Capítulo 9 /// Murmullos blancos
"Para que nada nos separe, que nada nos una".
-Pablo Naruda.
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La garra desenvinada de Zarpa de Amapola se movía sobre la superficie suave y fresca de una hoja lentamente, trazando rayas sin sentido. La aprendiza atigrada se tragó un gruñido, mientras trataba de escuchar la conversación que estaban llevando a cabo Regen y Luz de Corteza afuera de la maternidad.
-¿Entonces está prohibido tener pareja en otro clan? -dijo con intriga Regen, o al menos, eso pareció decir-. Con las gatas de nuestro grupo si se podía tener de pareja a un nómada. Claro que era para tener más cachorros en el grupo. Después el macho decidía quedarse junto a su amada o marcharse. La mayoría siempre se iba.
-¿Se marchaban? -dijo estupefacta la reina-. ¡Eso es muy irresponsable de su parte! No pueden entregarle amor a una gata y luego irse como si nada.
-¡Yo pienso lo mismo! -coincidió el gato gris-. Después las pobres quedan destrozadas, yo tuve que apoyar a muchas de ellas después de que las dejaran.
¡Mentiroso! Bufó en su cabeza Zarpa de Amapola, moviendo la cola de un lado a otro con cólera. Seguro que todas allí lo odiaban.
-¿Qué es lo que haces, Zarpa de Amapola?
A la recién nombrada se le paralizó el corazón un momento antes de girarse a el lecho de Nube de Brezo. La reina de manto gris roncaba tranquilamente, con el hocico hundido entre plumas blancas. En cambio, su cachorro, Pequeño Chispa, estaba despierto y mirándola con confusión. Su pelaje estaba muy desordenado, pero sus ojos reflejaban su interés.
Zarpa de Amapola se mantuvo callada un latido de corazón, para saber si Regen y Luz de Corteza habían escuchado al pequeño, pero al parecer no, pues continuaban murmurando como si nada. Aliviada, la atigrada rojiza se giró al pequeño.
-Me desconcentré, eso es todo. Voy a continuar ordenando el lecho de Luz de Corteza -maulló, improvisando la mejor de sus sonrisas.
Muy temprano en el alba, y al día después de la Asamblea, Reyezuelo había mandado a su aprendiza a quietarle pulgas y garrapatas a los veteranos, y luego limpiar el lecho de Luz de Corteza; que a juzgar por su gran panza, se aproximaba al parto y cada vez tenía menos movilidad. Afortunadamente, en la tarde irían a cazar cerca del Sendero Atronador, así que Zarpa de Amapola no tendría que estar todo el día en el campamento.
Las cosas se habían puesto complicadas después de la Asamblea, pues las palabras falsas de Estrella de Zarapito enojaron a gran parte de los felinos. Pero al llegar al campamento, el líder anunció que lamentaba no haber dicho la verdad ante el clan, escuxándose porque se sentía presionado y nervioso. Muchos gatos lo perdonaron con rapidez, incluido Lince Negro y Zarpa de Amapola.
La aprendiza bajó la vista para volver a su tarea. Apartó con una pata unas hojas viejas y comenzó a reemplazarlas con las nuevas, comprobando que quedaran mullidas en el lecho de la joven reina. A la vez que acomodaba una pluma, alzó lo más que pudo sus orejas para concentrarse en la conversación que estaban teniendo afuera los dos gatos, detrás de la pared de aulagas.
-¿Cómo te llevas con los otros gatos? -inquirió Luz de Corteza.
Zarpa de Amapola abrió los ojos como platos. ¡Era la oportunidad perfecta para saber qué se traía entre patas aquel traidor!
Regen se tomó su tiempo antes de responder.
-Muchos gatos se han mostrado amables conmigo. Me dan consejos a la hora de cazar, o me ofrecen comida cuando todos comparten lenguas -aseguró. A Zarpa de Amapola le hubiera encantado saber si sus ojos lucían indiferentes o brillantes. Su padre le había dicho una vez: "No importan las palabras, el destello de los ojos es mucho más relevante que un maullido".
-¡Me alegra oír eso! -exclamó con rebosante alegría la reina parda-. Muchos gatos de este clan son algo... cómo decirlo... poco agradables, con los proscritos -dijo seleccionado las palabras con suma delizadeza-. Pero yo no creo en esas cosas. ¡Todos somos de la misma especie, después de todo!
Regen ronroneó un poco, aunque luego se quedó en completo silencio un rato después.
-Aunque, como tu dices, no todos son simpáticos conmigo -suspiró-. Por ejemplo, Pluma de Raíz y Lince Negro han sido un poco rudos. Pero ya se les pasará. Los entiendo un poco. Es muy raro que un gato aparezca de la nada y se una a la "familia", por decirlo así.
-Yo ya te veo como a alguien de la familia -respondió Luz de Corteza, en un tono dulce y amistoso-. Bueno, iré a descansar a mi lecho. Estos pequeños están ansiosos por nacer, creo.
Zarpa de Amapola velozmente quitó las últimas plumas viejas y hojas, y las reemplazó con las que tenía en otro montón. Cuando la reina cercana al parto entró a la maternidad, la atigrada rojiza ya se encontraba sacando polvo de la superficie del lecho.
Luz de Corteza se veía tremendamente feliz, y a pesar de lo adolorida que lucía con aquella inmensa barriga, su figura denotaba su tranquilidad.
¿Debería contarle a ella sobre Regen? Se preguntó Zarpa de Amapola, dándole espacio a la reina para que se acostara. No quiero que se ponga en peligro. Pero si le cuenta a Regen sobre mis sospechas en él...
La aprendiza se estremeció de terror al imaginarse a sí misma en la situación de Ala de Campañol: ahogada y ocultada en un río, donde lo último que viste fue el rostro de un asesino, sus fauces goteando sangre, y una sonrisa siniestra mirando como la vida abandona tu cuerpo...
No. Seguiré manteniendo un ojo en ese mentiroso.
-Nunca pensé que Regen podría ser tan simpático -comentó la gata carey-. Tiene buen corazón.
Si Regen tiene buen corazón, yo soy de color verde, dijo entre dientes Zarpa de Amapola, en alto desacuerdo.
Nube de Brezo se estiró entre sueños, provocando que Pequeño Chispa chillara de sorpresa. La reina gris empezó a abrir los ojos, parpadeando para que el exceso de luz no le nublara la visión. Para cuando ya los tuvo bien abiertos, murmuró:
-¿Regen?
Luz de Corteza asintió.
-No lo conozco muy bien, pero confío en tu criterio -se calló un momento, y luego dijo en voz más baja-. ¿O será que te gusta?
-¡Claro que no! -se apresuró a exclamar la gata parda-. Sola quise criar a mis hijos, y así lo haré -declaró.
Nube de Brezo entornó los ojos, como si no creyera por completo en las palabras de su compañera de guarida, aunque finalmente se encogió de hombros y empezó a limpiar el pelaje de su cachorro.
-Y tú, Zarpa de Amapola, ¿qué opinas de Regen? -inquirió la gata carey.
La atigrada rojiza casi dio un salto de sorpresa al verse incluida en la conversación. Casi esperaba que las dos madres se hubieran olvidado de su presencia allí. Se aclaró la garganta, mientras buscaba las palabras desesperadamente.
-Pues... Creo que es... amigable -dijo sonriendo y conteniéndose a la vez de no soltar algo no muy adecuado sobre el proscrito gris. Si en verdad hubiera dicho lo que pensaba de Regen... Podría seguir hablando hasta la noche.
-¿Ves? -dijo Luz de Corteza-. No soy la única gata del clan a la que le cae bien Regen. ¡Y que opine que es simpático no tiene nada que ver con quererlo como pareja...!
Pero Zarpa de Amapola ya no estaba escuchando más. Sigilosamente, se marchó de la maternidad y fue hacia el claro del campamento, donde Reyezuelo la aguardaba para salir a patrullar.
Estaba enfrascado en una conversación con Ave Manchada, lo que significa que quizás el curandero atigrado querría acompañarlos para recoger hierbas, pues en la mañana se la había pasado fanfarroneando por la poca cantidad de caléndula que había.
Antes de partir, Zarpa de Amapola le lanzó una mirada inquisitiva a Regen, quién se encontraba comiendo un delgado ratón en un sector donde abundaba la sombra.
Ya veremos cuánto tiempo más seguirás comiendo así de feliz.
Los rayos del sol abarcaban con su gran manto todo el páramo, tiñendo la tierra de un brillante dorado que casi lograba cegar a los que se atrevían a mirarla más de lo necesario.
No soplaba mucho viento, y en el cielo tan solo se podían identificar unas cuantas manchas blancas que contrastaban con el celeste del cielo.
Zarpa de Amapola abrió un poco la boca, permitiendo que los olores empaparan su lengua. El característico aroma de una liebre la impulsó a relamese los bigotes de hambre. No parecía estar muy lejos.
Reyezuelo, sentado a su lado la observaba fijamente, lo que era intimidante para la aprendiza atigrada. Tragó saliva y se giró hacia su mentor de ojos amarillos.
-Siento una liebre -dijo, aunque su comentario parecía más bien una pregunta que una aclaración.
Reyezuelo asintió con lentitud.
-Bien hecho. Cázalo.
Unas cuantas colas de zorro más allá, se encontraba Ave Manchada, arrancando con sus mandíbulas unas cuantas hojas de un arbusto pequeño y verdoso, en el que relucían unas pequeñísimas flores rojas y oscuras, como gotas de sangre.
-Esta pimpinela seguro que le servirá a Aulaga Pequeña -murmuró para si mismo, tras dejar un buen montón de hojas al lado de sus patas.
No parecía interesado en lo que ella y Reyezuelo hacían, así que si fallaba en la caza, (algo que encontraba probable) no pasaría tanta vergüenza.
-¿Qué estás mirando? -le dijo con tono urgente su mentor, arrastrando su cola de un lado a otro por la tierra, impaciente.
Sin decir ni una palabra, Zarpa de Amapola empezó a descender por la ladera, centrada únicamente en el olor de la liebre, que cada vez era mayor, y que era diferenciable de la pestilencia del Sendero Atronador, no muy lejano a ella.
Por fín, el pequeño roedor hizo su aparición. Estaba al lado de un espino, mordisqueando algo que parecía una raíz. Se veía joven, pero alcanzaría a alimentar una pareja de gatos. Su pelaje negro y rasgado se camuflaba en el páramo, pero sus brillantes ojos la delataban, al moverse estos a otra dirección. Estaba a una distancia considerable, pero si Zarpa de Amapola andaba con cuidado, y se ingeniaba un buen plan, lograría apresarla antes de que la pobre se diera cuenta.
Probó por acercarse con sigilo, recordando los ágiles movimientos de Grajilla al momento de acechar.
Bajó su cola, hasta que la punta de esta rozó el suelo, y comenzó a avanzar, bajando las orejas y con la mirada fija en la pequeña criatura. Sentía casi como si sus patas levitaran sobre el suelo.
La liebre ahora había agachado su cabeza, y se entretenía olfateando una gruesa raíz.
Esta vez lo haría. Se podía fácilmente imaginar a sí misma cargando con el animal de vuelta al campamento.
En un aterrador latido de corazón, la liebre alzó la cabeza hacia ella. Zarpa de Amapola se detuvo en seco, y hasta dejó de respirar un momento. Afortunadamente, el roedor negro no pareció haberla sentido a pesar de sus vivídos colores, y retornó a su tarea de mordisquear raíces. La atigrada rojiza se agazapó aún más.
Ya era el momento.
Sus patas traseras temblaban de emoción, como si estuvieran ansiosas de partir a correr.
Finalmente, Zarpa de Amapola se lanzó a la carrera. Sus patas la lanzaron rauda ladera abajo. La adrenalina le alcanzó hasta la última fibra del cuerpo: tan solo era ella, la liebre y el viento, que bordeaba su pelaje como si de un aura se tratase.
Antes de que se diera cuenta, alcanzó la liebre, a la cual por un movimiento instintivo le mordió el cuello, sin darle oportunidad de escapatoria. El habitual sabor de la sangre le recorrió los colmillos. El roedor quedó quieto por completo en muy poco tiempo.
Victoriosa, la aprendiza alzó la liebre, a la que aún sostenía orgullosa de las fauces. Reyezuelo partió hacia ella con la cola un poco erguida: señal que se sentía "feliz" por su caza.
Zarpa de Amapola depositó con cuidado a la presa en la tierra, y se giró hacia el arbusto en el que hace un rato había estado la liebre. Sus pocas hojas variaban del amarillo al marrón y sus ramas y espinas retorcidas se veían tan débiles como palos secos y viejos.
Pero eso no era lo que más llamaba la atención.
En el centro del espino, estaban esparcidas unas ramas claras y alargadas, que claramente no le pertenecían al viejo arbusto. Curiosa, la aprendiza empezó a apartarlas con una pata. Reyezuelo le gritó algo, pero Zarpa de Amapola ya no estaba escuchando.
Debajo de donde hace poco se encontraban las ramas había un hueco en la tierra. No era profundo como para haber sido una antigua madriguera, y aparte de polvo y unas pocas flores blancas y con muchos pétalos, no tenía nada relevante.
¿Quién había dejado unas flores dentro de un arbusto?
-¿Qué miras? -inquirió Reyezuelo con un gruñido, y cuando la aprendiza le dio espacio para mirar, estuvo segura que su cara gris palideció.
-¿Por qué hay flores aquí?
-N-no l-lo sé -tartmadueó, alejándose del espino-. Se-seguro que no es nada. Ven, p-pequeña, trae esa liebre y volvamos con Ave Manchada.
-¿Estás bien? -le preguntó preocupada. Nunca lo había visto tan nervioso.
-C-claro que sí. ¿Q-que insinúas? -gruñó-. Ven y apresúrate.
Zarpa de Amapola parpadeó, mirando como su mentor ya estaba corriendo ladera arriba, con la cola tiesa. Se encogió de hombros, tomó la liebre, y partió hacia él.
¿Por qué se había asustado tanto de unas simples flores?
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