Día Cinco

La planta de Psiquiatría del Hospital General seguía estando en el tercer piso entrando por la puerta principal y en el primero si se accedía por los patios traseros, algo inusual que todo el mundo atribuía al desnivel del suelo pero que yo siempre me había tomado como el error de un arquitecto novato con ganas de convertirse en el Picasso de los ladrillos. El acceso al interior continuaba requiriendo una llave especial, al igual que el ascensor, y, aunque la zona de estar había sido reformada y se había añadido una pequeña biblioteca y una sala de manualidades, el ambiente se sentía asfixiante, en parte por las cerraduras en puerta y ventanas, y en otra por el estado de vertiginosa melancolía que me había revuelto nada más leer el cartel que yo misma había dejado, tiempo atrás, en la entrada.

"Lo que alimentas dentro de ti es lo que crece".

Era el póster que Yoon Gi había colgado en mi despacho.

—Un buen terapeuta necesita un buen lugar de terapia y tu no lo tenías —me había dicho, tras haberle pillado dentro de mi consulta ordenando las cosas—. Sólo quería hacer algo para ti como intercambio por lo que haces por mí.

En ese momento se había cruzado de brazos y yo me había sentido terriblemente atraída por él y, por lo mismo, también tremendamente incómoda.

—Que te diga que mi mundo ha mejorado porque has aparecido en él no quita que si no me sintiera así no lo hubiera hecho igualmente.

A continuación me había explicado lo que para él significaba la frase y me había pedido ayuda para entender las desconexiones que sufría. Ese mismo día habíamos hecho la primera sesión y había sido entonces, tumbados en el suelo de la consulta tras su primera toma de contacto con la cruda realidad del pasado, donde nuestra historia había empezado.

—Hubiera preferido verte en calidad de trabajadora. —Las palabras del jefe Dark Ho acompañaron el traqueteo de las compuertas del ascensor al cerrarse y me devolvieron al presente—. Es inaudito que estés aquí como investigadora en vez de como psicóloga.

Frunció el ceño y, antes de que me diera tiempo a responder, echó a andar pasillo a través.

—Deberías estar trabajando como corresponde a tu profesión pero no. Prefieres jugar a los policías y perder el tiempo.

Inspiré para evitar contestar. Vaya por Dios; seguía resentido. Que no hubiera vuelto le había escocido.

—No le hagas caso. —Suni le siguió con la mirada—. En el fondo se alegra de que estés aquí.

—Lo sé.

Mis ojos regresaron como dos imanes a la tinta negra de las letras del cartel.

—¿Quieres llevártelo? —me ofreció entonces—. Lo puedo descolgar.

—No, no es necesario. —Devolví la atención al frente, a la sala llena de personas con pijamas verdes que deambulaban sin rumbo en espera del desayuno. Me convenía concentrarme o nunca podría largarme de allí—. ¿Qué tal se encuentra Tae Hyung?

—Sorprendentemente bien. —Suni se inclinó sobre mi oído—. Fíjate, se tiró desde un tercero e ingresó aquí con un brazo escayolado y tres costillas rotas pero está más feliz que una lombriz.

—¿Feliz? —me extrañé.

—Ajá —corroboró—. Hasta donde sé no ha parado de bromear y de hablar por los codos con todo el mundo.

Atravesamos la UPG, la zona de baja supervisión, y sorteamos a un par de pacientes que, armados con dos regaderas de plástico, echaban agua a las macetas entre los sillones, hasta llegar al control de enfermería de la Unidad de Observación. Allí, una auxiliar que no conocía de nada se dedicaba a poner etiquetas a una hilera de botecitos y la enfermera Min, con el rictus serio y responsable, transcribía datos de tensión arterial al ordenador.

—¿Y qué ha dicho sobre su intento de suicidio? —Saludé a ambas con un gesto de la mano—. ¿Ha dado alguna explicación?

—No tengo ni idea.

—Lo que ha dicho es que nos lo inventamos. —El jefe Dark Ho salió entonces del Botiquín de al lado y dejó el cuaderno de incidencias abierto sobre el mostrador—. Los oficiales que le vigilaban dicen que estaba sentado en el sofá con el móvil y que de repente salió corriendo hacia la terraza abierta y se tiró como si se lanzara a una piscina.

Visualicé la imagen. Rayos, ¿así, sin más?

—No se hizo mucho porque el toldo del vecino del primero amortiguó la caída —terminó de exponer, y añadió—. Cuando le hice el primer reconocimiento me llamó mucho la atención que me dijera que los policías estaban locos y que él no tenía que estar en Psiquiatría.

Cada vez era más raro. Que alguien que se hubiera tirado por el balcón estuviera de buen humor era inusual pero que no reconociera el hecho y encima tildara de locos a los que le habían auxiliado ya era un disparate. A menos que no tuviera conciencia de lo que había hecho, claro.

—¿Cuál es su impresión? —Aproveché para preguntar. Su criterio clínico solía ser bueno—. ¿Qué piensa de él?

—Que tiene momentos en los se pierde y confunde la realidad con la imaginación.

Sí. Fabulaba. Tenía que ser eso. No había antecedentes familiares pero fabulaba.

"Habitación 1 a 10... " Eché un vistazo al cuaderno. "Habitación 13..."

Salté varias líneas, hasta la dieciséis.

"20. 35 horas: ingreso procedente de Medicina Interna. Se le abre historia en Botiquín. Se muestra muy colaborador.
21.30 horas: cena. Se queja de la férula del brazo, dice que le pica la piel.
00:00 horas: Durmiendo.
05.00 horas: Durmiendo.
08.30 horas: Nos llama al timbre para preguntarnos el motivo de que esté en Psiquiatría y nos pide un pijama limpio para asearse".

Vale. Demasiado normal. ¿Quizás se esforzaba por parecerlo? Si era así tenía que conseguir descuadrarle.

—Voy a hablar con él. —Me encaminé hacia su habitación—. No tardaré.

—¡Cielo, espera! —Suni se lanzó en spring detrás de mí—. ¡Voy contigo!

—Te lo agradezco pero prefiero estar sola para que no se distraiga —rechacé, repasando los números de las puertas—. Si me quieres ayudar podrías ir a por...

El corazón se me detuvo al divisar la habitación quince, que estaba abierta de par en par y sin ocupar, con un juego de sábanas y una toalla cuidadosamente dobladas sobre el colchón. Había estado allí incontables veces y siempre me pasaba lo mismo. Mi cabeza tenía asociada esa estancia a Yoon Gi y de alguna forma ilógica cada vez que pasaba por allí deseaba encontrarle allí.

—Ve a por Jimin. —Tuve que distraerme con los focos del techo para conseguir terminar la frase—. Dark Ho es tan rígido que se ha negado en rotundo a dejarle entrar así que se ha tenido que quedar abajo.

Le visualicé sentado en una de las sillas de plástico frente al ascensor, trasteando con algún videojuego para no preocuparse demasiado, y de repente me entraron unas ganas locas de huir de allí y volver a su lado.

—¿Podrías llevarle a comer algo o lo que sea para que se distraiga mientras estoy aquí?

—¡Ah, pues claro! —Mi amiga me guiñó el ojo, con afectación; ¿ya iba a empezar otra vez?—. Hay que ver, si le tienes siempre en mente. —Soltó un par de risillas que me sentaron fatal—. A ti también te brillan los ojos cuando le mencionas.

Ah, por Dios.

Me lancé a la habitación dieciséis como una exhalación, sin llamar y sin hacer caso de los murmullos divertidos de mi supuesta, entre comillas, amiga, que se quedó como una estatua en cuanto me vio desaparecer. Desde luego, tenía narices. Entendía que quisiera animarme a rehacer mi vida pero, ¿en serio hacía falta tanta insistencia? Además, ella estaba al tanto de todo y no era ninguna tonta. Por fuerza tenía que intuir que todavía no estaba preparada para nada.

—Buenos días. —Sorteé la mesita con el desayuno, movida al medio para que la silla de ruedas aparcada junto a la cama pudiera circular y apagué la luz del baño, encendida sin razón—. ¿Qué tal estás? ¿Te acuerdas de mí?

Le encontré medio recostado, con la almohada doblada como respaldo y el brazo izquierdo escayolado hasta el codo sobre el regazo, observando el cielo grisáceo por la ventana.

—Eres Mei Te, la psicóloga del juzgado. —Se volvió, con una sonrisa que se me antojó demasiado radiante y, sin que me lo esperara, me preguntó—: ¿Sabes por qué me han ingresado en Psiquiatría si lo único que me ha pasado es que me he roto un par de huesos? —Sacudió la cabeza—. Creen que tengo un trastorno mental pero no es cierto. No debería estar ocupando una cama aquí.

Ya. Conciencia de problema desde luego no tenía pero al menos estaba receptivo y quería información. Podía ser un buen momento para desarmarle un poco.

—¿Cómo te rompiste ese par de huesos?

—Me caí.

Vaya; curiosa forma de decirlo.

—¿Dónde te caíste?

—En la terraza.

Por un instante se me pasó por la cabeza dejarme de sutilezas y hacerle una confrontación directa pero no debía. No había nada peor para un delirio, o lo que fuera, que sentirse cuestionado.

—¡Pues qué mala suerte! —Me acerqué hasta el lateral de la cama y me permití la licencia de sentarme en el borde—. Te has hecho una buena.

—Es que estaba muy despistado.

—¿Despistado y por eso tropezaste o algo así?

—No, tropecé porque estaba triste. —Se irguió un poco más y se reacomodó el miembro lesionado, entre silenciosas muecas de molestia—. No deprimido, aclaro, pero sí cabizbajo porque iba a casarme pero no pude.

La boda. Otra vez con eso de la boda. ¿Le preguntaba? No, si lo hacía seguro que me respondería con la repetición de turno y no conseguiría sacarle de ahí.

—Cuando nos hacemos una expectativa de nuestra vida junto a otra persona y nos visualizamos con ella a nuestro lado, darnos cuenta de que lo que habíamos pensado no va a poder ser nos rompe de tal forma que es fácil que queramos escondernos y desaparecer del mundo —improvisé, consciente de lo perfectas que me quedaban mis propias palabras—. Nuestras ideas determinan nuestras emociones.

—Expectativas —masticó la idea, con los ojos muy abiertos—. Sí, podría decirse que sí se me han roto.

—Duele y no se quiere aceptar. —Aproveché para reforzar—. Lo entiendo muy bien.

Se quedó en silencio unos instantes, procesando lo que le acaba de soltar con la cara propia del que intenta entender un libro de Filosofía.

—A ti también te ha pasado —concluyó—. Recuerdo vagamente que me lo dijiste la otra vez.

"Vagamente". Interesante. Significaba confusión.

—Digamos que, en mi caso, fue la situación lo que hizo imposible que mis deseos se cumplieran —decidí explicárselo del todo, en busca de la reciprocidad—. ¿Es lo mismo para ti?

—No. Yo estoy seguro de que habría podido cumplirlos pero alguien se metió en medio.
La conversación con Jung Kook me vino entonces a la cabeza. Me había dicho que la chica que le gustaba le había rechazado a pesar de todos los esfuerzos que él había hecho por conquistarla.

—¿A la persona con la que te querías casar le interesaba otro? —até cabos.

—El mensaje no estaba claro.

Maldición. Cambio de planes. No podía dejar que se me fuera. Esta vez no.

—¿Puedo mostrarte una cosa?

Asintió. Eché mano de la mochila.

—Te prevengo que puede resultar árido y desagradable.

—No pasa nada. —Se echó hacia delante, envuelto en una aura de curiosidad que le hizo arrastrarse a mi lado y meter la cabeza en el sobre blanco que acababa de sacar—. ¿Qué es?

Vale. Allá íbamos.

—Tengo imágenes de la persona con la que te querías casar. —Le mostré primero la foto del cumpleaños pero como no reaccionó la cambié por otra de la escena del crimen—. ¿Sabes lo que le ocurrió a esta persona?

Tae Hyung repasó meticulosamente cada esquina de la lámina con un distanciamiento emocional demasiado psicópata que, por suerte, le duró lo que tardó en meter las manos en el resto de fotos y disponerlas en abanico.

—¡Está realmente muerta! —Soltó las imágenes, como si le quemaran los dedos, y el colchón se convirtió en un macabro collage mortuorio—. ¡Lo está! —Dio un respingo, horrorizado, y terminó con la espalda de nuevo contra las almohadas—. ¡No! ¡No lo está! ¡No lo está! ¡Yo iba a casarme!

—¿Soo Bin quería a otro y te lo dijo?

Me esforcé lo indecible por no dejarme llevar por su estado y salirme del guión que tenía en mente. Tomar conciencia de la realidad era duro pero necesario.

—¿Lloraste mucho por ello?

Cerró los ojos y los apretó.

—No, fue al revés.

Vaya.

—Entonces ella rechazó al otro chico por ti y fue el otro el que lloró.

—El mensaje no estaba claro —repitió y, antes de que pudiera parpadear dos veces, agarró una de las almohadas y, sin ton ni son, la estrelló contra la ventana—. ¡No estaba claro! —exclamó entonces—. ¡No sabía que flores tenían que ser! ¡No sabía! —El pecho se le agitó—. ¡Jung Kook! ¡Mal amigo! ¡Mal amigo! ¡Mal amigo!

—Tae Huyng...

Traté de sujetarle por el brazo que tenía sano pero se había alterado tanto que solo conseguí ganarme un empujón y una patada en la rodilla.

—¡No estaba claro!—continuó como un disco rayado—. ¡No estaba! ¡No estaba! ¡No estaba!

Me levanté a recoger la almohada. La pierna me palpitaba una barbaridad pero no podía dejar que lo notara y llamar al timbre de seguridad tampoco me parecía conveniente. No quería cortar la sesión.

—¿Qué cenaste ayer? —cambié a lo primero que se me vino a la cabeza.

—¿Eh?

La distracción funcionó porque paró en seco.

—¿Qué te trajeron? —me mantuve en las mismas—. ¿Te gustó?

El desconcierto se adueñó de su rostro.

—Me trajeron pollo en caldo y sí, estaba aceptable. —Se rascó la cabeza, confuso—. ¿Por qué lo preguntas?

—Por si te habías puesto así de nervioso con la celadora de las bandejas.

—No entiendo lo que quieres decir. Yo soy una persona tranquila y nunca pierdo los...

Solo me hizo falta levantar el almohadón y agitarlo en el aire para que la cara se le transformara en una máscara de perplejidad.

—¡Madre mía! —Echó un vistazo tras de sí, al espacio vacío—. ¿De verdad la he tirado yo? —Un tenue color rojo le tiñó las mejillas—. ¡Qué tonterías digo! —Se auto corrigió—. Sé que lo he hecho. No estoy en mi sano juicio.

Genial. Por fin empezaba a reconocerlo.

—¿Qué es lo que me pasa? —me preguntó entonces—. No lo entiendo.

—Me da la impresión de que de repente se te apagara un interruptor y se te enciende otro que no sabes que tienes.

—¿Eso no es lo mismo que pasar de un mundo a otro, como hacen los psicóticos? —siguió interesándose—. Yo no estoy psicótico.

—No digo que lo estés —me apresuré a corregir—. Existen algo llamado delirio encapsulado.

Recordé las clases de psicopatología del Doctor Lee en la academia de preparación para el examen de acceso a la formación hospitalaria y sus esquemas de colores con los tipos de delirios y alucinaciones, sus diferentes grados de elaboración y la afectación variable sobre la vida de una persona. Intuición delirante, percepción delirante, Síndrome de Capgrap, Síndrome de Clerambault...

"Yo iba a casarme pero el mensaje no estaba claro y no sabía qué flores tenían que ser".

Clerambault. ¿Podía ser? ¿Tae Hyung sufría un delirio de amor?

—¿Qué es eso de las ideas encapsuladas? —Mi interlocutor se deslizó hasta el borde de la cama y buscó con la mirada las zapatillas con la intención de levantarse—. ¿Estoy enfermo?

—No —traté de exponérselo de forma simple—. Se trata de un delirio que se activa ante un tema determinado pero la persona que lo sufre es completamente normal en el resto de aspectos.

Cielos; a medida que lo iba diciendo, me parecía que la idea cada vez le quedaba mejor.

—No estoy segura de que lo tengas pero podríamos trabajar juntos y averiguar si es correcto y, en el caso de que lo fuera, por qué te ocurre —finalicé—. ¿Te animas a probar?

—Claro. —No me sorprendió que aceptara con tanta facilicidad; se le veía alguien dispuesto con el que daba gusto tratar—. ¿Qué es lo primero que tendría que hacer?

—Tendríamos que reunirnos con Jung... —No, alto; cuidar las palabras era básico si quería evitar el bucle—. Citar al otro chico para que nos aporte su visión en el asunto de Soo Bin.

—¿Los dos juntos en una entrevista?

—Eso es —asentí.

—No quiero hablar con él.

—Yo seré la que lo haga. —Me señalé, con el exceso de confianza necesaria para animarle—. Tu solo tendrás que escuchar y permanecer sentado en tu sitio.

—Pero va a mentir. —Sacudió la cabeza, nada convencido, con tanta energía que su cabello castaño claro se alborotó como si estuviera en medio de una corriente de aire—. Además, me da miedo. Antes era una persona maravillosa pero ha cambiado mucho. Se comporta como un psicópata de película y su amigo con pinta de delincuente no es que sea una ayuda para centrarle, precisamente.

Se refería a Woo Young, claro.

—No te preocupes. —Le dediqué la mejor de mis sonrisas. Contaba con que el encuentro no sería sencillo—. Déjamelo a mí.

Arrugó la nariz.

—No sé —dudó—. ¿Me seguirías alentando a que lo hiciera si te dijera que a lo mejor ese tipo mató a alguien? —me soltó de sopetón—. Me aterra que se dé cuenta de que sospecho.

La información me pilló tan de improviso que se me cortó la respiración. ¿Cómo que qué? Rayos y doble rayos.

—¿Quién? —La verdad, a esas alturas ya había aprendido que en Criminología cualquier cosa era posible pero que Jung Kook hubiera hecho algo así realmente me parecía impensable—. ¿Tu ex amigo?

—El otro —me corrigió.

No pude preguntarle más. En ese instante tocaron a la puerta y la cabeza de la auxiliar nueva se asomó por el marco y nos interrumpió. A eso le llamaba yo saber elegir el momento, sí señor.

—Doctora Eun, lamento mucho molestar —se disculpó con una leve inclinación—. Tiene que abandonar la habitación.

Eché un vistazo al móvil, por si se le había ido el tiempo pero no. Apenas iban a dar las nueve y cuarto.

—Es que ha llegado el otro equipo del juzgado —se apresuró a informarme, con uno nervios que no me pasaron desapercibidos—. Traen una orden judicial que autoriza que el paciente sea interrogado de inmediato por otro investigador.

Aquello me sentó peor que un puñetazo en el estómago. ¿De inmediato decía? ¿Y yo qué? ¿Ellos llegaban y tenía que salir de escena así por las buenas?

—Que esperen —fue mi respuesta.

—No se puede hacer esperar al entrevistador.

—¿Por qué no? —Me mosqueé aún más—. A ver si ahora resulta que hay que ponerle una alfombra roja al camarada.

—Es que... —titubeó—. Doctora...

Me crucé de brazos, decidida a no dar mi brazo a torcer. No estaba dispuesta a que los líos personales entre la fiscal y el forense salpicaran mis análisis y, lo que era peor, estropearan la terapia de alguien que necesitaba mi ayuda. No. Eso sí que no.

—¿Entonces no va a colaborar con la instrucción del juez? —La auxiliar carraspeó, con agobio, y desvió la atención al fondo del pasillo, hacia el control—. Si no obedece se va a montar un escándalo aún mayor del que ya tenemos en la recepción.

Mi respuesta fue buscar con la mirada a Tae Hyung. Se había levantado y con el brazo en un cabestrillo, me contemplaba como si se acabara de atragantar. No estaba a gusto y no me extrañaba. Que le entrevistaran diferentes personas a cualquier hora y sin ningún orden debía resultarle horrible.

—Voy a hablar con el equipo fiscal —decidí al final—. Me imagino que a algún acuerdo podremos llegar.

La mirada de alivio que el chico me dedicó entonces fue el empujón definitivo que me animó a salir de la habitación y a atravesar el corredor, embebida en un orgullo profesional que me arrastró al control de enfermería casi sin darme cuenta.

Al primero que vi fue a Kim Wo Kum. Discutía con una mujer rubia uniformada en un elegante traje de oficina mientras el jefe Dark Ho, apoyado en el mueble de la recepción, contemplaba la escena con evidente disgusto. Me acerqué.

—¿Qué pa...?

No terminé la pregunta. Mi ojos se posaron en los dos policías de la judicial y en la persona que estaba entre ellos y el corazón se me aceleró como hacía años que no lo hacía.

Dios mío.

Lo que se separa a la fuerza se tiende a reencontrar.
No te pierdas la próxima actualización de DELIRANTE.

N/A: Hoy voy a hacer un anexo al pie un poco largo porque el tema esquizo y sus síntomas son aspectos muy complejos de explicar. No obstante, voy a esforzarme por ir exponiéndolo de la mejor forma.

-Intuición delirante y percepción delirante. Para entender a lo que se refieren estos conceptos, vamos a partir de que hay dos formas de clasificar los delirios. Se pueden clasificar por el tipo (es decir, el tema: paranoide, perjuicio, místico...) o por el grado de elaboración (es decir, el grado en el que la persona ha organizado un sistema de explicación que justifica su idea, un discurso elaborado sobre el delirio). Los conceptos de intuición y percepción delirantes se refieren a esa segunda clasificación y corresponden a los grados más bajos de elaboración y, por tanto, complicados de diagnosticar. En la intuición delirante el paciente "siente" que "algo pasa" pero no sabe explicar lo que es. En la percepción delirante, es capaz de decirte cosas como "siento que algo ha cambiado", "el mundo ha cambiado", "va a ocurrir algo"... pero tampoco sería capaz de exponer mucho más.

-Síndrome de Crapgras. Es un tipo de delirio. Se llama así porque lo descubrió este señor pero no es un trastorno aparte. En este delirio la persona cree que un familiar ha sido suplantado por otra persona. Existe también el delirio contrario, llamado Síndrome de Fregoli. En este la persona cree que varias personas son una sola.

Clerambault. Otro tipo de delirio. Es el delirio de amor. Yo he tenido muchos pacientes con este tema.

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