La tortura de Paradise: segunda oportunidad del alma
Parecía todo muy tranquilo, pero no había absolutamente nada. Solo oscuridad. De pronto, oí una voz.
Parece que el ángel ha sido derrotado por su propia luz... Qué desgracia...
"Esa voz... ¡Paradise!".
¡Pues claro que soy yo! Tú me pediste un último deseo, y he venido a concedértelo. Me parece muy extraño tu deseo, ¿estás segura? Te recuerdo que pediste que todo ser vivo no supiera de tu existencia, por lo que todos tus conocidos te olvidarán.
"Lo tengo claro. Ese es mi deseo".
Perfecto. Pero antes... Te torturaré un poquito...
Miré a todos lados, y vi sus ojos rojizos a mi izquierda. Retrocedí, intentando huir.
¡No te vayas! Solo será un poco... Como venganza de lo que me hiciste.
"¿Qué pretendes?" –Pregunté asustada.
De pronto, un dolor intenso apareció en todo mi cuerpo. Me miré las manos, notando un cambio en ellas. Una sombra iba recorriendo por ahí quitándome el color de mi piel. Era lo mismo que intentó hacer cuando luché contra ella.
Me arrodillé, chillando.
¡Jajajajaja! ¿Ahora quién gana, eh? ¡Yo! Yo gano... Deberías de haberte unido a mí... Y no te habría pasado todo esto. Tu destino... Es quedarte aquí por toda la eternidad. Serás mi diversión, mi juguete. Corromperé tu alma y te convertirás en lo que yo soy. ¡Pura oscuridad!
El dolor seguía y esa sombra se extendía por todo mi cuerpo. Llegó de nuevo hasta uno de mis ojos, por el cual no podía ver nada. Me levanté, dispuesta a pegar a Paradise, pero no podía moverme.
No puedes huir, no tienes armas, no tienes a dónde ir... ¡Jajajajaja!
Mi destino estaba decidido, y no podía hacer nada para cambiarlo. De repente, todo lo que era oscuro se convirtió en luz. Las sombras se habían ido y ya podía diferenciar a la antigua diosa.
¿Qué significa esto?
–¿No recuerdas que deciste el destino de alguien más, Paradise? –Dijo una voz conocida a mis espaldas. Me giré. ¡Era Ia! Pero... ¿Cómo estaba ahí?
Eva... ¿Has venido a quitarme la diversión? ¡Vete de aquí!
–No me iré. Como Lelahel, yo también quiero un deseo. Deseo... ¡que desaparezcas! –Gritó, decidida.
¡¿Cómo?! ¡No pienso concederte ese deseo! ¡Eso es trampa!
–Tú perteneces a mi alma, y, como diosa del destino, debes concederme ese deseo –repuso.
¡No lo haré! Fuera de aquí...
–Bueno... Tú sabras... Tu decidiste mi destino y yo... Decidiré el tuyo –como la otra vez, la aureola rojiza y los ojos rojos volvieron a ella. Extendió la mano, señalando a la otra diosa. Susurró unas palabras, haciendo que Paradise se fuera descomponiendo.
Ella gritó, suplicado piedad.
–No tendré piedad por tus crímenes, Paradise... Te rechazo como fragmento de mi alma. Desaparece...
¡No! ¡Espera! No lo hagas, Eva... ¡No me hagas esto!
–Yo no me llamo Eva, soy Ia –sus pupilas brillaron y Paradise desapareció. Se dirigió a mí, ofreciéndome su mano–. Tenemos que irnos, Lelahel. Te mostraré el camino –sonrió.
Agarré su mano como si fuese una niña pequeña con su madre. Atravesamos una puerta que no pude verla bien del todo. Pasamos a un lugar que a nuestros lados habían muchas rosas doradas.
"¿Qué significa esto?" –pregunté. Ella me miró confusa, riendo después.
–Ya puedes hablar. Parece ser que Paradise te quitaba la habilidad de hablar en su presencia. Ya no debes preocuparte por ella. Ya no está.
Solté su mano, mirando el paisaje de las flores.
–¿Por qué has rosas doradas? ¿Cómo has llegado hasta aquí? Yo... Estoy... Muerta.
–Estas rosas representan tu color de diosa, y la cantidad... El total destrucción que has provocado –respondió con tristeza–. Al igual que tú... Yo también he muerto, a manos de Satanás, como lo decidió Paradise.
¿Ia estaba muerta? No entendía nada.
–Iba a entregarle el libro que el Creador me pidió que escribiese, y él se adelantó. Quiso quitármelo, pero se lo entregué a John, que pudo huir.
–Pero... ¿A la Tierra?
–Yo no sé explicartelo bien, así que te llevaré hasta alguien que sí. Acompáñame –llegó hasta otra entrada, y la atravesamos juntas.
~~~
–¿Creador? –Dije sorprendida de su presencia.
Nos situábamos en una pequeña sala muy parecida a la del cielo por color y el diseño.
–Lelahel, te estaba esperado.
Gruñí, invocando mis dos espadas.
–¿Qué quieres de mí? ¿No tuviste suficiente cuando lo de Adán? ¡Te dije que iba a destrozarte! –volé hasta él, para estocarle con mis dos espadas.
Él, sin moverse, cogió mi espada por la hoja ardiente, dejándome colgando de ella.
–Primero te llevas mi color de ojos y ahora... Tomas el arma de Satanás y mío... –apretó la mano, haciendo trizas la espada. Aterricé, impactada.
–¿Cómo...?
–No quiero luchar Lelahel, te reúno para devolverte tu honra perdida. Necesitamos tu ayuda, ángel deshonrado. Satan ha perdido el control y ha provocado otra guerra, la segunda guerra de la creación. Entró a la fuerza con sus demonios en el cielo y lo arrasó todo. Fui envenenado con una dormidera y no he sido capaz de detenerle. Muchos ángeles han sufrido su ira, y, junto a esto, hizo una brecha que llevaba a la Tierra, conquistándola también.
–Vaya... No entiendo cómo llegó a esto, ¿por qué?
–No lo sabemos. Tengo entendidoguíesobtuvo una información de que había en el cielo un ángel que le derrotaría y traería la paz. ¿Sabes quién es, verdad?
Le di la espalda, respondiendo sin ganas.
–Sí, sé quién es.
–Necesito que le ayudes, le guíes por buen camino. Ella no podrá hacerlo sola, pues de esto depende nuestros mundos. Le observaremos y harás lo que sea para ayudarle, pues se enfrentará a serios problemas.
–En ese libro –interrumpió Ia, colocándose a mi lado–, está escrito parte del destino de Darkia, pero he decidido que es mejor que lo haga por ella misma. Aunque todos reconozcan a Darkia como una heroína, tu también lo serás, Lelahel.
–¿Estás dispuesta a aceptar mi propuesta o prefieres el caos y que tu alma desaparezca? Es tu segunda oportunidad de seguir viviendo, aunque no en carne y hueso.
¿Servir al Creador? ¿Estás de broma? Si aceptaba, Darkia con mi ayuda salvaría los tres mundos. Entonces, Sublatti podría ser feliz pero... Satanás desaparecería. Debía hacerlo, por mis amigos y... Por Darkia. Esa que me quitó la vida era distinta con la que luché. La verdadera Darkia era nuestra salvadora, siendo la otra parte de mi alma.
–Estoy dispuesta a ayudar. No lo hago por ti, Creador, lo hago por los que me importan –dije muy seria.
–Sabía que dirías eso. Entonces... Comencemos con nuestro proyecto.
–¡Sí! –Exclamamos Ia y yo.
Me habían dado una segunda oportunidad, y, encima, rescatado de las garras de Paradise. Ayudaría a Darkia, no por recuperar mi honra, sino porque ella era el destino, el destino de nuestros mundos.
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