Capítulo 12 /// Ceniza de flores
"Cada palabra tiene consecuencias. Cada silencio, también."
-Jean-Paul Sartre
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Nadie se atrevió a acercarse más. Ni siquiera el casi siempre agresivo Vuelo de Hinojo fue capaz de avanzar aunque sea un poco. Sus desiguales ojos no parecían dar crédito a lo que presenciaban.
Cielo de Espinos se quedó donde estaba. Los monstruos del Sendero Atronador pasaban rugiendo justo detrás de él, soltando sus negros humos, pero el veterano parecía no sentirlos.
Su comúnmente blanco hocico ahora era de un escarlata oscuro, y gotas aún frescas pero espesas resbalaban lastimeramente de este para ir a caer a la tierra.
No.
No podía ser el asesino.
No.
Regen era el que mataba.
Él no.
Incluso Estrella de Zarapito, que estaba frente a Cielo de Espinos, separado del veterano por tan solo unas cuantas colas de ratón se vio obligado a retroceder de espanto.
Pero el viejo gato gris oscuro no parecía tener intención de saltar sobre él. No parecía, de hecho, tener cualquier intención de moverse. Su frágil pecho era lo único que se retorcía al respirar.
El silencio se abalanzó sobre aquella parte del páramo como un cazador a su presa. Hasta los intimidantes monstruos habían desaparecido durante un momento del Sendero Atronador, dejando tan solo sus putrefactos olores como recuerdos.
Cielo de Espinos volteó su cabeza en la dirección donde los monstruos iban apareciendo. Zarpa de Amapola siguió su mirada, para poder apreciar la enorme criatura que observaba el veterano.
Era un monstruo más grande de lo común, cuyas negras patas avanzaban estrepitosamente por el Sendero Atronador, y que expulsaba una gran cantidad de humo negro que danzaba sobre su figura un tiempo antes de volverse invisible, y aparentando así que el aire se lo había tragado.
Estrella de Zarapito se aclaró la garganta.
-Cielo de Espinos, ¿eres tú el causante de...?
Pero no alcanzó a completar su frase, pues el viejo gato gris oscuro lo interrumpió con una voz para nada rasposa, a la cual todos estaban acostumbrados.
-No quería.
El monstruo iba acercándose cada vez más, y sus molestos rugidos aumentaban su intensidad.
Cielo de Espinos echó una mirada melancólica a sus compañeros de clan, haciendo que Zarpa de Amapola se estremeciera.
Pensó que sus ojos mostrarían odio por quienes lo habían descubierto, pero no. Lo único que las redondeadas lunas de su cara revelaban era aprecio y cariño, como un padre despidiéndose de todos sus hijos antes de partir y unirse a sus antepasados.
Algo bastante similiar a lo que planeaba hacer.
En un movimiento fugaz para su edad, saltó para ponerse en el Sendero Atronador, y en la clara treyectoria de aquel titánico monstruo.
Todos oyeron con claridad el impacto de Cielo de Espinos con aquella criatura metálica.
Un halcón trazó vueltas por el cielo rojizo que ya comenzaba a tornarse negro. Pequeños puntos blancos, pero nublados, eran visibles en lugares en los cuales antes habitaban rollizas nubes.
La vuelta al campamento fue extraña y lúgubre. Corazón de Charco y Bigotes de Caña cargaron con el cuerpo destruido de Lince Negro, y para que no desprendiera tanta sangre, Ave Manchada logró encajarles algunas hojas verdes y alargadas en su pelaje. Vuelo de Hinojo y Águila Escarchada llevaban con ciertos titubeos a Cielo de Espinos, sin tener la certeza de creer que cargaban con un asesino.
Celaje había sido capaz de levantarse, aunque sus patas no lograban sostenerlo por más de unos latidos de corazón, por lo cual otros dos guerreros tenían que ayudarlo, dejando que se apoyara en ellos para así avanzar.
El silencio era tétrico, e ignorando los estridentes chillidos del ave y los suves pasos de los felinos sobre la hierba, se podría decir que el páramo estaba muerto.
Y, en cierto sentido, así es como se sentía Zarpa de Amapola, con la vista clavada en el pasto que se mecía con las ondas del viento.
Nunca se había visto a sí misma tan vulnerable.
¿Así es como se siente una liebre, que mordiendo unas raíces, no ignora la presencia de un depredador, pero sabe que no tiene escapatoria?
Probablemente.
En inservibles latidos de corazón, todo en lo que creía, y con lo cual se sentía resguardada, había desaparecido.
Estaba igual, o peor, que el resto de sus compañeros de clan, que no entendían nada de lo que pasaba.
Cuando confiaba en haber descubierto quién era el asesino, creyó haber tenido cierta ventaja sobre los demás, y por muy egoísta que pudiera escucharse, menor probabilidad de ser asesinada, si se la comparaba con sus compañeros de clan.
Pero todo eso había sido una ilusión.
Durante el resto del trayecto, el fiero silencio siguió acompañándolos, sin alejarse ni un momento de ellos. Los otros gatos parecían tan internados en sus pensamientos como Zarpa de Amapola, juzgando a partir de sus miradas fijas en la tierra o en el horizonte.
¿Qué pensamientos volarían por sus mentes? ¿Creerían que Cielo de Espinos era el asesino? ¿Confiarían en que no habrían más muertes?
Entraron al campamento en fila india, sin compartir ni una palabra, y con los ojos oscurecidos. Los gatos que no habían salido al páramo tras enterarse de la noticia, los observaban expectantes, y sacudiendo levemente las puntas de sus colas, en un intento de ocultar sus nervios.
Cuando fue el turno de Zarpa de Amapola, la atigrada rojiza optó por entrar con la mirada en sus patas; por alguna razón, no quería enfrentarse a mirar a sus compañeros de clan a la cara. Se sentía tan mal que, si ella hubiera sido la asesina, hubiera actuado de la misma manera: avergonzada y cabizbaja. La dulce voz de Grajilla logró que de golpe levantara la cabeza.
-¿Qué sucedio? -le preguntó comprensiva y preocupada la bonita aprendiza, sacudiendo una oreja.
Zarpa de Amapola le respondió con una mirada inexpresiva.
Estrella de Zarapito, que había sido el primero en entrar, se quedó sentado en el claro del campamento, observando a Ave Manchada ayudar a Celaje para que este entrara lastimosamente en la guarida de curanderos. Los gatos le hacían y le hacían preguntas, pero el líder los ignoraba. Por primera vez, la atigrada aseguró ver un brillo asustado en los ojos del gato, aunque pronto este desapareció sin más.
Bigotes de Caña y Corazón de Charca depositaron con dulzura el cuerpo de Lince Negro en el suelo, seguidos de Águila Escarchada y Vuelo de Hinojo, que procedieron a hacer lo mismo pero con Cielo de Espinos. Un gritito de sorpresa se extendió entre los felinos, que casi en el momento exacto en el cual los muertos tocaron la tierra, salieron disparados, intentado hacerse espacio entre los demás para mirar incrédulos a los caídos.
-¡Cielo de Espinos! -aulló Aulaga Pequeña, haciéndose camino con desesperación para llegar donde su pareja muerta. Había gritado tan fuerte que todos los demás sonidos quedaron opacados por su gastada voz-. ¡Por el Clan Estelar...!
Conmovidos, los guerreros dieron espacio a la veterana moteada, que una vez quedó al lado de su amado, no pudo hacer más que desplomarse en su costado, y empezar a lamer temblorosa la mejilla de su pareja. Zarpa de Amapola apartó la vista, sintiendo como una especie de roca invisible que se hundía en su pecho.
Los murmullos que hace un rato se deslizaban por todo el lugar se marcharon.
La veterana siguió sollozando, sin parar de dar lametones al pelaje frío de Cielo de Espinos. Cuando por fín alzó la vista, sus ojos estaban vidriosos de dolor.
Estrella de Zarapito tragó saliva, advirtiendo que pronto comenzaría a hablar. Sus pecualiares ojos estaban más oscuros que lo normal.
-No voy a llamar una reunión: estoy más que seguro que todo el Clan del Viento está aquí -maulló con firmeza, sin dejar ni un rastro de su típico humor tranquilo y despreocupado-. La patrulla de caza que nos informó estaba en lo correcto, en cuanto al fallecimiento de Lince Negro.
-¿Y que hay de Cielo de Espinos? -inquirió Aulaga Pequeña, sin contenerse a hablar con cierta irritación mezclada con tristeza.
Estrella de Zarapito la observó con severidad.
-Él estaba sentado al lado del Sendero Atronador -explicó-. Nos miró con total tranquilidad. En sus patas y hocico tenía... -titubeó un momento-. Sangre fresca.
-¡¡¡MIENTE!!! -explotó la veterana, enroscando sus labios en un gruñido. Unos guerreros tuvieron que alejarla del líder, pues la vieja gata se veía más que dispuesta a abalanzarse sobre este-. ¡Cielo de Espinos no pudo hacer eso! ¡No es un asesino!
Estrella de Zarapito esperó que Aulaga Pequeña terminara con sus aullidos para continuar. Tenía los ojos entrecerrados.
-Antes de saltar hacia atrás, y ser impactado por un monstruo -prosiguió el gato gris, como si nada hubiese sucedido-, murmuró que él no quería. Justo esas palabras.
Aulaga Pequeña estuvo a punto de gritar algo más, pero algunos guerreros lograron sacarla a rastras del campamento, excusándose con que sería mejor que fuera a tomar aire fresco.
-Es muy probable que él haya sido el asesino también de Ala de Campañol, pero, al menos personalmente, yo no me siento muy seguro. Afortunadamente, apenas Celaje se sienta con las fuerzas suficientes para hablar, podremos averiguar su testimonio y sabremos la verdad. Pero hasta entonces -paseó su mirada por todo el clan-, creo que es oportuno recordar que todos aquí pueden ser tan culpables de asesinato como cualquier proscrito que recorra nuestro territorio.
Algunos guerreros murmuraron algunas cosas entre ellos, pero tan veloz como habían aparecido, callaron.
¿Fue una referencia a Regen? Se preguntó Zarpa de Amapola para sus adentros. Aunque rápidamente dejó sus pensamientos de lado al ver que Estrella de Zarapito pretendía decir algo más.
-Se me olvidó agregar que quiero darle un agradecimiento personal a Regen -comentó con un brillo algo alegre en los ojos-. Pues resulta que él gritó que Cielo de Espinos se había ido al borde del Sendero Atronador. Sin su ayuda, ahora estaríamos mucho más ansiosos. Muchas gracias.
Regen, que estaba sentado en una de las primeras filas, frente a su líder, infló un poco el pecho de orgullo, al mismo tiempo que algunos gatos comenzaban a felicitarlo con pequeños ronroneos, y a éste le brillaban los ojos.
Zarpa de Amapola había estado tan ensimismada que no había escuchado el grito del proscrito gris. Sintió ira en el pecho, a pesar de que no estaba muy segura por qué, si era casi imposible que él fuera el asesino, juzgando con lo recientemente visto.
-Si alguien reconoce el origen de las flores que aún están sobre el cuerpo de Lince Negro -dijo Estrella de Zarapito con voz muy seria-, o tiene una sospecha sobre quién puede ser el asesino, puede ir a mi guarida, donde yo estaré antes de que comienzen los velatorios -exhaló un suspiro-. Será una larga noche.
La atigrada rojiza sintió una presión en las tripas. ¡Ella sabía de dónde provenían las flores! Echó una mirada nerviosa a los gatos que la rodeaban, aunque ninguno de ellos parecía haberse dado cuenta de sus repentinos nervios, al estar tan preocupados en ir a ver a sus compañeros caídos. Se sintió dividida con la lealtad que le debía a su líder, y el miedo de que Regen..., o quizás el tan famoso asesino o asesina, si es que se encontraba en su clan..., la viera revelando su secreto.
Con el corazón acelerado, se encaminó a la guarida de su líder.
Una parte de ella estaba más que segura que dos ojos estaban fijos en los suyos.
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