículo payaso—. Así que has venido porque buscas la ayuda de Yoon Gi. —Se enjuagó los ojos de las lágrimas—. Qué graciosa eres, princesita de la moda.

La frustración se apoderó de mí. ¿Había colaborado con Kim Wo Kum pero se negaba a hacerlo conmigo? ¡Inaceptable! Mi causa era mucho más importante que la suya. Me lo merecía mucho más. Esto no podía ser. ¡De ninguna manera podía ser!

—Señor Min. —Tiré de nuevo de las gomas, sin darme cuenta de que me hacía daño en los dedos—. Sé que usted trabajó en su momento con el equipo forense y le sacó a Kim Seok Jin una confesión de asesinato que parecía imposible obtener.

—¡Oh, eso! —Se encogió de hombros—. ¿Qué puedo decirte? Resultó que ese sagaz ancianito moralista tenía lo que yo quería.

—¿Y qué es lo que quiere ahora?

—Esa no es la pregunta ganadora, rubita. —Me apuntó con los dedos en forma de pistola y el gesto, pese a ser absurdo, me resultó inquietante—. La verdadera cuestión aquí es si tu, pequeña aficionada a las leyes, sabes dónde está mi chica.

¿Qué? ¿Su chica? ¿Qué chica? Por todos los demonios; ese dato no estaba en ningún informe. ¿Por qué no estaba? Empecé a ofuscarme. Si había algo que odiaba eran los imprevistos.

—Desde luego, hoy no hago más que sumar decepciones en mi pobre corazoncito de psicópata rehabilitado—. Bajó el brazo y me retiró la mirada para clavarla en las agujas del reloj—. Me dedicaré a llorar en silencio mientras disfruto de estas extraordinarias vacaciones en Tokyo unos añitos más.

Vaya. Se había dado cuenta de que no sabía nada sobre esa mujer y había perdido el interés.

—No des un portazos al salir porque los ruidos me joden un poquito la moral.

Me estaba echando. Qué descaro. A mí nadie me echaba.

—¿Por qué no me cuentas un poco más lo de la chica? —Abandoné toda formalidad—. Mis contactos son muy extensos y podría...

—Me parece que no me estás entendiendo.

Su tono no sólo me erizo la piel sino que me obligó a buscar de nuevo la puerta, agobiada. La doctora Yamamoto se había metido en la habitación con un maletín de inyecciones en la mano y mis empleados habían retrocedido y se encontraban prácticamente pegados a la pared del pasillo.

—Me estás empezando a molestar, rubita.

Reuní todo mi valor y me apresuré a extraer los documentos de la carpeta, a la desesperada, para a continuación ponerlos sobre la mesa. Me sentía fatal pero mi objetivo valía más que cualquier cosa y tenía que triunfar.

—Esta es mi propuesta. —Empujé hacia él el primer folio—. Yo soy una persona influyente que puede hacer por usted mucho más que Kim Wo Kum y que cualquiera. Le ofrezco el alta de aquí y entrar en un programa de reinserción social si accede a colaborar con la fiscalía en el caso.

Bajó los pies y se quedó muy quieto, estático, como si estuviera entrando en una especie de trance y no fuera capaz de mirar nada más allá de los documentos que le iba extendiendo.

—Soy conocedora de que tu destino inicial era el Hospital de Día de Seúl y que las cosas se torcieron.

No respondió. Tampoco me miró.

—Me imagino que aquí lo estarás pasando mal —continué—. Y sé lo que hiciste pero creo en las segundas oportunidades y más si se trata de un tema de enfermedad mental —recité, de corrido—. Asumiré toda la responsabilidad de tu traslado a Seúl.

Alzó la vista. Sus pupilas, más cristalinas pero también más apagadas, se me antojaron diferentes.

—Creo que más bien lo que hará será mantenerme preso en una habitación con policías en la puerta que no me dejarán solo ni cuando quiera salir a mear—concluyó—. Y cuando todo acabe me mandará de nuevo aquí.

Bueno... Esto...

—No necesariamente.

—Por favor, señorita... —Echó un rápido vistazo a mi collar de identificación— Kim —completó—. No me venda historias que no se cree ni usted. Puede que esté loco pero no soy imbécil.

No. No lo era. De eso no me cabía ninguna duda.

—¿No me ha dicho hace un momento que quería saber dónde estaba su chica? —se me ocurrió esgrimir—. Podría averiguarlo.

—¿Yo he dicho eso? —Yoon Gi parpadeó y se mesó el cabello, como si algo le importunara—. La medicación me atonta y se me van algunas cosas —se excusó—. ¿Le he dicho algo más sobre el tema?

—Solo que colaboró con el forense por ella —dudé—. O algo así entendí.

—Entonces sí existe —murmuró—. Es real y está en alguna parte.

La conclusión me pareció de lo más extraña pero, teniendo en cuenta que padecía un trastorno mental, entendía lógico que le patinaran las ideas.

—Lo haré —decidió.

El ego se me hinchó como un globo de cumpleaños.

Perfecto. Había costado pero le tenía.

La victoria, ahora sí, sería mía.

Un estrangulamiento ocurrido hace dos años y un degollamiento con una llamativa puesta escena.
La fiscalía lleva uno de los casos y el equipo forense el otro y ambos buscan la posible conexión.
Yoon Gi usará su capacidad en favor de un bando pero resulta que Mei y Jimin están en el otro.

Todo esto y mucho más en la próxima actualización.
No te lo pierdas.

N/A:

Voy a aclarar el término "Excelentísimo". Por gracioso que resulte, a los miembros experimentados y formados de los juzgados se les llama así en donde yo vivo. Es una cuestión de respeto y de protocolo que uno no se puede saltar. A todos los jueces se les debe llamar "Su excelencia" también. Qué cosas, ¿verdad?

Abracitos.

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