Capítulo 6 /// Lobo al acecho
"Hay heridas que en vez de abrirnos la piel, nos abren los ojos".
—Pablo Neruda.
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Zarpa de Amapola observó temblando a los dos veteranos cargando con el cuerpo de Ala de Campañol hacia la salida del campamento, para enterrarla en el páramo. La llevaban sujeta entre ambos, de tal manera que la horrorosa herida en su cabeza no fuera visible. De todos modos, la atigrada rojiza tembló con más fuerza al recordar.
Estaba acomodada en el lecho de su madre, mientras esta le daba lametones en la cabeza y dejaba que se recostara a su lado, intentando calmarla.
Tenía bonitos recuerdos de cachorra, cuando recordaba que el lugar más seguro de todos los que conocía era el de al lado del vientre de su madre. Siempre estaba calentito, y se sentía convencida de que nunca le pasaría nada malo mientras estuviese ahí.
Pero toda la seguridad que había sentido alguna vez allí se había esfumado como la niebla.
Ahora ese, (como cualquier otro lugar) le parecía tan peligroso como el mismísimo Bosque Oscuro.
—Hija —comenzó Flama Blanca—. ¿No quieres dormir un poco?
A la pequeña le castañeteaban tanto los dientes que no fue capaz de articular palabra. En vez de eso, optó por sacudir su cabeza lentamente de lado a lado. No quería dormir. Estaba aterrada. Sabía que tendría una pesadilla terrible. Era obvio que tendría que enfrentarla en algún momento, pero quería evitarla lo más posible por ahora. Hasta que fuera inevitable.
—¿Tampoco comer?
Desde el día anterior que Zarpa de Amapola no comía, y era muy consciente que tenía que alimentarse; pero después de dar el primer mordisco a cualquier presa, la imágenes de la cabeza abierta en Ala de Campañol retornaban a su mente en un vandaval y no le permitían masticar nada más. No tuvo que decir nada para que su madre la entendiera.
—Te comprendo, mi pequeña flor... —le susurró su madre, acercándose más a su hija—. No sabes cuánto lamento que debas pasar por esto tan joven. Estaré contigo hasta que te sientas con más ánimo —su mirada se iluminó—. ¿Te parece dormir conmigo esta noche?
Zarpa de Amapola trató con todas sus fuerzas que su sonrisa luciera convincente, aunque no le funcionó.
Flama Blanca exhaló un suspiro pequeño. La expresión alegre desapareció de su rostro, y quedó reemplazada por una triste. La guerrera estaba desesperada: ¿Qué clase de madre era, si hasta su hija le mentía? ¿Por qué no confiaba en ella?
Pero Zarpa de Amapola tenía la mirada en otra parte, y no se había fijado en la tristeza de su progenitora.
Rama Caída se encontraba encogido en su lecho, tiritando como un cachorro enfermo. La atigrada rojiza no pudo verle la cara, enrollado como estaba, pero era demasiado obvio que no podía conciliar el sueño. Tampoco parecía intentarlo. Era el que más tiempo había pasado agachado junto al húmedo cuerpo de su amiga una vez que retornaron al campamento y velaron por su alma.
Todo el clan parecía seguir en un luto sin fin. Estrella de Zarapito había encargado a unos cuantos gatos salir en una patrulla de caza, pues ya no quedaba nada en la pila de presas, aunque nadie estaba con ánimos para ello. Pluma de Raíz, el hermano de la guerrera fallecida, se había ofrecido a salir a cazar. Nunca había sido un gato muy expresivo; y pareció recuperarse rápido de la pérdida, pero por la manera en la que se oscurecieron sus ojos al enterarse de la muerte, Zarpa de Amapola supo que un pedazo de su corazón se había marchitado.
Muchos felinos estaban arrinconados con sus parejas o amigos en silencio, como si hablar en voz alta fuese una falta de respeto. La atigrada rojiza nunca había visto al Clan del Viento así. Aquel genial clan, conectado siempre con el Manto Plateado, del que salió la gata que descubrió la Piedra Lunar, poblado de fieros y hábiles guerreros, ya no era mejor que una rosa muerta.
Una pregunta la acompañaba a todos lados.
Pero, ¿quién la había matado?
Ala de Campañol no tenía ningún motivo para ser asesinada. Había sido una guerrera muy veloz, cuyos saltos sorprendían a casi todo el Clan del Viento. De hecho, esa era la razón por la que había recibido la palabra "Ala" en su nombre: parecía volar.
Si bien era un poco impulsiva y se dejaba llevar por sus emociones, no había motivo para ser asesinada de una manera tan cruel.
Concluyeron que de todas maneras, el asesino era bastante inteligente. Había ocultado su olor con la hierba, y cuando los curanderos examinaron el cadáver, comprobaron que el agua en la que fue encontrada había arrastrado los posibles pelos del atacante y su aroma.
La única pista que encontraron fue la de un arbusto cercano. Entre sus ramas ya secas, hallaron pelos teñidos del color de las cenizas.
El asesino tenía gris en su pelaje.
Justo como en el sueño de Zarpa de Amapola.
La aprendiza sintió una oleada extraña devorando su cuerpo. Ahora todas las piezas encajaban.
Cuando salieron en la mañana, no percataron que Regen tampoco estaba en el campamento. Vuelo de Hinojo aseguró que regresó poco después que la patrulla de búsqueda saliera. Tenía unos zarpazos raros en la cara, y cuando el guerrero veterano preguntó de dónde habían salido, el proscrito replicó que había ido a cazar en la mañana, y un conejo lo atacó.
Zarpa de Amapola había escuchado historias de ataques de conejo muchas veces, pero sabía que no podía confiar en un proscrito como él. De ninguna manera.
Era obvio.
La aprendiza miró en la dirección donde el gato gris azulado estaba descansando, comiendo un ratón muy pequeño, y con una expresión algo nerviosa.
Esa era la verdadera razón por la que se había unido al clan. Quería destruirlos a todos.
Él era el asesino. Y ella, lo haría pagar por su acto.
Zarpa de Amapola dejó de temblar de miedo. Ahora, tiritaba de odio.
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Dato del capítulo: Rama Caída no estaba enamorado de Ala de Campañol, tuvo una especie de "crush" con ella de pequeño, pero solo eso.
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