Capítulo 4 /// Un zorro entre conejos
"La ira es un veneno que uno toma esperando que muera el otro".
—William Shakespeare.
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Cuando el Manto Plateado se dejó caer sobre el cielo, la lluvia se detuvo por completo, y fue reemplazada por una brisa misteriosamente cálida que acompañaba a Zarpa de Amapola mientras subía por la ladera, a la zaga de Laurel.
Por más que lo intentara, no podía comprender la actitud de Estrella de Zarapito. Toda la vida le habían dicho que los proscritos eran malvados, sedientos de sangre, la mayoría... Y ahora, ¿el líder aceptaba a uno como si nada? ¿No era consciente del peligro que eso suponía?
Si bien unos cuantos guerreros no apoyaban la idea, ¿por qué Estrella de Zarapito si? Por más que intentara comprender su acto, dándole más y más vueltas al asunto, no podía entenderlo. Intentó convencerse de que el gato gris era más maduro, y tenía muchas más prioridades que respetar.
—¿Sigues pensando en el proscrito? —le preguntó la solitaria, deteniéndose un rato para que Zarpa de Amapola la alcanzara.
—No me lo puedo sacar de la cabeza —rezongó la aprendiza, sin alejar la vista del suelo.
Laurel en cambio, alzó su mirada al cielo. Las nubes se habían esfumado, y una cantidad inimaginable de estrellas relucían en su fondo azul. Habían unas grandes y otras pequeñas, pero todas eran espíritus del Clan Estelar, al fin y al cabo.
—Lo mejor que puedes hacer ahora es estar ojo avizor —respondió—. Puede que tus sospechas sean ciertas, o puede que no. Deberías confiar más en tu líder.
—Lo sé —suspiró Zarpa de Amapola, dedicándole una mirada fugaz al campamento, que se alzaba a poca distancia de ellas.
Por fín Laurel bajó la vista y la miró directamente. Sus ojos verdes se veían muy grandes aquella noche, y un brillo alegre hacía que se viera aún más bonita.
—Podrías ir a la guarida de Baya de Fuego y Ave Manchada a pedir semillas de adormidera —le sugirió la solitaria.
—Justo eso estaba pensando —ronroneó la aprendiza, juntando la nariz con la de su amiga antes de que Laurel desapareciera entre unos arbustos.
Un poco más tranquila, Zarpa de Amapola se dirigió hacia el campamento, pensando en qué harían en el entrenamiento de mañana ella y Reyezuelo. Parece que ahora empezaría con movimientos de pelea un poco más complejos, lo que la emocionaba un poco. Al menos eso es más fácil que andar persiguiendo conejos, creo.
Cuando se adentró en el campamento, dirigió su mirada de forma inconsciente a los lechos. Muchos gatos ya estaban dormidos solos o con sus parejas, disfrutando de la cálida noche. Incluso Estrella de Zarapito reposaba; mostrando toda su barriga gris y con las patas a vista de todos se asemejaba mucho a un perro que se hacía el muerto, como había visto una vez cuando se acercó con una patrulla al granero.
En el sector donde dormían los aprendices, en cambio, había un gran bullicio a pesar de que todos intentaban hablar despacio. Vuelo de Hinojo tuvo que gruñirles algo para que por fín bajaran la voz. Zarpa de Amapola se moría de ganas de ir allí y ver de qué cosa hablaban tan emocionados, pero luego recordó el consejo de su amiga y se encaminó donde los curanderos.
Era una guarida pequeña, aunque acogedora, dentro del espeso muro de aulagas. Algunas hierbas estaban agarradas en las paredes, entrelazadas con trozos del arbusto de flores amarillas. En una esquina, se extendían dos lechos de musgo y muchas plumas, donde dormían los dos curanderos que la habitaban. A un lado, había un pasaje a otra madriguera de tamaño aún más diminuto que la del principal, en el cual habían unos nidos ya viejos en caso de que algún gato necesitara pasar la noche allí.
Cuando entró y vio el pelaje de Regen, su cola se erizó, y para disimularlo tuvo que darse unos rápidos lametones. Afortunadamente, nadie pareció notar que su corazón se había paralizado un momento, y la aprendiza fingió estar olorosando unas hojas cercanas, aunque aún se encontraba un poco nerviosa. ¿Qué está haciendo él aquí?
—Hola, Zarpa de Amapola —dijo Baya de Fuego, mientras ordenaba su lecho—. ¿No deberías estar durmiendo? O cuchicheando con los demás, no sé.
—Quería pedirte unas semillas de adormidera —chilló con mucha rapidez, observando un latido de corazón a Ave Manchada sacándole unas cuantas telarañas al proscrito y aplicándole unas pocas colas de caballo.
Baya de Fuego enarcó una ceja, y se dirigió al fondo de la guarida.
—Con una voz así, me impresiona que una águila no te haya confundido con uno de sus polluelos —dijo la curandera entre dientes.
Zarpa de Amapola se fijó en la conversación que estaban teniendo los otros dos felinos.
—Arde un poco —susurró Regen, a la vez que el curandero atigrado se preocupaba de que las hojas se pegaran bien a su pelaje.
Ave Manchada bostezó.
—Nunca antes te habían puesto medicinas de este estilo, ¿me equivoco?
—No —dijo con un pequeñísimo ronroneo el gato gris azulado—. Ya me acostumbraré. Cielo de Espinos y Aulaga Pequeña me han enseñado un poco sobre cómo se organizan y viven los clanes.
—Es bueno saberlo —dijo con una voz no muy interesada el curandero atigrado.
Un silencio incómodo se apoderó del lugar, como una enorme telaraña que cae al suelo, sólo interrumpida por el crujido de algunas hojas mientras Baya de Fuego, que no tenía la mejor memoria, buscaba las semillas de adormidera entre otras plantas. Zarpa de Amapola clavó su vista en la punta de la cola de Regen, que se sacudía nerviosa. ¿Qué le pasa?
—Sé que este es un tema que no me incumbe, pero... —dijo por fín el antiguo proscrito—. ¿Cómo es que eres un macho, si tienes cuerpo de hembra?
Ave Manchada puso los ojos como platos, Zarpa de Amapola quedó rígida, e incluso Baya de Fuego paró un momento en su búsqueda de las semillas.
—Puede que mi cuerpo sea de hembra, pero yo soy un macho, tanto como tú —escupió las palabras muy enojado—. Será mejor que te vayas si no quieres que te arranque las orejas, sucio proscrito.
Regen pegó las orejas contra su cráneo, intimidado por la manera de responder del curandero. Se lo merece gruñó entre pensamientos Zarpa de Amapola, ¿cómo se le ocurre sacar ese tema como si nada?
—Cálmate, Ave Manchada —dijo severa Baya de Fuego, volteando la cabeza hacia su aprendiz—. Ya eres muy grande para decir esas tonterías.
Ave Manchada bufó, azotando su cola atigrada contra el aire, para luego retirarse de la guarida con los pelos del lomo aún un poco alzados.
—Iré a recolectar fárfara —dijo antes de desaparecer como una sombra en el claro del campamento.
—Sólo tenía curiosidad... —musitó Regen, dolido.
—No le hagas caso —siseó Baya de Fuego rascándose con emoción una oreja—. Ahí puedes notar que es macho. Grita por todo. Ahora ¿qué estaba buscando?
Cuando por fín la curandera blanca y rojiza logró encontrar unas cuantas semillas azuladas, Zarpa de Amapola se retiró, después de tragarlas. Tropezó con una raíz, pues tenía la atención aún adherida a su nuevo compañero de clan, a quién Baya de Fuego le estaba dando unas cuantas medicinas más. Gruñó un poco mientras se mordisqueaba uno de sus dedos que sangraba.
—¡Ven, Amapola! —la llamó su hermana desde el otro lado del campamento, acompañada de los otros aprendices en sus lechos. Agitaba su cola atigrada con impaciencia—. Estabamos conversando.
Grajilla estaba al lado de Zarpa de Abeja, los ojos verdes grandes como de costumbre. Zarpa de Amapola de repente si sintió muy torpe, ¿la habría visto tropezar? Esperando que no fuera así, fue hacia ellas a grandes zancadas.
—Estabamos hablando de "el visitante" —dijo Visoncillo, parando de limpiarse un momento para mirarla a los ojos. Bajó la voz, y una sonrisa se le formó—. Eso sí, no creo que a Hinojo Sonriente le guste mucho...
—¡Te va a escuchar! —le advirtió con un bufido Zarpa de Abeja.
—¿Quién habló ahora? —reclamó Vuelo de Hinojo, girando la cabeza hacia los aprendices—. ¡En mis tiempos los aprendices tenían respeto por dejar que los mayores duerman en paz! Si no fuera por nosotros, ustedes ya...
—Siempre tan simpático y amable, Hinojo Sonriente —comentó Águila Escarchada unos lechos más allá.
El recibe nombrado dijo algo entre dientes y se acomodó para descansar.
Zarpa de Amapola tenía los colmillos firmemente apretados mientras se intentaba controlar para no ronronear de risa. Pero sus esfuerzos fueron en vano: apenas vio a sus amigos estallando en ronroneos ella también lo tuvo que hacer.
Cuando por fín cesaron, Zarpa de Abeja puso las patas delanteras por debajo de su pecho y comenzó a a hablar.
—¿Tú que opinas de Regen, Zarpa de Amapola?
La atigrada rojiza estuvo a punto de soltar un montón de argumentos en su contra, pero se arrepintió a último momento y sólo dijo que no le parecía muy confiable.
—A mí tampoco —coincidió firme Grajilla—. Aunque supongo que él tampoco debe sentirse muy cómodo, ¿verdad? No ha conversado con nadie a parte de Estrella de Zarapito y los curanderos desde que llegó.
—¿Y si se arrepiente y se va? —dijo como para sí mismo Visoncillo—. Le dimos comida y medicinas, ¿Estrella de Zarapito le dejaría?
—Se veía seguro al pedirle hogar a Estrella de Zarapito —se opuso la atigrada anaranjada—. En todo caso, ¿Por qué el lo aceptó así de fácil?
—Estaba preguntándome lo mismo —dijo con alivio Zarpa de Amapola. No era la única con esas dudas, después de todo. Y siendo su hermana la que también titubeaba, se sintió mejor.
—¿Estará planeando una prueba para descubrir su lealtad...? —dijo Grajilla, crispando los bigotes.
—Quizás —dijo Visoncillo.
Zarpa de Abeja estaba abriendo su boca para comentar algo al respecto, pero no pudo debido a que un latido de corazón después Regen salió de la guarida de los gatos curanderos, y se fue a su lecho que había instalado al lado del de Estrella de Zarapito.
—Creo que será mejor que nos vayamos a dormir —suspiró Zarpa de Amapola.
—En todo caso, no creo que Regen planee matarnos si pone su lecho al lado del de el líder —ronroneó Grajilla.
Todos se acomodaron para dormir. A diferencia de lo que Zarpa de Amapola creía, se quedó dormida con rapidez.
Eso sí, tuvo un sueño muy extraño y corto, o quizás simplemente se despertó en medio de la noche. La cosa es, que estaba segura de haber visto una sombra grisácea escapando del campamento.
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